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12.

Un nuevo rumbo tomaba el viaje de Zonder en el desierto, observaba a aquel hombre y su pequeña y meditaba por largos pasajes para encontrar una solución perfecta. Había dado su palabra de obedecer al Gran Oráculo, pero, estaba en el navegante querer ayudar a esa pobre familia que solicitó su ayuda en un momento de angustia y desesperación.

Quería saber más sobre ellos, esperó que se alimentaran bien y estuvieran más tranquilos. Aguardó un par de días, según Bartos faltaban tres días para llegar a la Ciudad Azul, el paraíso perdido según sus palabras, y esto a Zonder lo intrigó.

El siguiente día transcurrió con normalidad, la pequeña Shirin jugueteaba con Mommock y este corría por todo el Kakapus como un ave libre que revolotea sobre el horizonte sin rumbo fijo, ni cadenas que lo amarren. Bartos estaba reposando cuando se acercó al capitán de la aeronave y conversaron.

—Muchas gracias por sacarnos de las tierras sombrías. No sé cómo podré pagarle todo lo que ha hecho para que mi hija pueda ver la luz de una libertad de verdad.

Zonder solo se limitaba a escuchar mientras comía un cereal enlatado. Solo inclinó un poco la cabeza como gesto de aceptar el agradecimiento de su tripulante, a lo cual Bartos prosiguió hablando:

—La Ciudad Azul es el lugar perfecto para que una niña como Shirin pueda crecer, allí tiene futuro y no como en aquella cúpula podrida de Ciudad Verde.

—¿Cómo es la Ciudad Verde? —preguntó Zonder, quien le intrigaba la razón por el cual Bartos huyó—. ¿Por qué arriesgaste tu vida y la de tu hija?

El navegante destapó un par de bebidas que tenía guardado debajo del timón y colocó el piloto automático para escuchar mejor a su compañero.

—La Ciudad Verde es un lugar gobernado por una mujer: Matka Domin, así le dicen; ella es heredera de los primeros fundadores de aquellas tierras que eran antes dominados por los hombres, al cabo de unos años se formó una revolución y las mujeres derrocaron al gobierno y tomaron el poder; a raíz de tanto sufrimiento y opresión que tuvieron las mujeres en aquellos años, cambiaron las reglas y la manera de vivir, favoreciendo en todo a las mujeres y dejando el trabajo de esclavo a los hombres. Yo estaba en los subterráneos, pudriéndome en lo más bajo de la cúpula. Allí conocí a una mujer, que a pesar de ser un capataz de allí, pudimos entablar una relación y de aquella hermosa experiencia nació Shirin. Matka se enteró de lo nuestro y decidió otorgarle una absolución a mi mujer si a cambio permitiera la muerte de su hija ¡Mi hija! Ella aceptó y por eso decidí escapar, para que aquellas arpías no le pusieran una sola mano a mi niña ¿Lo entiende? ¿Ahora lo ve? ¡Tenía que salir de allí!

Bartos hablaba con angustia en su rostro; el solo hecho de pensar que le pasaría algo a su hija lo atormentaba, abrazaba a su pequeña a cada rato. Zonder llegó a tener empatía por el pobre hombre y se compadeció al saber por todo lo que había ocurrido.

—Estamos a pocos días de tu destino, buen hombre —le dijo.

—La Ciudad Azul es el lugar perfecto para Shirin —respondió Bartos.

El navegante observó su mapa y pudo notar que estaban cerca de una ciudad, una cúpula algo diminuta, pero un poblado al fin; allí podría abastecer su almacén y llenar los tanques de azufre para el Kakapus. En cuestión de minutos, los viajantes estaban atracando en el muelle de la Ciudad. Los recibió un anciano de barba blanca y ropa andrajosa, una mujer bien vestida y de uniforme los vio llegar y puso mala cara al ver a los tripulantes.

—¿Cómo se llama esta ciudad? —preguntó Bartos preocupado.

—El mapa dice que es una cúpula de comercio...

La mujer, que llevaba un mazo en su mano izquierda se detuvo en frente de ellos.

—¡Alto allí, señores! —exclamó—. ¿Quiénes son ustedes y a qué vienen aquí?

Zonder levantó sus manos como gesto de que no estaba armado; Bartos copió lo que hacía su amigo. Monmock cuidaba de Shirin en la aeronave, pero expectante a lo que hacía su "amo".

—Venimos de tierras lejanas; queremos abastecernos para continuar nuestra travesía hacia el norte. Es solo eso, agua, comida y unos tanques de azufre para mi aeronave.

La mujer con mala cara escudriñaba a los visitantes, que seguían con sus manos levantadas. Se dirigió a la embarcación y observó al lobo mecánico que se mantenía inerte mirando de frente a la extraña.

Luego de eso se volvió hacia los dos sujetos y con voz autoritaria se expresó:

—Tienen a un robs de pelea en la nave...

—Es mío —resopló Zonder.

—¿Vienen a apostar en batallas de lobos?

—¡Mi lobo no es de batallas! —respondió el muchacho con molestia.

—Ustedes, extraños vienen aquí al comercio a explotar pobres robs que no saben que fueron creados para morir. ¡Son iguales de patéticos que todos aquí! Pero no puedo impedirles el paso, pueden seguir su camino y ruego que dejen al robs aquí en puerto, hay canallas que matarían por tener una bestia de ese tamaño.

Los navegantes bajaron sus brazos y siguieron hacia el centro del puerto, Zonder intercambió alimentos y bebidas; Bartos con unas pocas monedas logró comprar algunas cosas personales para él y para Shirin.

Luego de eso, exploraron un poco la cúpula, era un sitio pobre y de mal olor; algunos hombres mal vestidos caminaban por sus calles arenosas, algunas mujeres estaban echadas en el suelo pidiendo para comer. Los niños se veían desnutridos y con ojos tristes. A medida que se adentraban más a la ciudad, más desolador era el paisaje. Zonder se percató que los que más tenían estaban en el muelle y que no compartían sus riquezas con los demás.

—Tarde o temprano este pueblo sucumbirá por su egoísmo —dijo.

Bartos y él se separaron por un momento y quedaron en verse en el Kakapus. El navegante vio una valla que decía: Se lee la buena fortuna. Notó que el sujeto era muy parecido al hombre que lo atendió en la Ciudad de robs. No era su imaginación, aquel hombre era idéntico y decidió averiguar.

—Veo que te he encontrado de nuevo, Zonder —dijo.

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