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CAPÍTULO 68

Me dormí de puro cansancio, tuve pesadillas y mi inmovilidad forzada hizo que me doliera todo el cuerpo. Me dió la impresión de que ese agotamiento era el que Mel tenía planeado para mí. Quería derrotar mi cuerpo para poder doblegar mi mente. No estaba loco, sabía con certeza lo que quería conseguir y lo estaba llevando a cabo con precisión. No sabía cuántas horas llevaba sin beber, pero una de las veces que desperté le pedí agua y me la dió él mismo con tal de no desatarme. Tenía hambre, a pesar de los nervios y el miedo mis tripas se quejaban ruidosas.

—Creo que necesitamos comer algo —murmuró Mel. Se levantó de la silla y se marchó, dejándome sola. Era mi oportunidad para que alguien me escuchara.

—¡Socorro! ¡Ayúdenme! ¡Llamen a la policía!—grité en cuanto escuché la puerta cerrarse.

Mas mi impaciencia me costó cara, ya que él me oyó gritar y volvió sobre sus pasos. 

—¡Ay, Zara, me estás decepcionando! —exclamó tomando algo de una mesita— no me dejas otra opción que amordazarte para que no grites.

Dicho eso me colocó un pañuelo en la boca y, de malas maneras, me lo ató detrás de la cabeza, impidiendo que pudiera pedir ayuda. 

Cuando volvió a salir, las lágrimas caían por mis mejillas, la frustración se apoderó de mí y me debatí en la cama para soltarme, logrando tan sólo herir mis muñecas todavía más. 

Tras unos minutos escuché de nuevo la puerta. Mi corazón dejó de latir un segundo, hasta escuchar una voz que conocía muy bien. ¿Era Dylan o tenía una alucinación? Ya no me fiaba de mis propios sentidos y no quería albergar falsas esperanzas.

—¿¡Zara, estás aquí!?—preguntaba la voz, mientras yo sólo conseguía emitir gemidos a través de la tela que cubría mi boca.

—¡Creo que la tenemos! —exclamó Dylan desde la otra habitación. Entró donde yo me encontraba y vi en sus ojos reflejada la ira.

Se precipitó hacia mí y me quitó el pañuelo de la boca, para después desatarme con dificultad, ya que con mis forcejeos había apretado los nudos.

—¡Me habéis encontrado! Ya había perdido las esperanzas —murmuré llorando y rodeando su cuello con mis brazos recién liberados.

Dylan me abrazó a su vez y, aún con los pies atados, nos fundimos en un beso dulce que despertó de golpe a mi cuerpo y me recordó que mis labios estaban maltrechos. Un gemido involuntario escapó de mi garganta y Dylan se separó enseguida. De inmediato me desató los pies y me llevó en brazos fuera de aquella casa, a una ambulancia que esperaba en la calle. 

—Mel se ha ido hace un momento...—le dije antes de que me dejara en la camilla—¿Cómo está Trevor? —pregunté interesándome por el chico.

—No te preocupes, mi hijo está bien, gracias a él te hemos encontrado —explicó mientras caminaba conmigo en brazos.

—¡Os ha llevado al otro sitio?—inquirí.

—Nos ha traído hasta aquí, Zara, os siguió cuando pudo escaparse —explicó sorprendiéndome— Hemos tenido que esperar que saliera ese hombre para poder rescartarte sin riesgos, siento haber tardado tanto.

—Gracias por salvarme —musité mientras caía en un profundo sueño.


Ya está libre Zara... ¿atraparán a Mel?

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