CAPÍTULO 2
Me ruboricé por estar escuchando a hurtadillas lo que decían, pero iba a trabajar en ese instituto y me interesaba conocer por qué tenía tan mala fama.
El barrio era conflictivo, pero aquel hombre parecía tener un estatus económico suficiente para llevar a su hijo a un instituto privado: su ropa era cara. Me intrigaba la razón por la que lo matriculaba en este instituto en concreto.
—Bueno, Gabi, ahora nos veremos más seguido. Vendré a recoger a Trevor todos los días.
El camarero hizo un gesto de asentimiento colocando un botellín de cerveza ante él.
—Invita la casa, por los viejos tiempos.
Deduje que se conocían de antes y, al virar su conversación hacia temas más personales, decidí marcharme a casa.
Tomé el metro y los pasos me llevaron a mi triste apartamento de dos ambientes que, de momento, era lo único que podía pagar. No dejaba de pensar en aquel hombre y en la mirada penetrante que me dirigió cuando pasé por su lado al salir.
Llamé a casa de mis padres con los que hablé de nimiedades, como que mi gato Leonix había escapado de casa y se había colado por la ventana de un vecino. Tras conversar unos minutos con ellos me comunicaron que se marchaban de viaje, por tanto, no podrían llamarme tan a menudo como ahora. Mi gato se quedaba con la vecina.
Entre una cosa y otra se hicieron las ocho de la noche y llamé a Mel. Estaba en la cama, con la televisión encendida para no sentirme tan sola, pero al descolgar el auricular apagué el aparato. Cuando escuché su voz, cerré los ojos para imaginar que estaba a mi lado. Me concentré en él, mas algo en el ruido de fondo llamó mi atención. No conseguí identificar qué sonaba y deduje que sería algún anuncio.
—Hola, cariño, ¿Qué has hecho hoy? —pregunté, para interesarme en su jornada de trabajo, pese a saber de sobras dónde había estado todo el día.
—Como siempre, Zara, he estado en el taller, con mi padre.
Su tono seco me sorprendió, aunque supuse que el día habría sido pesado y estaría muy cansado. Oyendo su voz sentía que todo estaba bien. Tenía la esperanza de que pronto cambiara de opinión y viniera a trabajar a la ciudad, de ese modo estaríamos juntos de nuevo. Esas primeras semanas estaban siendo duras... No hablamos mucho antes de que cortara la llamada por algún imprevisto dejándome sumida en mi soledad de nuevo.
El tiempo transcurrió veloz y el primer día de clases llegó. Era primordial entrar al aula con una mente despierta, atenta a todos, intentando conectar con los alumnos y ganándome su confianza. Me había tocado ser la tutora del curso tercero D. Entré en el campo de batalla dispuesta a todo, con una sonrisa y una carpeta llena de sueños que esperaba poder compartir con ellos.
—¡Buenos días clase!, soy la nueva profesora de Filosofía, mi nombre es Zara y soy vuestra tutora...
Buenas, pequeños pajarillos, espero que les esté gustando esta historia. ¿Qué pasará en clase? ¿Qué le ocurrirá a Mel?... Quizás mañana sepamos algo más.
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