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—Vamos a calmarnos todos—increpé, confundida. Lamentablemente el oficial me tomó del brazo con brusquedad y me arrastró fuera del recinto

—¡Ten más cuidado! —le gritaron Bill y Tom al hombre al unísono antes de que la puerta se cerrara en mi cara.

Por consiguiente, me escoltó a una de las oficinas de arriba. Las miradas penetrantes de los servidores públicos eran tan potentes que me provocó comezón en el cuero cabelludo de tantos nervios.

Tomé asiento en la silla más apartada del escrutinio masculino y bajé la mirada a mis manos con perturbación. Jamás me había metido en problemas y ahora parecía que eran mi pan de cada día en el pasado.

—¡Luna Grey!

Alcé la vista a Andreas, que acababa de entrar a la oficina, en compañía de dos oficiales con cara de pocos amigos. El chico rubio tenía esbozada una sonrisa de oreja a oreja y me saludó con las manos aun con los grilletes.

—¡Andreas! —exclamé, quise acercarme, pero los dos oficiales gruñeron en mi dirección.

—Me van a dejar libre en unos minutos, tranquila—me avisó Andreas y asentí, volviendo a sentarme.

Y tal como prometió, Andreas firmó unos papeles y le quitaron los grilletes de mala gana. Él se frotó las muñecas y se sentó a mi lado.

—Solo porque no permiten fumar aquí... —le oí decir con frustración.

—¿Qué decía el papel que firmaste? —le pregunté con ansiedad.

—Fui liberado bajo promesa de no salir del maldito país. Libertad condicional durante un mes—graznó, molesto. Ya no había nada de rastro de diversión en su voz—será un martirio estar en este lugar durante treinta días.

—¿Crees que a Bill también lo liberen bajo esa condición?

Andreas se revolvió nervioso en la silla y miró con desprecio a la mujer que lo hizo firmar.

—No—susurró—pero esperemos que únicamente se pague la multa y no proceda la denuncia que le pusieron.

Tragué saliva.

—¿La chica siempre sí lo denunció?

—Sí. Por lesiones y violencia, además de que supuestamente fue sin razón alguna.

—Voy a poner una denuncia yo también—espeté.

Andreas frunció el ceño al verme levantar de la silla con desdén.

—Quiero poner una denuncia—sentencié, mirando con hostilidad a la mujer, quien me miró con arrogancia—sé que hablas inglés y si no, trae a un intérprete.

—¿Qué denuncia desea hacer, señorita? —me preguntó con una falsa sonrisa.

—Una denuncia de lesiones y acoso—sisé. Me quité el curita de la nariz y le mostré la herida—aquí está la evidencia, ¿con quién hago mi declaración?

—Vaya al fondo con el licenciado Müller—me señaló hacia atrás, en dirección a un hombre calvo de ojos verdes que se miraba muy cansado.

Mi mirada no había reparado en las demás personas externas que se encontraban ahí haciendo sus denuncias en plena madrugada, pero cuando mis ojos se postraron en la cara redonda y sonrosada de la idiota que se atrevió a golpearme y que Bill le regresó con creces el golpe, perdí la compostura y no me desconocí porque sabía que, si iba a darle de patadas en su gorda cabeza, me enviarían a prisión.

—¡Ella me atacó! —grité, señalándola descaradamente con el dedo— ¡Esa chica fue quien me hizo este golpe en la nariz que casi me rompe la cara contra un estante en una tienda de 24 horas y Bill Kaulitz no hizo nada más que defenderme!

La fémina volteó a verme y sus lágrimas falsas fueron sustituidas por cólera. Empezó a gritar también, pero en luxemburgués y no entendí un carajo. Afortunadamente, Andreas se situó a mi lado con el ceño fruncido y arremetió verbalmente hacia ella en su mismo idioma.

Se creó una especie de caos en diferentes idiomas y solo hasta que uno de los oficiales sacó su arma y disparó al techo, cerramos la boca y nos asustamos. Andreas fue muy gentil al intentar protegerme cuando los casquillos rebotaron por todas partes y él me abrazó en sentido opuesto. Un casquillo rebotó en su espalda.

—Este lugar no es un maldito mercado—bramó el que había disparado—o se comportan o arrestaré a todos en una misma celda.

Lo que ocurrió a continuación fue que, en efecto, levanté una denuncia en contra de esa chica estúpida. Conté con lujo de detalles absolutamente todo y la señalé como la agresora. A regañadientes, ella se vio obligada a dar sus datos:

Nombre: Monique Wagner.

Edad: 20 años.

Perfecto.

Originaria de Viena, Austria.

Vaya.

El expediente quedó listo y el licenciado Müller se dirigió a mí con una mirada severa.

—¿Quieres proceder con los trámites para que de una vez comiencen las investigaciones y sea arrestada? —me preguntó.

—Sí, oficial—afirmé—las cámaras de seguridad de esa tienda donde fue todo el problema le mostrarán que no miento y ella es la agresora.

El licenciado hizo un mohín con los labios y llamó con fastidio a un par de oficiales que bebían café. Uno de ellos había sido el que disparó.

Les dio indicaciones en luxemburgués y señaló a la chica, que se horrorizó al escuchar las palabras del hombre.

—La van a mandar a los separos—me tradujo Andreas con satisfacción.

Evité sonreír cuando arrestaron a la chica. Gritó, pataleó y podía jurar que me envió maldiciones porque sus ojos mezquinos me enviaron una mirada desdeñosa y colérica mientras iba siendo llevaba por los oficiales a rastras.

Cinco minutos después, apareció Tom por la misma puerta. Tenía el ceño fruncido y en cuanto nos miró, suavizó su semblante, dejándose caer en medio de Andreas y de mí, pero inclinándose más en mi dirección.

—¿Quién era esa chica con expresión amarga? —preguntó.

—La idiota que ocasionó todo el problema—espeté—y la que me golpeó.

Tom alzó las cejas y miró por donde habían arrastrado a la loca y después fijó sus ojos casi mieles en mí con una expresión que no pude descifrar.

—Luna, ven conmigo un momento, tenemos que hablar de algo importante—dijo y Andreas carraspeó—tú ya puedes salir y esperarnos en el coche.

Andreas bufó y se adelantó a salir, dejándonos a Tom y a mí en la oficina.

—Ven—me dijo Tom, levantándose de la silla y saliendo al pasillo en dirección contraria a Andreas.

Lo seguí con inseguridad. Podía apostar de que se trataba de Bill y su comportamiento extraño y posesivo que tuvo antes de que yo abandonara su celda. Tragué saliva con nerviosismo y no aparté la vista de mis pies hasta que Tom dejó de caminar y me estampé en su ancha espalda.

—¿Tienes idea de por qué mi hermano se está portando tan raro? No es un secreto que le gustaste desde el primer instante, pero tampoco está siendo racional en su comportamiento, ¿o vas a negármelo? —puntualizó de golpe, dándose la vuelta y tuve que retroceder dos pasos.

—Pensé que como su hermano gemelo que eres, sabrías algo—titubeé.

—No me mientras, groupie—su voz se profundizó y se le dilataron las pupilas al inclinarse a mí.

—No te estoy mintiendo—y era cierto. Bill actuó peor que un psicópata. Los celos que demostró por mí no eran normales. Parecía que quisiese evitar a toda costa cualquier mínima interacción con su gemelo porque sabía que algo podría suceder entre nosotros.

No quise ponerme de paranoica, pero Bill afirmó que también tenía secretos y que estábamos destinados a estar juntos. ¿Acaso sabía más que yo sobre la máquina del tiempo?

Era imposible.

Arlen Packart había terminado la máquina en 2023 y en este año él debía ser un adolescente de quince años aproximadamente.

—Supongo que quizá se deba a que eres la primera relación "real" que tiene en bastante tiempo, pero, aun así, no me explico sus celos enfermizos—dijo Tom, intrigado y sin dejar de mirarme— ¿de verdad no le diste algo que lo embrujara?

Puse los ojos en blanco.

—Si de verdad yo tuviera semejante poder, habría evitado esta desgracia de tener que dar mi declaración para que Bill no sea enviado a prisión—sisé.

Él asintió, entrando en razón.

—Como sea, vámonos de aquí. Sacarán a mi hermano en un par de días y mañana vendré a pagar la multa junto con nuestro mánager.

—¿A dónde iremos? —pregunté, caminando por donde habíamos entrado para evitar a los paparazzi y fanáticas locas que aguardaban afuera del edificio.

—Con el resto del staff. No nos movimos demasiado de aquí porque Bill te estaba esperando.

—¿Y dónde tenías tu vehículo?

—Resulta que, en las dos semanas que Bill no se fue de esta ciudad, me dio tiempo de traer mi auto y divertirme, ya que tú no aparecías—chasqueó la lengua.

Me sentí culpable porque todo era por mi causa. De no haber vuelto, posiblemente Bill se habría olvidado de mí y no estaría refundido en los separos durante cuarenta y ocho horas.

Andreas nos esperaba en la puerta de salida porque afuera llovía a cántaros. La tormenta nos había seguido.

—Tengo cosas en los asientos traseros—le dijo Tom a Andreas y este le envió una mirada iracunda—tendrás cuidado al sentarte, a menos que quieras regresar caminando.

—Puedo ir atrás—dije—no hay problema. Seré cuidadosa con lo que hay ahí.

—No, Andreas irá atrás—repuso Tom con nerviosismo—y yo acercaré más el coche para que no se mojen.

—Es probable que tenga condones usados en esa área y quiera evitar que tengas una mala impresión de él—se burló el rubio.

—Ya tengo una mala impresión—afirmé, arrugando la nariz y abrazándome a mí misma por debajo del abrigo de Tom.

Treinta minutos después, yacía de vuelta al autobús con el resto del staff. Tom había tenido razón en decir que no se fueron tan lejos porque no deseaban abandonar a Bill. Habían rentado un sitio privado para establecerse de forma provisoria.

Parecía más un pequeño centro recreativo que una vivienda elegante con áreas verdes extensas. Curiosamente ahí la tormenta no había llegado y tampoco pensaba acercarse. El cielo estaba completamente despejado.

Vislumbré movimiento y el ruido de alguien tocando la batería pese a ser demasiado tarde.

—Es Gustav. Él a veces practica cuando está estresado—comentó Tom al ver mi expresión perpleja al momento de aparcar detrás del autobús.

—Debe estar con mucho estrés—me lamenté al bajar.

—O preocupado—terció Andreas bajando detrás de mí.

Sin embargo, no solo era Gustav el que estaba despierto, sino también Georg, quien yacía jugando con una pelota de béisbol, lanzándola a la pared y a juzgar por las ojeras de sus ojos, deduje que deseaba dormir, pero la preocupación por Bill era mayor.

—Ya regresé—dijo Tom—y traje a alguien...

—Más te vale haber traído a Bill y no a una prostituta... —espetó Georg y palideció al verme— ¡Luna! —y sin miramientos, le lanzó la pelota a la cara a Tom y corrió a darme un cálido abrazo— ¡has vuelto!

—Sí, bueno, aléjate de ella—dijo Tom, alejando a Georg de mí.

—¿De nuevo tu instinto de "todas mías" cuando ya te quedó claro que a Luna no le interesas? —se burló Georg, guiñándome un ojo y sonreí.

—De hecho, le estoy haciendo el favor a mi hermano—puntualizó Tom a regañadientes—Luna y él ya están saliendo oficialmente.

El sonido de la batería se esfumó y un silencio inundó el ambiente. Me sentí incómoda porque eso quería decir que no estaban de acuerdo con esa noticia.

Los pasos de Gustav suavizaron el momento.

—Me alegra de todo corazón volver a verte, Luna—me dijo él, sonriendo. No andaba sus lentes, pero se miraba muy lindo con su gorra negra hacia atrás—y acabo de escuchar lo que dijo Tom, ¿es verdad que estás saliendo oficialmente con Bill?

—Sí—me ruboricé—aunque por esa misma razón, Bill está detenido por dos días.

—¿Conoces el dicho "el que nada debe, nada teme"? —preguntó Gustav. Asentí—entonces no te preocupes. Él saldrá lo más rápido posible.

—Solo he ocasionado problemas desde que aparecí—dije con tristeza.

—Te equivocas—me contradijo el lindo rubio con timidez—has inyectado brillo en el grupo, teniendo en cuenta que es nuestra última gira, creo que tu presencia es lo mejor que nos pudo pasar, en especial a Bill.

—Mi hermano enloqueció—bufó Tom, azorado.

—¿Qué tiene que enloquezca por una chica? —inquirió Andreas.

—No estarías en contra si Luna fuese la que te hubiera elegido, ¿no? —rio Gustav y Georg le siguió la corriente, ahogando una risa nasal ante el semblante de Tom. Amaban molestarlo.

—Quedan a cargo de ella—espetó Tom, alejándose de nosotros.

—En unas horas David Jost estará aquí—anunció Andreas—es mejor dormir.

—David apenas se asoma—carraspeó Gustav—dudo mucho que de verdad le importase Bill.

—Es su mánager—dijo Andreas—y, por ende, su deber. Confía lo suficiente en ustedes para estar detrás de todo.

George hizo un gesto con la mirada que destiló hostilidad y recogió la pelota del suelo.

Yo parecía una viga más de aquel sitio porque simplemente los escuchaba hablar con naturalidad entre ellos sin decir nada y no me sentía excluida, de hecho, me resultaba fascinante.

—Estamos siendo desconsiderados con Luna—agregó Gustav y me miró—debes estar cansada, ¿no es así? Vamos, dormirás en la cama de Bill.

—Y por Tom no te preocupes, lo ataré a mi cama si es posible—bromeó Georg—y si desea abrazar a alguien, será mi trasero.

—Amo que amen molestar a Tom—reí.

—Amamos que ames que amemos que lo molestemos—rio Gustav y George asintió, sonriendo.

Subimos al autobús y una nostalgia me invadió. Para ellos, ya había pasado más de dos semanas que los abandoné y para mí solamente un día y medio cuanto mucho. Todo estaba igual, solo que Bill no se hallaba ahí para hacerme sentir segura.

Los chicos me indicaron en donde podía encontrar ropa para dormir que Bill había comprado para mí al siguiente día que desaparecí con la esperanza de volver a verme y darme lo mejor y así poder evitar que otra vez me fuera.

Continuaba pensando que no podía ser posible que todo eso estuviera sucediéndome. Era un sueño hecho realidad.

La cama era suave, espaciosa y olía muy bien, pero se sentía vacía sin él.

Me cambié y me recosté pensando en lo incómodo que debía estar Bill en aquel sitio tan horrible y todo por mi culpa. Una punzada en la nariz me recordó el por qué él había reaccionado de forma violenta.

Estuve alrededor de una hora despierta, escuchando a todos dormir tranquilamente, pero mi mente no dejaba de repetir la maldita escena en donde todo el mundo era testigo del instinto protector de Bill.

—Eh, groupie, ¿tampoco puedes dormir?

Parpadeé y vi la silueta de Tom acercarse por el pasillo lentamente.

—Georg no te ató bien a su cama—murmuré.

—Prefiero abrazarte a ti que a su trasero—percibí una sonrisa en su voz y después sentí su peso sobre la cama—no puedo dormir si no es mi cama.

—A Bill no le hará gracia que sigas acercándote de esa manera a mí—grazné, moviéndome a un lado para que él se tumbara sin tocarme, pero fue un fracaso. Se situó especialmente a mi lado y sentí su calor corporal, aunque no me tocó directamente.

—Bill no está aquí—dijo en voz apenas audible—pero no pretendo quitarle la novia a mi hermano. Le interesas de verdad, me he dado cuenta hoy.

Me ruboricé. Dios. ¡Todavía no me hacía la idea de que Bill Kaulitz se había fijado en mí!

—¿De qué más hablaron cuando me salí de ahí? —quise saber.

—¿Aparte de las amenazas sobre acercarte a ti?

—Sí.

—Pues va en serio contigo—aseveró y se revolvió entre las sábanas antes de quedar con la cabeza en mi dirección. Podía sentir sus ojos mirándome en la oscuridad—y dime, groupie, ¿tú vas en serio también por mi hermano o solo quieres probar que se siente estar con un artista? Porque como lo dije la noche que nos conocimos, yo puedo quitarte las ganas de experimentar una noche de sexo con un famoso—su voz se tiñó de arrogancia—además, recuerda que tengo la misma cara de Bill. Soy su gemelo, solo tendrías que fingir que soy él y listo.

—No te doy una bofetada por respeto a los que están durmiendo—sisé, ofendida.

—¿Esa es una respuesta afirmativa a la pregunta o a mi propuesta?

—Pensé que habías recapacitado con tu estupidez. Comenzabas a agradarme.

—Solo espero que en serio estés decidida a amar a mi hermano, groupie, porque si me entero de que es algún tipo de experimento tuyo, juro que...

—Jamás le haría daño a Bill—espeté—es el ser más puro de la existencia.

—Más te vale, groupie. Si dañas a mi hermano, me aseguraré de que desees no haberte cruzado en su camino—me advirtió.

De pronto, algo en la oscuridad se impactó en la cara de Bill y este gruñó. Era una almohada. ¡Vaya puntería!

—¿Podrías callarte, Tom? Todos queremos dormir—ladró Gustav—y si continúas amenazando a Luna, juro que seré yo quien te haga desear no haber querido comenzar a tocar la guitarra. Ahora duérmete y sin ser mano larga, de lo contrario, te sacaré a patadas del autobús.

Ahogué una risita y Tom le lanzó de vuelta la almohada con furia.

—Solo sé sincera, por favor—le oí decir—no quiero que Bill salga herido a causa de un capricho.

—No es un capricho—le aseguré—de verdad me gusta y lo quiero.

—Si mientes, ten por seguro que te arrepentirás, Luna Grey.

—¿Por qué no puedes entender que no planeo dañar a Bill? —increpé, fastidiada.

—Ya lo estás haciendo. Él jamás había perdido así los estribos por una chica y ahora nuestras fanáticas deben pensar que es agresivo.

La situación no había mejorado con Tom y yo pensé que sí. No obstante, él tenía razón. Solo estaba sacando de la cotidianidad a la banda con mi presencia.

Con resignación, decidí marcharme a casa en cuanto Bill saliera de los separos en un par de días.

Horas después, aunque mi cerebro desvelado pensó que fueron minutos, Tom me levantó con suavidad. Cuando abrí los ojos, lo confundí con Bill, pero al enfocar mejor la mirada, lo reconocí rápidamente.

—Ya llegó nuestro mánager. Alístate porque nos iremos en veinte minutos—dijo y se alejó por el largo pasillo del autobús.

La ropa nueva que Bill compró para mí era perfecta. Él parecía saber bastante bien mi estilo. Me apresuré a entrar al sanitario y asearme. El agua estaba tan helada que el sueño se me fue en un segundo y bajé corriendo a alcanzar a los chicos que rodeaban a un hombre de expresión molesta. Tom era el que estaba atrás y en cuanto percibió mi presencia extendió su mano a mí y me entregó un papel doblado y me empujó sutilmente por donde yo había venido.

Comprendí que era necesario que leyera esa hoja.

Dándole la espalda a todos, discretamente desdoblé el papel y leí lo que había escrito.

"Si David te pregunta quién eres, responde que eres la nueva ayudante de Lorenz. No menciones que estás saliendo con mi hermano y que eres la involucrada del problema".

Humedeciendo mis labios, rompí el papel en pedacitos y los guardé en el bolsillo para acercarme nuevamente sin ningún peligro. Enseguida Tom me abrió paso para incluirme al grupo pese a no entender nada porque estaban hablando en alemán.

El sujeto me envió una mirada rápida y continuó discutiendo con los chicos. Ellos asintieron minutos después y se volvieron hacia a mí antes de seguir al hombre con los ánimos por los suelos. Qué extraño.

—No iremos a pagar la multa, sino con un buen abogado—me tradujo Tom con más alivio del que pensé—y mientras David no te pregunte quién eres, no le dirás nada, ¿de acuerdo?

—El abogado pedirá hablar conmigo, ya que Bill está detenido por defenderme.

—Eso lo sé, pero hasta que no sea el momento indicado, tú mantente fuera del radar de David. Él podría usarte a su antojo con tal de salvar a mi hermano de manera inapropiada.

—¿Qué? —parpadeé. ¿Acaso Tom estaba intentando protegerme de las ideas maquiavélicas de su mánager?

El pañuelo que tenía Tom en la frente era del mismo color que la gorra Hein: gris y fruncí el ceño. Ese chiquillo tenía levemente parecido a él y también a Bill.

—¿A quién crees que salvaría nuestro mánager? —inquirió Tom, aburrido— ¿A Bill, que es quien está bajo su cargo o a una desconocida? Conozco perfectamente a David. Es muy astuto y gracias a su mente brillante y perversa somos exitosos, más no tienes idea de lo que ha hecho para que eso sea posible.

—Prefiero no saber lo detalles—dije.

Él se iba a acercar a mí por alguna razón, pero la voz estridente de una chica lo hizo apartarse de mí de un salto. No solo Tom se asustó, sino también yo. Mis oídos sufrieron por el grito que soltó la fémina en alemán, obviamente.

Volteé a verla y vi en sus ojos la misma locura de la idiota que me atacó la noche anterior y que ocasionó un desastre. Retrocedí varios pasos de ellos dos porque no quería ser golpeada una vez más.

Todavía me dolía la cara y recordar el momento fatídico me provocó escalofríos.

Afortunadamente Tom le gritó algunas cosas que no comprendí e intentó sacarla a rastras del lugar, pero ella se mantuvo irascible y tozuda a obedecer. Y lo peor fue cuando crucé miradas con la chica y esta me miró como si yo fuera la causante de las células cancerígenas del mundo.

—¡Controla a tu maldita groupie! —le grité a Tom al notar que algo psicópata dentro de la patética fémina se había activado. Eché a correr al autobús y percibí que ella también me siguió.

Afortunadamente logré encerrarme y la loca golpeó la puerta con los puños hecha una demente. Tom la sometió por detrás y la vi estremecerse ante el contacto de él. La chica no era fea, de hecho, era muy guapa. Era una lástima que pensase que de verdad Tom Kaulitz le haría caso entre tantas mujeres que tenía a sus pies.

Fue cómico ver como el gemelo no podía controlarla.

La escena era prácticamente como verlo tratar de calmar a un perro chihuahua rabioso: diminuto, pero salvaje y neurótico. Solo le faltaba temblar y echar espuma por la boca a la chica.

Podría haber seguido pasándomela de bomba de no ser porque ella comenzó a no solo golpear la puerta de cristal con los puños, sino también con la cabeza y ahí comprendí que volvería a suceder algo similar como anoche.

El semblante de Tom se ensombreció y tiró de la chica hacia atrás con mucha fuerza, despegándola de la puerta. Hubo forcejeos, gritos y lágrimas, de parte de la groupie, claro estaba.

Genug, sonst wirst du es bereuen! (¡Suficiente, de lo contrario, te arrepentirás!) —vociferó Tom y esta detuvo su rabieta. No supe que dijo, pero supuse que alguna amenaza de por medio.

Acto seguido, se la llevó a alguna parte en silencio.

Sulfurada, me mantuve dentro del autobús por mi propia seguridad y al cabo de quince minutos, vi a Tom acercarse con exasperación.

—Es seguro. Abre—dijo.

Obedecí temerosa y obedecí. Asomé la cabeza y miré en ambas direcciones.

—Esa sí es una verdadera groupie—bromeé.

—Haber cogido con ella más de una vez fue un grave error—masculló, abatido—y se quiso tomar atribuciones que no le correspondían.

—¿Por qué te metiste entre sus bragas por segunda vez si sabías que eso era riesgoso? —hice una mueca y me punzó la herida de la nariz. La bandita ya no la tenía y el golpe estaba a la intemperie.

—Por idiota, de hecho, ayer que me llamaste estábamos teniendo sexo—dijo, restándole importancia y fijó su mirada en mi herida—está poniéndose más morada tu nariz y parte de tus mejillas, ¿quieres ir al hospital?

—No, estoy bien—carraspeé, azorada por tanta información de su vida sexual.

—¡Una loca se metió aquí! —escuchamos gritar a Gustav desde alguna parte.

Tom y yo nos quedamos mirando con perplejidad.

—Pensé que la habías echado...

—Eso hice—parpadeó—quédate aquí y resguárdate en el autobús de nuevo.

No fue necesario que él fuera a buscarla, porque la psicópata saltó encima de mí. Ni si quiera supe en dónde había estado como para salir de esa manera detrás del autobús y cayó todo su peso encima, golpeándome otra vez la nariz. Grité del dolor y Tom la levantó del cabello con brusquedad, sin embargo, a pesar de que había vuelto a lastimarme y hacerme sangrar, eso no me importó, sino el hecho de que yacía grabándonos con su estúpido teléfono de baja calidad, ya que para el 2010, apenas estaban desarrollándose buenos dispositivos.

—¡Es la prostituta de los gemelos Kaulitz! —canturreó ella, enfocándonos—anda con Bill y Tom de la banda Tokio Hotel al mismo tiempo, ¡Es una zorra!

El semblante de Tom fue incluso más aterrador que el de Bill cuando abofeteó a la chica de anoche y si quería evitar que todo se saliera de control, me arriesgué a detenerlo con desesperación.

Ella se encogió cuando Tom alzó el brazo para golpearla por la cólera y lo agarré de la mano, bajándosela.

—Si la golpeas, será peor—mascullé, sintiendo como a sangre continuaba saliendo de mi nariz—irás a prisión también.

No obstante, Tom me miró con desasosiego. Estaba entre la espada y la pared. Desgraciadamente, en ese instante, la fémina continuó grabando.

De pronto, unos pasos apresurados se acercaron a donde nos hallábamos. Eran Gustav, Georg y David. Los tres estaban tratando de recuperar el aliento tras haber corrido.

—¡Llamó a la maldita prensa! —informó Gustav con recelo y entornó los ojos al verme— ¡Luna!

—¡Quítenle el teléfono! —grité al tiempo que ella echaba a correr a la salida.

—¡Aunque me atrapen, esto está siendo publicado en un blog muy popular de Tokio Hotel! —anunció la chica de manera victoriosa sin dejar de grabar a los chicos que iban tras ella.

De la nada, Eve, la hija de Lorenz, apareció en su camino y le propició un puñetazo a la infeliz, tirándola al suelo de espaldas.

—Bruja, si eres intocable para ellos, para mí no—le ladró la chica con desprecio y le arrebató el teléfono.

Aliviada, pude dejarme caer al suelo, sintiéndome mareada. Tom se arrodilló frente a mí para verificar el golpe, pero el grito de Eve nos desconcertó.

—¡Maldita sea! —espetó Gustav.

—¡Se salió con la suya! —vociferó Georg, queriendo patear la cara de la chica inconsciente.

David, el manager, le quitó el teléfono a Eve y volteó a vernos a Tom y a mí con los ojos entornados de horror.

—¡¿Me pueden decir qué demonios es esto?! —espetó el mánager con una vena palpitándole en la frente— "La prostituta de los gemelos Kaulitz. Anda con Bill y Tom de la famosa banda Tokio Hotel al mismo tiempo, ¡Es una zorra!" —leyó con furia un encabezado del teléfono— ¡Está publicado el vídeo de todo esto en un maldito blog popular que es seguido por miles de fanáticas de la banda a nivel internacional!


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