Verano III
Verano III [L]
Leo caminaba furioso, en una de sus blancas majillas se proyectaba la figura de una delgada mano, el escozor que producía la zona roja en su mejilla provocaba que pequeñas lagrimas se aglomeraran en sus ojos impidiéndole en ocasiones ver el camino.
Se suponía que Aries le pasaba a buscar después del trabajo, tan solo quince minutos debía esperar en la salida, sin embargo después de la escena que había montado una de sus compañeras de curso no había tenido la mejor idea que huir de ahí lo antes posible.
Recordando los sucesos, la joven había entrado en cólera cuando su planificada confesión de amor había sido mandada a la basura con su monótona negación. Leo admitía que ella era bonita, el león sabía apreciar la belleza y todas esas cursilerías, pero su boca había actuado automáticamente sin su consentimiento, y para cuando su cerebro le avisó que la había cagado su rostro ya había girado 30° a la derecha y el picor en su mejilla se hacia presente.
La chica se fue llorando a mares seguida de sus amigas, la consolarían con chocolate, esmalte de uñas, peinados y una película triste-romántica, esas cosas que hacen ellas en situaciones así. Mientras el grupo de compañeros de Leo solo se despidió de él, algunos dándole una palmadita en la espalda diciendo alguna frase cutre y otros mirándole con algo de diversión.
Los demás espectadores solo incomodaban al león que comenzaba a arder de furia, no quería echar más leña al fuego y que se hablara de él durante una semana completa, por lo que sin pensarlo mucho echó a andar hacia su hogar.
Sin importarle, o no cayendo en cuenta en ese momento, que su casa quedara a dos horas de la universidad.
Ya tenía avanzadas bastantes cuadras cuando una bocina proveniente de la calle le hizo salir de sus cavilaciones. Al levantar la vista se sorprendió de ver a Virgo, sin pensarlo mucho se subió al asiento de copiloto, poniéndose el cinturón y arrojando su maletín a los asientos traseros.
El castaño comenzó a conducir por el camino a casa y Leo agradeció internamente que no le preguntara por su mejilla amoratada o su inusual silencio. Sabía de antemano que al llegar a casa le cuestionaría hasta lo más mínimo y que en cuanto apareciese su hermano mayor el rollo se repetiría.
Se entretuvo mucho tiempo observando la carretera, en algún momento del viaje Virgo prendió la radio y suaves melodías llenaron el interior del auto, el aire acondicionado le aliviaba el ardor y sin darse cuanta dejó caer la cabeza en el vidrio de la puerta mientras sus ojos se cerraron pesadamente. Estaba tan cansado.
(...)
El sonido de la puerta principal azotarse le hizo dar un respingo en el sofá ¿Cómo había terminado en el sofá, de todas formas?, se enderezó aletargado y con una de sus manos no dormidas limpió la comisura de sus labios donde vergonzosamente un hilillo de saliva se escapaba.
Soltó un quejido al tocar su mejilla sensible, de inmediato recordó el golpe, esa mujer tenía la mano pesada.
Escudriñó toda la sala, notándose solo. Le extrañaba, no escuchaba ningún ruido en la casa y nada indicaba que Aries o Virgo estuvieran en ella, nunca volvían a salir después de la hora del trabajo. Era una de las ventajas del oficio, teniendo en cuanta las horas de viaje diario lo valían.
Se levantó perezoso y bostezando, tenía mucha tarea que adelantar y los exámenes estaban a la vuelta de la esquina.
Caminó rumbo a las escaleras que llevaban a su cuarto, sin embargo se detuvo escuchando un estruendoso ruido proveniente de la cocina apenas pisó el tercer peldaño.
Preocupado, corrió en la dirección del sonido, hallándose en un lugar destruido y sucio al apenas cruzar la puerta.
Hojas secas, cerámica rota junto a botellas destrozadas, sus ojos percibieron el movimiento de una rata escabulléndose por la orilla de una pared repleta de grafitis. El horrible olor del lugar le provocó náuseas.
Dio media vuelta para correr del lugar ¿Qué mierda de lugar era ese? En su carrera y nublado por las ganas de vomitar chocó con algo, no tan duro como una pared pero tampoco demasiado blando como una almohada. Una persona.
Trastabilló hacia atrás y de no ser por los fuertes brazos que lo sujetaron habría caído de sentón sobre todos esos vidrios y cerámicas. La idea le espantaba. Levantó la vista, reteniendo la respiración por la confusión.
Se encontró con unos intensos ojos rubí, había preocupación y desconcierto en ellos. Leo se encargó de escudriñarlo con detenimiento, acompañado de esos dos rubís se perfilaban unas larguísimas pestañas junto a finas cejas rubias fruncidas en un pronunciado ceño.
Nunca había encontrado a otra persona más que su hermano y él mismo que gozara unos ojos tan rojos como el infierno mismo.
Se dio la libertad de bajar más allá de su nariz respingona y reparar en sus finos labios, cerezas. ¿Era muy extraño quedarse viendo a otra persona por la eternidad?
Leo carraspeó, volviéndolos a la realidad, el rubio lo enderezó sobre sus pies y durante minutos no se dijeron nada, mirándose.
—Creí que no había nadie más. —habló el rubio. Caminó hacia una mochila a la orilla del lugar y comenzó a guardar latas de pintura dentro de ella.
—N-no sé dónde estoy, estaba en la cocina de mi casa cuando aparecí aquí... —Leo dejó de murmurar observando cada movimiento del rubio, ¿Era seguro confiar en él? — ¿Por qué estás en un lugar como este? Es asqueroso.
—No todos los días encuentras una pared tan perfecta, estas cosas hay que aprovecharlas, aunque sea en un lugar asqueroso. —el otro señaló la pared a su espalda, donde Leo solo vio garabatos pintados.
—Nadie lo verá en este lugar. —afirmó.
—No necesito que todo el mundo lo vea, solo las personas indicadas sabrán admirarlo —el rubio observó su obra de arte por un largo rato, satisfecho con sus trazos y colores. —De todas formas, ¿Qué hace alguien como tú en estas ruinas? No pareces del tipo que se mete en peligro.
—No sé muy bien como terminé aquí, pero te agradecería si me indicaras una salida para respirar aire limpio. —Leo comenzaba a sospechar que el repudio a los gérmenes lo había adquirido de los hábitos de Virgo.
El otro muchacho asintió riendo y le indicó el camino personalmente.
—No me has dicho tu nombre, colorín. —llegaron a un patio de plantas secas y arboles otoñales, cercado con alambres. —o prefieres que te llame colorín.
—Soy Leo, y no, no puedes llamarme colorín. —frunció su ceño y cruzó sus brazos sobre su pecho, agradecía que el horroroso olor ya no atentara contra su nariz, pero ahora el frio viento le calaba los huesos. Justo en ese momento reparó en que el otro muchacho llevaba gorro y bufanda. El día estaba realmente frio y solo traía una camiseta amarilla y pantalones cortos. —¿Y tú cómo te llamas? —pregunto esta vez.
— ¿De qué tengo cara? —contestó con otra pregunta, divertido. Leo lo miró sin entender —Vamos, es fácil, algunas caras te dan pequeños indicios del nombre de la persona. Ahora, inténtalo conmigo, ¿Cómo crees que me llamo?
Leo blanqueó los ojos, no tenía ganas de juegos tontos. Al notar que el otro no desistiría, suspiró con molestia, soltando el primer nombre que le llegó a la cabeza. —Bob.
— ¡Ni siquiera lo estas intentando! —se burló el rubio, divertido por la impaciencia del pelirrojo.
— ¡Olvídalo! No necesito saber tú nombre, solo indícame la salida —demandó frustrado, no seguiría los juegos absurdos de ese desconocido. Le hervía la sangre verle carcajearse como un crío.
—Está bien, está bien, la salida está por allá —limpiando las lágrimas de las comisuras de sus ojos señaló una parte del alambrado que estaba abierto. Posiblemente por actos de vandalismo. —No eres del pueblo ¿Verdad? Todos cuando son niños entran a las ruinas, es como una tonta prueba de valor, si no lo cumples te tiran por el barranco.
—¿En algún momento dejas de decir incoherencias? —cuestionó fastidiado el pelirrojo, caminando hacia el alambrado roto. Tomó con cuidado las dos partes de metal para no enganchar sus ropas o lastimar su piel —Un placer conocerte Bob.
Antes de cruzarlo se giró hacia el rubio, quien movía los labios sin emitir sonido, distante a cada momento.
Un dolor intenso se prolongó por su cabeza.
—¡Leo! ¡¡Por amor a marte!! ¿¡Qué haces en la ventana?! —un fuerte mareo abordó al león en cuanto divisó a su hermano mayor en el corredor de la casa. Leo comenzó a temblar al volver la mirada al frente encontrándose sosteniendo ambos vidrios de la ventana y su cuerpo a medio salir por ella. La caída de un piso de altura le heló la sangre y asustado osciló en el filo. De no ser por los brazos de Aries que lo impulsaron hacia atrás cayendo en el alfombrado suelo habría terminado de la peor forma. —¡Santo dios! ¿¡En qué demonios pensabas?!
Leo lo miraba sin comprender, su mente intentando comprender lo que había ocurrido hace segundos atrás. Casi se lanzaba por la ventana. ¡Casi caía por una puta ventana!
—A-Aries... Y-yo no entiendo lo que pasó... —el corazón del león latía rápidamente, aferrándose a las ropas del otro, ¿Qué había pasado con las ruinas abandonadas? ¿Y el chico rubio? ¿Fue una locura de su imaginación? ¡Casi caía por una ventana! —C-casi me lanzo por una puta ventana...
—¡Ya me di cuenta de eso! Leo, mírame a los ojos y dime que te está pasando —el mayor tomó las mejillas del león y le obligó a verle a los ojos. Rubí y rubí encontrándose. Los mismos ojos del chico rubio. —Estás helado...— con sus pulgares acaricio las pálidas mejillas del menor. — ¿Acaso estuviste andando sonámbulo? ¿Fue eso?
Leo se mantuvo en silencio por un rato, sin poder cavilar en una respuesta lógica.—Creo que era sonámbulo... solo recuerdo estar dormido en el sofá ¿Virgo está en la casa? —el menor preguntó, la cabeza comenzando a palpitarle de pronto. No quería lidiar con eso ahora, tenía muchas cosas que asimilar. —Necesito descansar.
Aries le dirigió una mirada severa pero preocupada y asintió —Lo dejaremos para después, ve a descansar, no te salvaras de esta conversación jovencito.— el pelirrojo mayor acaricio los revueltos cabellos de Leo y le dejó ir, incorporándose los dos del suelo —Le diré a Virgo que te lleve una pastilla en un rato, por si quieres hablarlo con él.
—Está bien, lo hablaremos en la mañana, lo prometo.
...
Continuará...
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