3. de las Ciencias Naturales y las Letras
Han Seojun nunca imaginó que una clase de Ciencias Naturales podría ser interesante. Al menos no hasta esa mañana.
"Todas las personas tienen un aroma natural y particular, que depende exclusivamente de sus componentes genéticos", comenzó el profesor. "Cuando el aroma de una persona es percibido por otro, su sistema inmunológico lo reconoce y luego determina si le resulta atractivo o no. ¿De qué creen que depende si una persona encuentra o no atractivo el aroma de otra?" El maestro se detuvo unos segundos y luego continuó "Presten atención: siempre nos será más atractivo un olor que dé señales de un sistema inmune distinto al nuestro, ya que dicha distinción asegura un sistema inmune más fuerte en los descendientes. En palabras más simples, queridos estudiantes, si nos gusta el aroma de otra persona, de manera que estimula el deseo sexual, es porque nuestro sistema lo reconoce como un buen proveedor de genes para futuros hijos".
Cuando Han Seojun terminó de escuchar la explicación, a propósito de la clase sobre sexualidad, miró de forma intermitente a Choi Eun hee que, sentada en diagonal, tomaba nota de lo dicho por el profesor. El joven Han se cuestionó si acaso lo que decía era una especie de respuesta científica al hecho que motivó su primera masturbación hace algunos años atrás, y que hasta el día de hoy le seguía trayendo dificultades a la hora de relacionarse con aquella mujer: Eun hee.
Se preguntó también si acaso el roce húmedo y cálido de sus labios en su oreja habría tenido algo que ver, si habría sido aquel acto otro foco de estímulo que eternizó su imagen como la primera mujer que le hizo eyacular, explosiva y placenteramente, entre sus blancas sábanas de algodón. De todas formas, si ese era el caso, todo ello respondía a que inconsciente reconocía a Eun hee como una madre propicia para sus futuros hijos. Hijos con un sistema inmune fuerte que aseguraban la supervivencia de la especie. Todo era cuestión de instinto, pensó, mientras observaba a la joven removerse el cabello, distante, y ajena a sus conjeturas.
Han seojun notó que el pelo de Choi Eun hee se le enmarañaba de tanto manoseo. Bebió agua de su botella cuando después de un rato sintió que le quemaban las mejillas y le sudaban las palmas.
—Mírame a los ojos.
—¿Eh? —Han Seojun titubeó, sin apartar la vista del cuaderno en sus manos.
—Para poder trabajar juntos, necesito que nos comuniquemos bien. No puedo saber si me estás entendiendo si no me miras a la cara.
"Reúnanse en grupos de a cuatro. Vamos, rápido. No pierda su tiempo buscando a su mejor amigo. Reúnase con los tres compañeros más cercanos a su asiento". La instrucción del profesor de Literatura había sido clara. Choi Eun hee terminó en un grupo junto a Lee Suho, Kang Soo jin y Han Seojun.
"Trabajaré con Suho en la primera parte del trabajo", dijo poco después Kang Soo jin. "Ustedes pueden encargarse del ítem II". Ante los dichos de Soo jin, nadie protestó. Lee Suho la miró con expresión vacía, Han Seojun hacía como que dormía y Choi Eun hee mantenía un rostro impasible mientras golpeaba con el lápiz la superficie de la mesa. Kang Soo jin argumentó que necesitaba del aire fresco en la ventana para concentrarse, así que con Suho terminaron trabajando del otro lado de la sala.
Han Seojun no se movió de su posición holgazana.
Choi Eun hee tampoco.
—Si hay algo en mi cara que te parezca repugnante será mejor que me digas —Choi Eun hee siguió. No le importaba mucho lo que pensara Seojun de ella, sino terminar el trabajo de Literatura a tiempo y, en lo posible, magnificentemente—. No me voy a molestar.
—¡Ya! Que no hay nada repugnante en tu cara, señorita Eun hee. No miro a la gente a los ojos.
Mentía. Y Choi Eun hee lo sabía. Podía tener el atrevimiento de poner en duda la belleza apolínea que la gente le confería. Sin embargo, si había una verdad sobre él que no pondría en duda jamás, es lo mucho que le complacía parecer intimidante ante las personas. La joven Eun hee sabía que Han Seojun se hacía con el llamado arte de la mirada para asustar a la gente. El hombre aquel, no era y no sería jamás un mártir de la mirada.
No obstante, por supuesto que Choi Eun hee no iba a perder el tiempo refutándole.
—¡Pero ya! Que haré el intento —refunfuñó cuando notó que Eun hee no respondería—. Lee mi parte del trabajo y dime si está bien o si tengo que arreglar algo —demandó con pereza.
Choi Eun hee permaneció en silencio mientras leía. El tinte azul de la lapicera se reflejaba en sus anteojos de lectura.
La caligrafía de Seojun era prolija y ligeramente curvada hacia la derecha. La joven pensó que tenía dotes artísticos. Detectó también en la redacción una elegancia particular, cierto estilo que tendía a lo metafórico y a lo alegórico, y que rozaba lo poético.
—Escribes —aseveró Choi Eun hee mientras continuaba leyendo el trabajo, con el entrecejo fruncido.
—Claro que sé escribir.
Choi Eun hee lo miró por sobre sus anteojos de lectura, adusta.
—Me refiero a que escribes con constancia. A que usas el lenguaje para tus propios fines. A que escribes literatura. O qué se yo.
Han Seojun la miró de reojo, con expresión solemne, y guardó silencio. Se mantuvieron callados hasta que el ítem II del trabajo estuvo terminado.
Cuando la clase terminó y Han Seojun vio a Choi Eun hee queriendo salir por la puerta, la detuvo con un toquecito en su hombro. Choi Eun hee se volteó, se sacó un audífono de su oreja derecha y esperó a que hablara. Notó que después de años evitándolo, Han Seojun al fin volvía a mirarla a los ojos.
—Yo no escribo literatura, señorita Eun hee —dijo él.
La mujer esperó. No entendía adónde quería llegar.
—Escribo canciones. Compongo canciones. Mis propias canciones. Eso es lo que hago —finalizó.
Ese mismo día en la tarde, apenas llegar del colegio, Han Seojun se dirigiría a su pieza y rompería la promesa que se había hecho a sí mismo hace tres años. Se bajaría los pantalones, tomaría su miembro y se masturbaría pensando en la calidez de los labios de Choi Eun hee; en el pelo revuelto de Choi Eun hee; en los ojos de Choi Eun hee que le traían el recuerdo de su olor a madera silvestre; en Choi Eun hee leyendo la letra de sus canciones con sus anteojos de lectura puestos. Se acariciaría pensando en aquella mujer como una madre propicia para engendrar a sus futuros hijos. Porque al final de todo supo entenderlo: todo era cuestión del mero instinto de supervivencia.
Mientras Han Seojun lo hacía en un rincón oscuro de su cuarto, Choi Eun hee recordaría cuando, después de haberle contado que lo que escribía eran en realidad canciones, Han Seojun enredó su índice en un mechón de su cabello suelto. Lo había frotado por un segundo y luego lo había soltado con un descuido tal que la mecha golpeó su rostro y le chuceó un ojo. Su reclamo se había perdido en la vuelta al final del pasillo, donde Han Seojun desaparecería.
Nunca nadie, a parte de su familia y Soo jin, le había tocado el pelo. Se trataba de un gesto íntimo, privado, que solía imaginarse arrimado en una esquina oscura de su habitación. A la fuerza acababa de salir desprendido de su rincón y hacía que algo nuevo palpitara con una fuerza cálida y exasperante. Choi Eun hee se apresuró a la salida de la escuela.
Afuera el viento dibujaba los árboles.
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