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Capítulo I

Las luces de las motocicletas llenaban la penumbra que yacía entre los árboles. Todos iban armados con arcos y cuchillos, listos para matar a cualquier cosa que tuviera la mala suerte de dar con nosotros. La tarea de un cazador no era la definición de fácil, pues se encargaban de asesinar a los contaminados y a cualquier tipo de animal, ya que lo que sea que tuviera la intención, era capaz de matarlos sin mucho esfuerzo...

Hasta una mariposa, si se lo proponía.

—¡Ivette, allá! —me giré y sin pensarlo lancé una flecha y atravesé el pecho de un ciervo que se acercaba. La sangre se derramó por toda la yerba y en poco tiempo, lleno el suelo de la sustancia. Como era de esperarse, la sangre tenía el característico color verde oscuro y el innegable aroma a putrefacción.

Estaba infectado.

—Ivette y John, limpien, los demás vengan conmigo.

El oficial habló y los demás acataron la orden como si de una escritura sagrada se tratase. Odiaba la parte de tener que descuartizar y revisar los animales. No me asqueaba en lo absoluto, pero no podía negar que había una parte de todo esto que aún me parecía cruel.

—Dame el cuchillo, yo lo haré mientras tú vigilas —dictó John mientras sostenía el cuchillo. Debió notar mi mueca de incomodidad, ya que yo no era muy buena escondiendo las cosas.

—Por eso eres mi cazador favorito... después de mí. Y era cierto.

John era uno de los cazadores más viejos en toda la zona. Había sobrevivido los primeros años de la pandemia, la cual en poco tiempo se convirtió en caos global. Me encantaba escuchar las anécdotas de cómo fue el mundo antes de que todo se fuera al carajo; en aquel entonces yo era demasiado pequeña como para poder vivir, aunque sea una milésima del viejo mundo. Nos suele contar como un antiguo virus encontrado en la Antártida se esparció como pólvora por todos lados. Primero las aves, luego los peces y en menos de cuatro meses todos los animales tenían sed de sangre humana.

Entonces todo se empezó a descontrolar. Poco a poco el virus fue mutando hasta poder infectarnos, convirtiendo a cualquier persona y convirtiéndolo en un animal más del montón. Jamás he visto a un infectado cara a cara, ya que solo el rango más alto de cazadores los ha visto y han vivido para contarlo. Dicen que es casi como si los convirtieran en monstruos: las características físicas que los hacen parecer humanos normales y corrientes son sustituidas por dientes afilados, garras y un pelaje tan grueso que no puede ser traspasado por ninguna flecha, bala o daga; dicen que hasta pueden cambiar tu percepción de las cosas por lo que te enredan en tu propia imaginación para luego comerte a pedazos... Lo sé, suena aterrador.

Porque lo es.

—Aunque deberías aprender a hacerlo, ya eres mayor. —murmuró John mientras metía las partes del ciervo en el contenedor que llevaba la motocicleta.

—Ya sé, pero soy incapaz de romper un hueso sin vomitar — respondí sin verlo. Yo sostenía el arco y la flecha, lista para derribar a cualquier cosa cercana.

—Debes aprender —dijo en tono severo —sabes que si no limpiamos...

—Llegan los infectados, me queda claro —interrumpí mientras me subía a la motocicleta.

—Que no solo te quede claro, Ivette, quiero que te quede gravado en el cráneo —sentenció mientras me apuntaba con la daga, que aún tenía restos del ciervo.

—Por eso es que los jardineros te temen— aseguré, a la vez que metía las partes del ciervo en una caja de plástico.

Ni siquiera pude reírme de mi propia broma, ya que aceleró de manera repentina. Tuve que sujetarme con fuerza sobrehumana para no caerme y romperme la vida en el proceso. El camino de vuelta se trató de correr antes de que el sol se pusiera y nos dejase en plana oscuridad. Fue casi imposible obviar los gruñidos que se escuchaban a lo lejos.

Eran animales, hambrientos y listos para matar.

Al entrar a la zona nos revisaron como de costumbre y se llevaron los restos del animal para quemarlos más tarde. De esa forma nos asegurábamos de dos cosas: no volverlo a ver y alejar a los infectados. El paseo en moto dentro de la zona transformaba la cacería de ser una labor terrible a un desfile de fama. Los cazadores solíamos ser vistos como los más importantes y valientes de todos. Siempre nos recibían entre aplausos y sonrisas y cuando uno fallecía, toda la zona hacía un acto en su honor. Era algo un poco loco, pero tampoco podía quejarme. Era lindo no tener la constante sensación de que algo te va a matar, al menos por un rato.

—Recuerda que tenemos guardia esta noche —dijo John una vez que nos habíamos bajado de la moto.

—pensé que les tocaba a Carlos y a su compañero.

—Sí, pero no han llegado aún, así que te quiero a las ocho en la puerta principal.

—Si señor —murmuré en tono aburrido, a lo que él asintió para luego darme la señal de que me podía ir. Y gracias al cielo que me dejó ir porque necesitaba un respiro.

Prácticamente corrí hasta el centro.

Era mi lugar favorito de toda la zona. Allí, se escuchaban a los obreros tarareando viejas canciones mientras reparaban alguna que otra casa; los panaderos guardaban el pan que había quedado al final de la tarde, los pocos niños que había, corrían por todas partes. El centro era como un viaje en el tiempo para mí. De vez en cuando imaginaba que era una adolescente normal, imaginaba que todo estaba bien y que no tendría que levantarme al día siguiente con el arco en mano, lista para matar.

El olor al pan fresco y el sol del ocaso siempre me recordaban las historias que me contaba mi hermano cuando era pequeña. Como todo antes de la infección había sido perfecto; como eran los conciertos y como era estudiar con más de tres personas. Desearía vivir en ese mundo, aunque sea por un rato solamente.

Pero solo me quedaba imaginarlo mientras caminaba por los callejones del centro.

Donde todos estaban en paz, excepto por los locos de los jardineros, ellos siempre acostumbraban a quitarle la magia a mi fantasía. Estaban protestando "pacíficamente" en el centro de la plaza. Llevaban carteles con frases que remarcaban las supuestas desapariciones por toda la zona. Los jardineros contradecían prácticamente cualquier cosa que defendía como cazadora, por eso son los más problemáticos de todos los que habitan la zona, y esa era la razón por la que la mayoría la tacha de locos.

Creen en brujas, hechizos y mejunjes; dicen poder curar a los animales y regularmente nos llaman asesinos en masa... Sí, así de fumados están.

—¡Hola, jardicocos! —admito que una de mis más grandes pasiones era molestarlos. En mi defensa, era como discutir con gnomos, armados con sus pequeñas palas e insultos basados en entes que ni ellos mismos conocen.

Obviamente, mi pequeño saludo no pasó por desapercibido, por lo que una señora se encargó de hacerme recibir algunos insultos en los que la palabra "asesina" se repartía con mil sinónimos distintos.

El vivo ejemplo del pacifismo.

Me di media vuelta mientras carcajeaba, pero una gran masa de estupidez me impidió irme de ahí victoriosa. El semblante enojado de Dylan lo único que me dejaba saber era que le darían igual sus creencias pacifistas con el fin de que me fuera de ahí en ese segundo. Ni siquiera me dio tiempo de dar un paso atrás, sin pensarlo él me empujo para hacerme caer al suelo como un saco de papas.

—¡¿Qué te pasa?! —grite llamando la atención de todos en aquel callejón.

Dylan siempre me había tenido cierta envidia... y no lo digo de forma egocéntrica ¡es la verdad! Usaba el hecho de que es un "jardinero honesto" para esconder la decepción de no haber logrado pasar las pruebas para ser cazador. Era difícil de creer, ya que al ver su físico cualquiera podría jurar que descuartizar a cualquier animal significaría una tarea sencilla para él.

Cualquier cazador desearía tener su perfecta combinación entre altura, intelecto y fuerza.

—Si se te vuelve a ocurrir tan siquiera la idea de acercarte de nuevo, me voy a encargar personalmente de ti —amenazo lleno de ira.

La furia que me envolvió en aquel momento casi me motivó a sacar la daga en mi bolsillo; un movimiento y adiós, Dylan, nunca te quisimos ni te extrañaremos; pero sabía perfectamente bien lo que ese capricho podía llegar a costarme, y lamentablemente él también lo sabía a la perfección...

Pero yo conocía cosas sobre él.

—¡Hazlo ahora! —me puse de pie y lo tenté a ver que hacía. Ambos teníamos conocimiento que, aunque él fuese más grande, yo ganaría en todos los escenarios posibles. Pero lo que me sorprendió fue que el matiz de la furia no abandonó sus ojos; solo lanzó un resoplido frustrado para luego volver con los jardineros —cobarde...

No sabría explicar si fue lo que dije o mi risita victoriosa lo que lo motivó a tirarme al suelo nuevamente. Pero esta vez no me estaba advirtiendo; estaba haciendo realidad su amenaza.

Me dio un puñetazo desmedido en el rostro, haciendo que casi al instante mi nariz sangrara incontrolablemente, por lo que decidí jugar más sucio y darle una patada en la entrepierna, provocando un estridente grito de dolor. Aproveché que se estaba retorciendo en el piso para devolverle el puñetazo en la cara y sujetarle las muñecas para inmovilizarlo. Los demás jardineros me abucheaban y me gritaban cosas sin sentido. Incluso hubo varios que intentaron acercarse a mí para defender a Dylan, pero justo en ese instante llegó la pesadilla de cualquier jardinero:

El General.

Todos se esfumaron de la plaza en cuestión de segundos, por lo que la sonrisa cínica del general no tardó en aparecer.

—¡Buen trabajo, señorita Warwind! —esas palabras alimentaron mi ego de una manera indescriptible. Tenía un tiempo trabajando, y me había quedado claro que la positividad y los halagos no eran algo que fuera mucho de la mano con el general.

Él era más bien del tipo de los insultos y mutilaciones... hablo en serio.

—Gracias, señor —dije, intentando esconder la alegría. Por su parte, Dylan estaba blanco de los nervios. ¿Recuerdas cuando dije que el general era partidario de las mutilaciones? Bueno, parte de esa fascinación viene de su hobby de cortarle los dedos a los rebeldes. Por eso a un pequeño porcentaje de la población de la zona D le faltan uno o varios dedos.

Siendo honesta, siempre me pareció enfermo de su parte, pero nunca me atreví a cuestionarlo por miedo de obtener el mismo final.

El general observó a Dylan por unos segundos para luego hacer una señal a sus matones. Mi orgullo se desvaneció por completo cuando vi como lo arrastraban y sacaban una daga filosa. Sus gritos de desesperación me ensordecieron, mantando mi respeto al general y provocando que cometiera una estupidez.

—¡Espere! — espete. La mirada que me lanzó el General fue tan severa que casi me mató en ese instante.

—¿Qué quiere?

—¿Y si mejor lo encierra? —las risas de sus matones no tardaron en llegar. Es que hasta yo sabía que era una tontería lo que estaba proponiendo.

—¿Por qué haría eso?

—Si lo encierra, podrá cortarle todo lo que quiera. —Trague duro. Estaba tan nerviosa que me temblaban las piernas. Ese hombre era el único ser en la tierra que me infundía un terror tan profundo. Lo bueno fue que el general transformó su mueca colérica a una sonrisa cínica y macabra. No era una solución, pero al menos no tendría que presenciarlo.

De todas formas, Dylan siempre encontraba una manera de burlar las celdas.

El general dio la orden y sus matones procedieron a escorarlo hasta las jaulas que estaban en las puertas de la zona. Los pocos jardineros que habían quedado en el callejón no dejaban de lloriquear y suplicar por la vida del muchacho, pero cabe resaltar que algunos me asechaban desde las sombras rabia, fue entonces cuando descubrí que, si me quedaba allí, yo sería pacíficamente mutilada y convertida en alguna poción.

Iba a dar media vuelta, pero de repente Dylan —de alguna forma— se soltó del agarre de los matones y para llegar hasta mí. Admito que su movimiento me espantó lo suficiente como para tirarme al suelo, por lo que estuve a nada de patearlo para alejarlo de mí; pero las palabras que arrastro me dejaron pasmada a mitad del movimiento.

Fue como si me hubiera hechizado con una simple frase.

—Se lo que realmente le pasó a tu hermano; te lo diré todo si me ayudas.

¡Holaaaaa! Gracias por leer este capítulo, aprecio mucho tu tiempo y espero que te haya gustado leerlo tanto como me gustó escribirlo.

Pronto publicaré la próxima parte, pero por ahora puedes mantenerte al día en mis redes sociales:

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Nuevamente, gracias por leer 💋

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