CUARTO ACTO
Escena I
En el Olimpo vuelan los ángeles alrededor de la morada del dios del amor, los envuelve una complicidad de infante. Ríen, cantan y juegan fastidiando cuanto quieren a quien quieran.
Coro de ángeles: ¡Eros, Eros!, ¿qué letargo te eleva sobre los cielos?
Eros: (Indignado) ¡Silencio!, moscas chismosas del supremo. No llevo ninguna distracción; ¡por Zeus!, ¿¡qué los hace pensar eso!?
Coro de ángeles: Se te ha visto suspirar en los jardines del Olimpo, ignorar a las ninfas, ¡ellas tan hermosas han bufado ofendidas!, se sospecha que estás enfermo...
Eros: ¡Que se callen, he dicho!
Afrodita aparece entre las nubes con un vestido de seda blanca.
Afrodita: ¡Ah!, cuánto ruido (protesta).
los ángeles se dispersan riendo.
Eros: (Rueda los ojos al verla) Eres tú... ¿qué te trae a mi lecho?
Afrodita: (Abrazándolo) "Eros, hermoso Eros, has perdido en tu propio juego" (canta en su oído suavemente) "Él dios se ha rendido, el hechicero en su maldición ha caído".
Eros: (Alejándose de su madre, ofendido) ¡Meras discordias!, ¡fueron esas alimañas!
Mirando dónde los ángeles reposan.
Eros: (Furioso) ¡buitres!
Afrodita: (Sonriendo) Errar es una facultad humana.
Eros: ¡¿Me insultas, descarada?! Si has venido con intención de burla, vete ahora mismo de aquí, suficiente tengo con esas plagas.
Afrodita: Me iré, no te ofusques en vano (ríe). He de decir antes de irme: "¡Que hermosos rizos rojos han de ser para haberte enredado!
Desaparece entre las nubes.
Escena II
En la tierra Diodoro visita el pueblo vecino donde se encuentra con Isaac en la puerta de la ciudad; se abrazan.
Isaac: Mi ángel guardián, te adoro, ¿lo sabes, verdad?
Diodoro: Lo sé, pero que no llegue a oídos de tu amante o encenderá en celos
Ríen buenamente los dos.
Isaac: Ven a nuestra casa, me lo contarás todo. Sé que ha sido cosa tuya, pero no adivino cómo.
Diodoro: ¡Amigo!, mi rubor no es cosa de cuento
Se retiran.
Escena III
En casa de Isaac, se sientan uno frente al otro.
Isaac: Solo estamos nosotros, siéntete libre de decir cuanto quieras
Diodoro: Fui al templo a quejarme frente a Eros de la desfortuna que los había envuelto.
Isaac: ¡Tan buen hombre eres! (juntando las manos).
Diodoro: ¡Tal fue el pleito!, con tal desenlace...
Comienza a narrar su historia.
Escena IV
En el templo dónde Palas se erguía en mármol rodeada de flores, Zacarías, habiendo terminado su clase, se dirigió hacia la estatua. Encuentra a Eros, vistiendo una túnica blanca.
Eros: (Molesto) ¡Y tú...! (hace como si blandiera una espada, saltando hacia adelante y hacia atrás, tal cual pelease con algún monstruo invisible), ¿qué tanto puedes saber de guerra, cuando la guerra más grande la contagio yo? (se sienta de espaldas a Palas). "Guiar al hombre hacia la victoria", ¡ja!, ¿qué gloria se puede ganar en batalla sin sufrimiento? ¡Soy igual que tú! Aún así Zeus te adora más que a nada, ¡más que a nadie! Si fuera capaz de errar y que me diesen perdón con la libertad con que matas para satisfacer a unos pocos...
(PAUSA)
Eros siente un ruido de pasos.
Eros: ¡Revélate intruso!
Zacarías: (Sale de atrás de una columna) ¿Sufres envidia?
Eros: El dios del amor no posee tales sentimientos, ¿qué haces espiando? Ya sé... (se levanta y se acerca a Zacarías, quien le observa con el mentón en alto), me deseas (sonríe, pensando en ser acertado. Zacarías imitó el gesto, caminó a un lado y se sentó en el borde de uno de los jardines).
Zacarías: Complaces tu ego acostándote con lo primero que se te cruce, ¿satisface tu alma actuar como ramera? No me acostaría contigo jamás, no porque no te considere hermoso, si no porque te considero pobre...
Eros le amenazó furioso con un puñal que nació de su ira.
Eros: ¡Retíralo, mortal!, ¿cómo se atreve un humano como tú a faltarme el respeto?
Zacarías: (Enojado) ¡Vivo la filosofía que alimenta tu gracia!
(PAUSA)
Zacarías: Mírate a ti... no puedes caminar derecho el sendero que trazan tus flechas, huyes de ti mismo, aún teniendo nada que perder... ¡no tienes nada!
El dios se aleja mirando al vacío, conmocionado.
Eros: ¡Silencio!, ¿qué puedes saber...? Tanto en tu mundo como en el mío existen reglas que deben de respetarse. Para ustedes su moral es su único dios, pueden romper sus propias reglas porque nadie les castigara más que su conciencia. Viven a la luz de sus conceptos del bien y el mal. Nosotros, en cambio, somos ideales. ¿Y si te digo que estoy enamorado, pero que el amor que llevo es el pecado más grande que pudiese cometer como dios del amor? Cargo un título que me condena, que me obliga a permanecer puro de esos sentimientos.
Zacarías: Este no es tu mundo. Entiendo tus valores, pero priorizo tu necesidad; si has de esconderla tras un muro por defender tu nombre, ya sabrás los riesgos, ese es mi consejo como filósofo, como amante. Sé que hubiera vivido en la sombra por el resto de mis días por el privilegio de amar a Isaac, te debo que nos permitieras tenernos.
Eros: Coincidencias, ha sido por ustedes entonces que ahora me siento perdido... Estarás satisfecho (cerró los ojos, pensativo). Desde la sombra observo sus rizos rojos, su piel de mármol, sus ojos que son campo en donde corren mis fantasías, su delicada silueta que mira al cielo añorando ver a su estrella, y le deseo con fervor, admiro cada gesto. Recuerdo su voz en mi mente, siendo provocada por un movimiento de caderas constante que me llevó a hacerlo mío; me vuelvo loco a cada segundo envidioso que desgasta su boca sabiendo a su alma intacta y pura.
Zacarías: Búscalo y si se oponen: que la ira de la justicia caiga sobre los que hablen.
Eros lo observó, convencido y decidido.
Eros: Entonces reza por mi suerte (desaparece).
Escena V
Es de noche y Diodoro yace en su cama mirando al techo; algún pensamiento lo trae desvelado. Acaricia su propio cuerpo, cerrando los ojos.
Diodoro: ¡Cuánto he de odiarte amor infiel!, aunque seguramente ni me recuerdas; después de todo yo no sería capaz de destacar entre las flores de tu jardín, infinito y colorido como ningún otro. Soy simple, efímero como las estaciones. Nada más puedo olvidarte, ¿puedo? (se cubre el rostro).
Aparece Eros de entre las sombras y trepa a su cama sigiloso como un gato. Diodoro reacciona sorprendido al sentir el peso de otra persona mover su cama.
Eros: Con tu odio lame mis heridas de guerra (besa a Diodoro, quien le responde fogoso). Batallo día a día para ganarle a tu magia. No pienses más en terceros, historia pasada, tal cadena es el amor que quiero ser cosa tuya...
Diodoro: Criatura traicionera, seguro estoy de que jugarás con mi sentimientos (susurró), y tardarás mil vidas para darte cuenta que el amor no perdona a nadie.
Eros: No. Confía; no me desprecies. Tu cuerpo hace que se me estremezca la piel como a una virgen, me tienes apresado en tu gracia (lo desnuda con prisa, depositando besos en su pecho, propinando mordidas en su cuello).
Diodoro: ¡Tómame! (se aferra a sus brazos, cuyas manos acarician su piel desnuda), ¡tómame!, ¡desespero al pensar las consecuencias! (libera algunas lágrimas de dolor al sentir a Eros en lo más profundo de sus entrañas). ¡Ah, sí! (entre sollozos). Yo seré tu templo cuando Hades te acuse, quédate en mí (Eros le embiste). ¡Ah! ¡Zeus tenga piedad de nosotros! (gimiendo extasiado).
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