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Epílogo

Antony:

  Me había alejado de todos, fue culpa de las bestias, ellas me obligaron a esconderme en un asqueroso sótano con ratas, recubierto de humedad y telarañas en el techo. El lugar estaba cubierto de polvo y mugre como un manto fino que ahoga todos los objetos. No tenía idea de cuanto tiempo estuve aquí, tal vez meses, sólo continuaba vivo porque había muchas cajas con comidas enlatadas que ya estaba harto de saborear pero no había otra cosa. La puerta del sótano estaba bloqueada con unas repisas muy pesadas con viejas cajas con porquerías, tenía aire y oxígeno gracias a una pequeña ventanita que estaba cerca del techo, la misma se encontraba al raz del suelo dándome la vista de una calle desolada con autos abandonados, tenían las puertas abiertas y en algunos aún estaban los cuerpos de sus dueños, despellejados o sin algunos de sus miembros, gran parte de su cuerpo ya eran sólo huesos y había alguna que otra parte con carne seca o putrefacta. Me sorprendía que aún las bestias, que en el pasado eran perros, no se los devoraban. La carne podrida los atrae, les encanta su olor nauseabundo, su color horrible y también los gusanos y moscas que están en ella.

  Me asomé a la ventanita, ayudado por una silla para alcanzarla, entonces pude ver a otra bestia, esta era como una león, con dos colas y cuatro colmillos sobresalientes, sus ojos eran azules, grandes, con unos bordes rojos a su alrededor. Nunca había visto algo así ¿Hay más de un tipo de bestia?

  Comenzó a olfatear el aire, yo me quedé paralizado, no podía moverme. Agradecía que esa cosa estuviera de espaldas así no me vería pero eso cambió cuando comenzó a girar su cabeza hacia atrás quedando en sentido contrario a su cuerpo, mi respiración se atoró en mi pecho y un fuerte escalofrío recorrió mi espina dorsal haciendo que mi piel se erice. Ese monstruo me miró por un momento, lentamente comenzó a enderesarse hasta quedar con todo su cuerpo hacia mi dirección, tragué saliva intentando moverme y fue cuando la bestia soltó un fuerte rugido parecido al de los grandes felinos, corrió hacia mí rápidamente y rompió la pequeña ventanita, yo caí de espaldas por el susto, me dolió el golpe y miré cómo esa cosa hacía lo imposible para entrar por esa diminuta salida de aire. Me miraba con rabia, su cabeza y una de sus patas cabían allí pero se removió bruscamente haciendo que unos pedazos de concreto cayeran al suelo, continuó moviéndose así hasta que alejó su cabeza y comenzó a rasgar la tierra y el concreto intentando entrar. Más trozos cayeron mientras que yo lo observaba, por más que quiera correr, mi cuerpo no respondía, estaba estático, sentí como el sudor se acomula en mi frente y espalda, mi respiración estaba agitada y mi corazón parecía a un fuerte y rápido galope de caballos.

  La bestia rasgó el suelo por última vez y lentamente entró mientras sus ojos estaban sobre mí, más bien en mi yugular. Me mostraba sus enormes dientes amarillos y cubiertos de una cosa negra en la base, retrocedí con ayuda de mis manos y pies, ambos me temblaban mucho. Sentí algo cerca de mi mano derecha, era mi arma que se me había caído de mi cinturón. La tomé con prisa en el mismo segundo en él que saltó sobre mí, sin dudarlo apreté el gatillo y disparé mientras tenía los ojos cerrados con fuerza, no tenía idea de cuantas balas salieron del arma pero ya no tenía nada en el cartucho. Sentí un peso sobre mí que me hizo golpear con fuerza la espalda contra el suelo de nuevo haciendo que suelte un quejido, abrí mis ojos para encontrarme con la bestia muerta sobre mí, tenia orificios de bala en su cabeza, cuello y pecho, la sangre comenzó a caer sobre mi cuerpo, era caliente y espesa. Reuní fueras y moví el cuerpo a un lado para luego ponerme de pie.

  Lo miré con asco y escupí sobre él, luego vi mi arma descargada en mi mano derecha y suspiré, necesitaba otra cosa para defenderme, me arrodillé en el piso, sentía la sangre de la bestia ensuciar mis rodillas mientras pensaba qué hacer. Me acerqué al cuerpo y chequé sus filosas garras, con un suave roce, con sólo eso, sería capaz de desgarrar a una persona de un sólo zarpazo.

  Tomé un bat de baseball y comencé a golpear sus patas delanteras y le rompí todos los huesos, total, ya estaba muerto aunque quisiera que aún sintiera dolor para poder disfrutarlo. Con unas tijeras de podar oxidadas comencé a cortar ambas patas dejando las garras intactas, fue muy difícil ya que no tenían casi filo pero con paciencia lo conseguí. Cuando ya tenía las patas cortadas, las llevé sobre una mesa y con una pinza saqué toda la carne y huesos triturados de su interior a pedazos, dejando sólo el cuero y las garras. Me las coloqué en cada mano como si fueran unos guantes mortales sin importarme que la sangre me manche, eso era un detalle insignificante, de hecho, todo mi cuerpo estaba cubierto con su sangre.

  En ese momento vi que algo blanco cayó en el suelo frente a mí, parecía un copo de nieve o una partícula de polvo, caminé hacía allí pisando el pagajoso piso hasta quedar frente a la destruida ventanita por dónde entró la bestia, toda la calle estaba cubierta de esa cosa blanca, no sabía lo que era y el viento la hizo entrar hacia el sótano, unas cuantas se pegaron en mis brazos, las soplé pero no se despegaban de mí, más del polvo entró y quedaron en mi rostro haciendo que mi vista se nuble por completo, luego llegaron hasta a mi nariz y sentía que no podía respirar, mis pulmones se detuvieron al no recibir oxígeno y caí al suelo. No sé lo que sucedió después, recuerdo que todo se había vuelto oscuro y no podía respirar, luego mi cuerpo se sentía adormesido, abrí mis ojos lentamente para ver que me encontraba abrazando mis pierna y en posición fetal, todo a mi alrededor era blanco y en mi rosto había unas finas hebras pegadas en mi piel al igual que en el restro de mi cuerpo. No tenía idea de cuanto tiempo estuve ahí, lentamente estiré mis piernas rompiendo una especie de capa fina hecha de algodón, era muy suave. Rompí esa capa por completo y caí al suelo respirando hondo, cuando al fin me recuperé, tomé un tiempo para observarme, mi piel era pálida, mucho más que antes. Mis ojos podían ver cada rincón del asqueroso salón hasta podía oír como una araña movía sus ocho patas lentamente por su tela, escuchaba sus pasos.

  Llevé mis manos a la cabeza para intentar calmarme, no sabía lo que estaba pasando conmigo, entonces fue cuando noté que eran mucho más grandes. Miré mis manos y eran las garras de la bestia que me había puesto como guantes, no me asusté por eso, sino que las miraba atentamente con asombro, movía cada uno de los dedos como si fueran míos, creo que ahora lo son.

  –Entiendo, si quieres matar a las bestias... debes convertirte en una. –murmuré haciendo que las filosas garras, que estaban retraidas, salgan de repente y sonreí de costado. La cacería había comenzado.

Continuará...

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