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CAPÍTULO 52

—¿Cómo que ya es la segunda vez? —preguntó seria Neira— no me has contado nada, de que te persiguiera antes Mel. ¿Cuándo pensabas decírnoslo? Esto es grave, Zara.

—Tiene razón, esto puede considerarse un acoso —corroboró Lara, poniéndome en un compromiso.

No podía hablarles de la situación por la que estaban pasando Dylan y su hijo, no podía decirles que no era a mí a quien perseguían la vez anterior, pero tampoco podía dejar que creyeran que era Mel el culpable, así es que mi mente trataba a toda prisa de inventar una situación creíble para que se quedaran tranquilas.

—La vez anterior no era Mel —afirmé con seguridad, dado que decía la verdad—. Fue el padre de Trevor, el alumno al que haré de canguro.

Las dos se quedaron con la boca abierta, mirándome sin comprender nada, esperando una explicación que yo estaba tratando de improvisar.

—Me seguía para convencerme de que aceptara el empleo, fue muy insistente —mentí, con la suficiente tranquilidad como para convencer a las dos.

—De todas formas, lo que está haciendo Mel no es legal, no puede acosarte de esta manera, ya ha ido a tu casa, ahora te persigue por la calle, ¿qué es lo que hará la próxima vez? —cuestionó Lara mirándome a los ojos.

Yo sabía que tenían razón, pero no quería llegar al extremo de avisar a la policía. A pesar de su engaño, yo seguía sintiendo cariño por Mel después de siete años de relación, el tiempo que pasamos juntos no podía borrarse de un plumazo. A pesar de su traición.

—De acuerdo, si se vuelve a repetir una persecución como la de hoy iré a la policía. Pero ahora no dejemos que nos arruine el fin de semana —supliqué, tratando de cambiar de tema.

—Bien, es una promesa —aseveró Lara señalándome con su dedo índice— ahora vayamos a cambiarnos y salgamos a divertirnos las tres.

Ya eran las cinco de la tarde del sábado, escogimos una ruta alternativa para volver a mi casa, pasando antes por la de Lara, para que ella pudiese cambiarse también. 

No nos volvimos a encontrar a mi ex en toda la tarde, tampoco cuando fuimos a bailar a un local al que nos llevó Lara. De ese modo pude relajarme y disfrutar en la pista de baile con mis amigas. La noche se alargó hasta las tres de la madrugada, tras varias copas, íbamos las tres demasiado contentas, reíamos sin parar y nos abrazábamos. Alguna de nosotras decidió que durmiéramos en mi piso otra vez, así que allí acabamos todas: de nuevo en mi salón.

La mañana del domingo nos pasó volando ya que nos levantamos tarde y con resaca.

—Juro que no vuelvo a beber —afirmaba Neira sujetando su cabeza— pero lo he pasado muy bien este fin de semana. Lástima que tenga que irme al pueblo hoy.

—¿No puedes quedarte otro día? —inquirió Lara, que no estaba en mejores condiciones que ella.

—Imposible, tengo que trabajar —respondió mi amiga. 

Ambas quedaron frente a frente, mirándose a los ojos, mientras yo las observaba con discrección. Me pareció que entre ellas había una conexión especial, pero no me atreví a comentarles nada.





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