9. luz pálida de luna
https://youtu.be/mJcjXjYWI6E
En medio de esa oscuridad llana, la luz de la tienda de campaña se vislumbraba cálida y soledosa, semejante a la sensación de ver el fuego de una chimenea a través de la rendija de una ventana en un día nevado, sobre todo cuando empapada de pies a cabeza, Choi Eun hee tiritaba de frío glacial. Cuando miró la hora en su reloj de mano, eran pasadas las una de la mañana.
Quedarse a dormir en un lugar apartado y desconocido no le generaba ni una pizca de emoción a Choi Eun hee, menos con su prolongada tendencia al insomnio y al aislamiento. Se recordaba a sí misma con cinco años haciendo escándalos cuando la obligaban a compartir pieza, o peor, cuando tenía que pasar la noche fuera de casa. En aquel entonces, llegaba un punto en que se hartaba de todos y gustaba de perderse por horas, propagando el pánico entre los adultos responsables.
Los recuerdos inundaron la mente de Choi Eun hee durante esa fría mañana, mientras su mirada se perdía en el paisaje fuera de la ventanilla y sus audífonos silenciaban las voces y el rebote del autobús que cada cierto tiempo desencadenaba fuertes brincos. Sentado a su lado, Lee Suho parecía tener las mismas pretensiones, y Eun hee lo confirmó cuando le preguntó sin emoción si acaso podía compartirle un auricular. Closer de RM resonó en los oídos de ambos jóvenes. Y aunque se trataba de una canción que llamaba a la tranquilidad, afuera, más allá de la vidriera, la vida parecía latir a un ritmo frenético.
Una vez pusieron los pies en el campamento, las tardes sucedieron un tanto más amenas de lo que Choi Eun hee se imaginó. A excepción de algún que otro extraño acontecimiento. Por ejemplo, las mujeres, más en cantidad que los hombres, se vieron obligadas a compartir tienda como resultado de un consenso entre profesores y estudiantes que a Choi Eun hee le pareció de lo más injusto. Por eso, una mañana, debido al desvelo, Choi Eun hee se había despertado más temprano que de costumbre y había visto a Lim Jukyung maquillándose. Cuando Eun hee la saludó, somnolienta, desde su saco, Lim Jukyung se había puesto a llorar como una magdalena.
Espantada, Eun hee se le había acercado pensando que alguna desgracia había acontecido. Cuando escuchó la explicación de Lim Jukyung sobre lo insegura que se sentía ahora que le había conocido sin maquillaje, Choi Eun hee estuvo a punto de pegar una fuerte risotada. En vez de confesarle que le parecía un miedo ridículo y de demotrarle con ello su completa falta de empatía, le abrazó cálidamente en son de consuelo. Lim Jukyung no cambiaba tanto sin maquillaje. Lim Jukyung simplemente cambiaba como cualquier otro sin maquillaje.
Escuchar cantar a Han Seojun también se sintió como un momento flamante. Al verlo, Eun hee se lo imaginó componiendo una melodía para uno de sus poemas. Esa misma noche, motivada por sus deseos, Choi Eun hee habría decidido pasar la media noche escribiendo a orillas del lago, en un terreno rodeado de arbustos y sobre la hojarasca húmeda de los abedules. Sentada sobre un tronco muerto, la noche, aunque fría, se percibía fragante y vivificante para la joven.
Cuando Han Seojun terminó de consolar a Lim Jukyung después de que le rompiera el corazón confesándole sin tapujos que estaba enamorada de Lee Suho, pensó que lo mejor era irse a dormir y no pensar en nada hasta el día siguiente. Eso hasta que vio a aquella mujer con quien había tenido nula interacción durante su estadía en el campamento. Viéndola anudada por los árboles, Han Seojun se convenció de que era una noche demasiado hermosa como para dejar que su orgullo siguiera controlando sus emociones.
—Lo siento por ti —le había dicho Choi Eun hee cuando vio que se sentaba a su lado en silencio y fijaba sus ojos en el lago, enmudecido. No hacía falta preguntarle qué le pasaba. Choi Eun hee dedujo por la noche que su corazón estaba malherido.
—Tú sabías —respondió él, sin intención de que sus palabras sonaran a reproche.
Choi Eun hee enmudeció.
—Me duele más de lo que pensé que podía dolerme. Y no sé cómo pararlo.
Escuchándolo, a Choi Eun hee se le humedecieron los ojos. Han Seojun se mostraba vulnerable ante ella y extrañamente sintió que no merecía verle así.
—Si te hace daño y piensas que no va a cambiar, quizás sea mejor que lo dejes ir, Han Seojun —dijo Eun hee cuidadosamente.
—Pero no pu... —titubeó— ¿Y qué si no puedo? No me molesta estar ahí para ella aunque no me quiera. No me va mal ser perseverante.
—Está bien si es lo que quieres. Al final solo depende de eso, de lo que tú quieras.
—No es tan así. No me va bien manejando mis emociones.
Eun hee relfexionó.
—Es cierto, no puedes controlar tus emociones. Pero sí que puedes decidir qué hacer con ellas, con lo que sientes. Dicho de otra forma, las personas no escogemos enamorarnos, pero sí podemos decidir si amar o no. Amar pasa por una decisión. Amar es una decisión.
—Señorita Eun hee, en la práctica no veo la diferencia entre estar enamorado y amar.
La joven suspiró. Para dárselas de galán le faltaba muchísima calle.
—Han Seojun, puedes enamorarte de cualquiera. Pero cuando decides amar, decides estar cerca de esa persona, decides ayudarla y ponerla en un pedestal para que sea una de tus prioridades en la vida. Se trata de acciones. Cuando decides no amar, simplemente la dejas ir, aunque sigas enamorado.
El rumor del viento removiendo los abedules llenó el cielo nocturno.
—¿Cómo lo haces?
—¿Qué?
—Para saber todo eso. Parece como si supieras antes que todos lo que les pasa o sienten.
—Yo no sé mucho. Solo observo.
—¿Y no estás triste?
Eun hee parpadeó.
—¿Debería?
—Te gusta Lee Suho y a Lim Jukyung también. Y es tu amiga.
Choi Eun hee le miró, pestañeó y calló, turbada, aunque por dentro tenía muchas ganas de reír. La gente es muy graciosa, pensó. Apagó la lámpara de patito, cerró su libreta y dejó que la luz de la luna sorbiera un suspiro que soltó.
—Vamos, puedes desahogarte conmigo —Han Seojun insistió—. Puedo entender por lo que estás pasando.
—No me gusta Lee Suho. Ya déjate.
Han Seojun sintió que el efluvio de las hierbas le calmó cierta inquietud que guardaba en su interior.
—Pero compartiste audífonos con él —afirmó Seojun, con expresión inquebrantable.
La joven Eun hee simplemente calló y se dedicó a respirar del exquisito olor que emanaba de las aguas del lago. Seojun la miraba de soslayo cada tanto. Después de un rato, el joven Han dio un fuerte resoplido.
—A Lee Suho le falta emoción. Y de seguro él piensa lo mismo de mí. Verlo me recuerda a la sensación que tuve cuando probé por primera y única vez el café descafeinado. Muy desabrido para mi gusto.
Han Seojun sonrió. Súbitamente, se sintió más livianito que nunca.
—Entonces ¿qué buscas?, ¿algo sabrosón? —preguntó Han Seojun ladinamente.
—Yo no busco. Pero si me encuentro con algo me gustaría que fuera adrenalínico y apasionado.
—Explícate —apremió, con un tono semejante a la súplica.
Choi Eun hee se detuvo. Reflexionó. La idea de sincerarse a medias con Han Seojun le provocaba cierto redolor en el estómago. No confiaba lo suficiente en él. Sin embargo, en medio de aquella oscuridad reinante todo parecía aligerarse, y el peso de su sentir pronto se silenció paulatinamente. Nada podía ser tan importante.
—No sé, Han Seojun. Quiero algo que me haga sentir adrenalina, que me acelere el corazón y me haga tiritar de frío, o de calor. Sentir que soy una hoja y el viento me azota y me humedece. Sentirme traspasada por la luna. Algo así como salvaje. Eso es lo que quiero.
Han Seojun tragó saliva, se sintió pequeño y vulnerable. Qué formas eran esas las de expresarse. Tuvo que usar algo más que el raciocinio para entender lo que Choi Eun hee quería decir, tuvo que hacer algo parecido a lo que hacía cuando escribía canciones: dejar de pensar y empezar a sentir, silenciarse. Eso le pedía. Dejarse disolver con ella en sus palabras.
Pronto un silencio cómodo reinó entre ambos, faltaba poco para que diera las una de la mañana. A esa hora, la vida, en suspenso, colgaba de la palidez de la luna creciente sobre ellos.
No faltó mucho para que Seojun se pusiera de pie e invitara a Choi Eun hee a levantarse. "¿Qué bicho te picó?", le había respondido ella cuando Han Seojun se atrevió a pedirle que se sacara los zapatos y la chaqueta. Han Seojun le dijo que si acaso no confiaba en él, y ella, con toda la honestidad del mundo, le había respondido que no, qué cómo si apenas se conocían lo suficiente.
Después de un rato de discusiones y acuerdos, finalmente Eun hee cedió. Dejó su libreta y su lámpara de pato y se desprendió de sus zapatos y de su chaqueta. La joven no alcanzó a ver que Han Seojun hacía lo mismo, y solo se dio cuenta cuando la cargó en brazos y la condujo junto a él dentro del lago.
Entre gritos de sorpresa y risillas nerviosas, terminaron sumergidos. Han Seojun nunca soltó a Choi Eun hee, quien ahora le reclama con cierta estupefacción que al otro día amanecería resfriada y que tendría que hacer el viaje de vuelta tapada en papel para limpiarse el moquillo. Han Seojun había sonreído mientras la escuchaba y la miraba unos cuantos centímetros por debajo. La luz de la luna se reflejaba en sus ojos y un par de hojas de abedul se habían adherido a su cabello húmedo.
Han Seojun se estremeció cuando sintió las manos de Choi Eun hee apoyadas en su pecho.
—Dijiste que querías adrenalina —susurró Han Seojun. El vaho de su aliento le acarició el rostro a Choi Eun hee, que todavía permanecía en sus brazos como un bebé.
—¡Han Seojun! —reclamó ella, despacio. Además del sutil chapoteo del lago, el sonido de las hojas al vaivén del céfiro y el estridular de las cigarras, reinaba un silencio plácido.
—Shh —él la silenció, y lamentó no poder acariciarle sus pómulos enrojecidos—. Me dijiste que querías adrenalina y ahora tu corazón late con fuerza. Querías algo que te hiciera tiritar de frío o de calor y sentirte como una hoja húmeda, y ahora tienes unas cuantas sobre ti. Ser atravesada por la luna es un poco más difícil, pero al menos puedo ver su reflejo en tus ojos y en el agua que nos ciñe. Confía, un poco más y te conviertes en la luna misma. Y te ves preciosa con un trozo de luna sobre ti.
Choi Eun hee sintió como si aquellas palabras saliesen de la boca de un alguien que no conocía.
—¿Por qué? —preguntó, con la voz entrecortada, por el frío y por una extraña emoción cálida que se acopló en el centro de su estómago.
"Porque tengo ganas de satisfacerte, de verte sonreír y de hacerte el amor hasta que no podamos más", Han Seojun tuvo el deseo ardiente de responder y de sincerarse de una vez. Pero cerró sus ojos, se contuvo y en cambio dijo:
—Choi Eun hee, me gusta mucho tu olor.
La joven Choi se sacudió. No recordaba la última vez —si es que la había habido— en que Han Seojun la llamó por su nombre así sin más.
—¿Ah, sí?
—Sí.
—¿Cómo es?
—¿No sabes? hueles como este lugar. Como a madera y a bosque, a planta silvestre. Aunque puede ser que un poco más suave.
A Choi Eun hee le dio gusto entrever cómo el vaho de sus alientos se entremezclaban y sentir que sus labios estaban cerca de los de Han Seojun, que las gotas que escurrían de su rostro caían en la comisura de sus labios. El roce de su ropa en la de él le generaba una fricción enardecedora.
—Creo que deberíamos salir —dijo Choi Eun hee, con algo parecido al dolor.
Han Seojun entendió, aunque no haya podido disimular del todo la decepción en su cabizbajo andar. Pronto estuvieron de camino a sus respectivas tiendas. Durante un rato caminaron juntos. Choi Eun hee llevaba su libreta entre sus dedos índice y pulgar, a manera de pinzas para no estropearla con la humedad de sus manos.
Una vez llegaron al punto en que sus caminos divergían, Choi Eun hee se confundió cuando Han Seojun le preguntó si acaso estaba segura de querer dormir en su tienda. Cuando ella respondió que sí, sin entender todavía su pregunta, él se le acercó y su corazón se apabulló: se había despedido de ella con un beso en la mejilla. Había sido un beso lento, largo y húmedo.
Cuando especuló el posible significado de su pregunta, Choi Eun hee sintió el ya conocido redolor entre sus muslos húmedos. La invadió una extraña sensación de anhelo, de deseo urgente y de lánguida nostalgia. Tuvo el impulso de gritarle que se devolviera, que la llevara a su tienda y le hiciera el amor. En cambio, enmudeció y sintió como si un fragmento de ella se quedara suspendido en el reflejo pálido de la luna.
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Nota de la escritora:
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