CAPÍTULO 80
Después de comer quise ocuparme de los platos, pero ni el padre ni el hijo me dejaron, con la excusa de mis muñecas magulladas. Sin tener otra cosa que hacer, tras recoger la mesa me acomodé en el sofá con un libro, dispuesta a pasar la tarde inmersa en él. Era un romance de viajes en el tiempo, del que también habían hecho una serie en la televisión. Su lectura me ayudaría a no pensar en mi situación y a evadir la tentación de mirar demasiado al gigante.
Trevor se escondió en su habitación, típico de su edad, y su padre se sentó en el otro extremo del sofá mientras me observaba. Traté de concentrarme en el libro, pero su olor, fresco y suave, me desconcentraba por momentos. Levanté la vista y me encontré con sus ojos. Mi respiración se convirtió en un caos, el corazón latía sin freno y sólo podía pensar en qué ocurriría si nos besábamos en aquel momento. Pero se impuso su sentido común y musitó una disculpa.
—Voy a preparar la habitación —comentó mientras se levantaba.
Me invadió la vergüenza y una frustración íntima, ya que en aquellos momentos lo único en lo que podía pensar era en sus labios. Durante la cena, me explicó que el día siguiente debería ir a comisaría a prestar declaración, que me acompañaría y se ocuparía de que no me ocurriese nada.
—Gracias —murmuré con la vista baja—. Siento que te estoy causando muchos problemas.
—No te preocupes, me tomé unas pequeñas vacaciones de mi trabajo —comentó, sin especificar el tipo de trabajo que realizaba—. Pronto se solucionará este asunto.
Sus palabras me tranquilizaban por una parte, pero por otro lado me dejaban muchas incógnitas sobre este hombre. En cuanto terminamos de cenar me retiré a la habitación que me tenían preparada, alegando cansancio. Era pequeña pero tenía un armario y mesita de noche, una ventana y una cama individual. Era funcional y cómoda, sin muchos detalles, siguiendo el patrón del resto del piso. Me acomodé en la cama con mi pijama rosa y me quedé dormida de inmediato.
La mañana siguiente el olor del café recién hecho me despertó, me apresuré a darme una ducha y en veinte minutos estaba preparada. Desayuné en compañía del chico. Pero me sorprendió no ver a Dylan en la mesa.
—¿Dónde está tu padre? —pregunté con curiosidad.
—Corriendo, sale todos los días y cuando vuelve se ducha y me lleva al Insti —explicó con naturalidad.
—Yo nunca he podido hacer eso —comenté mientras mordía mi tostada.
Suspiré y me concentré en mi café. Diez minutos después regresó Dylan, bañado en sudor, saludó y entró en la ducha.
—Cuando dejemos a Trevor en el instituto iremos a la comisaría para declarar —espetó mientras se introducía en el baño.
—Voy a prepararme, Trevor, ahora vuelvo.
Preparé mi bolso con los informes médicos, la documentación y todo lo que creí que necesitaría y, al salir de la habitación, me tropecé con él, que salía de la ducha secándose el pelo, con una toalla alrededor de su cintura. Me quedé sin aliento y balbuceé unas palabras de disculpa corriendo hacia el comedor donde estaba Trevor. Me había puesto roja como un tomate y una sensación que conocía bien se extendía por mi interior: estaba excitada.
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