Empecé a sentirme mal antes de llegar a casa. Entré en una farmacia de guardia donde, en previsión, compré un medicamento para la fiebre y un termómetro.

—Debería acercarse a un médico —Me aconsejó la dependienta— No tiene buena cara.

—Muchas gracias, lo haré —contesté dirigiéndome a la salida.

Al llegar a casa, me deshice de la ropa y me puse el pijama, tenía hambre, mas no me encontraba con ánimos de prepararme nada de comer. De modo que devoré una pieza de fruta y me tomé el analgésico para la fiebre. Me acosté y puse el despertador para el día siguiente.

Cuando la alarma sonó me moví para apagarla sintiendo que todo mi cuerpo estaba entumecido. Quería llorar de frustración pues no podía faltar a clases, así que me sobrepuse y me levanté como un alma en pena. Me duché con la esperanza de que mejorase mi estado, pero sólo conseguí perder el tiempo. Tomé un desayuno ligero y el analgésico, después me dirigí al instituto.

Sólo había sacado una cosa buena de la noche anterior: por un momento me olvidé de Mel y había conseguido dormir toda la noche. Ahora, mientras caminaba hacia el trabajo, los recuerdos se agolpaban en mi mente, el dolor volvió a aparecer más fuerte si cabe. Controlé las ganas de llorar y me apresuré a subir las escaleras hasta la sala de profesores. Era temprano y esperaba que no hubiera llegado nadie para tomarme un café con tranquilidad antes de comenzar el día. El analgésico empezaba a hacer efecto sobre la fiebre y el malestar corporal, pero mi mente estaba anclada en la mañana del sábado.
Desterré los recuerdos a un rincón de mi subconsciente para enfrentarme a las clases del día. Mis ojeras y la cara demacrada no pasaron desapercibidas para Lara que, durante el descanso de las once, me estuvo interrogando sobre lo que me ocurría.

—En media hora no tengo tiempo ni de contarte la mitad de lo que me ha ocurrido —comenté en voz baja—. No sé por dónde comenzar.

—¿Quedamos para comer y me cuentas? —insistió Lara.

—Está bien, pero prométeme que no dirás nada a nadie. No quiero que los demás profesores lo sepan. Después de las clases te cuento.

Sonó el aviso para la vuelta al trabajo. Me despedí de Lara y me dirigí a enfrentarme con tercero D, el grupo del que yo era tutora.

Nada más entrar en el aula me tropecé con un Trevor muy enfadado que no me dirigía ni siquiera la mirada. Opté por ignorarle durante la hora que duró mi clase, él hizo lo mismo conmigo. Empezaba mal mi proyecto para integrarlo en la dinámica.

Antes de que saliera, le pedí que se quedara un momento para hablar con él.

—Trevor, quiero que me expliques qué te ocurre en mis clases, te he observado y no prestas atención. ¿Tienes algún problema con mi método de enseñanza? —indagué—. No estás participando en las dinámicas de trabajo.

—No tengo ningún inconveniente con la filosofía, el único problema es que mi profesora intenta ligar con mi padre...

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