CAPÍTULO 89
La noche pasó tan rápida como una estrella fugaz y mi valor para realizar la llamada a Dylan todavía no había aparecido. Cuando me levanté en mi propia habitación, una sonrisa apareció en mis labios y me sentí muy bien cuando pude ducharme tranquila y desayunar a mi ritmo. Consulté mi reloj y me preparé para ir al psicólogo otra mañana más. Esta vez iría en metro.
En un primer momento, cuando salí a la calle sola, los nervios me hicieron escudriñar en todas direcciones por si veía a alguien sospechoso. A aquella hora la acera estaba llena de transeúntes que llegaban tarde al trabajo, así que no pude encontrar a nadie que pudiera suponer un peligro. Caminé hacia el metro, con cada paso me sentía un poco más segura, subí al vagón y viajé de pie durante las diez paradas que me separaban de la consulta.
Esa mañana decidí hablarle al psicólogo de las intenciones que tenía respecto a Dylan, para saber por boca de un profesional si me estaba equivocando o no. Le expliqué que había vuelto a mi casa y se mostró muy satisfecho con mi evolución.
—¿Crees que estás preparada para volver a trabajar? —me preguntó al final de la sesión— será duro pasar por el mismo lugar donde te secuestraron, es posible que te den miedo las furgonetas, es normal.
—Estoy deseando volver a trabajar, creo que me ayudará a volver a la normalidad —comenté mientras una gran sonrisa asomó tras mis labios.
—Entonces trasladaremos las sesiones a la tarde, un día a la semana—y añadió—tendrás el alta para mañana, pero cualquier problema me dices y te vuelvo a dar de baja.
—No se preocupe, creo que ya estoy preparada —aseguré tendiéndole mi mano para despedirme.
Pero entonces me acordé de lo que pensaba hacer respecto a Dylan y se lo conté todo. Salí de la consulta con su aprobación y el valor para enfrentarme a él.
Al llegar a casa llamé a la directora para decirle que me reincorporaba y acto seguido, para no poder arrepentirme o perder el coraje, llamé al gigante. Hablé con él, primero de la situación del juicio, y después le pedí que nos viéramos para hablar de nosotros.
—Necesito hablar contigo, quiero explicarte cómo me siento para que puedas comprender mi actitud —expliqué con voz insegura.
—No sé qué puedes decirme para justificarte, pero te daré la oportunidad de hablar. ¿Cuándo quieres que nos veamos y dónde? —preguntó tomándome desprevenida.
No había pensado ningún lugar especial y así se lo hice saber.
—Si te parece podemos vernos en el bar cercano al instituto, allí nos vimos la primera vez—sugirió sacándome del apuro, pues no se me hubiera ocurrido.
—Mañana empiezo a trabajar, podemos encontrarnos cuando salga, a las tres de la tarde —propuse, empezando a planificar el encuentro en mi mente— Si puedes venir sin Trevor podría hablarte más cómoda.
—Muy bien, como quieras. Ahora Trevor vuelve a casa por su cuenta, así que puedo hablar contigo a solas.
Su voz sonaba distinta, sonaba indiferente, como si en realidad le importara bien poco lo que tuviera que decirle. Mientras tanto, yo me derretía al escucharle.
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