Observé al chico que se acercaba al coche, estaba en mi clase y me había llamado la atención por su total desconexión. No reaccionó a ningún comentario de sus compañeros, no me escuchaba y lo único que hacía era mirar por la ventana. Si, las casualidades existen. Recordaba su nombre, pues fue lo único que pude escuchar de sus labios: Trevor. También me vino a la mente la conversación que escuché en el bar, así que su actitud podía deberse a que era nuevo en aquel centro y, por lo tanto, todavía no tenía amigos.

Me fijé en la expresión avergonzada del chico. Sus ojos decían mucho de él: eran tan azules como los del padre pero en su interior dejaban traslucir una tristeza inmensa. ¿Qué le habría podido ocurrir para tener esa mirada? Estaba dispuesta a intentar averiguar lo que opacaba el brillo de sus pupilas para ayudarle. No formaba parte de mi trabajo, sino del de la psicóloga del centro, mas sabía de sobra que si no me ganaba su confianza no acudiría a ella y el problema no se solucionaría.

Trevor se subió al coche sin dirigir una palabra a su padre. Observé el gesto de desesperación en aquel hombre, se veía a leguas que estaba desbordado, era una familia con problemas de comunicación. Sólo esperaba que la madre tuviera mejor relación con el chico. Cuando desaparecieron por la esquina de la calle volví a la realidad. Me marché a casa con un suspiro, pensando en la manera más conveniente de lograr que se relacionara con los demás alumnos y conmigo.

Por el camino, paré en un supermercado para comprarme algo de comida preparada, no tenía ni ganas ni tiempo para cocinar. Mis dotes culinarias eran pésimas, en el pueblo, por más que me esforzaba no lograba que mis platos le gustaran a Mel, así que cuando quedábamos para cenar siempre íbamos a algún restaurante. Le echaba de menos, aunque discutíamos a veces, siempre llegaba la reconciliación y todo quedaba olvidado. Los últimos meses de mi relación habían sido duros, Mel quería que renunciara al trabajo para quedarme con él y, por primera vez, mis padres se interpusieron entre nosotros cuando casi me convence de renunciar a mi carrera.

Ahora dudaba si mi decisión había sido la correcta. Lo notaba tan frío en las llamadas que tenía miedo.

Sobre las doce del mediodía llegué a mi apartamento y guardé las compras en la nevera, era viernes y hasta el lunes no tenía que volver al trabajo. Me esperaban casi tres días de aburrimiento y soledad. Entonces se me ocurrió una idea, mandé un mensaje a una de mis amigas del pueblo, Neira, con la que alguna vez había hablado de la posibilidad de que viniese un fin de semana conmigo. Mel no podía venir por el trabajo y yo no podía ir hasta que no cobrase a final de mes. Pero Neira aceptó enseguida mi invitación y vendría al día siguiente, por lo menos no estaría sola...

Esto se va animando, pequeños pajarillos. Mañana veremos quién es Neira y la relación que mantiene con Zara. Si os está gustando esta historia, no os olvidéis de dejarle una estrellita y un comentario.