I. Despacho mágico
Khia
-¿Estás seguro de querer hacer ésto? -pregunté. Notablemente insegura.
A medida que avanzábamos, mis dedos se clavaban con más brío a los fornidos brazos de Jungkook. A diferencia de los míos, la manera de sus movimientos exudiaban serenidad.
Visto que ningún tipo de respuesta huyó de su garganta debido a lo concentrado que se hallaba descifrando el manojo de llaves, permanecí quieta. Únicamente iluminando con la linterna de mi móvil tal y como Jungkook lo necesitaba.
Al obtener la llave correspondiente, el chillido gutural proveniente del pelinegro se adentró a mis tímpanos. Sin duda, me resultó imposible contener la risa. Estábamos nada más y nada menos que irrumpiendo al despacho secreto del señor Jeon, ése que mantenía bajo candado ante cualquier circunstancia. Meses atrás, Jungkook me confesó que nunca, jamás de los jamases, le habían concedido el permiso de colocar un pie ahí.
Pero hoy era el día.
Luego de un par de segundos, la cerradura cedió y la puerta fue abriéndose emitiendo un chillido que extinguió el lóbrego silencio. Anulé mi agarre de la extremidad de Jungkook, otorgándole la libertad de acceder al cuarto y cumplir lo que se le antojase.
El revoloteo de sus curiosos orbes conmovió una de mis piezas internas. Mi corazón me amenazaba con estallar. Sobre todo al instante en que giró su cuello y distinguí su perlada sonrisa, acompañada de una mirada estrellada.
El picor en la punta de sus dedos por el deseo se notaba a leguas, y sabía que estaba absteniéndose de toquetear cualquier tipo de cosa valiosa -aunque no aparentasen serlo-, por nuestra seguridad. Absolutamente nadie estaba al tanto aparte de mi persona sobre lo que destapar el misterio de su padre significaba para él. Asunto que me consumía día tras día por el descontento que mi amigo llevaba a cuestas.
Sin bajar la guardia, me mantuve alejada sosteniéndome del pomo. No le mostré en ningún momento lo asustada que estaba cada vez que oía algo, por más mínimo que fuese. De vez en cuando me echaba una ojeada para comprobar mi estado y simulaba estar controlada, aunque por dentro me encontrase con los pantalones enteramente empapados de orina.
Una pregunta seguía rondando en mi cabeza: ¿por qué el señor Jeon le habría ocultado ésta maravilla de habitación a su primogénito?
El despacho constaba de tres estantes colosales con infinidades de libros polvorientos. Mis ojos ascendieron minuciosamente hacia el candelabro antiguo que pendía del techo, los cristales chocando con ayuda de la vaga brisa y emergiendo una suave entonación. En el centro descansaba un escritorio caoba de madera fina, sorprendentemente pulido y brillante; similar a los ojos de Jungkook cuando me relataba sus sueños.
Intercambié el peso de mi pierna cuando volví en sí, mis zapatos sin despegarse del piso desde que decidimos invadir propiedad privada. Mis dedos tornándose pegajosos por el gélido sudor que se manifestaba.
Observé a Jungkook como el mismo niño intrépido que conocí años anteriores cuando tomó uno de los libros gigantescos del señor Jeon. En éste caso, la curiosidad no mataba al gato, sino al conejo. Con sumo cuidado, tiró del libro y reí por lo bajo gracias a sus muecas en las que fingía no soportar el peso, pero tenía la certeza de que él podía con aquello y mucho más.
Es tan fuerte, emocional y físicamente.
La suela de sus botas resonaron contra el piso en cuanto se acercaba a mí junto con el libro que cogió minutos antes. Al situarse en medio de mi campo de visión, murmuró más cosas para él que para mí y por ello, mantuve el silencio.
-Ésto... ¿ésto para qué crees que sea, Khia? -tanteó las hojas amarillentas con su dedo índice. Intenté meter mi nariz para curiosear y leer-. Reconozco la letra de mi padre, sin duda lo es. Pero, ¿a qué se refiere con viajes en el tiempo?
Mi cara fue adornada por la mismísima perplejidad. Supuse que se trataba de una de las inigualables jugarretas de Jungkook, pero al ponerme de puntillas y observar con mejoría, efectivamente la portada rezaba aquellas palabras.
...Viajes en el tiempo.
-¿Por qué no lo lees? Hacedlo antes de que tu padre nos cache -le animé, dándole palmadas breves en su hombro. Inesperadamente acercó sus labios hasta mi frente, depositando un sonoro beso que me dejó desorientada.
-Gracias por ser mi compañera de ideas descabelladas -me agradeció, y una parte de mí estaba tranquila por la oscuridad cubriendo mis mejillas seguramente sonrojadas-. Viaje al año mil trescientos noventa y dos, mil novecientos cinco -leyó con rapidez, y me fue inevitable no fruncir el ceño ante aquellas palabras-. Joder, Khia. Mi ce-cerebro no puede procesar ésto...
-Sí, sí, Edward. Todo está almacenado en...-
Reconocí la descollante voz del señor Jeon, su cercanía rozándonos la nuca. Mi mirada es atropellada por la de mi amigo en cuestión de segundos. Percibo el modo en que sus dedos aprisionan mi muñeca mientras consigue hacer un sprint que me arrastra por el rústico piso.
Examino su cara de pánico y reprimo una risa, porque me hace recordar a un desamparado cervatillo. Es demasiado tarde como para salir corriendo sin que nos descubran. Por la misma razón, señalo lo antes posible un armario idóneo para esconder dos cuerpos como los de nosotros.
Ni corto ni perezoso, abrió la puerta a la velocidad de la luz y logramos escabullirnos silenciosamente.
No sabía que necesitaba la proximidad de Jungkook, su aliento gélido y respiración anormal chocando contra mi piel hasta ése momento. Cerré los ojos para disfrutar del aroma natural que desprendía y se concentraba en las profundidades del armario. Podía oír los apresurados latidos de su corazón, hasta que tanteé las zonas con mi mano y la trasladé a su pecho, proporcionándole caricias que aseguraban mi estadía permanente en su vida.
El palabrerío del señor Jeon es amortiguado por la madera que nos protegía. No lográbamos oír absolutamente nada, y no sé si eso significaba buenas o malas noticias.
La piel se me eriza cuando noto que mi amigo del alma está abriendo lentamente la puerta del armario en un acto de curiosidad. Ahora la bombilla del despacho está encendida, y lo sé porque el rostro níveo de Jungkook está siendo invadido por la luz colándose en el resquicio. Di un apretón a su brazo y me miró instantáneamente con reconocible hastío.
No me resulta buena idea que esté actuando con valentía en un momento como éste, por ello, proporcioné otro apretón en la misma zona y enseguida, oí la liberación de un suspiro. Quizás molesto por mi insistencia. Sin embargo, me alivió cuando encajó la puertecilla en su lugar.
-K-kook -tartamudeé en voz baja por los nervios arremolinándose en mi garganta. La oscuridad que nos arropaba no me era de ayuda para hallar su rostro-. Tengo miedo, Kook. ¿Estás oyéndome? Por favor, respóndeme, sabes qu-e...
Su silencio sepulcral me alarmó antes de que su mano segura se enlazase con la mía. La diferencia de tamaño era notoria, pero mágicamente dejé de temblar con su tacto bajo el mío.
Con él me sentía bien, no importaba qué debía enfrentar.
Un portazo a través de la madera se escucha, y Jungkook como puede sujeta con más fuerza mi mano. Abrió la puerta, cerciorándose de que no hubiesen moros en la costa y así, nos encontramos nuevamente con las penumbras, tal y como cuando habíamos llegado.
Una caricia de su pulgar en mi dorso me avisó que ya estábamos a salvo. Con un brinco, vuelvo a tierra firme y me suelta, dejándome con un diminuto vacío que es reemplazado por la paz que me ofrece su sonrisa.
-Por lo que veo no te gustan las aventuras desafiantes, ¿eh, nena? -dedujo entre risas y jadeos de adrenalina. Posándose sobre sus rodillas para recuperar el control de su cuerpo-. Deberíamos salir de inmediato, ¿qué dices de volver mañ-...?
-¿Volver, Jungkook? -le pregunté emparanoyada-. ¡Hoy casi muero! -exageré aún más sin levantar la voz, alzando las manos al aire y encogiendo mi cuello.
Escuché una risa de Jungkook antes de que abalanzase su cuerpo hacia mí para abrazarme. Me levantó ligeramente del piso y apreta mi estómago con sus brazos de manera peculiar y fraterna. Suplico con pequeños golpes de puño en su pecho que me baje, y antes de cumplir mi pedido, sus pozos se pegan en mi semblante.
La sonrisilla de conejo se desluce a medida que mi cuerpo desciende. Entonces, le contemplo por unos segundos. Mi pequeñez siendo una virtud ahora.
¿Así es como se siente observar al universo completo?
Dió un paso hacia mí y permanezco inmóvil, sin saber qué loca idea está atravesándose en su mente.
Con el corazón en la garganta, mis teorías son confirmadas cuando de pronto sus labios rosados se ciernen a los míos de manera súbita. Hizo el esfuerzo de adaptarse a mi estatura y no tardo en ayudarle poniendo mis pies en punta. Ambas bocas encajan como si estuviesen moldeadas para éste propósito, perdiéndose en la danza de vaivénes que muero porque no llegue a su fin. Sus labios siempre me parecieron una creación fascinante, pero ahora que estoy siendo afortunada de probarles, el sabor del café ha dejado de ser mi favorito para tenderle el trono a los dulzones y sedosos labios de Jungkook.
Sin previo aviso, rompió el beso en un chasquido. Tardé en abrir los ojos por los nervios y sus manos que aún sostenían los lados de mi cabeza llevándome a un trance. No comenté absolutamente nada, puesto que que mi corazón latía sincero y alto como para que él lo escuchase. Eso valía más que mil palabras.
Su sonrisa volviendo a mí me inunda en una ola de emociones. Noto cómo arruga su nariz, y tal gesto me debilita. No me doy cuenta que tengo la boca entreabierta cuando su mano acoge mi mentón y lo sube, regresándolo a su lugar.
-Después de ésto querrás volver otra vez, ¿o me equivoco, Khia?
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