Luego de la Segunda Guerra Mundial, a mediados de los años 40 del siglo XX, la carrera armamentista empezó entre las dos naciones más poderosas del mundo. Primero fue la bomba atómica, en 1945, y, de ésta, las armas químicas y biológicas comenzaron a ser creadas a gran escala en laboratorios secretos dentro y fuera de los confines de estos países.

Con el tiempo se pensó en algo más ambicioso: desarrollar hombres con la capacidad de soportar el hambre, la sed, los climas adversos; en definitiva, con la capacidad de la auto recuperación orgánica y sistémica de sus cuerpos. Fue a partir del nuevo siglo, que se soñó con la creación de un súper hombre, un súper soldado, y los esfuerzos se encaminaron a dicho propósito.

Desde entonces, se llevaron a cabo multitud de experimentos secretos de manipulación del genoma, sin lograrlo hasta el momento. Después de muchos años de fracasos, el gobierno de los Estados Unidos decide suspender todos los experimentos y cierra los bio-laboratorios existentes. Esta decisión no complace a cierto sector político y militar ortodoxos, que los continúan fuera de la lupa del gobierno.

En uno de estos laboratorios clausurados, cerca de la Ciudad de Arlington, en Washington, un grupo de científicos auspiciados secretamente por el sector ortodoxo, ha creado un virus nanotecnológico con la propiedad de regenerar las células humanas, consiguiendo así, el primer paso para el súper soldado.