18.
La brújula del Kakapus danzaba en forma circular por todos los puntos cardinales. Zonder tomó el timón para dar un viraje hacia babor, pero parecía que un magnetismo lo llevara rumbo norte, la proa parecía erguida y segura, con fuerte viento desde la popa azotando las velas.
Monmock se sentó y permaneció quieto. El ave que había desaparecido por un tiempo, regresó agitando sus alas y Palacka estaba más arriba con sus brazos extendidos por encima de la aeronave, parecía que todos querían entrar a la cueva que abría sus enormes rocas como una puerta gigante de piedra.
Zonder podía oír el crujir de un cincel, juraba que el Gran Oráculo podía estar acompañándolo en su ya finalizada travesía. Su corazón parecía salirse de su pecho; sus latidos se aceleraban y todos los temores desaparecían a medida que se acercaba a aquel destello al final del túnel.
La luz brillaba con tal intensidad que los cansados ojos del muchacho debieron cerrarse. No podía creer que estaba en presencia de algo divino y avasallante.
Después de tantas penurias y de tantas situaciones de desamparo, tragedia y frustraciones, se hallaba dentro de un recinto sagrado. Esperó que la luz dejara su intensidad para que diera paso a los seres que tanto aguardaba verles.
Pero cuando la luz desapareció, solo había nada. Una nada terrible que agitó el corazón del navegante, ¿qué era esto? ¿Qué estaba ocurriendo?
—¿Dónde estoy? —gritó. Pero la única respuesta que obtuvo fue el resonar de su triste eco.
A medida que explotaba sus pulmones llamando y aclamando por alguien, seguía la cueva sin pronunciarse. No sabía qué hacer ni qué decir, se echó en la cubierta y cerró sus ojos.
Tal vez sería igual que con el Gran Oráculo, pero al cabo de un rato, nada hacía la diferencia. Zonder estaba derrotado y triste, recordó todo lo que había pasado, se sintió miserable al imaginar aquel cuadro de la pequeña Shirin tirada en desierto, luego lo que tuvo que hacer con Bartos.
Pensó en Rubí y en aquello que le dijo: Quédate,«lo fuera aceptado y nada de esto hubiese pasado, tantas muertes y tanta sangre esparcida en una tierra que olvida a sus hijos. Un planeta que cuenta los días para su destrucción, nadie está a salvo de la inclemencia del tiempo y de las tempestades del destino. ¡Mi destino es la nada y el olvido! Porque cuando deje de respirar en esta infernal cueva, cierto es que seré olvidado por la humanidad, y mis recuerdos estarán en un ser mecánico que no podrá atestiguar sobre mi existencia y mi devenir en esta miseria a la que llamamos hogar».
Pero, cuando ya estaba en el nirvana el capitán, se escuchó de nuevo el crujir de un cincel, la sombra de un demonio y el gorjeo de un ave.
Zonder permanecía incrédulo, por fin vio venir al Gran Oráculo, tras él apareció la figura demoníaca de Palacka y en lo alto de mástil, el ave que tanto acompañó al navegante. No entendía qué ocurría, pero se arrodilló y dejó caer su cuerpo hacia delante; porque era un hecho que delante de aquellas figuras, él no era nadie.
—He venido de tan lejos, he visto la muerte caminar a mi lado y ella me acompaña en este momento. Cumplí con tus deseos, Gran Oráculo, pero me he encontrado con una cueva inhóspita, he fallado y ruego por una muerte digna de alguien que no merece el perdón.
Silencio, luego de aquello, Palacka se acercó a Zonder y llevando su rostro con proximidad dijo:
—Nosotros somos los pensantes, has cumplido y estamos aquí para que encuentres tu verdad, y esa verdad es la razón de tu existencia en este mundo. Y he aquí una existencia: Somos parte de ti.
—Busca en tu interior, Zonder y verás que la verdad que inquieres está allí —resopló el Gran Oráculo—. Nos separaron cuando dejaste de pensar y te invadió el desasosiego y la desesperanza de una pérdida irremediable. Pero aquí hemos dejado unas pistas para que escrutaras el sendero que te conduciría a nosotros. Somos lo que estás buscando, la Razón y la Culpa.
Zonder soltó a llorar, solo escuchaba aquellas palabras, pero tan pronto se repuso, decidió preguntar muchas cosas, nada estaba culminado. Apenas iban a comenzar a debatir.
—No te limites en tus dudas —dijo Palacka.
—¿Qué eran mis visiones? —preguntó el navegante sin vacilación.
—Las visiones no son más que el reflejo de una vida a la que decidiste escapar —respondió el Gran Oráculo—. Todo lo que has visto, lo has vivido en carne propia, puede que no lo entiendas porque yo me separé de ti y por eso tus dudas a cada instante, pero, cuando formemos de nuevo parte de uno, ya entenderás.
—Decidiste escapar a tu destino —intervino Palacka—, y por ende nació un fuego que ardía en tu interior, tus pensamientos se formaron como una especie de armadura y los remordimientos me hicieron nacer desde lo más oscuro de tu conciencia. Soy la Culpa, Zonder, aquella culpa que te atormenta, la misma que sentiste por Shirin, por Bartos y por Rubí.
El navegante observó a Monmock, echó una mirada de nuevo al demonio y suspiró con impotencia, luego volvió a preguntar:
—¿Por qué destruiste la Ciudad Iluminada?
—Porque allí está el eterno descanso de las almas, aquellas que se dejaron llevar por la muerte, y yo no podía permitir que te fueras sin conocer la verdad, necesitabas entender que tu destino puede ser otro, y que hay más opciones más allá que la muerte. Porque siempre has pensado en la muerte, lo reflejas en este paisaje en que vives, ¿lo sabes? ¿Crees que estás aquí?
—La vida es más que un pasar finito de la humanidad —intervino el Gran Oráculo—. El camino fácil lleva al cruel destino, pero las grandes decisiones requieren valentía y eso es lo que tienes que afrontar en este momento. Porque cierto es que la Ciudad Iluminada se ha presentado en frente de ti, aquí y ahora, pero debes entender que si entras, no volverás más y así Rubí, Shirin y Bartos serán presas del olvido, aquel olvido que tomas como estandarte de una vida sin sentido alguno.
Zonder giró su vista al final de la cueva y pudo ver una luz tenue, pudo ver de nuevo a aquella ciudad, la que tanto anhelaba su corazón, pero la conversación con el par se seres espirituales no había terminado, él quería saber más, quería respuestas.
—¿Todo esto que he vivido es una prueba? ¿Es justo sacrificar vidas inocentes por un bien? Es egoísmo de parte de ustedes. ¡Oh, seres del mal! Prefirieron asesinar a una pequeña inocente solo porque necesitaban que un miserable como yo lograra encontrarse con ustedes, porque si, ustedes me necesitan más que yo a ustedes. Sin mí no son más que la nada, me iré de aquí, la Ciudad Iluminada me espera y si tengo que olvidar todo aquello que viví, que así sea. Tengo un fiel aliado que iría conmigo donde quiera —Señaló a Monmock—. Porque he descubierto que él es un ser vivo , en cambio ustedes... no existen sino en mis pensamientos, yo les di la vida y ahora se las voy a quitar.
El Kakapus extendió sus velas y fue directo a la entrada de la cueva, allí estaba la ciudad, allí estaba la única salida para Zonder.
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