Rebusqué en mi pelo enmarañado y pegajoso hasta hallar una horquilla. Se la di a Trevor y me quedé observando sus movimientos.

—No he podido practicar nunca en una situación como esta, pero mi padre me enseñó a hacerlo por si me veía en problemas —explicaba mientras introducía la horquilla en la cerradura y la movía sin parar.

—No es algo que se suela enseñar a los hijos, pero ahora mismo le estoy muy agradecida —admití tras comprobar cómo se abría la puerta casi sin hacer ruido—. Salgamos de aquí cuanto antes, pero en silencio. Una vez fuera correremos lo más rápido que podamos para alejarnos.

—Está bien, profe —aceptó el chico— ¿Estás preparada?

—¡Adelante!—exclamé al tiempo que abría la puerta.

En la siguiente habitación no había nadie, parecía un comedor abandonado, sin muebles, sólo una silla ocupaba aquel espacio. Estaba sucio y en un rincón se amontonaban latas de cerveza aplastadas. Observé hasta encontrar otra puerta cerrada. Trevor se acercó y pegó la oreja a la madera para cerciorarse de que era seguro salir.

—Parece que todo está en silencio —afirmó mirándome, pidiendo instrucciones con los ojos.

—Salgamos de aquí, Trevor—susurré al tiempo que empujaba la puerta.

Los siguientes minutos todo pareció transcurrir a cámara lenta. Salimos a un pasillo estrecho, poco iluminado, que conducía a otra puerta. De pronto aquella puerta se abrió y nos encontramos frente a una persona que se cubría la cara con una máscara de payaso. Un grito se formó en mi garganta pero no llegó a salir. Presa del pánico corrí hacia él empujándolo al tiempo que gritaba.

—¡Trevor, corre! —exclamé apartando a un lado a aquel individuo que, sorprendido, no supo reaccionar a tiempo.—¡Vete y pide ayuda!

En cuestión de segundos el chico reaccionó y se lanzó hacia la calle sin mirar atrás. Por mi parte, lo único que pude hacer fue intentar deshacerme de su agarre, sin conseguirlo, me tenía aferrada por el brazo. 

Aquella persona  cerró mi vía de escape con una patada en la puerta, mientras me hacía caer al suelo. Me golpeé la cabeza contra la pared y perdí el conocimiento.

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No podía saber cuánto tiempo había pasado desde que me desmayé, no sabía si era mañana tarde o noche, solo un mareo y un fuerte dolor de cabeza me recordaban que estaba secuestrada. ¿Quién era aquella persona? ¿Qué quería de mí?. Abrí de nuevo los ojos en una habitación cuya iluminación dañaba mi vista. estaba tumbada en una cama doble, con los brazos atados por encima de mi cabeza y mis pies también sujetos con otra cuerda. Estaba inmovilizada. Una ventana cerrada, con la persiana bajada, una puerta entreabierta por donde entraba la luz de una televisión y una lámpara en el techo que despedía una luz cegadora era lo único que podía ver desde mi posición. Mi situación era bastante complicada, sólo esperaba que el chico hubiera podido escapar y avisar a la policía para que vinieran a rescatarme. 

—No te van a poder rescatar, Zara, ya hemos salido de aquella casa abandonada y ese chico no sabe donde estás ahora —habló una voz muy conocida para mí.

—¿¡Qué crees que estás haciendo!?—exclamé.

¿Quién será? Mañana lo averiguaremos...