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4

Cuando desapareció al aire comenzó a hacer más cálido. La noche revivió y en algún lugar de la enorme ciudad un zorro ya no esperaba, podía volver a morir.

Arturo se quedó dentro de sus pensamientos. Había vivido la experiencia más aterradora de su vida y aún así se sentía extasiado. Se sentía único. Un humano con la tarea de cometer atrocidades en nombre de un tipo de demonio. El miedo lo hacía temblar, una parte de el quería que todo hubiera sido un sueño pero otra quería hacer algo que sabía no haría en su vida diaria. ¿Qué se sentiría extinguir la vida de un hombre o de una mujer, que había hecho daño a mucha gente y ocupado un lugar que no le pertenecía? Pronto lo averiguaría.

Su corazón no paró sus rápidos latidos hasta después de que quedo profundamente dormido. Soñó con su cara en los periódicos más importantes del mundo. "Desquiciado y peligroso. Joven asesina a otro por un supuesto desaire amoroso". Antonio ya hacía en el parque cercano al trabajo de Arturo, al lado de un pino y rodeado de piñas, tirado entre hojas secas con la sangre saliendo a borbotones de todas partes de su cuerpo. Arturo tenía el cuchillo en su mano izquierda, sus dedos estaban rojos y heridos. Antonio había sido muy cruel, se atrevió a decirle que no lo quería que cada vez que le decía que lo amaba era porque un zorro se le metía en la cabeza y le decía que amara a un tal Arturo. Antonio no lo sentía, Antonio solo seguía una voz en su cabeza, merecía sufrir de la misma manera que Arturo sufrió cuando escucho como su corazón se partía en mil pedazos como una copa de vidrio en una saliente rocosa.

El reloj de su despertador marcaba las seis de la mañana cuando despertó bañado en sudor. Apestaba como si no se hubiera bañado hacía meses. Su pijama se le pegaba desagradable a la piel.

La imagen del cuerpo inerte y rojo de Antonio se le quedo gravado unos pocos minutos más y sintió arcadas con sabor amargo. Se sintió aliviado de que fuera un sueño, una simple pesadilla.

Se puso de pie tambaleante y poco a poco se acostumbro a la fuerte luz que se colaba por la ventana, el sol entraba rebelde y entrometido. Salió de su habitación después de elegir la ropa limpia y se dirigió al baño del pasillo. En la casa todos seguían durmiendo excepto por su padrastro que ya estaba en la sala viendo su programa cómico de la mañana.

El agua estaba helada y agradable. Las gotas le recorrieron cada rincón del cuerpo y cayeron mudas. Arturo se imagino un largo chorro de agua, que le recorrió el brazo antes de caer, como aquel sueño que había tenido y había sido tan extrañamente real y que ya no estaba vivo.

Salió del cuarto de baño para comenzar su monótona rutina diaria. Ignoro por completo al marido de su madre y llego casi sonriente a la pequeña cocina. Un cereal, un plátano casi negro y una tortilla frita con azúcar sería su desayuno, casi como siempre. Todo ya había tomado y preparado y se dirigió con las manos llenas a la mesa que estaba en un pequeño cuarto contiguo. Dejo todo encima y se dispuso a mirar la nota que estaba allí. Le daba mala espina pero aún así con mano firme la tomo y la leyó.

"Se que quieres continuar con tu vida, cielo. Pero antes tienes que hacer lo que te he pedido. No soñaste, soy más real que tú. Zoipa".

Cuando el papel comenzó a incendiarse luego de leerlo, Arturo grito asustado y retrocedió varios pasos de manera precipitada lo que logro que tropezara y cayera encima de su trasero.

-¿Qué, te están matando allí adentro muchacho baboso?-le grito su padrastro desde la sala.

-¡Eso poco te importa!-le grito un colérico Arturo.

-¡Hijo de tu madre!¡Dale gracias a Jehová que no tengo ganas de levantarme si no te acabaría la escoba en la espalda por corriente y vulgar!

"Si vinieras aquí probable el que te mataría a palos seria yo, viejo gordo". Pensó Arturo enojado.

El desayuno resulto menos agradable. Su pensamiento se adelantaba a sus papilas gustativas, así que por momentos ignoraba el dulce sabor de su minúsculo alimento y le prestaba más atención a sus futuras horas. No había soñado a esa Ánima, ella estaba en algún lugar del universo, latente y monstruosa. Después de un año visitaría aquel departamento oloroso a cloro y exhausta limpieza. El gato Laferte estaría muy contento de verlo de nuevo y él también. Se pregunto que tipo de conversación escucharía el minino. Antonio no era de las personas más hablantinas del mundo y seguro que doce meses sin intercambiar palabras con Arturo serían un impedimento para su lengua.

Nunca se despedía de nadie así que su salida de la casa fue tan silenciosa como se esperaba. Las calles de la capital lucían llenas como todas las horas. El calor era insufrible y el cielo se veía gris, señal de una de las acostumbradas contingencias ambientales. Las personas con sus trajes de trabajo o sus uniformes de escuela eran cientos de puntos alrededor. Unos puntos apurados.

Tomo taxis, buses y el metro y de todas maneras se tardo más de dos horas en llegar al edificio hogar de Antonio: una sucesión de desgastados pisos color carmesí que se apretaban tanto como las costillas de un gigante de cemento.

La anciana recepcionista lloro de alegría al verlo y le contó que extrañaba los dulces de café que solía llevarle de regalo todos los días. Magdalena era una simple mujer que adoraba los buenos modales, odiaba los cambios y amaba las tradiciones. Solía quejarse de las marchas ensordecedoras que pasaban por la calle y no tenían nada que ver con la "familia natural" o la "moralidad de los buenos años". Arturo no sabía porque la engañaba. Le decía que venía a visitar a su primo Antonio para saber un poco más de su tía que vivía en otro estado. Nunca le dijo que entrando el Departamento 107 visitaba a algo más que un familiar. Arturo odiaba las malas caras, las groserías obvias y los señalamientos evidentes, era bastante probable que no le decía nada por eso. A muchas mujeres les gustaba ser descaradas al momento de mostrar algo que no soportaban y Magdalena estaba en ese grupo.

Los pasillos heridos por los años estaban relucientes como a todos segundos. El piso se miraba húmedo señal de que los sudorosos conserjes ya habían usado su trapeador por quinta vez en el día. Subió pisos en el oscuro ascensor y pronto llego al corredor en donde se acomodaban los departamentos del 100 al 110.

Nervioso, con el estomago en revolución fue como Arturo llego a la puerta del 107. El ambiente y los objetos eran semejantes a aquellas tardes de visita. Nada había cambiado y al mismo tiempo todo ya no era igual. Arturo solía sentirse orgulloso de su capacidad de aparentar seguridad cuando por dentro tenía una guerra tormentosa. Cuatro golpes en la blanca puerta bastaron para que los murmullos del interior se desvanecieran y solo quedó en el aire el tenue sonido de una triste y rítmica balada.

Antonio era un hombre de veintiséis años, alto, moreno y un poco gordo, solía entrecerrar sus ojos casi negros, cada vez que recibía una inesperada sorpresa y cuando su rostro se asomo parecía que leía en la cara de Arturo un párrafo con las letras demasiado pequeñas.

-Esto es extraño-dijo Antonio con su gruesa voz-no recuerdo tener visitas a esta hora.

-Realmente esto se puede considerar como una visita de urgencia. ¿Puedo pasar?

-Urgencia. No me gusta esa palabra. Podemos hablar aquí, ¿no?-dijo mientras miraba a su espalda casi nervioso.

-Esto no se puede decir en un pasillo.

-Mira, esto es difícil. ¿Cuánto tiempo ha pasado, un año?-dijo Antonio de manera fría.

-Creí que podía contar contigo, eres la primera persona en quien pensé. Esta todo bien, adiós-menciono Arturo volteándose para regresar por donde había llegado.

-¡Espera!-dijo Antonio rápidamente-esta bien, hablemos dentro.

Los zapatos de Arturo se quedaron al lado de la puerta. Antonio era un misófobo de pies a cabeza, consideraba a los gérmenes y la suciedad sus enemigos. Los ataques de ansiedad eran un pan de cada día, en ese punto Arturo había sido una tremenda ayuda pues le servía como una forma para tranquilizarse. Tenía limpio cada rincón de su departamento. Usaba cloro hasta para limpiar el techo y el piso.

Ese día todo era normal. Los sillones negros de la sala estaban pulcros y lisos. Laferte maúllo al ver a Arturo y corrió fuera del regazo de la chica para pasearse entre las piernas del recién llegado. Arturo chiflo a modo de saludo. Era el sonido especial que había creado para calmar al feroz felino y se convirtió en su forma de comunicación. Algún día, de hacía varios meses entre secos y educados mensajes de texto Antonio le contó que el gato se ponía nervioso y cabizbajo a la hora en la que Arturo llegaba diario al departamento. Parecía que el cariño del minino no había cambiado nada.

La muchacha era el único ente nuevo del cuarto. Morena con un cabello largo completamente negro, liso y brillante. Tenía unos ojos grandes color miel que daban la impresión de que siempre estaba sorprendida. Era flaca, bastante delgada.

-Buenos días-saludo Arturo.

-Buenos días-contesto ella con su baja y tímida voz- escuche que hablarán. Amor, yo iré a tu habitación a poner una película. Te esperare.

-Esta bien Karina, ve-le dijo de forma fría Antonio.

El gato parecía tener una indecisión. No sabía si seguir a Karina o quedarse con Arturo, se quedó moviendo la cabeza casi desesperado. Al final eligió al muchacho que decidió tomar la idea de Antonio de sentarse en el sillón en el mismo lugar en donde había estado la chica. Laferte levantando la cola se acostó en su regazo.

-Buena conquista ehh, no sabía que bateabas para ambos lados-le dijo Arturo casi riendo mientras acariciaba a Laferte detrás de las orejas.

Antonio se sonrojo y entrecerró los ojos.

-¿En que te puedo ayudar? ¿Cuál es esa urgencia?-le preguntó nervioso Antonio.

Arturo no pudo más que sonreír, suspirar y comenzar a contarle lo que había vivido con Zoipa, solo diciéndole que vendió su alma, pero omitiendo la parte de que era para que el lo amara. Sabía que con la tranquilidad que lo estaba contando sonaba como un loco. Pero de la misma manera sabía que Antonio lo conocía y se daría cuenta que no estaba bromeando. Aunque igual no le pudo reclamar cuando vio un resquicio de duda en la expresión de su ex.

-Escucha lo que te preguntare Arturo. ¿Estas abusando de alguna sustancia ilegal?-pregunto Antonio con los ojos casi cerrados.

-Creí que había quedado claro que solo esa vez consumiríamos drogas.

-¡Habla más despacio!-le dijo Antonio en un susurro mientras miraba la puerta por donde su actual novia había entrado-eso es lo que dijimos. ¿Lo has cumplido?

-Lo he cumplido al pie de la letra-dijo Arturo subiendo un poco más su voz.

-Pues lo que me has contado suena como una alucinación, una broma de pésimo gusto o...-Antonio se detuvo de repente deteniendo alguna oración que no tenía pensado decir en voz alta.

-Dilo. ¿Crees que estoy aquí para saber de ti? ¿para rogarte?

-Si, eso es lo que...una posibilidad.

-Pues no, sabes que casi siempre te pregunto como te encuentras. Así como tu, no tengo que venir hasta aquí para averiguarlo. Y el mar se secara antes de que yo le ruegue a alguien.

-Por supuesto. Entonces es una broma.

-Conoces mis bromas. ¿Esto lo parece?

-Pues realmente no. Pero pudiste haber cambiado en un año.

-Yo no cambio en un año. Ni siquiera en dos. Recuerdo que esa característica mía la descubriste tu.

-Ya, si tienes razón. Tu historia suena demasiado descabellada. No se que te esta pasando, tal vez estés deshidratado.

-¿Captaste la hora?

-Esa tal Zoila...

-Zoipa-corrigió Arturo casi enojado-me dijo que llegará a las nueve de la mañana. A esa hora verás lo falso de la situación. En 5 minutos exactamente.

La mueca en la boca de Antonio casi se curvaba en una sonrisa burlesca pero se contuvo.

-Bien, esperaremos a tu diabólica amiga. Le diré a Karina que me venga a visitar el día de mañana. Tu quedarás un rato aquí y luego te acompañare a tu casa para que...descanses.

-Siempre has sacado conclusiones demasiado rápido. Esta vez te equivocas. Sin embargo haremos lo que tu dices. Correrás a tu novia...

-¡No la estoy corriendo, estoy cambiando nuestras fechas de reunión. Eso todo!

-Fechas de reunión. Que formal, cuando tu y yo andábamos no existían horarios.

Antonio nunca había sido una persona violenta, es por eso que cuando empujo de forma fuerte a Arturo contra el respaldo del sillón y le puso el brazo contra su cuello el atacado se sorprendió de sobremanera.

-¡¿Qué es lo que te pasa?!-dijo Arturo con su respiración entrecortada.

-Tu y yo nunca tuvimos nada-le dijo Antonio con voz baja y furiosa enseguida de la oreja-no vuelvas a repetirlo cerca de Karina. Ella no soporta a las personas que tienen el descaro de enamorarse de alguien que tiene la misma cosa debajo de su ombligo. Tu no harás que pierda a la única persona que a logrado que te salgas de mi maldita cabeza por una hora al día.

Arturo había pasado del miedo al enojo y se impulso hacía al frente para poder pegarle fuerte en el estomago con el codo. Antonio se quedó sin aire y retrocedió varios pasos. Con el puño cerrado y mientras se llevaba las manos al estomago, Arturo le dio un golpe en la cara que lo tiro al suelo. Comenzó a sangrar casi de inmediato.

-Tu no vas a ser la primera persona que me obliga a no decir lo que piense o lo que tenga que decir-le dijo Arturo a Antonio desde arriba- No se te vuelva a ocurrir volver a hacer eso porque sabes de lo que soy capaz.

-Perdón Arturo, es que yo solo...

Fue como si el silencio cayera sobre ellos como una lluvia helada. Una capa blanca se esparció por las ventanas impidiendo que entrara luz. El tiempo parecía detenerse. Arturo sintió ese extraño frío y el sudor en su nuca. Antonio temblaba y sentía su cara caliente. La sangre pronto le mancho su camiseta, aunque en sinceridad todo dejo repentinamente de importar.

Aquel reloj de pared que mostraba a 12 feroces leones con narices de números mostraba a la aguja más pequeña en el 9.

La neblina cayó repentina. Inundo los muebles y pareció por un segundo que en un enorme espacio cubierto de blancura solo Arturo y Antonio estaban. 

En alguna parte de un oscuro cuarto vacío y enterrado un zorro se sentaba y escuchaba temblando. Zoipa apareció de repente entre la brisa que corría. Estaba menos bella. Tenía arrugas y su atractiva figura había quedado atrás. Pero si, su supuesta hermosura resultaba aún más tenebrosa.

Aún cansada Zoipa relucía su poder. Arturo tenía escalofríos y se sentía desesperado pero nada como lo que pasaba por la mente de Antonio. El muchacho cayó de rodillas llorando. Todo pasaba de nuevo. Real. Había sido el menor de tres hijos. El más afectado por la drogadicción y violencia de sus padres. Había presenciado con solo 6 años la violación de su hermana por parte de su tío e igual con 17 años vio como su hermano mayor, al que consideraba la única persona responsable de su familia, se convertía en asesino y era enviado a prisión para purgar una condena de quince años. Se sentía enfrentado contra el mundo sin nadie que le guiara. Vivió en las calles años enteros en la más grande desgracia. Todo pasaba de nuevo. Cuando Arturo intento acercarse a dar consuelo Zoipa hablo con su aire de erotismo.

-Detente-dijo apenas moviendo los labios.

-¡Solo le daré un poco de ayuda! ¿que hay de malo en eso?

-Nada querido. Solamente quería disfrutar un poco más de la problemática de tu amado.

La mirada de Arturo pudo haber causado revuelo en muchas personas. Pero no en Zoipa, quien simplemente dedico una de su más grandes sonrisas.

Arturo levanto del suelo a Antonio y fue acomedido para quitarle la sangre de la nariz y la boca.

-Bueno, ¿mis queridos ya están listos para irnos? Deben de agradecerme la puntualidad. No es algo común en muchas ánimas que les gusta jugar con los humanos y ponerlos locos con su impaciencia.

-¡¿Que es esto?!-grito Antonio-¿porque me siento de esta forma? ¿que es lo que pasa Arturo?

-¡Basta!-dijo enojada Zoipa-es obvio lo que esta pasando. Arturo no estaba bromeando, ni drogado o rogando por tu barato amor. Has que se tranquilice para poder irnos.

Arturo no realizó lo siguiente por la orden de Zoipa. Claramente tomo la decisión por su cuenta. Abrazos fugaces y palabras de aliento bastaron para que Antonio estuviera bien. La burla en la cara de Zoipa era evidente y Arturo lo sentía. Enojado estaba.

-Ya que los amantes pudieron darse aliento. ¿Podemos marcharnos? Antonio, ¿no te harás en los pantalones?

-Lo único que quiero es alejarme de ti para ya no sentir esto. Pero Arturo esta metido en este lió. Tengo que ayudarlo-dijo Antonio temblando.

-Así habla un hombre. Si no fueras tan estúpido hasta te besaría-dijo Zoipa mientras se acercaba a Antonio y le tocaba la mejilla. Comenzó a temblar desde el roce. Minutos después la ánima sin decir nada se puso de pie junto a la puerta del cuarto en donde estaba Karina. Poco a poco puso su mamo en la perilla.

-Antes de irnos necesito preguntarles algo. En especial al querido Antonio. ¿Karina vendrá con ustedes?- dijo mientras abría la puerta y la muchacha caía de bruces al suelo. 

Antonio se soltó rápido del brazo de Arturo y corrió a ayudarle.

-¡Ella no vendrá! No la meta en esto-dijo Antonio rápidamente.

Karina desde el suelo veía la extraña situación. Estaba pálida y sudorosa. Arturo y Antonio sabían que la chica había sentido la misma revolución de fuertes recuerdos que atraía Zoipa.

-Ella no vendrá-repitió con voz fuerte Arturo.

Zoipa hizo mas grandes las orillas de su boca. Y comenzó a parpadear lentamente.

-Me has retado. Ella tendrá que ir. Ese será el pago por tu insolencia. Y lastima para tu noviecita-continuo mientras empujaba a un lado a Antonio, obligaba a Karina a ponerse de pie y le empezaba a acariciar el lóbulo de la oreja- porque parece que se infartara en cualquier momento. Tranquilicenla si no quieren que obligue alguno de los dos a abofetearla.

Y la demonio tenia razón. Karina parecía ya no poseer la habilidad de parar sus temblores, así que Antonio quiso hacer algo. Aunque el nerviosismo solo le permitió que llegara hasta el la idea de susurrarle un poco creíble "te amo, estoy aquí". Para sorpresa de Arturo y Zoipa había funcionado y en unos minutos se miraba más cuerda.

-Bien, entonces es hora de irnos. Tal vez deberían limpiarse un poco, vamos a un lugar de Primer Mundo-dijo riendo.

La risa era peor que su enojo. Y provocó el doble se escalofríos.

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