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PRIMER ACTO

Escena I

Zacarías e Isaac van caminando por los jardines del templo de Palas, rumbo a las afueras, donde el verde de la pradera comprende un cuadro armonioso con el celeste cielo.

Isaac: Me he entusiasmado, maestro, ¿no es el amor, acaso, piadoso de nosotros cuando responde ante nuestras súplicas de vernos en sus brazos por el resto de nuestros días, aún cuando él sabe que es dueño de la fuerza y el derecho de rechazarnos?, el amor me ha bendecido (pone las manos en el pecho, con mirada soñadora).

Zacarías: Isaac... el amor no posee nada, ni desea nada de nadie, porque el amor se basta a sí mismo. Es la humildad del amor la que reconoce la sinceridad de tus sentimientos. Pero no te equivoques, mi querido alumno (pone la mano sobre su espalda), él es una joya preciosa de la cual no eres dueño, y el valor que posee es el que le das en lo más profundo del corazón. Si te has hecho con el amor, Isaac, protégelo con tu vida, porque todo lo que el destino regala se corresponde con la amenaza de perderlo.

(PAUSA)

Isaac: ¿Cómo saber que alimentas las ganas del amor? Maestro, ¿cómo sé que el amor me guiará por un sólo camino o que no seré capaz de encontrar el amor en otros brazos? (se queda en silencio observando sus propios pies). Aunque sea mínima, ¿no existe, acaso, la posibilidad de que el mismo rayo caiga dos veces en el mismo lugar?, ¿¡cómo saberlo!? ¿Y si era ése el verdadero amor?, ¿y si era el anterior?, ¿y si el futuro me depara algo mejor?

Zacarías: Ah... de ese infierno resurgen los fantasmas. De esa tierra santa de arenas blancas, finas, tiernas como los agrios pétalos de las promesas que adornan la seguridad, pero no cubren ni protegen. De las memorias, de los recuerdos, del pasado que alguna vez inventó un plural, de lo que fue sonrisas y desembocó en lágrimas. De ahí los fantasmas...

Se detiene y lo toma de los hombros para verlo de frente.

Zacarías: Esos fantasmas siguen agarrados a tus piernas y suben a tu corazón cuando te hayan débil. Viles sombras que se arrastran por tu piel, arañándote. Invisibles penas que cicatrizan en lo más hondo de esa alma cuyo oscuro golfo yace entre goce y ruina. Bañados en la más sabrosa de las agonías, la más confusa ira que en la mente ataca cuando el vacío hace casa en los bosques de la soledad. Ellos, los cómplices de tus conquistas y tus derrotas, no son ahora más que el fruto de tu tristeza.

Isaac: (Confundido) Maestro...

Zacarías: ¿Cuándo te he enseñado a temer? ¡No son dudas, Isaac!, es temor lo que se aprovecha de tu inseguridad. Cada vez que abres la boca me siento un fracasado...

(PAUSA)

Zacarías: Mira, Isaac (señala un río que corre cerca de ambos), somos como ese río que fluye sin saber a dónde, con un destino tan incierto y a la vez tan decidido como el nuestro, sin embargo, ¿ves que el río dude o retroceda? Son pocos los seres que tienen la virtud de la razón, Isaac. Si mañana decides apartarme de tu camino, yo sentiré el orgullo de haberte enseñado eso: que tienes la capacidad de elegir.

Isaac: Le ruego sepa perdonarme, maestro, jamás pude evitar temer. Puede el destino destrozar mi cuerpo, mi alegría y mis ganas, pero jamás deteriorar la inmensidad de mi alma. Tan solo pensarlo me oprime el pecho y hace que desee llorar.

Zacarías: (Conmovido) Isaac... (acaricia su rostro e Isaac toma esa mano entre las suyas), eres aún más frágil de lo que recuerdo, permíteme ayudarte a comprender tus sentimientos. Dime, Isaac, ¿me amas?

(PAUSA)


Isaac: Me he encontrado pensativo al respecto, en tantas ocasiones (se aleja y le da la espalda). ¡Tan inquietante! Heme aquí, en la duda que contigo es certeza, preguntándole a la respuesta si debo abrir mis alas y amar sin miedo a equivocarme. Me temo que debo decir que sí, le amo.

Zacarías: Ya veo... (pensativo) ¿No es entonces el amor la admiración más grande, o la fascinación más absurda también? Ve, Isaac, pon en duda tu concepción del amor, así como pones en duda a sus distintas manifestaciones. Aprende, niño, como se hacen los árboles de su propia fortaleza para crecer.

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