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12. deje de tristeza melódica

"¡No tenías el derecho! ¡No tienes el derecho!" todavía recordaba cómo le reprochaba Choi Eun hee, con voz extinta y ausente, y con la mirada airada. Han Seojun todavía temblaba ligeramente, sofocado por un sentimiento de pérdida inminente.

"Así que te acostaste con él. Todavía no entiendo por qué. Seojun está enamorado de Lim Jukyung y tú no eres una tonta. Dime la verdad, ¿tienes sentimientos por él?" "¡No tengo sentimientos por él! Y eso es lo de menos ahora, Soo jin. Lo importante es lo que hizo, no tenía ningún puto derecho" decretó ella, sin dejar de ver a través de la ventana de Soo jin cómo finos copos de nieve caían desde el cielo como polvillo de oro en primavera, una imagen que parecía ratificar la idiosincrasia incierta y pasajera de la vida que tanto le conmovía de cuando en cuando.

Al mirar los finos copos de nieve, Choi Eun hee deseó que su dolor se enfriara de la misma manera en que lo hacía la brizna de la nieve cuando era azotada por el viento: fútil y tenuemente.

Aquella imagen, sin embargo, no logró derribar las hileras del recuerdo.

Durante esa fría mañana de nubarrones, después del primer receso en la escuela, la joven Eun hee había llegado a la clase de Matemáticas experimentado un terror indecible al darse cuenta de que su libreta de anotaciones no estaba en la rejilla de su escritorio.

Su libreta de anotaciones, aquel frágil rimero de papel que guardaba el recio secreto de sus miedos y angustias, de sus contratiempos ocasionales y mundanos, de sus dilemas familiares y la eventual razón de su incapacidad de amar; sus poemas y prosas, las odas a sus nimios momentos de dicha y ventura. En resumen, toda arista concerniente a un terreno íntimo y personal, que no quería ni tenía por qué revelar al mundo.

Había desaparecido.

"¿Estás segura de que no la dejaste en tu casa? ¿buscaste bien en tu bolso?" "Busqué bien. No está en ninguna parte y hoy escribí en la mañana antes de entrar a la sala" había respondido Choi Eun hee. Al verla, Soo jin pensó que terminaría arrancándose los pelos de la cabeza de pura frustración.

Poco antes, durante el primer receso de esa mañana de día viernes, en el patio del colegio y junto a su séquito de amigos, Han Seojun buscaba la evanescente figura de Choi Eun hee con la velada adrenalina de quien se va a subir por vez primera en la montaña rusa más alta de un parque de diversiones.

En medio de sus cavilaciones, el joven Han recordó que había dejado su colación en el salón. Preso de una fatiga mañanera, subió inocente en dirección a su sala, sin contar con que poco después se daría un brusco golpe con la esquina de un escritorio, provocando la caída de una libreta que se encontraba al límite y dando, sin saberlo, rienda suelta al infortunio del día.

Cuando la fue a recoger, Han Seojun se dio cuenta de que se trataba del cuadernillo de notas de Choi Eun hee. La libreta había caído abierta y lo quisiera o no, le fue imposible no recorrer con sus ojos las finas letras agrietadas, alcanzando a leer versos que aunque ajenos le provocaron una honda conmoción:

Una canción se impregna en tu piel,

y envuelve a tu aroma furtivo

un deje de tristeza melódica.


Cómo hacerte saber, Luna mía

que apenas me dejas palpar

la huella efímera de tus astros.

(1)

Continuó leyendo la página siguiente, solo para encontrarse con estrofas al aire, dispersas aquí y acullá:

Y mañana, vuelta a empezar

cumpliendo la misma regla que la víspera,

huyendo de grandes alegrías y pesares,

como un insecto que evita una piedra en el camino...

(2)


de música la lluvia

de silencio los años

que pasan una noche

mi cuerpo nunca más

podrá recordarse.

(3)

Han Seojun sintió el deseo de seguir leyendo, pero se dio de bruces cuando se encontró con un escrito que no parecía un poema, sino más bien un párrafo que desbordaba sentimientos encontrados, relacionados con la familia de Choi Eun hee.

Entonces supo que no le correspondía leer nada de lo que hubiese en esas páginas, por más martirizante que le resultara abstenerse del deseo de verlas porque irradiaban pura hermosura y porque su origen era el movimiento de puño de Choi Eun hee. Un fragmento de su alma se plasmaba en esas páginas, un trozo de Choi Eun hee. De su señorita Eun hee.

Cuando cerró la libreta y se disponía a dejarla sobre la superficie de la mesa, escuchó la risa estridente de Choi Soo ah viniendo de la entrada. Han Seojun se sintió aturdido por un miedo irracional a ser descubierto, y en milisegundos escondió entre sus ropajes el ligero peso de la libreta que, sin saberlo del todo, guardaba memorias de una vida entera.

Cuando Soo ah y Kang Soo jin estuvieron frente a él, desvaneciéndose sus sonrisas al instante, Han Seojun se puso su máscara y actuó de lo más normal, sonriendo bufón y ligero, como si nada, y salió del salón. Soo ah y Soo jin se miraron de hito en hito por unos segundos, pero habiendo pasado la tensión y con cero sospechas bajo la manga, terminaron por recordar lo que antes les había hecho tanta gracia y continuaron su sesión de carcajeo.

Han Seojun salió del salón con las manos temblorosas.

Poco tiempo después, Han Seojun vería desde lejos a Choi Eun hee buscando algo con tal desesperación que tuvo miedo de acercarse y explicarle que sin querer había pasado a llevar su libreta y que había ido a parar al suelo. Que cuando la vio en el suelo la recogió y no pudo evitar leer lo que había en esa página ni en la siguiente. ¿Cómo es posible no evitar algo así?, pensó Han Seojun, recriminándose, mientras veía el rostro ceñudo de Eun hee y sus manos temblorosas volcar sus pertenencias y mirar una y otra vez por la rejilla de su escritorio y a una Soo jin sobándole la espalda para tranquilizarla.

Cuando dio el timbre del término de la jornada y Choi Eun hee salió cabizbaja del salón y miró el bolso semiabierto en la espalda de Han Seojun, sufrió de un espasmo espontáneo que le inmovilizó el andar.

Cuando Soo jin miró en la misma dirección que Choi Eun hee, se dio cuenta de lo que pasaba: la libreta de Choi Eun hee colgaba del límite del bolso de Han Seojun y por poco caía en el abismo de la cerámica del colegio.

Antes de que Soo jin se dieran cuenta, Choi Eun hee ya se encontraba inmovilizando a Han Seojun del brazo, mientras ella y el séquito del joven Han se quedaban mirando la escena extrañados.

—Mi libreta.

Los ojos de Han Seojun parecieron agrandarse de la sorpresa.

—De seguro se ve muy mal, pero no es lo que crees —explicó él, con voz temblorosa.

Han Seojun tuvo que aclararse la voz y elevar su cabeza y hombros para no parecer muy afectado.

Mientras lo escuchaba, Choi Eun hee temblaba de la ira de saberse engañada, o peor aún, de haberse dejado engañar. De pronto se sintió asqueada y tuvo ganas de vomitar, arrepentida de haberle confiado el secreto de su cuerpo ceniciento a un hombre como aquel, que se atrevía a hurtar uno de sus objetos más preciados por, seguramente, mero capricho.

—¡No tenías el derecho! ¡No tienes el derecho!

—La boté al suelo sin querer, estaba en el piso, no quería leerla.

—Pero lo hiciste. ¿O no?

Han Seojun exhaló el aire contenido.

—Sí, puede que haya leído un poco.

Han Seojun lo dijo con tal simpleza y frialdad, a fin de aparentar serenidad ante sus amigos, que Choi Eun hee fue asaltada por una súbita rabieta empañada de frustración y arrepentimiento.

—¡Que hayamos follado no significa que tengas derecho alguno sobre mí o mis cosas! Espero que te quede muy claro.

El rumor de sorpresa de los espectadores inundó el espacio. Choi Eun hee se sintió desnuda ante las miradas de sorpresa y al prever la injusta sentencia que con toda seguridad recibiría en los próximos días. En una sociedad como esa, era seguro que la tildarían de puta y de fácil por acostarse con un hombre con quien no mantenía ningún tipo de relación sentimental seria o proyectiva. Mientras que Seojun ganaría una oveja para su rebaño y consolidaría aún más su imagen de chico malo y frío, un rompe corazones total. A Choi Eun hee se le aguaron los ojos.

—Oye, Eun...—Seojun fue a tomarle del brazo, preso de un miedo fiero de perder algo que, muy en el fondo, nunca tuvo.

—Solo mantente alejado —sostuvo Choi Eun hee, y se dio media vuelta junto con su libreta y una confusa Soo jin siguiéndole de cerca.

"Ni una palabra", había dicho Han Seojun a sus amigos mientras caminaba solo hacia la salida. Sus amigos le quedaron mirando con una expresión de tristeza sombría en el rostro, sin saber muy bien qué sentir por su líder.

Han Seojun caminó presuroso hasta la salida. Era evidente que no podría hablar con Choi Eun hee en el estado en que se encontraba, pero al menos podría ir a dar una vuelta al río Cheonggyecheon y quedarse sentado allí por horas, mientras recordaba la noche que pasó con ella allí.

Han Seojun temía llegar a su casa, temía que llegase el momento de dormir, porque entonces descubriría que el aroma de Choi Eun hee todavía estaba impregnado en su cama, y si la noche anterior había sido motivo de satisfacción y dicha, ahora lo sería de tristeza y nostalgia.

—Oye, Han Seojun —sintió que le hablaba Park Jae Sang, un joven de segundo año que Han Seojun conocía de vista—. Necesito pedirte un favor.

Su expresión le causó cierto resquemor al joven Han.

—Rápido, que tengo prisa.

—Escuché que te acostaste con Choi Eun hee, ya sabes, la niña discreta de tu año.

Han Seojun se detuvo. Tuvo la impresión de que algo le quemaba y punzaba la garganta.

—Hace un tiempo estoy intentando lograrlo con ella. ¿Qué me aconsejas?

Han Seojun se sintió asqueado y tuvo sendas ganas de vomitarle a Hae sang en todo el rostro. Pensó que era la única forma de sentirse purificado y acrisolado. Sintió el impulso de golpearle en la cara y entonces se juzgó a sí mismo: ¿qué clase de imagen proyectaba él que la gente venía a pedirle consejos sobre qué hacer para acostarse con una niña?, ¿qué hizo mal para que las personas creyeran que él promovía una imagen de mujer objeto en las mujeres a su alrededor? ¿Qué hizo tan mal para que un imbécil como Park Jae Sang se sintiera con el derecho de venir a pedirle consejos para acostarse con Choi Eun hee? Su Choi Eun hee...A él, que tenía una madre y una hermana y que apenas se sabía poner un condón y solo se había acostado con una mujer. Y aunque se hubiese acostado con más, ¿por qué creería la gente que él estaba para responder a esa clase de preguntas crueles, machistas y misóginas?

Han Seojun no supo qué hacer. No podía golpearlo, no era un simio. Pero sintió que para que Park Jae sang entendiera el mensaje debía hacer algo ligeramente memorable, así que le tomó del cuello de la camisa hasta levantarlo unos centímetros del suelo, mientras Jae sang chillaba y ponía caras de profunda angustia. El joven Han le miró con odio y lo tiró al suelo. Le observó levantarse preso del pavor hasta que se alejó y corrió sin mirar atrás.

Han Seojun se sintió un poco mejor.

Esa noche, después de haber pasado horas junto al río Cheonggyecheon, Han Seojun llegó a dormir a su casa y lloró queda y silenciosamente sobre su cama, mientras olisqueaba el aroma de Choi Eun hee impregnado en su almohada y en sus sábanas. Le dolió la certeza de que cada día se hacía más y más sutil y que pronto desaparecería.

Inundado de pensamientos mortuorios, tuvo la sensación de que nunca más tendría el placer de hacer gemir a Eun hee mientras afuera llovía y corría un viento céfiro.

Hace mucho tiempo que el joven Han no lloraba por alguien que no fuese Seyeon o su madre.

Cuando Choi Eun hee llegó a su casa, subió a hurtadillas a su habitación, sin querer que sus padres vieran el rastro del llanto en sus ojos enrojecidos e hinchados. Caminó hasta su cama y de debajo de su almohada sacó la camisa que días antes se había puesto para ir a casa de Han Seojun.

La camisa todavía tenía el rastro del aroma a canela y naranja tan característico de él. El recuerdo de aquella noche le produjo un fuerte dolor en el pecho y decidió que no volvería a dormir con aquella camisa bajo sus fosas nasales. Acto que tenía como único propósito sentirle cerca mientras dormía.

Aquella noche también llovió. Y el céfiro y la lluvia movían las hojas de los árboles. Las hojas de los árboles golpeaban con ímpetu las ventanas de las habitaciones de los dos jóvenes. La lámpara proyectaba la sombra de los árboles en sus ventanas. Porque esa fría noche invernal no hubo corte eléctrico alguno en la ciudad. Han Seojun y Choi Eun hee tuvieron ambos un sueño intermitente, pensando que acciones nimias tenían el poder de causar grandes estragos.



(1): ambas estrofas son composición de la autora del fic.
(2): poema de Guy Charles Cros.
(3): poema de Alejandra Pizarnik.

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 Besos. 

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