CAPÍTULO 27
—No te preocupes, no tengo ningún tipo de prejuicio, Lara, sólo me has dejado sorprendida —respondí rápido, para tranquilizarla—. Gracias por confiar en mí.
—Creo que las dos nos vamos a llevar genial. Por cierto... ¿No tienes helado en el congelador?— inquirió con una gran sonrisa en los labios— Es la mejor terapia para el mal de amores.
Me levanté de un salto para ir al refrigerador, mientras mis labios se curvaban en un tímido intento de emular a los suyos. Busqué en los tres cajones de congelados hasta encontrar mi pequeño tesoro y nos acomodamos en el sofá, con una tarrina de helado cada una.
—Explícame cómo conociste a Mel — Me pidió.
—Vivíamos en el mismo pueblo, íbamos al mismo instituto y salíamos con el mismo grupo de amigos: Neira, Sarah, Claud... y los chicos Steve, Dennis y Ross. Nos sentimos atraídos, hasta que empezamos a salir con diecinueve años.
—¿Has tenido algún otro novio antes? —preguntó mientras su mirada parecía estar perdida en su helado.
—No, Mel ha sido mi único novio, llevamos siete años juntos, ¿Tú has tenido muchas parejas? —Contraataqué con confianza.
—No, ¡Pero más que tú sí que he tenido! —exclamó riendo— No es fácil encontrar pareja de tu mismo sexo, las dos anteriores me pidieron ellas para salir. Yo soy demasiado miedosa para atreverme a preguntar —Se miró las manos con tristeza, pero enseguida sacó su carácter alegre mientras me explicaba—. Una de ellas me preguntó si quería ir al cine, aunque a ella le daba miedo la oscuridad. ¡Tuvimos que irnos a mitad de película!
—¿En serio? — comenté curiosa— me imagino la cara que pondrías cuando te dijo que tenía miedo...
—¡Nunca me lo llegó a decir! —añadió— me di cuenta de ello más tarde, cuando nuestra relación estaba más afianzada. Una noche de tormenta pude ver cómo temblaba cuando se iba la luz.
Poco a poco, la conversación, el helado y las risas contagiosas de Lara, lograron que mi estado de ánimo cambiara. Olvidé por un momento que mi vida se estaba derrumbando a mi alrededor y el tiempo se nos escapó entre los dedos mientras me explicaba anécdotas graciosas de su vida.
—Lo siento, Lara, pero estoy agotada. Necesito dormir —comenté suspirando, ya que en realidad no quería que se acabara nuestra charla— ¡mañana tenemos clase!
—Sí, perdona, te he entretenido demasiado —murmuró con voz arrepentida.
—Esta sesión, mezcla de charla informal y confesiones secretas, me ha ayudado mucho a desconectar, gracias por quedarte conmigo —y añadí— ¡Me quedaría toda la noche hablando contigo! Pero somos las profesoras y no podemos aparecer ojerosas por el instituto.
—Cierto, ¿Qué excusa podríamos poner? —expresó mientras nos levantábamos para ir a la habitación.
—¡Ya sé! ¡¿Una fiesta de pijamas que se nos fue de las manos?! —exclamé mientras ambas nos doblábamos de la risa.
La Mañana llegó antes de lo que hubiéramos deseado, tras arreglarnos y desayunar salimos juntas para el instituto. Teníamos pensado acercarnos a su casa para que recogiese el material de clase así que nos apresuramos y adelantamos nuestra marcha.
Al llegar a la puerta del edificio algo dentro de mí se rompió cuando lo vi, esperando en la otra acera con aspecto de no haber dormido en toda la noche.
Pequeños pajarillos, mañana más.
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