Los agentes federales me habían ayudado desde un primer momento en cuanto había despertado en el hospital convirtiéndome en testigo protegido. El hombre que había cometido el delito era sospechoso de estar involucrado con el crimen organizado y varios delitos más. El agresor había huido luego de haberme disparado, como si se lo hubiera tragado la tierra. Me habían hablado sobre los U.S Marshal y su programa para víctimas que cooperaban dando sus testimonios y podían reconocer al atacante como era mi caso, por lo que mi vida seguía corriendo peligro y por lo cual estaría bajo la protección de la policía. Los agentes Liz Keen y Raymond Rostova me habían protegido desde entonces y la protección se había extendido hasta mi familia cortando todo tipo de vínculo, ellos también habían entrado en el programa. Aún recordaba a la perfección cada momento, cada pregunta cuando tuve que dar mi testimonio ya que era la única testigo del ataque. Me la habían hecho allí mismo en el hospital en cuanto había despertado.
- Cuéntenos Sra. Harriet que ha sucedido. - La agente Keen había sido la que había comenzado con el interrogatorio, lo recordaba a la perfección, era joven, pero su cara era de una seriedad absoluta junto a unos ojos muy sagaces. Cautelosamente me había tocado el pecho en ese momento nunca había tenido una herida de bala en mi cuerpo y no creía que la fuera a tener en algún momento de mi vida y nunca había sabido lo mucho que podía doler. Las palabras habían surgido por sí solas. Pero sin mencionar en ningún momento aquello que se me había develado la noche anterior. Les describí toda la situación desde esa misma tarde hasta el momento del hecho y todo lo que había vivido los días anteriores con suma eficacia pasando por alto lo que no debía ser contado a nadie. Recordando hasta el mínimo detalle hasta que el agente Rostova tuvo que decirme que descansara un momento, pidiéndome que me tomara un tiempo. Les conté la conversación que había mantenido con mi hermana minutos antes y sobre su advertencia. La agente Keen mencionó que mi testimonio era muy preciso, recuerdo haberle mencionado que tenía memoria eidética, era como la memoria ram de un ordenador donde almacenaba todo sin mayor esfuerzo. Fue allí que ellos me habían prometido que cuidarían de mí y que me mantendrían a salvo. Me explicaron la difícil situación y las precauciones que estaban tomando conmigo y mi familia. A partir de ese momento uno de ellos estaría conmigo en todo momento. Me habían prohibido usar mi correo electrónico y mucho menos participar en foros ni redes sociales de hecho habían eliminado todos mis perfiles. Luego había tenido que testificar ante el fiscal general, donde había tenido que volver a pasar por toda la situación una vez más, narrando cada paso de nuevo, volviendo a dar explicaciones. Yendo hacia atrás para volver hacia adelante y haciéndome retroceder de nuevo. Repetí mi declaración una y otra vez, repasando cada uno de mis pasos. Y mintiendo. Mentir se había convirtiendo en parte de mi vida. Recordaba que habían grabado la entrevista, me había parecido estar viviendo una película policial, pero en donde la protagonista no era otra que yo misma. Habían cambiado mi identidad, dejando atrás todo lo que había sido en el pasado, desde ese día me había convertido en Barbara Brown. Podía contar con los dedos de una mano las veces que me habían permitido salir en esos días. Hasta que el atacante fue detenido casi al año de mi ataque. Había genido que participar de una ronda de reconocimiento para identificarlo. No había tenido que hacer demasiado esfuerzo, lo llevaba grabado en mi memoria detalladamente. Saque aquellos dolorosos recuerdos de mi mente mientras decendía por un largo corredor blanco que conducía a las oficinas. En ese momento me recibió una chica muy atenta que termino por traerme del todo de vuelta de aquella situación haciéndome tomar asiento mientras esperaba mi entrevista. No habían pasado más de diez minutos cuando volvió para acompañarme hacia una doble puerta de vidrio a la derecha lo que ella llamó sala de juntas.
- Pase por aquí Srta Brown el director de la Agencia la recibirá en este mismo momento. Adelante.- Mencionó formalmente.
- Muchas gracias. - Dije ingresando a la sala ¿Podía una persona quedarse sin aliento dos veces en menos de diez minutos? Lo acababa de comprobar. Aquella sensación de perplejidad se me hacía casi imposible de explicar. Él estaba parado frente a mí, mirándome como hacía mucho tiempo que no lo hacía. No pude articular ni una sola palabra porque mi mente no asociaba nada de lo que estaba sucediendo en ese preciso instante. La chica pregunto por café y asentí por inercia porque de hecho hacía más de dos años que ya no lo bebía. No podía quitarle los ojos de encima. Mi corazón latía demasiado deprisa, zumbando en mis oídos incesantemente. Mis nervios me podían en esos momentos y noté que mis manos se habían puesto frías y húmedas.
- Te ves hermosa. - El rompió el hielo como lo había hecho siempre y no me extraño en lo absoluto. - ¿Quieres tomar asiento?
Después de dos largos años lo volvía a ver. La historia de mi vida, esa historia que había cambiado mi vida entera por completo. Parecía como si hubiera retrocedido tres años en el tiempo. Estaba paralizada ante su presencia. Lo único que logre hacer fue llevarme una mano hacia mi pecho en un auto reflejo para poder sentir que aún seguía respirando con normalidad por mis propios medios y recordándome la herida que llevaba grabada en el alma por causa suya y en la piel por el disparo. Automáticamente puse una barrera, mezcla de coraza y defensa imposible de acceder. Marcando una distancia entre nosotros. No conseguí acercarme, tocarlo, no pude hacer nada de todo lo que había tenido ganas de hacer durante aquel largo tiempo. Solo mirarlo a esos ojos color café que habían sido mi perdición y a su vez en incontables ocasiones un inventario de culpas. Nadie podía vivir del pasado, pero yo había sobrevivido del recuerdo de él cada día de mi vida. Me recordaba todas las noches desde que él se había ido que nada duraba para siempre, pero el destino se encargaba de ponerlo de nuevo frente a mí y me sentía más intimidada en ese momento que en todas las oportunidades en que lo había encontrado en el pasado entre cientos de personas junto a su esposa. Eso era realmente grave, algo dentro de mí me lo estaba diciendo a gritos. Había pasado mis últimos años soñando con él, con este encuentro y era tan solo eso, una aventura más al final de la tarde ¡Cuántas ganas de besarlo, de abrazarlo! ¿Pero cuánta distancia había entre nosotros? ni siquiera con todo el tiempo que había pasado era capaz de llamarlo por su nombre, me dolía de solo tener que pronunciarlo. Había deseado tanto que volviera a quererme, que no me hubiera destruido ni lastimado hasta ese punto. Él me había enseñado en el pasado que había bondad en este mundo y yo había abierto mi corazón gracias a él, quitándome mis miedos cuando una parte demasiado grande de mis recuerdos de mi adolescencia estaban destruyéndome y eran excesivamente oscuros para mí, él había sido mi único camino. Él me había enseñado a amar y a que con el solo hecho de estar abrazada a su cintura no necesitaba nada más, pero nunca me había enseñado a vivir sin él, a convivir con ese frío en alma. No me había enseñado como se hacía para romper con aquel silencio cruel de no haber sabido más sobre él. Había escuchado tantas veces que el tiempo lo curaba todo, pero yo sabía que no había tiempo para mí que me hiciera olvidarlo, porque estaba segura que, aunque conociera a otras personas estaría siempre deseando volver a él, porque simplemente no sabía ser feliz sin él.
- ¿Qué sucede, no dices nada? - Me preguntó luego de unos segundos interminables, sin ninguna preocupación como siempre. Así como si nada hubiera sucedido, como si el tiempo no hubiera pasado.
- ¿En qué piensas? - Le pregunté con un nudo en mi garganta que me impedía tragar. Necesitaba un por qué. Una maldita respuesta. Él simplemente me observó por varios segundos.
- En lo que he perdido. - Se limitó a decir.
- ¿Lo que has perdido por huir de mí? ¿A eso te refieres? - Repliqué a la vez que intentaba ocultar el anillo que aún llevaba puesto.
- Yulia yo no hui de ti. - Dijo sin dejar de verme a los ojos acercándose hacia mi.
- ¡Lo hiciste! - Le grité conteniendo mis lágrimas.
- ¡Tenía que hacerlo!... ¿Ya no confias en mi?...
- ¡Confianza! ¡Confianza! - Le repetí gritándole en su rostro. - ¡Sigues sin entender nada! - Solo habían sido algunos segundos, pero para mí había sido como una eternidad donde los segundos se convirtieron en nada, simplemente el tiempo se detuvo allí. En ese mismo instante solo quería desaparecer de esa maldita oficina impregnada de su presencia, de su olor que me sofocaba llevándome a lugares donde ya no podía volver. Necesitaba estar sola, era en lo único en lo que podía pensar y de repente al volver a verlo a él me habían entrado ganas de ver los lugares que habían marcado mi vida, de volver a ser la mujer que había sido en el pasado y a la cual había olvidado por completo. Había ciertos momentos en que tenía ganas de volver atrás y de ver nuestra historia, era como voltear la página de un libro que se estaba contando para poder seguir adelante, simplemente era eso. Me aferré con fuerza a mis carpetas que contenían el material fotográfico y di media vuelta de camino a la puerta, logré que mis piernas no me fallaran al menos eso pude controlar, necesitaba salir de allí lo antes posible, quería llorar, gritarle e incluso pegarle, decirle todo lo que me había guardado durante tanto tiempo.
- Yulia. - Pronunció mi nombre como un ruego, pero no me detuve y fue en ese momento cuando sentí que rozaba mi brazo agarrándomelo para que no me fuera, maldije usar la chaqueta con las mangas recogidas, de esa manera no hubiera sentido su piel tocándome. Me giró hacia él para que lo viera de frente a su rostro.
- ¿¡Cómo me encontraste!? ¿¡Para qué me hiciste venir!? ¿¡Para qué volviste!? ¿¡Quieres arruinar mi vida de nuevo!? - Sentí que mis lágrimas se deslizaban a través de mis pestañas y empezaban a salir a raudales, no pude contenerlas por más tiempo, eran nada más ni nada menos que el símbolo de la tristeza que llevaba latente dentro de mí, cada lágrima que se deslizaba por mi mejilla era un poquito de esa inmensa amargura y las palabras fueron quemando mi garganta al salir, al punto de arderme al decirlas. - ¡Ya me rompiste el corazón y te fuiste! ¡Yulia no existe más! ¡No queda nada de ella, ni mi nombre ya es el mismo! ¿¡Qué más quieres de mí!? - Dije furiosa.
- No creas que yo no lo sufrí, que no lo sentí. Lo lamento. - Habló en voz baja. - Pensar que estuviste en peligro, en una clínica, luego en terapia y por todo lo que tuviste que pasar después, no puedo perdonarme por eso. Hubiera dado cualquier cosa para que nada sucediera de esa manera...
- ¡No necesitas lamentarlo! - Lo interrumpí. - Yo ya lo lamenté lo suficiente. No estabas, de hecho, seguramente no has vuelto a los Estados Unidos por mí ¿¡No sé qué diablos estás haciendo aquí ahora!? pero no me interesa. - Tiré de mi brazo para zafarme de su mano la cual sentía como si me estuviera incendiando la piel al rozarme. - ¡Aléjate de mí! - Agregué secamente.
- ¡No podía quedarme Yulia! ¿Qué hago para que me entiendas?... Porque tú nunca me creerías. - Manifestó en modo de defensa.
- ¿Te inventarás algún motivo? ¿Cómo un acto piadoso acaso? - Inquirí violentamente.
- No tengo nada que inventar. No podía quedarme ¡Es lo que tuve que hacer! - Agregó enfáticamente.
- ¡Tu elegiste irte! En cambio, yo me quedé y sufrí las consecuencias. Te fuiste cuando más te necesitaba y si me hubieras querido no lo habrías hecho. - Exclamé.
- Tú eres la que sigue sin entender nada, eres una cabeza dura. - Dijo entre dientes.
- Yo nunca me fui. Estaba tu esposa y no me fui. Todo me decía que me fuera, pero no me fui. Estaba convencida de nosotros, de lo que sentíamos el uno por el otro, pero te fuiste y no volviste por mí ¿Quieres marcharte de nuevo? ¡Largarte! No quiero volver a verte ¡Lárgate! - Grité.
Mientras pronunciaba aquellas palabras mis lágrimas no dejaban de caer por mí rostro, y por impulso me largue a golpear su pecho, él dejo que lo hiciera, luego sujeto mis muñecas para intentar tranquilizarme. El dolor inmenso que llevaba en mi alma, junto a una tristeza desmedida, la angustia guardada en mi interior y la tremenda decepción hacia él, todo lo que por años había guardado salió con fuerza, con rabia y con una tremenda desilusión, tan profunda y dolorosa que mi pecho no dejaba de sentirlo. Pero lo veía allí parado y solo quería lárgame a sus brazos, mi lugar preferido en todo el mundo y me odie por eso, pero no para golpearlo sino para quedarme, porque sabía en lo más profundo de mi ser que él era el único que podía juntar todas mis partes rotas y unirlas de nuevo.
- Hablemos por favor. A parte de toda la rabia que acabas de sacar ¿No tienes nada más para decirme después de todo este tiempo? ... Bombón yo te voy a querer toda mi vida. - Murmuró.
Esas palabras me desarmaron más de lo que ya lo estaba, abriendo en la profundidad de mi alma heridas que aún no habían cicatrizado. Me fueron rompiendo un poco más y la pena que aún retumbaba en mi me golpeó más allá de mis capacidades de razonar. Allí entendí que los sentimientos no entendían de ninguna razón, ni lógica alguna. Hacía más de dos años que no escuchaba que me llamara Bombón, y hasta ese momento no me había dado cuenta de lo mucho que extrañaba su voz. Recordaba exactamente el tono de su voz, el modo en que hablaba. El había sido el primer hombre que me había atraído. No quería analizar mis sentimientos ni mucho menos tenerlos.
- ¡Cuando la realidad te llamó me dejaste... No tengo nada más que decir! ¡Solo me causaste cicatrices, pero se terminó! - Cuando respondí mi voz sonó fría y brusca de forma que invadío mi cuerpo por completo. - ¡No mereces ni una sola palabra más de mí! - Logré soltarme de su mano de un tirón.
Junté fuerzas como pude y me aferré a mis carpetas como si en ello se me fuera la vida. Salí sin mirar atrás de aquella oficina donde sentía que me ardía el alma por completo. En el momento en el que subí al ascensor no me percate del hecho. Sentí el pánico que siempre me provocaban al recordar aquella noche pero lo sentía a él también, en cada célula de mi cuerpo. Sofocada por el pánico y la presión en mi pecho solo buscaba distanciarme, huir. Salí corriendo hacia la calle y sentí la lluvia que comenzaba a caer empapando mi rostro como un refugio al juntarse con mis propias lágrimas por la inmensa amargura que no dejaba de crecer dentro de mí. Le había dicho que no tenía palabras, pero lo cierto era que no las necesitaba. Porque yo seguía siendo suya y él había sido y aún lo era, mi mundo entero. Solo había podido verlo a él a nadie más. Estaba tatuado en mi cuerpo y en mi alma y hasta en la sangre que corría por mis venas. No tenía palabras que decir, porque todas ellas eran él. Había personas y hechos que estaban marcadas en el destino de cada uno y él había marcado a fuego el mío.
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