Capítulo 5. Una chica como tú en un sitio como este
Camino hacia la otra punta del barco, alejándome de ese hombre que tanto daño me ha causado. No quiero seguir escuchando sus palabras, ni ser parte de su juego. No sé cómo pude de enamorarme de alguien así.
Mi mente se llena de recuerdos, de momentos que compartimos juntos. Me pregunto cómo pude estar tan ciega, cómo no pude ver su verdadera naturaleza. Intento apartar esos pensamientos de mi cabeza cuando me doy cuenta de que tengo a la joven bruja frente a mí. La agarro del brazo provococando que se gire hacia a mí.
—¿Qué haces aquí, Venus?
Me observa entre extrañada y sorprendida, pero luego su expresión se relaja. Juraría que me ha reconocido.
—¿Qué...? ¿Tú quién? Espera... yo te conozco estabas en mi fiesta. Llevabas ese vestido amarillo y...
Asiento brevemente, pero en este momento no me apetece hablar de mí.
—Sí esa era yo. Pero qué haces tú aquí —respondo seca.
Creo que he sido demasiado brusca porque la bruja se cruza de brazos y me mira enarcando una ceja. Está claro que nos conocemos, no soy nadie para pedirle explicaciones.
—¿No crees que debería preguntarte lo mismo?
Me encojo de hombros. Hay veces en las que, aunque me cueste admitirlo, no tengo razón, y esta es una de esas veces.
—De acuerdo —le concedo.
Parece que ambas estamos intentando tomar aire para que lo que sea que sea esto, salga bien. Creo que ninguna de las dos quiere tener un enemigo más a bordo de este barco.
—¿Has venido aquí sola? —inquiere girándose hacia alrededor, buscando alguien que me acompañe.
Su vista se posa en el chico que me arruinó la vida unos meses atrás, así que asiento rápidamente antes de que me haga preguntas que no quiero contestar. Una sonrisa enorme aparece en su rostro, y antes de que pueda decir algo más me arrastra con ella hacia el interior del barco.
—¡Espera! ¿Adónde me llevas? —exclamo mientras avanzamos en la oscuridad.
Ni siquiera se detiene a mirarme mientras me habla. Quizás esto sea peor que quedarme sola y expuesta en la cubierta. Tal vez estoy yendo derecha a la boca del lobo. Pero, ¿qué va a hacerme esta adolescente?
—No querrás ser un blanco fácil, ¿verdad? Todos esos hombres tienen alianzas y no dudarán en abalanzarse a tu yugular.
Me pregunto cómo sabe tanto, pensaba que era una pobre adolescente de dieciocho años. ¿De verdad lo es?
Antes de que pueda hacerme una idea de quién es realmente Venus Woods, entramos en una habitación en penumbra, donde la única luz tenue proviene de unas velas que hay encima de la mesa redonda del centro de la estancia. La única ventana que hay se oculta tras una espesa cortina que impide a la luz del sol estar en esta fiesta clandestina.
—Chicas, he traído la pieza que faltaba —anuncia la bruja.
—Estupendo, ya podemos jugar una partidita de cartas —dice la que está de espaldas a mí.
Avanzo con cautela por la habitación, sin que nadie se gire ni siquiera a mirarme. En fin, tampoco es que me importe. Estoy acostumbrada a ser invisible.
—¿Qué? —digo confundida.
—Si vas a hacer preguntas será mejor que te largues —contesta la otra.
Sin una palabra más me siento en uno de los huecos libres y Venus ocupa el otro lugar. La chica de las trenzas a mi derecha comienza a barajar las cartas, pero ninguna ha posado su mirada en mí todavía.
—Creo que podemos divertirnos bastante con todos estos neandertales, ¿no creéis? —dice con aire distraído—. He pensado que podría soltar algunas serpientes por ahí. Incluso se las podríamos meter en la cama al viejo —se vuelve hacia mí, me mira fijamente y reparte la primera carta—. Soy una gorgona. Mi nombre es Gia.
Cojo la carta y la observo antes de dejarla sobre la mesa. Me doy cuenta de que en realidad no lleva el pelo recogido en trenzas. Son serpientes de color rojo y hasta se mueven un poco.
—Yo soy Summer. Soy una loba —dice agitándose su pelo rizado de color canela.
Venus me sonríe haciendo un gesto como diciendo que ya nos conocemos.
—¿Y tú que nos puedes aportar? —añade intentado escudriñar lo profundos secretos que guardo en mi interior.
—Soy una sirena —contesto seria—. La última que queda. Y os aseguro que les puedo dar muchos problemas a esos de ahí arriba.
A ninguna parece impresionarle mis palabras. Todas están concentradas en el juego de cartas, como si lo que sucediera en el barco dependiera de quién gane la partida.
—Estupendo, vamos a jugar entonces. ¿Tú nombre era? —pregunta la gorgona.
—Oh, me llaman Yellow.
Las tres alzan la vista sorprendidas. Por un momento pienso que es porque mi reputación me precede, pero rápidamente me doy cuenta de que no me están tomando en serio. Creo que debería irme de aquí y actuar por mi cuenta, al fin y al cabo, es como mejor me va.
—¿Yellow? —dice la loba conteniendo la risa—. ¿Y eso por qué?
—Yo creo que te pega —añade Venus asintiendo con una mirada de complicidad.
Pero ya he visto sus miradas menospreciándome. No quiero exponerme sin saber de qué va todo esto. Como ya he dicho, podría ser peor que quedarme en la cubierta con todos esos asesinos con ansias de sangre.
—¿Qué hacéis vosotras aquí? —pregunto intentando desviar el tema.
—Tratamos de sobrevivir, como tú —responde la gorgona— ¿Qué más te da?
Nos evaluamos, tratando de averiguar quién podrá más. Quién será más poderosa, quién podrá con quién. Pero nada de esto se me ha dado nunca bien. No soporto que me cuestionen, que no me tomen en serio y eso es lo que están haciendo en esta habitación estas tres tías que se creen más fuertes que nadie. Pero ¿quiénes son ellas? Ni siquiera me suenan. ¿Acaso son tan importantes como creen?
—Habéis empezado vosotras riéndoos de mi nombre. Yellow es el nombre que escogí cuando mataron a toda mi especie por un puñado de diamantes. Las sirenas eran las guardianas de las cuevas de diamantes. Y os aseguro que habréis visto mi nombre grabado en los robos más grandes de Isla Monstruosa. —cojo un papel y escribo Yw—. Ahí lo tenéis. Ahora seguro que sabéis quién soy.
Me miran analizándome, y creo que por fin me estoy empezando a ganar el respeto que merezco, pero con esta clase de criaturas nunca te puedes fiar. Yo ya ni siquiera me fío de mí misma, ni de lo que soy capaz.
—¿Por qué el amarillo? —pregunta Venus.
Un nudo acude a mi garganta recordándome que aún no puedo responder esa pregunta, así que me encojo de hombros.
—Si vais a seguir haciendo preguntas será mejor que os larguéis.
Pongo una carta y gano la primera mano de la partida. Si voy a jugar a este juego, será mejor que aprenda a ganar. Con saber las reglas no basta.
—¿Son venenosas esas serpientes que pensabas soltar? —añado distraída observando mis cartas, cambiando de tema.
Nos volvemos a examinar, pero ya no medimos fuerzas. Ahora nos entendemos, hablamos el mismo lenguaje y eso me hace plantearme si no tendrá razón el innombrable sinvergüenza que me partió el corazón, si yo también soy una criminal.
—No las hay más letales —responde complacida.
Toma un sorbo de un vaso que tiene junto a ella, sin quitarme la vista de encima.
—De acuerdo —respondo sellando un pacto invisible con nuestras miradas.
Rompemos el contacto visual por un momento. Miro las cartas en mi mano mientras mis dedos se deslizan sobre el borde de estas, evaluando cuál será la mejor jugada que puedo hacer.
—¿Sabéis? No dejo de soñar con un elefante —dice Gia, la gorgona, rompiendo el silencio.
Todas estamos ahora concentradas en el juego, sin darnos cuenta de que la puerta se acaba de abrir con un leve chirrido. O quizás no nos importa.
—Y eso, ¿a quién le importa? —contesta Summer sin levantar la vista de sus cartas.
Varias corpulentas figuras comienzan a rodearnos. Puedo sentir sus miradas clavadas en mi piel, pero como todas mis compañeras, estamos concentradas en la próxima carta.
—No seas cruel, ¿de qué va el sueño? —dice Venus de forma desenfadada, poniendo la siguiente carta.
Casi siento el aliento de los seres que nos rodean en la nunca. Cada vez más cerca. Pero es mi turno.
—No es para tanto. He intentado ignorarlo, es la única forma de mantenerme cuerda, pero hay noches que es difícil. Siempre veo cómo alguien con un colgante de un elefante repleto de diamantes me mata. La forma de morir es diferente, pero el elefante siempre está. Es solo un sueño, ¿verdad?
—No sé..., quizás sea una señal —dice Venus detrás de sus cartas.
—¿Qué sugieres?
Escojo la carta más alta y la pongo encima de la que ha dejado Venus.
—Debemos averiguar quién es el dueño del colgante de elefante y por qué aparece en tus sueños —le responde la bruja.
Gia no se lo piensa mucho. Deposita una carta más ganando la partida cuando se escucha un grito proveniente del exterior de la habitación. Alguien grita por su vida correteando por la cubierta. Pero nosotras también tenemos un problema aquí abajo.
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—Vamos a darles una buena paliza a esos inútiles —dice bebiendo un trago más y dejando el vaso vacío con un golpe sobre la mesa.
Como si esas palabras hubieran activado un resorte, los hombres que nos rodean gruñen y no dudan en abalanzarse hacia nosotras. Son mucho más grandes y fuertes que nosotras, pero ¿qué importa eso? He estado en situaciones mucho peores.
Gia agarra la silla en la que estaba sentada y se la estampa en la cabeza al hombre que intentaba agarrarla. En ese momento veo a sus serpientes cobrar vida con un sonoro siseo que hace a varios de nuestros oponentes retroceder.
Venus sonríe con malicia y, con un movimiento rápido de su mano, conjura una ráfaga de viento que levanta a todos nuestros oponentes del suelo, lanzándolos hacia la pared contraria para alejarlos de nosotras.
En ese momento, Summer se transforma en una preciosa loba de color canela, que se abalanza contra sus enemigos desmedrándolos en dos movimientos. Definitivamente, prefiero estar en el mismo mando que ella. Gia le es de ayuda, pues con una sola mirada convierte a todo el que arremete contra ella en piedra, que Venus hace saltar por los aires como si de una gran explosión se tratase.
Summer combina sus ataques mordiendo y rasgando la piel de sus adversarios con sus garras. Mientras Venus prefiere lanzarles hechizos incendiarios que provocan que en unos segundos la habitación esté en llamas. Eso no es muy bueno para mi poder, pero me las apaño abriéndome paso entre puñetazos, patadas y codazos. Los derribo uno tras otro, ayudándome de una melodía que me enseñó mi madre para estos casos. Los envuelvo con ella provocando que se lancen por la borda, atravesando el cristal de la pequeña escotilla, o que corran directamente hacia las serpientes de Gia. Ninguno puede escapar de nosotras.
Pero por un momento parece que nos creemos demasiado poderosas y nuestras fuerzas flaquean, pues uno de nuestros oponentes ha adoptado su forma de lobo para rasgarle el estómago a Gia con un zarpazo.
—¡Ah! —se queja la gorgona.
Pero la mirada letal que le lanza al lobo lo convierte en piedra al instante, sin darle otra oportunidad para atacar. Me giro hacia un brujo que va a lanzarle un hechizo a Venus para que mi melodía lo alcance, de modo que redirige el conjuro hacia el lobo petrificado que estalla en miles de pedazos. Es como si nunca hubiera existido.
De pronto escucho a Summer aullar de manera lastimera así que me giro hacia ella para encontrarme con un vampiro mordiéndole una de sus patas traseras mientras ella lo intenta mantener bajo su peso. Voy a lanzarme en su ayuda, pero recibo un puñetazo en la mandíbula, me levanto intentando no perder el tiempo, pero cuando me incorporo recibo otro puñetazo en el estómago, y otro en la cabeza. No sé cuántos recibo antes de que pueda volver a entonar mi canto. Y cuando lo hago, obligo a al hombre que me estaba golpeando a rasgarse el cuello con una navaja que había clavada en la mesa. No me detengo a pensar que estoy quitando una vida, pues él se hubiera llevado la mía también. Esto va más allá del bien y del mal. Esto es una lucha por sobrevivir, y no estaba preparada para esto esta mañana cuando he decidido embarcarme en esta aventura.
Venus ha corrido en ayuda de Summer, que se está ensañando con dos hombres más al mismo tiempo. Levanto la cabeza y entonces veo que ya no queda nadie más aparte de los oponentes de la loba, pero parece que se está divirtiendo, así que la dejamos hacer.
Cuando el último que hay en pie cae al suelo por la evidente falta de sangre que la ha provocado que Summer le arrancara de cuajo uno de sus brazos, me estremezco. Me doy cuenta de todo el caos que hemos provocado en unos pocos minutos. No sé en qué me estoy convirtiendo, pero cuando veo a mis compañeras observarme con asombro y admiración sé que no hay vuelta atrás. Esta es la vida que he elegido. O la vida que me ha elegido a mí.
No queda rastro de lo que había en la estancia, además estoy cubierta de sangre, la sangre de mis adversarios. Pero no puedo derrumbarme ahora. No soy esa clase de persona. Así que me giro para salir por lo que antes era una puerta.
—¿Quién sigue en el juego? —pregunto sin mostrar rastro de mi cansancio, ni de mis sentimientos encontrados.
Las chicas me siguen. Ahora estamos juntas y no habrá nada que pueda detenernos. Estamos listas para enfrentarnos a cualquier desafío que se nos presente. No sé qué vendrá después, pero sé que nuestros caminos están ahora ligados, y en cierto modo eso me alivia, porque no sé cómo podría enfrentar a esto sola.
En fin, como siempre digo, mi vida es toda una aventura.
Salimos hacia la cubierta donde el paisaje que nos espera es muy parecido al que nosotras hemos dejado en el interior. No queda ni una persona en pie. Todo es sangre y horror. Pero trato de no detenerme a observar el destrozo. Miro más allá y veo un precioso atardecer que se pone por detrás del Triángulo Aberrante. Quizás hoy haya cambiado algo en mí, pero lo descubriremos mañana.
Las cuatro nos acercamos hasta la barandilla para contemplar desde ahí el final de un mar infinito, el final de un día más.
—Sabía que no me decepcionaríais —dice una voz ronca y cansada por los años—. Pero tengo unos trabajitos para vosotras, antes que nada.
Y con esas palabras, sé que toda mi suerte ya está echada. Nada volverá a ser cómo un día fue.
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