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8. el hilo fantasma

https://youtu.be/vL1wPp9UtKM

Han Seojun pensó que Choi Eun hee no llegaría. Pero incluso cuando llegó, con quince minutos de retraso, Seojun todavía no estaba convencido de que fuese ella. Llevaba puesto un vestido de invierno con motivos floreados que le llegaba un poco más arriba de la rodilla, unas medias negras, mocasines altos y una chaqueta de mezclilla con chiporro. Su pelo largo y lacio caía suelto hasta su cintura. Cuando estuvo a su lado, Choi Eun hee se ruborizó.

—Te ves muy linda.

Eun hee le dirigió una mirada rápida, y guardó sus audífonos y celular en una pequeña cartera.

—Si vamos a hacer algo será mejor que lo hagamos bien y no a medias —respondió ella, y comenzó a caminar—. Supe que irán al cine a ver El hilo fantasma. La función empieza pronto, así que tenemos que apurarnos. Es una película larguísima, pero leí que tiene buenas críticas. Si me preguntas a mí, no es una buena idea quedar por primera vez con alguien para ver esa peli. Es densa y triste.

Seojun quiso preguntar cómo sabía tanto sobre la película con solo leer unas cuántas reseñas, pero decidió callar y seguir rápidamente sus pasos. Una vez llegaron al cine, en la quinta planta del centro comercial, vieron que una larga fila de personas se erguía delante de ellos.

—Allá están —Choi Eun hee apuntó más adelante. Lim Jukyung y su acompañante permanecían uno al lado del otro. De vez en cuando se sonreían esperando el avance de su fila.

Escuchándola, a Han Seojun lo golpeó la confusión, sintió que todo iba muy rápido. A su lado, Choi Eun hee lucía inquieta. De pronto se sorprendió olvidando el verdadero motivo que les había llevado a ese lugar.

La joven Eun hee nunca se sintió cómoda esperando su turno en filas, pero esta vez lo agradeció. Han Seojun se mostraba particularmente callado y le alivió la posibilidad de esperar de pie y en silencio. Había estado a punto de no ir, pero se había recordado a sí misma que ella no dejaba a las personas tiradas y en cambio solía cumplir con su palabra.

Los encuentros anteriores con Seojun habían despertado en ella un deseo antes caduco, Choi Eun hee se había pasado la noche anterior abriendo ventanas de incógnito en google para realizar búsquedas que le ponían de un color rojizo los pómulos. Trataba de tomarse el asunto a la chacota, reírse de ella misma, pero sus hormonas le exigían un follón, uno que no había tenido nunca y que  encima tenía a Han Seojun como el único que podía mitigar sus dulces dolencias.

Esa mañana había despertado agitada después de soñar que Han Seojun le hacía el amor. Sin perder la delicadeza, Han Seojun la acomodaba en su cama, le tomaba de la cintura y le follaba tan rico que Choi Eun hee sentía que perdía la cabeza. Ella gritaba su nombre y Han Seojun bufaba placenteramente, mientras le susurraba al oído y le impregnaba de su olor a naranja y canela.

Cuando despertó, húmeda como nunca, temió haber gemido su nombre en voz alta y había tenido que mirar de cerca el rostro de su madre al desayuno para descartar cualquier deje de mofa. Después del sueño, Choi Eun hee se había quedado largo rato tendida en su cama, debatiéndose mentalmente sobre cuánto diferiría tener sexo con alguien a quien se quiere a alguien que nos es indiferente.

Y ahora estaba allí, intentando mostrarse normal y sin perder de vista lo que había ido a hacer: ayudar a Han Seojun a cuidar de malhechores a su amiga.

—Tienes pinta de tener mucho calor —dijo Han Seojun.

Choi Eun hee le ignoró y en cambio se fijó en que muchas personas comenzaban a dispersarse de la fila, como hormigas cuyo camino había sido destruido despiadadamente. Con Han Seojun siguiéndola sin saber qué pasaba, la joven Eun hee se acercó a uno de los acomodadores, quien le terminó informando que los boletos para ver El hilo fantasma se habían agotado. Más allá, Lim Jukyung y su acompañante entraban a la sala de cine.

Choi Eun hee lucía decaída.

—Lo siento, debí llegar más temprano.

—No es tu culpa —aseguró Han Seojun, ceñudo—. No te pongas así.

La joven suspiró e hizo el ademán de irse, pensó que ya no tenía nada que hacer ahí. Han Seojun estuvo a punto de verla partir con los límites de su vestido golpeándole las piernas. La tomó del brazo y la detuvo. Su gesto rozó lo implorante. "No te vayas. Ya estamos acá. Hagamos algo", ofreció él. A Choi Eun hee nunca se le ocurrió que Han Seojun la arrastraría hasta la pista de patinaje en hielo.

—Ya entendí que tu idea de diversión es verme dándome de porrazos.

—Yo sé patinar muy bien. Te sostendré.

A la joven Eun hee le había resultado difícil ponerse los patines, pero no lo fue tanto como acostumbrarse al estremecimiento que le causaba el agarre de las manos de Han Seojun. "¿Tienes frío?", le había preguntado más de una vez mientras ella hacía el intento de patinar por su cuenta. El halo de ingenuidad que rodeaba a la pregunta le resultaba hasta molesto. Llegó un punto en el que se rindió ante la visión y la seguridad que le transmitía la amplitud de sus manos y se dejó embargar sin recelo alguno.

En un momento se produjo un desliz tal, que Choi Eun hee fue arrojada hasta el límite de la baranda. En un intento por ayudarla, Han Seojun había quedado con el torso pegado a su espalda, sus manos al límite de sus caderas, ciñéndose al vestido, y el aliento humedeciéndole la nuca. La joven sintió que Seojun se quedaba abrazando su cuerpo más de lo necesario y le preocupó la sensación de que ambos comenzaban a ser partícipes de un juego tácito y silencioso cuando elevó ligeramente su culo y él soltó un suspiro.

—¿No quieres comer algo? —preguntó él.

—Tengo un poco de frío —Choi Eun hee se distanció sin mirarlo.

—Vamos por un café bien caliente, entonces.

La presencia de Seojun se tornó cálida para Choi Eun hee. Y por su parte, Seojun no tuvo tiempo para pensar ni siquiera en su fallida misión. De pronto la imagen de Lim Jukyung pareció distante, como a kilómetros de distancia, y ahora Eun hee ocupaba todo su campo de visión, con sus labios temerosos sorbiendo de a poco el café caliente que había comprado para ella. El tinte de su labial se impregnó en los límites del vaso.

A esa hora de la tarde, el bullicio y pulular de la gente concedía cierto halo de irrealidad al centro comercial.

—Oye, señorita Eun hee —Han Seojun bebió de su americano caliente.

Choi Eun hee murmuró una respuesta.

—¿Qué piensas sobre eso que enseñó el profesor de Ciencias?

Eun hee le vio fijo.

—Qué quieres que te diga, Han Seojun. El profesor de Ciencias ha enseñado muchas cosas en mucho tiempo.

Seojun resopló.

—Me refiero a esa vez de la clase sobre sexualidad.

Choi Eun hee recordó vagamente. Algo sobre el sexo y el aroma y el instinto de supervivencia de la especie.

—¿No te parece frío?

—¿Qué?

—Que se limite a una cuestión puramente instintiva. ¿Qué pasa con la gente homosexual? Biológicamente no pueden procrear, pero de seguro que sienten pasión y ganas de follar.

Han Seojun pensó que la palabra follar en su boca sonaba incluso mejor que en su imaginación.

—Entonces no crees en eso de los aromas que nos atraen y la explicación biológica que hay detrás.

—No es que no crea, es que pienso que la teoría se queda corta.

Han Seojun enmudeció y bebió su último sorbo de café.

—¿Por qué lo preguntas?

—Nada. Quería saber qué pensabas.

Choi Eun hee permaneció en silencio y miró el suelo. Le parecía extraño estar a solas con Seojun en un lugar que no fuera la escuela o el hospital.

—Oye, señorita Eun hee —Seojun se secó el sudor de la frente.

—¿Sí? —Eun hee dejó el vaso de café medio vacío sobre la mesa y prestó atención al hombre frente a ella.

El joven Han se convenció de que no perdía nada con intentarlo, aun si terminaba recibiendo un coscorrón de los buenos. Se atusó el cabello, se limpió las pelusillas del abrigo, tragó saliva y fijó sus ojos en el rostro de Choi Eun hee.

— Me gustaría que nosotros nos...—balbuceó—. Quiero decir, cuando te veo siento ganas de...No. Si hacemos caso al instinto de supervivencia nosotros podríamos, y solo quizás, digo, si tú quisieras, podríamos...

—¡Ahí está!

—¿Eh?

—Lim Jukyung acaba de salir.

Lim Jukyung caminaba de espaldas junto a su acompañante. Choi Eun hee tiró a Han Seojun del brazo y lo condujo hasta la primera planta. Ahí vieron a la joven Jukyung despedirse plácidamente de quien fuera su cita.

—¿Sabes? Yo entiendo por qué te gusta Lim Jukyung —dijo Choi Eun hee mirando con discreción a la pareja en el exterior, más allá de la vidriera que los separaba. El pelo de Jukyung se movía con el viento de esa atardecida que luego desaparecería.

—¿Sí?

—Sí. Cuando estoy con ella parece que nada malo podría pasar, e incluso si pasara, seguro que con su presencia se haría más llevadero. Lim Jukyung tiene ese poder. A veces, cuando tengo pensamientos lapidarios, imagino a Lim Jukyung, me imagino con ella en situaciones desgraciadas y de pronto todo parece más fácil y ligero.

Choi Eun hee sonrió cuando terminó de hablar. Le dijo a Han Seojun que se apresurara para alcanzar a Lim Jukyung y llevarla a casa. Eun hee no se dio cuenta, pero Han Seojun arrugó el entrecejo cuando pensó que no era correcto dejarla allí sola e irse con Lim Jukyung, menos cuando tenía planeado sincerarse. Pero Choi Eun hee no le dio tiempo para hablar. Había comenzado a caminar con su pelo al viento y la basta del vestido acariciándole las piernas.

Han Seojun pensó que aquella noche terminaría distinta. Se había imaginado acariciándole el cabello a Choi Eun hee. Se había imaginado mordiéndole los dedos de su grácil mano mientras sus ojos brillaban. Seojun volvió solo a casa.

Choi Eun hee casi no se dio cuenta, pero derramó una lágrima cuando caminaba de vuelta a su casa y pensó que le hubiese gustado oler el aroma del atardecer junto a Seojun.

Lim Jukyung caminó acompañada de Lee Suho. Ambos compartieron el olor del atardecer de las calles de Seúl.






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