CapÍtulo 0: La tienda de historietas.
"Tic... tac... tic... tac"
El ruido de la maquinaria de la torre de reloj del enorme departamento del centro de una ciudad con cielo beige, lúgubre y triste se veía disfrazado por la rutina de miles de habitantes, quienes caminaban alegres, o más bien conformes, repitiendo lo mismo diariamente.
No obstante, los días comunes siempre tienen un evento que los hace ser peculiares. El reloj del enorme edificio departamental había dado a las 12:00 pm y tan rápido como el sonido de la campana retumbó en las calles, una estela brillosa emergió del circulo cristalino, a la par que era destrozado por la fuerza de la luz. Las manecillas cayeron al suelo, perforando a una señora y atravesando a un auto. El cristal también caía y personas debajo evitaban ser lastimados por el vidrio.
La explosión del reloj del centro de la ciudad había sido ese evento que marcaría ese día. Ya que como siempre; días aburridos, eventos retorcidos.
***
Algún tiempo antes...
"Tic... tac... tic... tac"
-No puedo creerlo – Dijo una chica con cabello castaño, regordeta, con lindos muslos y un gracioso rostro que siempre, independientemente de su situación, se mantenía feliz – El profesor es un imbécil.
- ¿Acaso te reprobó? – Dijo una chica con cabello en risos, oscuros, con gafas y muy alegre - ¿No hiciste el trabajo como lo pidió, Lia?
-Si lo hice, Keldy – Dijo Lia – Pero el bastardo no me dejó oportunidad de hacer absolutamente nada, ¡Nada!
-No se preocupen mucho por ello ¿Qué más da? – Dijo una chica vestida con sudadera larga, cubriendo sus manos, pantalón extenso, que cubría sus zapatos oscuros y con cabello negro, cubriendo sus ojos.
-A ti no te preocupa en lo más mínimo – Dijo Lia – Jamás te ha dicho nada o te ha reprobado el profesor.
-Quizá porque no peleo con él y evito problemas – Dijo la chica de cabello en el rostro – Usualmente el ego de un profesor es más brutal que el de una persona normal.
- ¿Por qué nos hablas así siempre? – Preguntó Keldy.
- ¿Cómo? – Preguntó retóricamente la chica de cabello oscuro.
-Ya sabes... con esas explicaciones muy ególatras de tu parte – Dijo Keldy con gestos en las manos, buscando ser una exageración.
-No les respondo mal... intento no decirlo así... pero si les incomoda, les diré las cosas y hablare así – La chica empezó a moverse tiernamente, saltando como una niña - ¡Oh! Mis pobres amigas, santa desgracia la que han sufrido, pero no diré nada porque hiero sus hermosos y valiosos sentimientos.
-Ya entendí tu hipérbole, muchas gracias, Zuleima.
-No busco ser así nada más por ser cruel – Dijo Zuleima.
- ¿Entonces?
-Solo hablo con tranquilidad con ustedes.
- ¿Acaso eso es tranquilidad?
-No, pero... siempre veo a los amigos de mi novio hablar así, insultándose pero sabiendo que hay confianza en ellos... ¿Por qué no podemos ser como amigos entre hombres?
-Porque no somos hombres ¡Dah! – Dijo Lia.
- ¿Por qué querríamos serlos?
Zuleima simplemente siguió caminando a su lado.
Zuleima era una chica de tes pálida, ojeras, ojos algo rasgados sin ser asiática, con cabello cubriendo su rostro, ropas largas y oscuras.
Ella tenía un humor bastante pesado, que le había dificultado tener amigos y amigas, especialmente amigas, cerca o con una relación íntima.
No sabía que tenía de malo molestarse de esa manera. Jamás lo entendía. Veía en las personas mucho de ello en las amistades de todo tipo; el hecho de que gustase de una amistad como la de los hombres, no significaba que quisiera algo así... más bien, deseaba ser un poco más explicita con las personas, sin correr el riesgo de que las personas se tomaran muy a pecho lo que ella dijera.
Lo comparaba con la amistad entre su novio y sus amigos. Ellos siempre se insultaban o se hacían bromas pesadas, siempre con un límite, evitando temas fuertes o serios, que afectasen a las otras personas, aun así, haciendo bromas para aliviar un poco las heridas de todo tipo; burlándose entre ellos de sus notas, su situación familiar, siendo prácticamente personas que se hacían burlas entre ellos y hacia ellos.
Entretenido era, si ¿Podía tenerlo? No. Las chicas, por lo menos con quienes tenía que trabajar, eran sumamente sensibles. Su humor no era gracioso, en lo absoluto, y parecía ser incluso un tanto ridículo.
Recuerda que en una ocasión, había ido a un concierto, muy probablemente de Sex Pistols o alguna banda del genero punk, invitando a unas amigas, y cuando fue el momento de bailar Slam, sus amigas se habían asustado, llegando con la policía para protegerlas, a excepción de Zuleima, quien con mucho gusto "bailaba" peleando con muchos extraños que había conocido nada más de reojo mientras tocaban Holidays in the sun o simplemente algún solo en la guitarra con distorsión, sin miedo a recibir algún golpe.
Desde ese día, jamás pudo ir con alguna amiga a esa clase de cosas, cosas que a ella le gustaban.
También tenía un gusto por las historietas; los primeros números de los grandes eventos de los X- Men, la famosa muerte de Gwen Stacy, una de las primeras crisis en el universo DC. Todo ello, desde afuera, inclusive a los chicos, les parecía cosas de niños y eran inclusive algo ridículo para muchas personas.
Ella, cuando quería algún numero que salía fresco, como pan caliente, iba a su puesto de periódicos mas cercanos, y aparte de comprar un periódico para su padre, también compraba algunas historietas que salían; cosas raras como Werewolf o cosas comunes como las aventuras del hombre sin miedo; Daredevil salían del cambio que sobraba de los periódicos. Aunque era un servicio gubernamental la entrega de este, su padre no quería ese periódico, ya que le llamaba "propaganda fascista". Prefería que su hija fuera hacia el puesto del viejo Jacobs, para un buen periódico, y como este era amable, siempre le daba un comic en secreto; claro, siempre pagándolo.
Su colección de comics estaba oculta en uno de sus cajones, más específicamente el de sus bufandas y gorros de invierno, para que nadie pudiera darse cuenta de ellos, si no hasta invierno.
Tras haber terminado de platicar con sus amigas y dejarlas incomodas, decidió volver hacia su casa, tomando el camino más cercano. Usurpando sus bolsillos, se encontró con unos cuantos dólares.
Con una sonrisa en su rostro, y teniendo una mochila vacía, fue hacia un local dedicado a las historietas, en donde además de vender historietas, también vendían libros y unas cuantas revistas.
Este quedaba a unos metros y saliendo podía llegar igualmente rápido a su casa.
La sonrisa idiota de Zuleima no se desvanecía mientras iba de camino hacia la tienda de historietas.
Había pasado por una droguería (el nombre de las farmacias en los 70's), algunos locales de comida y pequeños mercados para conseguir comida y provisiones. Entró a la tienda, con puerta transparente, con algunos posters de películas y superhéroes, cubriendo lo que había adentro.
Nerviosa, entró a la tienda y vio lo que había allí. Muchas figuras de superhéroes, muchas otras de cosas de ciencia ficción, revistas, libros y artículos de todo tipo, y lo más importante, la sección de historietas estaba allí, en una estantería muy nutrida.
- ¿Buscabas algo en especial? – Preguntó un señor, el cual era quien cobraba las cosas en el lugar, en el mostrador. Zuleima se dio la vuelta rápidamente y miró al señor, el cual tenía los ojos blancos, sin pupila ni iris, con gafas y canoso, algo anciano y con una voz algo sombría.
-No... bueno, si ¿Tiene algo de los X-Men?
-Últimamente ha venido mucha gente en busca de ellos – Dijo el anciano – La verdad son personajes bastante peculiares. Deja saco el cajón de los mutantes.
El anciano buscaba en su almacén, la caja de los comics que buscaba la chica, mientras Zuleima buscaba algo interesante en todo el lugar. Fue hacia la sección de libros y se puso a ver algunos de los textos que residían allí. En pasta dura, había muchos libros de psicología y filosofía. Tal vez algunos novelistas como H.P Lovecraft o Jules Verne tenían títulos en la estantería. Sin embargo, todo era aburrido o bastante común.
No obstante, ella seguía buscando algo interesante por leer. Teniendo éxito. Un viejo libro oculto entre los textos de Schopenhauer y Freud, lo opacaban en el olvido.
Al mirarlo, sin título ni autor, teniendo una capa externa con la textura de la piel, dejo completamente sorprendida a Zuleima.
-No te preocupes por ese libro – Dijo el vendedor del mostrador, asustando a Zuleima – Nadie se lo ha llevado. Reconozco el interés cuando lo veo. Si quieres llévatelo, la verdad he buscado deshacerme de él.
- ¿En verdad? – Dijo Zuleima sorprendida y algo alegre – Gracias.
-No hay de que – Dijo el anciano levantando la caja de los comics de los X-Men – Aquí están las historietas por si quieres ver que numero te llevas.
Feliz, Zuleima salió de la tienda de historietas con algunos tomos de los mutantes y con ese libro viejo, el cual le causaba intriga.
Pasando por algunos callejones y evitando automóviles de idiotas con chaquetas de equipos, con mujeres voluptuosas e irrespetuosas, pudo llegar a su casa.
Su padre, esperando a su hija en la entrada, habló con un tono serio.
- ¿Por qué no habías llegado hace una hora?
-Tuve que leer algo en biblioteca para la escuela, además no me dejaban salir porque creían que tenía drogas – Mintió Zuleima, quien tenía sus historietas en la mochila y el libro, debido a su tamaño, lo traía en su brazo y no pudo guardarlo en la mochila.
-Ah – Dijo su padre, notando el libro - ¿Y eso?
- ¿El libro? Es uno de los libros que tengo que leer para un reporte de lectura de la escuela – Zuleima caminó hacia su cuarto, en el segundo piso de su casa.
La casa era de color azul celeste, el cual tenía la pintura cayéndose a trozos, con ventanas circulares, cerca de un parque de diversiones y de una perrera.
Su padre, el cual estaba herido en su pierna y no podía trabajar, era un arquitecto, quien había creado el modelo del enorme complejo departamental del centro de la ciudad. Vivía, aunque sin falta de comida en la mesa, en una zona sencilla en los suburbios.
-Oye – Dijo el padre de Zuleima – Tu madre vendrá un tanto más tarde, quizá ya estés dormida. Si quieres saludarla tendrías que dormir un poco menos.
-No te preocupes papá – Dijo Zuleima subiendo las escaleras.
Los padres de Zuleima jamás se habían casado, y no tenían la intención de comprometerse de ese modo. Eran novios todavía, aunque se sentían como esposos sin serlos. Su madre trabajaba como azafata en los servicios de aerolínea; ese día era el ultimo en ella, ya que se había cansado del maltrato de los pasajeros a su persona.
Trabajar en el servicio de aviones era una tortura y ella se había agotado de hacerlo.
Zuleima, por ello, casi no veía a su madre y era raro incluso para ella pensar en su existencia. No es que no la amase, en realidad no había mucho vinculo intimo con ella. Aun con eso, la amaba. Las pocas veces que estaba en casa, que era en navidad, en las fiestas de cumpleaños de su padre, ella y su tía, y cuando eran vacaciones de verano, Zuleima se sentía alegre de verla allí, apoyándola y amándola, como una madre haría.
Era ya costumbre que en días normales no volviera, y ahora que era su ultimo día, debía dar todo para dejar impresionados a sus jefes.
Por ello, para Zuleima no era malo, ni siquiera anormal, que su madre se retrasase un poco.
Sin tomarle importancia, Zuleima subió hacia su cuarto, con su mueble de ropa, un escritorio con libros y útiles escolares, una cama algo decaída por el uso y un baúl con sus zapatos y algunos viejos peluches.
Se sentó en su cama y miró el libro, antes de ojear sus historietas. Su apariencia era insólita. Las paginas se sentían como la tela de sudaderas, o de limpiadores.
La pasta dura, como ella había notado, era idéntica a la de la piel humana. Se sentía como si fuera una mano, solo que plana.
Con curiosidad, abrió el libro. Dentro de él había muchos caracteres sin sentido, no eran los genéricos escritos griegos o nórdicos que tanto presumía la comunidad intelectual, tampoco lo genéricos caracteres de un libro de índole Lovecraftiana. Eran representaciones de figuras comunes, como flores, como arbustos, como los cuerpos estelares y algunos animales.
La curiosidad de ella se vio interrumpida por una llamada que le hicieron a su padre. Quien contestó y se escuchó un poco como su padre tiraba un vaso de cristal. Rápidamente contestó y trató con todo lo que pudo ocultar lo que sucedía. Cuando salió Zuleima de su habitación, fue hacia abajo por su padre.
- ¿Qué pasó papá? – Preguntó Zuleima.
-Nada – Dijo su padre, algo alterado – No es nada.
-Vamos papá – Dijo Zuleima – No me asustes ¿Qué pasó?
Cubriendo su rostro como si fuera a llorar, o a brincar de alegría, el padre de Zuleima quitó sus manos y le dijo a Zuleima con felicidad.
- ¿Qué te parece si vamos de viaje?
Zuleima se sorprendió por lo que su padre decía. Fue tan repentino que no se lo creyó.
-Ya, en serio ¿Qué pasa?
-A tu madre – Dijo tembloroso su padre – A tu madre le ofrecieron un viaje gratis a donde fuera, usando el avión. Y pues me dijo que no lo quería, que mejor lo usáramos nosotros.
Zuleima no se sentía muy convencida de lo que su padre le decía, pero él era así. Cuando cosas muy lindas o poco convencionales ocurrían, actuaba así, muy sospechosamente.
Emocionándose, Zuleima abrazó a su padre y ambos brincaron, teniendo cuidado con el vaso de cristal.
-Creo que debemos limpiar lo del suelo – Dijo el padre de Zuleima.
-Si – Dijo Zuleima - ¿Y cuándo iríamos?
-Necesito algunos días para tramitar el vuelo. Ah y sobre tu madre, ella necesita trabajar un poco más para poder obtener al menos unos cuantos viajes más, gratis.
Zuleima se sorprendió por lo que su padre le había dicho.
-Tranquila – Dijo su padre – Puede que cuando volvamos de nuestro viaje, nos reciba mamá en casa.
- ¿En verdad?
-Si... confía en mí.
Ambos, tanto padre como hija, empezaron a limpiar el desastre de la cocina.
Con todo eso, Zuleima se sentía emocionada, fue un día agradable para ella. Había pasado su clase, consiguió historietas y un libro extraño, y ahora un viaje.
¿Qué podría salir mal?
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