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Cuatro meses de embarazo y Yun ya deseaba que nacieran, su humor estaba cada vez más horrible y las ganas de llorar por ver que la pasta de dientes se había acabado; era un martirio para él. Y parecía que Armando se burlaba de sus hormonas alborotadas.
―¡Armando Grúas! ―Gritó desde el baño, con los ojos llorosos y con un prolongado puchero en sus delgados labios. ―¡Armandoooo! ―Pataleó como un niño pequeño desde su lugar, sabía que ya era un adulto para hacer esas cosas pero la culpa la tenían sus dos mellizos.
El alfa, un tanto alarmado por el llamado, corrió hasta la habitación, dejando en la estufa con sopa instantánea que a Yun se le había antojado. Cuando llegó, tocó la puerta y pidiendo permiso para entrar, aunque lo único que recibió fue un tierno y amenazador gruñido.
―¿Me dejas pasar, omega? ―Preguntó, tratando de no reírse. ―Dime qué necesitas y yo te lo doy todo ¿Te parece? ―Suavizó su voz.
Un quejido se escuchó detrás de la puerta y luego se abrió, mostrando a un lindo omega con las orejas de gato un poco ocultas por el cabello rizado. ―La marca... ―Susurró a punto de ponerse a llorar.
Armando tomó entre sus brazos el delgado cuerpo de su omega, acariciando sus orejas y sus rizados cabellos. ―¿Qué sucede con la marca, mi amor? ―Recibió un pequeño sollozo y se preocupó, besando la nuca del menor con cariño. ―¿No quieres ir con tus padres?
Yun no se había arreglado para nada, incluso le llevó bastante tiempo rizarse sus pelirrojos cabellos. Era otra cosa que lo abrumó. ―Si quiero ir. ―Moqueó, soltando otro sollozo más fuerte que el anterior. ―¡Si me pongo ésta camisa no se ve la marca! ―Sus orejas se agacharon, y su gato rodó los ojos, harto del drama de su humano. ―Intenté ponerme otras camisas pero me aprietan mucho ¡Pensarán que no me amas por no haberme marcado!
Armando soltó una suave risa, siendo reprendido por el omega. ―Cariño, puedo darte una de mis camisas, solo no llores. ―Levantó el rostro del gato, el cual estaba agachado, mirando el piso. Le dio un pequeño beso en sus labios y le sonrió. ―No necesitan ver la marca, con que huelas a mí sabrán que me perteneces y que te amo mucho.
―Es que yo quiero que la vean, para presumir que no me quedé solito. ―Puchereó, siendo nuevamente por su alfa. ―Y tus camisas son muy feas para que me las ponga.
―Umh, supongo que no podrás enseñar tu marca entonces. ―Fingió tristeza, mirando como los ojos del pelirrojo volvían a llenarse de lágrimas, así que algo alarmado, negó. ―L-lo decía de broma gatito, buscaremos algo para que lleves.
―Que sea totalmente blanca y cuello uve para que vean que ya estoy marcado. ―Sonrió, mostrando sus rosaditas encías y achicando los ojos. ―Eres un alfa muy bueno melón... ―Pausó cuando su alfa puso la mano en su vientre, abrió sus ojos tan grande que temió que se salieran.
El alfa miró a su omega, tal vez comenzaría a llorar de nuevo o a enojarse por tocarlo sin permiso, así que quitó su mano rápidamente. ―¿Estás bien? ―Preguntó, no recibiendo respuesta, el omega parecía estar en shock o algo por el estilo.
De pronto sintió la mano del omega agarrando la suya, para llevarla nuevamente a su vientre, donde pudo sentir claramente cómo algo se movía, casi no tan notorio pero estaba presente la sensación. Ambos se miraron, casi llorando por la emoción de saber que lo que se movió ahí dentro eran los dos cachorros que no habían dado señales, según el ginecólogo los bebés debían dar pataditas a los tres meses, pero nada había pasado, hasta ahora.
La abultada panza de Yun daba señales de que alguien dentro de él tenía vida, conmocionado a los progenitores. Sería el día más feliz de sus vidas por haber sentido unas suaves pataditas por alguno de sus dos cachorros.
―¿S-se movieron? ―Preguntó Armando, siendo algo claramente cierto, pero la emoción del momento no lo dejaba pensar bien.
―No idiota, fueron mis tripas o los bichos que tengo como hijos. ―Trató de bromear, no estaba listo aún para lo que acaba de pasar.
―¡Y se movieron, se movieron Juanjo! ―Gritó un emocionado omega, sonriendo en grande por la noticia.
Juanjo rodó los ojos. ―Al menos no te patearon muy duro, la primera vez que Horacio se movió, dio una patadota que sentía que atravesaría mi piel, ese pequeño demonio era un remolino en mi panza. ―Contó, recordando la sensación a detalles.―Y estoy feliz por ti Yunnie, hace dos meses creíste que Armando no te quería e hicieron un drama innecesario para que terminaran cogiendo así sin más.
Las mejillas del menor se sonrojaron, balbuceando cosas incoherentes. ―¡N-no hables así! Yo no sabía que Armando estaba enamorado de mí, no me aventaría como gorda en tobogán así porque sí, debía estar seguro. ―Asintió completamente seguro de lo que decía.
―Pues tu análisis duró muchos años Yunnie, hasta yo me casé y tú de plano no te dabas cuenta de sus sentimientos. ―Se burló, fingiendo no ver la mirada interrogativa que el menor le daba, pero sabía que Yun insistiría para hacerlo hablar. ―Está bien, mi divorcio con Raúl está en trámite, no se lo tomó a bien y me golpeó un poco, estoy seguro que si Gustabo no hubiera llegado, él me mataba. ―Su ojos llorosos dijeron todo, el omega mayor había sufrido bastante por no haber elegido correctamente.
Yun abrazó a su hermano, sabía que él no tenía la culpa de haber soportado tanto maltrato por parte de aquel alfa, era manipulado y sus hijos parecían no entender lo feo de aquella tóxica relación. ―¿Y qué pasará con los niños?
―Horacio se aferró a la idea de que yo soy el malo y quiso quedarse con su papá. ―Su voz salió entre cortada. ―En cambio la pequeña Kylie y Segis quisieron quedarse conmigo, pero Horacio al ser menor de edad y con los antecedentes de Raúl, el juez dejó a los tres en mi custodia, con la única condición de que Gustabo no se acerque a los niños...
Y obviamente Raúl había interferido para que ese tal alfa del que su omega se había enamorado, no lo tuviera cerca de sus hijos. Lo que Raúl no quería era que Juanjo fuera feliz, al menos no si era con otra persona.
―Horacio está grande Juanjo, si no mal recuerdo tiene quince años y que siga creyendo fielmente en que su papá es un santo, lo hace como Raúl. ―Respondió, sin dejar de consolar a su hermano. ―No te tortures con eso, sé feliz con Gustabo y no dejes que tu hijo interfiera con eso, al fin y al cabo no falta para su mayoría de edad y tendrá que elegir entre tú y aquel bastardo.
―Lo bueno es que tú tienes a Armando, es un buen alfa, estoy seguro.
―No lo es, no me ha querido comprar una caja de sopas instantáneas, eso lo hace un mal alfa.
Juanjo asintió, riendo por los berrinches del omega.
―Reclámale.
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