Capítulo 16: Stan Irving.
- ¿Cuál es su nombre? – Preguntó el joven habitante, a Zuleima.
-Se llama Zuly – Dijo la niña.
-Shhhh – Zuleima calló a Minerva.
-Ahh – Dijo el joven – Zuleima... muy bello nombre.
-Gracias... – Dijo Zuleima.
-Mi nombre es Stan Irving – Dijo el hombre.
Algo curioso de Stan no era su forma física, su apariencia elegante, un hibrido entre ser alguien débil, fuerte y alguien sumamente elocuente, unido a una calidez y sencillez indescriptible. Sus ojos eran extraños.
La peculiaridad en ellos no era solamente su muestra de humanidad y salvajismo, en alguien que no debería tenerlas, si no que no parecían tener una forma fija.
Zuleima veía en sus ojos una semejanza con las lámparas de lava. Esos ojos podían tener una forma en un instante y cambiar al otro.
En un inicio tenía dos pupilas; después pasaron a ser dos; luego no existían. Su iris podía cambiar de forma, podía tener un diferente color o más de uno.
Esto llamaba mucho la atención y le daba curiosidad a Zuleima.
-Tus ojos son extraños – Dijo Zuleima, diciendo en voz alta uno de sus pensamientos.
- ¿En verdad? – Respondió Stan.
-Si... – Dijo Zuleima.
-Gracias – Respondió Stan, mostrándole a las dos chicas el lugar en el que se encontraba.
El enorme castillo en el suelo plano de plata, era una anomalía como no podía ser de otra forma. Viendo a través de la ventana. Zuleima podía ver una pradera, la cual ni siquiera se encontraba allí, o era real.
En las lejanías, podía notar grandes monolitos, no precisamente de piedra, puestos de forma ingeniosa por algo o alguien que tenía calculada su postura; estaban en una distancia paralela.
Pudo notar varias nubes que hacían la ilusión de ser el humo de aquellos monolitos. Las nubes grises no hacían si no sentir agotada a Zuleima. Aunque, no era un agobio por cansancio; era un deseo interno, emergente, de buscar descanso de forma inmediata.
Sentía una calma que era difícil de describir con palabras. Zuleima no había sentido esa calma desde hace años.
Recuerda cuando su padre, a quien los de la jefatura le llamaban Charlie, había ido por ella. No recuerda cual era el motivo. En realidad, toda su infancia, de los primeros años, parece no recordarla.
Siempre que busca un recuerdo de aquella etapa, pareciera que jamás hubiera existido en realidad.
No sentía miedo por ese olvido. No sentía calma por ello. Le era una situación completamente indiferente.
Mientras veía las nubes grises, pudo notar que, muy lejos, algunas explosiones se veían. Retumbaban los ruidos en las lejanías, pero eran sonidos muy tenues y algo débiles.
No obstante, allí estaban.
- ¿Qué es eso? – Preguntó Zuleima a Stan.
- ¿Eso? Es el sonido de una batalla en la que participé.
- ¿En serio? ¿Estuviste en la guerra?
-Si... Verás, no es algo de lo que me enorgullezca, jamás me he sentido alegre con tal conocimiento de mi pasado. Me causa cierta colera y buscaría borrarlo. Sin embargo, eso es imposible. Mi alma está condenada a ver aquel cielo gris, aquellos monolitos, esa pradera perfecta, el cielo oscureciendo y yo muriendo en una batalla sin sentido.
- ¿Cómo te hace sentir eso? – Preguntó Zuleima.
-Me siento aterrado. No obstante, mi mente se ha acostumbrado a siempre tener eso allí, frente a mis ojos. Es mejor que recordarlo de forma instantánea en un momento que no debería.
- ¿A que te refieres?
-Siempre veo algo que me perturba; me acostumbré a ver un horrido capitulo de mi vida todos los días. Estando condenado a saber de él, escuchar de él, verlo y entenderlo. Todos los días veo mi horror. Busqué ir a la guerra no solo por un amor a mi patria. En realidad, jamás amé a mi patria. Necesitaba dinero, mis recursos eran nulos y mi paciencia, igual. Lo peor no fue mi muerte en batalla. Si no hubiera dejado nada atrás, probablemente mi angustia no sería la misma; inclusive, me burlaría de ello. Pero dejé a dos personas atrás... bueno, tres en realidad.
- ¿Quiénes eran esas personas? – Preguntó curiosa Zuleima.
-A el único alemán que voy a recordar en mi vida... el me salvó la vida y nunca pude agradecerle. Su nombre era Grant. Cuidó de mi más de lo que pudo hacer por Gunter, su mejor amigo. Él siempre tenía la añoranza de llegar a visitar, al final de la guerra, a su esposa, Alviria. Ambos eran muy unidos. Grant siempre me contaba de ellos dos. No obstante, para nuestra desgracia, Gunter había muerto antes de que la guerra terminara. Grant jamás se perdonó por eso y juró, que en el momento que fuera necesario, dejaría el campo de guerra, dejaría todo, con tal de ver a su novia, Elena.
- ¿Qué pasó con Grant?
-Fallecí de gangrena antes de saber que fue de él. Sin embargo, antes de ello, supe que, en cartas, Grant esperaba una pequeña niña.
-Que hermoso... ¿Supiste algo de él, después de morir?
-Afortunadamente hay un servicio de mensajes para saber sobre lo que ocurre en le mundo humano. Sin embargo, saberlo solo me puso más mal.
- ¿Qué ocurrió?
-No se si decirlo... Siento que mi corazón se parte con tan solo mencionarlo.
-Está bien... no tienes que contarlo.
-Solo puedo decir que su hija murió.
Zuleima cubrió su boca, del asombro y la tristeza. Se había encontrado con una noticia triste, si no es que grotesca.
- ¿Qué ocurrió?
-Eso no lo sé... ¿Quieres saber algo?
-Si...
-Primero una cosa – Dijo Stan acercándose a Minerva, quien dormía en uno de los sillones del gran salón del castillo, que parecía más una librería o una habitación de un aristócrata.
- ¿Qué piensas hacer? – Dijo Zuleima, defendiendo a la pequeña niña.
-La pequeña se llama Minerva ¿No es así?
Zuleima se quedó mirando a Stan.
- ¿Cómo sabes su nombre?
- ¿Tiene al menos unos ocho, nueve años?
- ¿Qué tiene que ver con lo que me estabas contando?
-El nombre de la hija de Grant... era Minerva. Era igual que él, salvo por el cabello. Era de ojos claros, castaño claro como su madre, rizado como Grant y era vivaz y alegre. Murió por un mal pulmonar.
Mientras dormía, Minerva empezó a toser.
-Minerva – Dijo Zuleima – Minerva.
-Tranquila Zuleima – Dijo Stan.
- ¿Qué pasó? – Dijo un tanto adormilada la pequeña Minerva.
Zuleima miró a Stan, quien sonreía un poco al ver a Minerva.
-Nada – Dijo Zuleima.
-Oye – Dijo Minerva – Tienes unos ojos graciosos.
Stan empezó a reír.
-Cárgame Zuly – Dijo Minerva – Quiero ver sus ojos.
Zuleima se preocupó un poco por lo que pudiera pasar si hacía eso. Stan no parecía ser alguien de confianza. Sin embargo, no mostraba malicia alguna, aunque no fuera de fiar.
La insistencia de Minerva estaba cansando a Zuleima, quien no pudo soportar más a la insistente pequeña.
-Está bien – Dijo Zuleima a regañadientes y gruñendo.
-Hmm – Dijo Stan – Eres igual de vivaz que tu padre.
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