11. tú y alguien más
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Besos.
Cómo hacer que la penetración no sea dolorosa, fue la última búsqueda que Han Seojun hizo en su computadora. Aunque no tenía razones para creer que Choi Eun hee no se había acostado con nadie y que por eso podría resultarle algo dolorosa su primera vez, Han Seojun quiso facilitar su propia existencia yendo a la farmacia a comprar todo lo necesario para hacer de esa noche una velada lo más cómoda y confortable posible: preservativos, loción corporal, y lo que a sus ojos parecía todavía más importante: lubricante íntimo.
El joven Han estuvo una hora practicando cómo ponerse un condón. La ejercitación le había costado una cantidad de energía sexual considerable, sin contar los wones que se gastó en todos los preservativos que necesitó para adiestrarse en el arte. No podía ser más inexperto, pensó, mientras intentaba que la erección no se le apabullase.
Mientras tanto, Choi Eun hee se miraba desnuda en el espejo. Contemplaba sus curvas, sus estrías y el tono de su piel. Inopinadamente, se sintió insegura. Además de ella nadie más conocía la forma de su cuerpo adolescente, un cuerpo que no se parecía mucho al de las excéntricas modelos de los medios, ni menos a la esbelta figura de esas bonitas y tiernas idols. "Quizás sea mejor no ir", pensó, mientras se volvía a poner sus pantalones y su polerón canguro.
Choi Eun hee sintió ganas de llorar.
Recordó entonces ese día miércoles, cuando se encontró a Han Seojun al amanecer, justo después de pasar la medianoche besándose con él a orillas del río Cheonggyecheon en pleno Festival de los Faroles. Ella le había observado desde su asiento, contemplando la forma en que su pelo le rozaba el cuello de la camisa. Al término de su primera clase, lo escuchó saludarla con su típico "señorita Eun hee", esta vez un tanto más ronco, más rasposo, tácitamente insinuante. El tono de su voz pareció tomar la forma sólida y rígida de los aros en su oreja derecha, y a Choi Eun hee se le humedeció la entrepierna cuando le vio voltearse y dimensionó la seductora amplitud de su espalda.
Eun hee suspiró. Sí, pensar en ir a la casa de Han Seojun esa noche era una locura.
"Te ves nerviosa. Es inusual en ti", le había dicho Kang Soo jin, mientras langueteaba su aliado de vainilla y chocolate y Choi Eun hee mantenía una mirada extraviada. Había sentido el impulso de contarle todo: que había besado a Han Seojun, que sus besos habían sido húmedos y excitantes y que le había invitado a su casa para follar; y como si quisiera que se quedara a pasar la noche entera, le había dicho que ni su hermana ni su madre estarían hasta el próximo crepúsculo. Choi Eun hee la observó largamente, Kang Soo jin mantenía ese rostro solemne e inequívoco de siempre, tan propio de ella. Entonces Eun hee se arrepintió, y por un lacónico momento sintió unas inmensas ganas de ser Kang Soo jin.
Han Seojun se encargó él mismo de la pizza y de los tragos para esa noche. Inseguro de todo y hasta de la vida, sin saber por cuánto tiempo se quedaría Eun hee —quién iba a saber si para ella solo se trataba de bajarse los pantalones y de subirse la falda, que tampoco estaba mal, aunque él se haya imaginado algo más quedo e íntimo— siguió su intuición y compró hasta una lamparilla de tono más cálido para su pieza. Su hermana se quedaría en casa de una amiga y su madre había ido a visitar a una tía a Daegu. Eso le había dicho a Cho Eun hee hace dos días atrás, y era verdad.
Cuando dieron las ocho de la noche de esa tarde de invierno, de gélido crepúsculo, acompasado por una luna menguante, y nadie tocó la puerta, Han Seojun se sintió desahuciado, aturdido por una inusual sensación de deriva, como si de pronto todos sus miedos fueran expuestos a la desidia del mundo.
—Hola. Perdón por la demora, me quedé un rato mirando el cielo. El mundo huele distinto durante la noche, ¿te has fijado? —comentó Eun hee cuando llegó con mediahora de retraso y como si nada.
Cuando Han Seojun la hizo pasar, pensó que Eun hee parecía un hada, y tuvo la impresión de que el fuego en el pabilo de la vela en la mesilla flameaba a un ritmo más rápido.
—Ha de ser que está a punto de llover.
—Sí, bueno, en invierno es así. La lluvia y su viento. Son como el abrigo de la existencia.
Los ojos de la joven Choi Eun hee recorrieron el interior de la casa de Han Seojun. Sintió como si el lugar tomara la forma de un terreno inhóspito y estepario, que debía conocer yendo a campo travieso.
Por unos segundos, tuvo la impresión de que su cuerpo pendía del límite de un abismo. Y cuando Han Seojun le dijo que había preparado la cena y que pasara a sentarse, a Choi Eun hee le volvió la manía de morderse las uñas. Era curioso, hasta el aroma que inundaba el lugar le atiborró de nervios. Se imaginó oliendolo seguidamente, hasta neutralizarlo.
Pautada la velada o no, ninguno lo sintió como tal. Han Seojun y Choi Eun hee compartieron una comida amena, hablando de sucesos randoms y de experiencias del pasado. Por un rato, Choi Eun hee se olvidó de sus inseguridades y Han Seojun del tiempo que le tomó ponerse un condón.
Afuera, el viento invernal ondulaba la luna.
—Te puedo ayudar a limpiar —ofreció ella una vez que terminaron de comer.
—No es necesario. Tengo tiempo de sobra después —respondió él.
Bajo el alero de las sombras que proyectaba en las paredes el vaivén de la vela, Han Seojun tomó a la joven Choi Eun hee de la cintura y la besó hondamente. Un susurrante "subamos" salió de los labios de Han Seojun, y a pasos lentos y cuidados la dirigió hasta la segunda planta de la casa.
Han Seojun no paró de sostener su cintura. Ni de besarla.
—Quiero pedirte algo —dijo ella, justo cuando él le desnudaba el torso, con manos temblorosas.
—¿Qué es?
—Cuando me lo hagas no quiero que te imagines a nadie más que a mí.
Han Seojun tuvo el impulso reprimido de abrazarla y de decirle que no tenía de qué preocuparse, que todo estaría bien.
—Eres la única persona con la que pienso en acostarme.
Han Seojun le devoró los labios y la desnudó.
Choi Eun hee le mordió el cuello, le quitó el polerón y los pantalones hasta que se quedó semidesnudo, solo con una polera blanca que rebasaba su talla y cuya anchura atenuaba el grosor de su musculatura. Sin saber por qué, Choi Eun hee pensó que su figura lucía incluso más excitante que de costumbre con el aire descuidado que le confería la prenda.
Cuando Han Seojun estuvo sobre ella, Choi Eun hee sintió un ligero pavor. Seojun se había puesto el condón, había lubricado su miembro cubierto y de paso su vagina. Cuando se introdujo en ella, Han Seojun supo que su querida señorita Eun hee no se había acostado con nadie antes.
—¿Te duele?
—Un poco. Tengo que acostumbrarme.
—Sí.
—Muévete. Tócame.
Han Seojun les arropó bajo las sábanas y acarició la cintura desnuda de Eun hee. Su miembro desaparecía entre sus muslos mientras le lamía los pezones desenfrenadamente. Eun hee gemía bajo la luz anaranjada que proyectaba la lámpara en el velador. Afuera, el viento sacudía los árboles y la lluvia caía incesante.
—Otra posición —demandó agitada, cuando el ardor de la fricción del pene de Seojun en su vagina fue reemplazado por una sensación de delicia exorbitante que necesitaba ser agudizada.
Seojun salió de ella, la tomó de las caderas y la puso en cuatro. Cuando la volvió a penetrar, esta vez con menos delicadeza, no dejó de ceñirse firmemente a sus caderas.
—¿Así? ¿Te gusta?
—Sí, sí, sí....ay..., ufff
Han Seojun se detuvo y comenzó a follarle solo con la punta. Choi Eun hee retorció los dedos de los pies del puro placer.
—Seojun, no seas malo. Métemela bien....
Seojun siseó, cerró los ojos y se enterró más profundamente en su vagina, y la escuchó gemir y llorar de satisfacción. El placer que había sentido las noches anteriores masturbándose pensando en ella no era nada comparado con lo que sentía ahora.
—Ah...Seojun ... ¡No pares! Dame más fuerte...
A Choi Eun hee comenzaron a temblarle las piernas, de placer y de cansancio. Apoyó sus antebrazos en la cama y dejó caer su torso. Estaba exhausta. En esa posición, Han Seojun se sentía más profundo.
Por su parte, él aprovechó de mirar su miembro perdiéndose en los recovecos de Choi Eun hee, complaciéndose de ver su vagina toda hinchada y estilando, solo por él.
Seojun gruñó, le apretó la cintura y la folló más duro.
—Estás muy buena, Eun hee —gruñó Seojun.
—¡Sí, así...más duro!
Seojun no aminoró sus empujes cuando apoyó con cuidado los antebrazos a los lados de Eun hee, su torso quedó pegado a su espalda, al cuerpo de esa mujer que le impregnaba con su aroma a bosque inhóspito, a viento invernal y fueguino. Los muslos de ella quedaron escondidos entre las piernas de Han Seojun, de modo que todo comenzó a sentirse más íntimo y profundo. En esa postura, el sexo no tenía límites.
—¿Te gusta que te dé así de duro, eh? Zorra —dijo jadeante, sonrojado, follándola con fuerza, sin disminuir sus embestidas. Aprovechó de empuñarle el pelo y le succionó el cuello y le hurtó besos húmedos.
—Sí que me gusta. Te siento muy profundo, Seojun.
Cuando Han Seojun se detuvo unos segundos para descansar, Choi Eun hee comenzó a follarse a sí misma, movió su culo e hizo rebotar sus glúteos sobre el pene erecto de Han Seojun. El sonido de sus miembros impactando, lejos de parecer grotesco, resultaba un placer inconmensurable para sus oídos.
—Ufff —Seojun suspiró, su cuerpo comenzó a temblar y cerró sus ojos—. Me vas a hacer acabar.
—También estoy cerca —fue el último aviso que dio Eun hee, antes de desplomarse en la cama como peso muerto. Segundos después, Han Seojun le siguió, no sin antes desprenderse del condón para ir a botarlo bien lejitos de Eun hee.
Cuando Han Seojun volvió a la cama, no dudó en arrellanarse junto a ella. Le dio un corto beso en los labios y le preguntó si acaso estaba bien o si se sentía muy adolorida. A ella se le enrojecieron los pómulos y río nerviosa, con un brillo especial en los ojos que a Han Seojun le produjo un profundo encanto. Tanto, que tuvo la impresión de que él también se sonrojaba.
—Si estás pensando en irte, quiero que sepas que quiero que te quedes —le dijo él, sin saber por qué de pronto al imaginarse a Choi Eun hee vistiéndose para irse le asaltaba un extraño dolorcillo en el pecho y una angustia tácita se le cuajaba en la garganta.
—No te sientas comprometido a decírmelo, entiendo si prefieres que me vaya.
—Pero es que lo digo en serio.
—Bueno.
—Bueno.
Han Seojun sonrió y le acarició los pómulos.
Choi Eun hee soltó una risilla tímida y se mordió los labios. Recordó el desenfreno que le invadió y la forma en que le pedía a Han Seojun que la follara. Choi Eun hee río con ganas, de pura vergüenza. Se volteó en la cama para disimular el bochorno, pero fue demasiado tarde, Seojun la abrazó por la espalda, la acurrucó en su pecho y hundió la nariz en su cuello. Poco después Choi Eun hee se durmió en sus brazos.
Afuera, el viento rugía y la lluvia caía, impactando contra los cables eléctricos.
Hubo un apagón en toda la ciudad y la lamparilla dejó de funcionar.
Han Seojun y Choi Eun hee se durmieron sin enterarse de nada.
A la mañana siguiente, después de una breve conversación matinal, cuando Choi Eun hee hizo el amago de levantarse, Han Seojun la arrojó de vuelta a la cama. "No creas que volverá a pasar, ya lo hablamos" había dicho ella después de que Han Seojun le devorara la boca. "¿Qué? Pero si todavía no me sacio de ti, quiero tenerte" había dicho él, con velada angustia. Choi Eun hee le respondió con una sonrisa, abrió sus piernas y se sentó encima de él, engullendo su pene de una manera exquisita.
Esa mañana no pararon de hacer el amor, con la promesa de que sería la última vez.
Al otro día, a la salida de la escuela, cuando la anochecida compareció y la brisa seguía impregnada de petricor, Han Seojun vio a Choi Eun hee subiéndose a la bici de un hombre nunca antes visto. Se trataba de un joven de cabello largo y negro, apenas ondulado, con ojos brillantes de cervatillo. Han Seojun se imaginó a Choi Eun hee compartiendo el olor de la lluvia en brazos de alguien más, se la imaginó fundiendo su alma con otra bajo las luces fluor del rótulo de algún bar, y entonces arremetió contra él un miedo irracional, que le estrechó el corazón y multiplicó sus latidos.
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