1
Al finalizar la noche, Nathalie y Arlen me llevaron a casa en coche. Por alguna extraña razón, me la pasé bebiendo bastante champaña hasta decir basta. El mesero adolescente decidió que ya era buen momento de parar y llamó a mi amiga rápidamente porque me había ido a refugiar a los pies de la máquina del tiempo.
—Señorita Grey—me dijo el chiquillo con preocupación—es suficiente, deténgase.
—Escucha, chico, estoy feliz y no sé por qué—solté un hipido y sonreí. Todo me daba vueltas—ahora que el novio de mi mejor amiga inventó una máquina para volver en el tiempo, tengo algunas ideas para poder ir a vacacionar...
—Hay películas que explican que crear algo así es una mala idea—murmuró, quitándome la copa de los labios—pero seguramente usted tiene un deseo profundo, ¿verdad?
Alcé la vista a él y sus ojos castaños me devolvieron la mirada con ternura. No pude responderle porque el chico me dejó sentada en una silla y corrió a buscar a mi mejor amiga.
Desperté con un inmenso dolor de cabeza en la casa de ella. Las paredes floreadas daban vueltas y el suelo no paraba de girar como aspas.
—Uhmm.... —murmuré, sujetándome las sienes.
—Enjuágate para que vengas a tomar desayunar—dijo Nathalie y su voz amedrentó mis sentidos, causándome nauseas—pedí tacos con mucho picante. Leí que esa comida mexicana quita la resaca rápidamente.
—No debí excederme anoche—bufé, yendo al sanitario.
Tardé cinco minutos en cepillarme los dientes con mi cepillo que tenía en la casa de mi amiga para cuando me tocaba quedarme a dormir ahí. Me dejé caer en el asiento y observé los tacos, que ya estaban bañados en salsa.
—¿Qué sucedió? —quiso saber Nathalie.
—No tengo idea—me encogí de hombros—simplemente me sentí feliz de que Arlen crease la máquina perfecta para ir al pasado.
Nathalie estrechó los ojos y me envió una mirada acusadora.
—No estarás pensando en alguna locura, ¿verdad, Grey?
Reí.
—¿Cómo qué locura? —interrogué, arqueando una ceja.
—Voy a avisarle a Arlen que por ningún motivo te deje acercarte a esa máquina—aseveró Nathalie, sosteniendo su teléfono para enviarle un mensaje a su novio—siento que se volverá un riesgo para la humanidad.
—Eso debió pensarlo antes tu adorado novio—me burlé, dándole una mordida a un taco y sentí que todos mis sentidos se avivaban al contacto con el picante. Estaba buenísimo.
Nathalie se quedó pensativa. Sus enormes ojos verdes destilaban miedo y preocupación, como si estuviera recordando algo grave de aquel invento de su novio.
—¿Sabes qué? Voy a someter a Arlen a un sermón sobre esa estúpida cosa que creó. No toleraría perderlo a él ni a nadie. Es como haber hallado un tesoro maldito en una cueva y no te das abasto con lo que te llevas y regresas tantas veces que enloqueces por tanta riqueza.
—A mí me gustaría viajar al pasado para ir a un concierto de Tokio Hotel. Jamás pude ir y sería grandioso, en especial la gira de Humanoid City Tour—bromeé y Nathalie se llevó la palma de la mano a la frente— ¿Qué? Es mejor usar esa máquina para buenas experiencias, ¿no crees? Usándola para cosas banales es menos peligroso que ir trayendo objetos del pasado porque podrías encontrarte contigo mismo, pero más joven. No obstante, meterme al camerino de los gemelos Kaulitz y tener un apasionado encuentro con uno de ellos o ambos, no estaría nada mal...
La mirada de Nathalie amedrentó en mi ser. Estaba molesta e irritada por mi broma.
—Es solo una broma—hice una mueca—jamás haría algo así.
El teléfono de mi amiga empezó a sonar y se disculpó, dejándome en el comedor. Honestamente la idea de pedirle a Arlen que me llevase al pasado para asistir a un concierto de Tokio Hotel no parecía mala idea, pero me asustaba el hecho de que la máquina fallase y me quedara atascada en el 2010 sin saber qué hacer. Yo tenía veintiséis años, a nada de los veintisiete y en aquel entonces mi yo de hace trece años tendría sus dulces catorce añitos, en plena flor de la adolescencia a punto de entrar a la preparatoria.
Quince minutos más tarde, terminé de desayunar aquella delicia y Nathalie volvió, con el semblante más hostil.
—¿Qué ocurre? —pregunté.
—La maldita exposición estará por dos semanas en exhibición en un museo a puertas abiertas en Portland—masculló—a solos diez minutos en coche de nosotras. Ya lo movieron hacia allá.
— Debieron dejarlo aquí en Corpus Christi—murmuré, dándole un sorbo a mi taza con café.
—Deberían desmantelarla—gruñó Nathalie.
—Habías estado feliz por el proyecto de Arlen, no entiendo el cambio de actitud.
—Sigo feliz por su logro, pero el horror de hace dos meses continúa atormentándome.
En parte ella tenía razón, sin embargo, ¡Era el descubrimiento del siglo! No podían darse el lujo de destruir algo que había costado bastante alcanzar y tener de manera tangible y en funcionamiento.
Esa tarde volví a mi apartamento. Detestaba tener que trasladarme en taxi cuando mi vehículo estaba felizmente descansando en el taller mecánico desde hacía una semana.
Los fines de semana eran días de tranquilidad y descanso absoluto. El trabajo consumía el noventa por ciento de mi vida y no tenía tiempo de si quiera pensar en salir. Hice una excepción por Nathalie y quizá jamás lo haría de nuevo. Llegué muy cansada a dormir y desperté en la madrugada del domingo tras soñar con esa fantástica máquina del tiempo de Arlen Packart. ¿Cuántas oportunidades iba a tener yo para asistir a un concierto de mi banda favorita en el año de su apogeo? Ninguna. Si el novio de mi mejor amiga tenía la respuesta a mis problemas de la vida adulta, ¿Quién era yo para desperdiciarla?
Salté fuera de la cama a las siete de la mañana y busqué a través de internet la nueva dirección de la exposición. No estaba muy lejos. Podía ir y venir tranquilamente sin que se me fuera todo el tiempo del domingo. Mi intención era lograr burlar seguridad y poder toquetear los botones de esa máquina e irme al pasado para disfrutar de un concierto de Tokio Hotel cuando continuaban en la industria musical y vivir mi etapa adolescente tardíamente con el cuerpo de una joven de casi treinta. Por lo tanto, usé un atuendo relajado y nada llamativo. Me cercioré de llevar mi Apple Watch en la muñeca, mi teléfono, cartera y llaves en mi mariconera antes de salir. El clima de Corpus Christi siempre era cálido, pero como estábamos en verano, aumentaba. Regresé a dejar la sudadera en el perchero y llamé un taxi. Tardé más en alistarme que en salir. Le dicté la dirección y emprendí mi viaje a esa máquina que me daría la mejor experiencia de mi vida.
Tuve una sensación extraña al llegar. No estaba dispuesta a que las palabras de Nathalie sobre "un tesoro maldito que llevaría a la perdición a cualquiera que lograra caer en tentación".
Y lo que ella no sabía era que amaba ser seguidora de mis impulsos y la tentación era como elixir de vida, aunque después me arrepentía por las consecuencias. El ser humano fue creado para experimentar y aprender de sus errores, y disfrutarlos en el proceso del aprendizaje.
El sitio donde estaba la exposición era un edificio similar al de Corpus Christi, solo que aquí no había nadie vigilando, pero se necesitaba pasar por el área de seguridad para ser fichada y tener conocimiento de tu estadía. En cuanto entré, me colocaron una pulsera de plástico que difícilmente podría quitármela que decía "Exposición Tecnológica 2023, Portland, Texas, 25 de junio del 2023, 9am".
Barrí con la mirada a mi alrededor, buscando nerviosamente la máquina de Arlen, pero no la divisé por ningún sitio. Estuve vagabundeando un rato, en la esperanza de hallarla, y fue un fracaso. Y fruncí el ceño, pensando en que era probable que Nathalie tuviera que ver con ello por haberle dado el sermón a su novio. Maldita sea. Giré sobre mis talones, totalmente decepcionada y casi choqué con aquel mesero chiquillo adolescente de ojos muy hermosos que me devolvieron la mirada con la misma ternura que hacía dos noches.
—Hola, señorita Grey—me saludó cortésmente. Para ser un adolescente, medía una cabeza más que yo y andaba vestido con una playera negra y Jeans vaqueros de mezclilla con tenis bancos converse. Su cabello marrón estaba despeinado por debajo de una gorra gris, pero se miraba adorable—no esperaba encontrarla aquí.
—Hola, ¿trabajas para Connor Wolf? —le pregunté, extrañada.
—Podría decirse que sí—se encogió de hombros de forma reservada— ¿y qué hace usted aquí?
—Primero deberías decirme tu nombre—sonreí.
—Llámeme solo Hein—no entró en detalles y me devolvió la sonrisa. No quería decirme su apellido y no quise insistir. Y para mi sorpresa, mientras sonreía, alcancé a verle un piercing en la lengua. Dios. ¿No era acaso muy pequeño para una perforación de ese calibre? Luego recordé que Bill y Tom Kaulitz más o menos a su edad, ya tenían también piercings.
—De acuerdo, Hein, por cierto, ¿Dónde está la máquina del tiempo? El novio de mi mejor amiga fue quien la creó. Se llama Arlen Packart.
—Fue resguardada fuera del público, señorita Grey—respondió, mirando a todas partes—no querían que hubiera accidentes.
—Oh—bajé la mirada, más decepcionada que nunca—y no hables de usted, me siendo anciana. Háblame de tú...
Entonces Hein se inclinó a mí, lo suficiente para susurrarme algo en la oreja.
—Tengo acceso directo a ella, pero debe prometer que será prudente o podría lastimarse.
—Por supuesto—dije, moderando la emoción y el tono de voz—llévame a verla.
Hein tomó mi mano con confianza y seguridad antes de instarme a caminar. Sus preciosos ojos castaños adornados de bellas pestañas rizadas miraron varias veces a todos lados y proseguimos. Abrió una puerta en donde se prohibía el acceso y entramos a hurtadillas. Él cerró la puerta con seguro después. Todo estaba oscuro, a excepción de una tenue luz que cubría algo enorme con la manta negra que reconocí.
—¡Ahí está! —exclamé, pero Hein llevó dulcemente su dedo índice a mis labios para que guardara silencio—lo siento...
—¿A dónde quieres ir? —susurró, soltándome para quitar la manta negra y dejar al descubierto la máquina.
—Te va a parecer extraño, pero quiero viajar al 2010 para ver el concierto de mis artistas favoritos—me ruboricé.
—Lo máximo que Arlen Packart ha viajado creo que es al 2012 y tuvo problemas, aunque lo más peligroso es viajar a veinte años atrás—parpadeó, inseguro.
—No estaré mucho tiempo. Únicamente quiero estar en uno de los conciertos de la gira que hicieron en 2010 en Luxemburgo.
—Todavía no me dices el nombre de la banda—sonrió de oreja a oreja y sus ojos se achinaron, viéndose adorable.
—Tokio Hotel... —casi pude jurar que mis mejillas reventarían de pena.
—Muy buena banda—observó él, entusiasmado—entonces valdrá muchísimo el riesgo.
—¿En serio me ayudarás? —controlé mi euforia para no asustarlo.
—Sí. Déjame leer los apuntes de Arlen para cerciorarme de que entendí bien cómo usarla.
En lo que Hein leía las notas, me dediqué a contemplar la máquina que me llevaría a cumplir mis fantasías adolescentes en poco tiempo. Parecía un momento de una película o libro de ciencia ficción.
El chico, luego de tardar más de diez minutos, se acercó con los labios apretados.
—Es complicado, pero podré hacerlo—de pronto sonrió al darse cuenta de que me decepcioné de nueva cuenta—también elegí la mejor fecha y lugar en donde puedes aparecer sin ser vista.
—¿Qué?
—Sí. Investigué sobre el grupo y el concierto que tuvieron en Luxemburgo en 2010. Déjamelo a mí y prepárate—señaló el suelo de espejo.
Comencé a temblar. ¿Era una buena idea?
"No, es muy mala idea y puedes arrepentirte después". Respondió la voz de mi conciencia.
"Entonces con más seguridad debo hacerlo". Repliqué.
—Te traeré de vuelta, no te asustes—prometió con tranquilidad—vas a volver a tu año, te lo aseguro. Solo haz lo que dicte tu corazón y verás que lo vas a lograr.
—¿A qué te refieres? —inquirí, perpleja.
Pero Hein no me respondió, sino que me tomó de la cintura y con gran facilidad me cargó para depositarme en el suelo de espejos con suavidad.
—Salúdamelos y diles que, en un futuro, hay un chico de trece años que sigue amando su música—vaciló—pero no les digas mi nombre a ninguno, por favor.
—¿Por qué no?
—Porque alterarías el curso del futuro, es decir, tu presente.
—Querrás decir nuestro presente—arrugué la nariz.
Él ignoró mi comentario y empezó a manipular el tablero.
—No saques ninguna extremidad, mantente en el centro—me indicó y de pronto, volteó a verme—llévate esto—se quitó la gorra y me la puso en la cabeza—un objeto del presente también irá contigo al pasado.
—Quieres que les pida sus autógrafos y te firmen la gorra, ¿verdad? —bromeé.
Aquello lo ruborizó.
—Sí. Pídeles autógrafos a todos en cuanto tengas la primera oportunidad de hablarles.
—Pero no creo poder llegar tan lejos. Me conformo con estar en el concierto—mordí el interior de mis mejillas, avergonzada. Mi introversión era uno de mis mayores defectos.
—Elegí el día, hora y lugar correcto, confía en mí, señorita Grey—me guiñó el ojo.
—Luna—dije—llámame Luna a secas.
—No puedo.
—¿Por qué no?
—Sería faltarle el respeto a alguien importante—se mordió los labios, inseguro—ahora por favor, prepárate.
Quise preguntarle a qué se refería, pero la misma luz verde que salió por debajo del suelo de espejos que engulló a Arlen en la demostración, apareció, poniéndome lívida. Miré a Hein y este levantó ambos pulgares, esbozando una sonrisa torcida que me pareció demasiado... familiar. ¿En dónde lo había visto?
Y dicho eso, sentí que mi estómago se me subía a la garganta cuando la luz verde se hizo más intensa y vi todo borroso. La sensación de vacío se apoderó de mí y cerré los ojos, asustada. Las náuseas hicieron de las suyas y me sujeté el estómago con fuerza, haciéndome un ovillo.
—Hey du, wat méchs du do? Weider goen! (Hey, tú, ¿Qué haces? ¡Muévete!) —gritó una voz femenina en un idioma completamente distinto al mío. Abrí los ojos y enseguida me vi rodeada por personas sumamente rubias con ojos claros mirándome con desdén. Miré a mi alrededor y el alma se me cayó a los pies. El frío helado fue lo que me impactó antes de percatarme de que estaba en otro país—sécher si ass eng auslännesch Idiote (seguramente es una idiota extranjera)—volvió a hablar la misma fémina y varias risitas idiotas surgieron. Alcancé a entender la última palabra y me di la vuelta para ver a ese grupito en específico.
Eran simples adolescentes, todas vestidas de negro y sostenían carteles oscuros con palabras en alemán o, mejor dicho, luxemburgués, que era el idioma de Luxemburgo, similar al alemán.
En vez de reñirles, sonreí y más cuando vi las palabras Tokio Hotel en sus carteles y las fotos de los integrantes de la banda en su mejor época artística.
¡Había funcionado!
¡Estaba en el año 2010, a punto de estar en el concierto de TOKIO HOTEL!
Hola. Las escenas +18 las estaré subiendo en otra parte. Guarden mi número de WhatsApp para que cuando eso ocurra, por ahí les envíe el link.
+52 9612961368
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro