CAPÍTULO 15
Salí de casa a las tres de la tarde, con el paraguas, mi bolso y un montón de papeles en una carpeta. El café donde habíamos quedado estaba cerca del instituto, ya que ninguna de las dos conocíamos bien la ciudad. El metro me dejó a tres calles del lugar, llovía y el suelo estaba lleno de charcos que tenía que ir esquivando, si no quería acabar con los pies mojados. Estaba concentrada en ello cuando, de la nada, apareció por una esquina corriendo. Un hombre corpulento, fuerte y alto chocó conmigo de frente. Mi cabeza impactó con su pecho, propulsando mi cuerpo hacia atrás; perdí el equilibrio y caí de espaldas, quedando sentada en el suelo, aferrada a mi dossier y el bolso. La caída que, en cualquier otra ocasión me hubiera causado risa, desató una reacción distinta. Miré sin ver a aquel hombre, a través de las lágrimas que escapaban contra mi voluntad, y le grité.
—¡Quiere hacer el favor de mirar por donde anda!
—Señora, se ha cruzado en mi camino ¿Qué hacía mirando al suelo? ¡Usted también tiene que vigilar por donde camina! —exclamó airado el gigante, que me miraba desde una altura considerable.
Ni siquiera se había enterado del golpe, yo en cambio, estaba en el suelo, mojada, el paraguas roto en mitad de la acera y mi ropa hecha un desastre. Salió de mi garganta un grito involuntario y me levanté enarbolando la carpeta a modo de bate de béisbol, le golpeé con ella descargando toda la furia que llevaba acumulada dentro.
—¡Es usted un animal! ¡ni siquiera me ha ayudado a levantarme! ¡mire mi ropa! —Exploté sin control, viendo con impotencia cómo mi agresión era insignificante para él.
—¿Y usted es profesora? Controle su carácter mujer, ha sido un accidente—expuso él con tranquilidad.
Sin dejarle acabar la frase, al escuchar cómo me llamaba profesora, me fijé en su rostro por primera vez. Me asusté al comprobar quién era, me subieron los colores y los calores al ver los ojos azules con los que me miraba. Mascullé una disculpa y salí corriendo de allí. Era Dylan, el padre de Trevor, con su imponente mirada.
Corrí sin mirar atrás, hasta llegar a la cafetería donde ya estaba Lara esperándome.
—Hola, Zara. ¿Qué te ha pasado? ¿No traes paraguas? Estás empapada —interrogó sorprendida y preocupada por mi aspecto— parece que te hubiera atropellado un camión.
—Es una larga historia, después te la cuento. —respondí mirando hacia el suelo, sintiendo cómo me subía el rubor a la cara. —Pero...
La vergüenza me invadió, mas al analizar cómo me sentía después del incidente, tenía que admitir que estaba mucho mejor. Había desahogado parte de mi frustración con Dylan, el padre de uno de mis alumnos. No era la mejor de las terapias, pero de momento me había servido para relajar un poco la tensión que tenía acumulada tras haber roto con Mel. Cuando tuviera que enfrentarme a sus ojos azules de nuevo, ya me las arreglaría para salir del paso.
—Acabo de pegarle al padre de uno de mis alumnos —confesé— y creo que me ha reconocido.
¿Creéis que ha exagerado Zara? Nuestra profesora está dolida con Mel... ¿Qué creéis que habrá pensado Dylan? Esto se va complicando cada día un poco más, pequeños pajarillos, no dejéis de revolotear por aquí y dejarme una estrellita si os ha gustado este capítulo.
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