—¡Perdona! no te he dicho mi nombre, soy Lara, acabo de aterrizar por aquí, esta gente es poco amable, casi no me han dirigido la palabra. Yo también doy tercero —espetó casi sin respirar— Espero que podamos trabajar juntas y nos llevemos bien.

Sonreí, asegurándole que por mí no habría ningún problema y que estaba encantada de tenerla en el equipo.

Lara fue una aliada en el claustro de profesores durante aquella primera semana completa de trabajo. Planteé las necesidades económicas para llevar a cabo mi plan de estudios en conjunto con las de Lara. De ese modo nos tuvieron que escuchar y «hacernos el favor» de concedernos una parte del presupuesto para material. Salimos de la reunión con la sensación de haber conseguido una gesta muy importante.

En cuanto a las clases de esa semana, los alumnos se iban adaptando a mi forma de trabajar, observé algunos cambios evidentes en la actitud de algunos de ellos. Trevor, por su parte, se dedicaba a ignorar a todos, lo cual no me dejó otra opción que tratar de integrarlo a las clases de forma más agresiva. Es decir, tomando la iniciativa y creando dinámicas grupales y de pareja. Para ello ese fin de semana tendría que trabajar en la preparación de las clases y en los grupos que formaría con los alumnos. La elección de los equipos de trabajo tenía el objetivo de integrar a todos en la dinámica, para ello la clase debía ser diferente a lo habitual. Me preparé todos los dossiers que iba a necesitar y me los llevé a casa para organizar las clases, los grupos y las dinámicas a realizar. Todo para el lunes, cuando comenzaría mi «plan de integración».

Ese fin de semana iría al pueblo por sorpresa, me llevé un pequeño obsequio para Mel, un detalle sin importancia para demostrarle lo mucho que lo echaba de menos. Le compré un smartwatch. Estaba segura de que le gustaría e impaciente por verle la cara cuando lo abriese.

El viernes por la tarde me dediqué a adelantar los proyectos quedándome en casa para trabajar. Después de comer me sumergí en los dossiers y preparé las clases de los tres primeros días de la semana, después organicé los grupos de trabajo y, a las doce de la noche, por fin terminé con parte de la tarea autoimpuesta.

El sábado madrugué y tomé el primer tren hacia el pueblo. Contaba con llegar antes de las ocho de la mañana y entrar en casa de Mel con su llave, para darle una sorpresa. El recorrido se me hizo eterno, pensando en Mel y yo juntos, abrazados por fin después de tanto tiempo separados, cuando entrara en su habitación me lanzaría a sus brazos.

Cuando llegué a la estación, no me entretuve en desayunar, decidí ir directa a su casa. La anticipación me aceleraba el ritmo cardíaco, abrí la puerta despacio, entrando con cuidado de no hacer ruido pero, al llegar a la puerta de su habitación, mi corazón se detuvo de golpe...

Pequeños pajarillos, ¿Qué habrá visto Zara? Tal vez la sorpresa se la acabe llevando ella...
Mañana lo descubrimos. Si os está gustando esta historia dejádmelo saber con una estrellita.