Su mirada era dura cuando me quitó de las manos la maleta y se dirigió hacia la puerta. No me dijo ni una sola palabra pero su silencio lo decía todo.

—No puedo seguir aquí, Dylan, tengo que empezar a ser independiente de nuevo —me justifiqué mientras descendíamos en el ascensor— por favor entiéndelo.

—No lo entiendo, en mi casa puedes hacer lo que quieras, entras y sales, nunca te he dicho nada —repuso, sin mirarme.

—Necesito encontrar mi camino. En estos meses me han ocurrido muchas cosas —le expliqué calmada, intentando que entendiese mi punto de vista—. He de recuperar mi autoestima y mi seguridad. Y aquí no voy a poder hacerlo.

—Si es lo que necesitas, lo respeto. Pero no me pidas que esté contento con tu decisión —espetó, cortando la conversación.

Permanecimos en silencio mientras circulábamos por las calles de la ciudad. A aquella hora había mucho tráfico, tardamos más de lo acostumbrado en llegar a mi pequeño apartamento y una sonrisa se dibujó en mi cara al regresar. Entramos en el salón y dejé mis cosas en el suelo. Me giré y le iba a dar las gracias por traerme, pero al mirarle algo paralizó mi corazón.

—Espero que todo vaya bien a partir de ahora —murmuró mirándome a los ojos—. Antes de marcharme tengo que darte algo que te debía.

Sus palabras me sorprendieron, no tenía ni idea de a qué se refería.

—Soy yo la que te debe mucho, Dylan —afirmé mientras alargaba la mano para acariciarle el brazo.

—Cuando te rescatamos, te abrazaste a mí y te dije que te besaría cuando estuviesen bien tus labios —replicó mientras tomaba mi mano—. Creo que ha llegado el momento...

Se acercó a mí, puso su mano en mi cuello y acercó su boca a la mía, despacio, muy despacio, sus labios rozaron mis labios, desatando un torbellino en mi interior. Un gemido escapó de mi garganta y me acerqué todavía más a él, pasando mi mano por su cuello para profundizar el beso. Una sed insaciable se despertó en mi interior, mi cuerpo pedía más, entreabrí mis labios y nuestras lenguas se acariciaron con avidez. El deseo, reprimido durante tantos días de convivencia, había explotado para arrastrarnos a un abismo. Pero, con una fuerza sobrehumana, empujé a Dylan para separarme.

Nos miramos a los ojos, con la respiración agitada y el corazón acelerado. Los dos sabíamos que aquello era especial, pero yo, necesitaba mucho más para volver a confiar en alguien. Para entregarle el corazón a Dylan, no podían haber secretos entre nosotros.

—Ya sabes dónde encontrarme, Zara, seguiremos en contacto mientras dure el juicio —expresó con voz ronca.

—De acuerdo, gracias de nuevo —respondí, todavía afectada por la intensidad de aquél beso.

Cuando abandonó mi casa cerré la puerta, me senté en el sofá tratando de controlar el temblor que se había apoderado de mi cuerpo. No podía creer que me hubiese besado, pero aún sentía el sabor de su boca en la mía. No sabía de dónde había sacado las fuerzas para apartarlo de mí, pero si no lo hubiese hecho, en aquellos momentos estaríamos en la cama. Decidí llamar a mis amigas para hablar, lo necesitaba.