Primera parte I
Actualidad; New York 2019.
Luchaba con todas mis fuerzas por escapar de aquella pesadilla al punto de estar arañando mi propia piel mientras intentaba salir de aquel túnel entre el sueño y la realidad.
Me desperté repentinamente, en medio de la oscuridad, agitada, notando mis pulmones ardiéndome por la falta de aire mientras un sudor frío recorría mi espalda por completo. Sentí al instante todo mi cuerpo tembloroso a causa de aquel mal sueño. Durante un momento me quedé, simplemente, allí tumbada, temblando casi aprisionada. Poco a poco la pesadilla se fue disolviendo pero por el efecto de los somníferos no lograba recordarlo muy bien, así que trate de alejar aquella fría sensación centrándome en mi existencia y en el ahora. No había sido más que un sueño, concéntrate en tu respiración Yulia, me dije a mi misma. Observé a mi alrededor buscando algo de normalidad. Detuve mi vista en los primeros rayos de sol que se filtraban a través de las persianas. Estaba en mi cama y en mi apartamento, solo debía pensar en ello. No era la primera ni la última vez que tendría una maldita pesadilla.
Limpié el sudor de mi rostro con mis manos aún frías, sabía las consecuencias, las consideré por un instante. Lo superaría, al igual que las había superado en otras ocasiones anteriores. Me puse en pie poniéndome a tientas por encima de mis hombros aquella cachemira gris que tanto había significado en el pasado y que aún conservaba. Con pasos lentos fui acercándome hacia el inmenso ventanal de mi habitación, observando la calidez que me provocaba el comienzo de la primavera y poder así terminar de ahuyentar definitivamente aquella inquietante impresión con la que me había despertado.
Observé detenidamente como los árboles y las plantas ya comenzaban a echar sus primeras hojas y frutos, su variedad de tonos y texturas, como las flores de apoco invadían las aceras de Brooklyn enmarcando la asombrosa vista hacia el horizonte de Manhattan y al puerto de Nueva York. Pero aún así, ante aquel espectacular panorama, mi vida estaba opacada por mis oscuras sombras y por el turbio silencio de aquel amplio apartamento.
Después de dos años, seguía sintiéndome exactamente igual. Con el alma hecha pedazos, y con un gran vacío en mi interior que me empujaba a lo más profundo de mí misma, perdiéndome en mis propios recuerdos. Agotada emocionalmente al punto de no querer saber nada más de nadie y refugiándome en mi único refugio, mi soledad. El golpe de la puerta de entrada al cerrarse me produjo un leve temblor. Esperaba llegar a superar en algún momento ese frenesí que se movía dentro de mi ante esas pequeñas cosas.
- La amargura te hará envejecer antes de tiempo Yulia. - La voz de Yigit me sacó de mis pensamientos.
No volteé para verlo, sabía que trendría mis ojos hinchados por la falta de sueño, mi piel estaría pálida, como a menudo lo estaba cuando me veía al espejo por las mañanas. Él aún continuaba llamándome por mi antiguo nombre y eso me recordaba a diario que había sido otra persona en el pasado. Le había entregado las llaves para que pudiera entrar sin tener que estar tocando a la puerta cada vez que viniera a verme. Prácticamente me visitaba infinidades de veces durante el día ya que vivía frente a mi apartamento. La vida nos había hecho amigos inseparables en las buenas, pero más que nada en las malas.
- ¿Qué hice de mi vida Yigit? - Pregunté mientras seguía observando la ciudad a mis pies a través de aquel extenso ventanal escuchando el pesado zumbido del denso tráfico de la ciudad que ya había empezado a despertar.
Exhalé y esta vez me volví para observarlo, sus ojos oscuros y soñolientos me estudiaban sigilosamente mientras se aproximaba hacía mi envuelto en su albornoz color turquesa junto a un par de pantuflas del mismo color en forma de conejos con unas largas orejas las cuales caían hacia los costados. Al verlo así, su aspecto me robó una sonrisa que me lleno el alma de alguna manera. Agradecía cada día de mi vida el poder contar con su presencia. Se había convertido en un publicista exitoso y a pesar de ello nunca, ni por un solo segundo había dejado de acompañarme, jamás me había abandonado.
- Sobrevivir Yulia, solo has hecho eso. - Añadió rápidamente.
- Me acuerdo de todas las cosas que viví...
- Si. - Me interrumpió. - Pero sino sucedió era porque no estaba en tu destino. - Sentenció rotundamente mientras levantaba una de sus cejas.
- Si tan solo pudiéramos vivir dos vidas, viviría de nuevo todo lo que hice solo para ser feliz como cuando estaba con él. - Tomé una profunda bocanada de aire. - Pero después recuerdo que lloré mucho y pase por tanto sufrimiento. Quisiera mirar atrás para pensar un poco y entonces solo veo que él lleno su vida con cosas más importantes que yo, y no vi eso y destruí todo por su causa... Debo cerrar esa puerta de una vez Yigit. - Agregué un poco exhausta.
- Ahora mismo deberías consultar a la doctora Alexandra. Si te soy sincero sospecho que estas anémica. - Su expresión sombría me dijo que hablaba en serio.
- ¡No estoy enferma Yigit! - Repliqué. Solo me daba miedo soñar, pero a veces estaba tan indefensa ante el agotamiento que con solo tomar media píldora, después ya no sentía nada más.
- Tienes pesadillas y apenas comes Yulia, además de estar pálida como una muerta. A mí no me engañas. - Y nunca conseguiria engañarlo, eso era algo común entre nosotros.
- En otro momento. Ahora no tengo tiempo. - No era más que la verdad. Froté mis ojos doloridos.
- Cierto. - Hizo una pausa. - Pero irás al médico esta semana, pareces una moribunda. - Me miró fijamente. - Ahora ve a esa reunión de una maldita vez y cambia tu aspecto fantasmal. Ponte un poco de color en esas mejillas, no te vendría nada mal. - Dijo con ímpetu. Ya conocía demasiado bien aquel tono en él.
- Contrataran mis fotografías Yigit no mi aspecto físico. Pero lo tendré en cuenta. - Me justifiqué lentamente.
- No es que no confié en ti cariño, pero esperaré aquí para verte salir por esa puerta. - Hizo una pausa sin dejar de verme seriamente. - Chequearé tu apariencia y me cercioraré de que al menos te parezcas un poco a la mujer exitosa en la que te has convertido. - Apuntó su dedo índice hacia mi y continuó. - Tienes un gran talento, no dejes que nadie te diga lo contrario. Eres la ganadora de un premio Pulitzer, y eres dueña de una de las galerías fotográficas mas exitosa de New York. Que no se te olvide Yulia. - De eso era de lo único que me sentía completamente segura.
- De acuerdo. Espera aquí, te sorprenderé y caerás de culo. - Sentecié algo furiosa.
- Oh estoy deseándolo ver, mientras prepararé el desayuno. - Agregó mientras salía rumbo a la cocina sonriendo, claramente por haberse salido con la suya.
Entré a la ducha agotada, dejando que el primer chorro de agua me cayera directamente sobre mi rostro, aliviándome lentamente. Mientras el vapor me envolvía, los recuerdos se mezclaban en mi mente, dedicaría ese tiempo para senerarme y a dejar que la pesadilla simplemente desapareciera por completo. El baño me ayudaría a relajar mis músculos los cuales estaban un poco agarrotados por el ejercicio realizado el día anterior, hacía ya algún tiempo que había vuelto a usar el gimnasio poco a poco, según mi doctora ya no corría ningún riesgo.
No tenía que presentarme a la reunión hasta las nueve y era una presentación más de tantas otras me dije. Mi intención era simplemente la de aparentar verme bien al menos en ese momento. Fui buscando que ponerme y opté por un vestido negro ajustado sin mangas y con tirantes bastante anchos, su corte era un poco más abajo de mis rodillas y tenía un tajo que lo hacía algo sexy, pero para nada grosero. Elegí un par de botas en puntas por arriba de mi tobillo y del mismo color. Al terminar de ajustarme sobre el vestido un cinturón ancho de hebilla en color dorado me dije que me daba el toque perfecto de luminosidad que nececitaba. Busqué en mi closet una chaqueta que me trasmitiera seguridad y me decidí por una de cuero corta y en negro. Ese color me iba a la perfección. Hacía que mi cabello rubio esta vez recogido en un moño resaltara junto a mis ojos verdes. Me observé en el espejo de cuerpo entero y me dije que no estaba nada mal, retrocedí y di un último repaso a mi aspecto. El maquillaje también estaba bastante bien, lo fundamental era esconder las ojeras que siempre llevaba surcadas en mi rostro por la falta de sueño y ahora mismo no se notaban. Lo que si seguía notándose era mi cicatriz. La cicatriz que llevaba conmigo en el centro de mi pecho había quedado a la vista entre el escote de mi vestido. Pero no la maquillaría, no la ocultaría. Era un símbolo de mi supervivencia que me recordaba lo que me había sucedió de forma trágica y en quién me había convertido. Pasé la yema de mis dedos sobre ella sientiéndola sobre mi piel. El anillo que aún llevaba en mi dedo se reflejo en el espejo mientras pasaba la punta de mis dedos sobre ella, dos símbolos pensé, de los dos hombres que habían cambiado mi vida. Allí de pie y viéndome al espejo recordé las veces que se me olvidaba el simple hecho de respirar. En esos momentos intentaba tranquilizarme pero era como si me apretaran el pecho, mi garganta se cerrara y no fuera capaz de sentir el aire entrando en mis pulmones. Como si no fuera un mecanismo natural del ser humano. Dolía más que el peor dolor que había sido capaz de experimentar en el pasado, no lograba inhalar y sufría apnea desde aquel día. Se me hacía casi imposible respirar, perdiendo el oxígeno completamente por segundos. No había encontrado terapias, psicólogos ni fármacos que me hubieran hecho olvidar por todo lo que había tenido que pasar. Solo me habían proporcionado una base para enfrentarlo y por más que lo ocultara también estaba el hecho de que él se hubiera ido. Que él estuviera ausente no evitaba su recuerdo para nada. No conseguía nada que me hiciera olvidar el pasado, que borrara aquel siniestro de mi memoria y además ¿Cómo hacía para olvidarme todo lo que había vivido con la persona que aún amaba con toda mi alma? y que no podía arrancar de mi corazón.
Por algún motivo él había llegado a mi vida sin pedir permiso y dejado mi mundo dado vueltas ¿Cómo podría olvidarme de su mirada, de sus manos, de su aroma, de sus besos, sus abrazos, de todas sus caricias, de su piel? Cuando todo eso había significado tanto. Pretender olvidarlo era recordarme diariamente que era imposible y cuanto más lo intentaba lo recordaba mucho más, era ese afán que tenía por no acordarme lo que me tenía enferma de recuerdos.
¿Cómo hacía para empezar de nuevo?
Después de dos largos años seguía haciéndome la misma pregunta y no había obtenido ninguna respuesta dentro de mí y sabía que no la iba a obtener. Ya había pasado mucho tiempo, demasiado para una mujer que aún seguía amando a pesar del dolor. Pese a mi crecimiento profesional no lograba olvidar, ni curarme emocionalmente y sabía que no iba a sanar si continuaba regresando contantemente a donde tanto me había hecho sufrir.
Había pasado gran parte de mi vida corriendo bajo una sombra, y lo único claro que tenía era que cuando se amaba a alguien con todas las fuerzas del corazón nunca se debía dejar en manos del tiempo, porque este era implacable. No había manera de que no se rompiera la intimidad, entre amigos no habría diferencias supongo, pero en temas de romances todo aparentemente era muy diferente.
De vez en cuando me imaginaba rencontrándome con él, encontrándomelo caminando por la calle, en la entrada de un cine o un café ¿Cómo sería? ¿Cómo me sentiría en ese momento al tenerlo frente a mí de nuevo? ¿Cómo reaccionaría? ¿Seríamos dos completos desconocidos después de todo lo que habíamos vivido juntos?
- Déjame decirte que te ves bastante bien. - Volví al presente al escuchar la voz de Yigit, retirado mi mano de mi cicatriz rápidamente. - Buena elección. Casual, pero sin dejar de ser elegante y además tus ojeras no sobresalen de tu rostro como un mapache. - Comentó sarcásticamente.
- Gracias Yigit. Tu opinión siempre es tan gratificante ¿no sé qué haría sin ti? - Objeté en vano.
- De hecho, ¿Yo tampoco sé qué harías sin mí? Desayunemos, no te vendrá mal poner algo de alimento en tu estómago ¿Estas demasiado delgada o son mis ojos? - Dijo guiándome hacia el exterior de mi habitación sin dejar de analizar mi aspecto.
Después de haber desayunado más de la cuenta porque Yigit no dejaba de insistirme al respecto me uní a la larga fila de coches y limusinas que se dirigían al centro de New York, con mi ceño fruncido y repiquetenado mis dedos sobre el volante al recordar que no dejaba de tratarme como si fuera una niña. Conducía mi Land Rover Evoque blanca de camino a mi reunión de trabajo, dos años atrás no podía ni imaginarme al volante de una máquina de este tipo, pero todo había cambiado para mí, no quedaba absolutamente nada de esa mujer que había sido en el pasado.
Estaba a punto de presentar mi último trabajo fotográfico realizado hacia tres semanas en las Islas Galápagos. Mi trabajo me llevaba a lugares increíbles, escalando montañas inalcanzables, navegado todo tipo de ríos y rápidos, caminando o andando sobre camellos en caravanas con beduinos en medio del desierto del Sahara Occidental por semanas. En una oportunidad había seguido la migración de elefantes más grande del mundo en el desierto de Namibia en medio de una devastadora sequía donde la fuerza de la naturaleza agitaba la arena seca formando enormes tormentas de arenas en un sofocante calor donde el viento transportaba el olor a podredumbre de animales que no sobrevivían ante aquel atropello de la naturaleza y donde por las noches la temperatura bajaba abruptamente a unos 30 ° bajo cero. Había convivido en la sabana africana en Kenia con tribus nativas como los Masái, yendo a refugios para animales, en safaris que me mostraron las maravillas de aquella espectacular vida salvaje dejándome sin palabras en más de una oportunidad y convirtiéndola en una experiencia inolvidable. Había permanecido por un mes entero en el Serengueti en Tanzania solo para observar el comportamiento de una familia de leones. Había recorrido desde Adís Abeba en Etiopía pasando por Asmara en Eritrea hasta Pretoria en Sudáfrica recolectando información que fuera de utilidad, pero volvería hacerlo, repetiría esas experiencias únicamente para poder tomar una buena fotografía.
Me había convertido en una fotógrafa profesional de National Geographic, a su vez era miembro de una de las asociaciones de fotografías más prestigiosas del país donde era extremadamente difícil conseguir una membresía y tenía mi propia galería. Me había costado demasiado esfuerzo, había vivido únicamente para ello los últimos años y en cierto modo era lo que me había mantenido a flote.
En mi tiempo libre hacia trabajos para mí misma, para mi propia satisfacción y el viaje a Galápagos había sido uno de ellos, una experiencia increíble que hizo que de alguna manera me rencontrara con mi niña interior, un reencuentro que tenía pendiente desde hacía ya muchísimo tiempo. Había disfrutado del rumor de las olas, del vuelo de los albatros, de las gaviotas, del aire del océano sobre mi rostro. Era en eso pequeños momentos en los que llegaba a sentirme mejor conmigo misma. Cada momento, cada fotografía había válido la pena y hecho que el viaje fuera imposible de olvidar. Lo único que lamentaba había sido no haber podido disfrutarlo junto a Yigit, pero él era anti-naturaleza, era propenso únicamente a moverse dentro y fuera de ciudades, su estilo cosmopolita lo había absorbido por completo.
Las calles de New York no dejaban de confundirme a pesar de estar viviendo aquí hacía ya algún tiempo. Aún seguía sin poder ubicarme por la avenida Broadway. Se encontraba llena de gente y de ruido, siempre me resultaba apabullante. No solía visitar Manhattan a menudo, de hecho, era realmente incómodo para la gente que no le agradaba el bullicio, las calles llenas de multitudes, de olores, sin aire prácticamente. Pero después de haber tenido que cambiar de ciudades varias veces junto a Yigit, los agentes federales decidieron que un barrio de clase alta en New York sería nuestra mejor opción para pasar desapercibidos al menos por un tiempo.
El empleo lo había conseguido bajo mi nueva identidad, había sido difícil trabajar desde el anonimato, pero no imposible. Necesitaba llegar a tiempo al 437 Madison Avenue, entre la 49 y la 50, en el piso 39 de este edifico se encontraba la Agencia de publicidad que me había contactado por mi trabajo en Galápagos. Por lo que me habían comentado telefónicamente contaban con una campaña para una empresa de viajes de las más reconocidas del país.
La verdad era que lo último que quería era volver a pisar una Agencia de publicidad, mi propia inestabilidad emocional no me lo permitiría. Sabía perfectamente que el solo hecho de entrar allí recordaría cada detalle como si hubiera sido ayer, aunque no se tratara del mismo sitio, todas las Agencias eran similares. Recordaría incluso hasta el olor del café que preparaba Yigit. Si no hubiera sido por él y su desbordante locura no sé qué hubiera sucedido con mi vida sinceramente.
Las cosas que nos van pasando a través de nuestras vidas nos van marcando, era una de las frases que él me repetía una y otra vez, pero yo sentía como si me estuvieran atravesando por dentro como un huracán destrozando todo a su paso sin detenerse ante nada ni nadie.
La ansiedad se apoderaba de mí, generando una preocupación extrema por prácticamente todo, tenía problemas para poder resolver mi nerviosismo y manejarlo, estaba irritable la mitad del tiempo, cansada y fatigada, me costaba horrores relájame y concertarme, el insomnio y despertares nocturnos me dejaban exhausta por el resto del día, debía luchar con los temblores, los dolores de cabeza y algunas dolencias que sentía sin motivo médico aparente.
Después de lo que me había sucedido, él simplemente se había ido. Y me había dejado destrozada, hecha pedazos por dentro. Llevaba años con ese peso sobre mi conciencia, no podía justificar lo que había hecho de ninguna manera. Cuando conviertes a un hombre en el centro de tu vida, te derrumbas cuando desaparece y cuando él se fue mi vida se hundió sin remedio. Había tenido que cambiar mi apariencia, de ciudad y hasta de nombre. Si pudiera volver el tiempo atrás mis elecciones serian totalmente diferentes. Pero en estos momentos con veinticinco años y al ver nuestra historia sabía que por más que hubiera tomado otras decisiones me encontraría en el mismo sitio en el que estaba ahora mismo. No había nada que hacer, no se podía cambiar el destino de las personas, ya estaba escrito para bien o para mal.
Aparqué en doble fila, el olor de los puestos de comida, se sentía en el aire a pesar de la hora. Esquivando a un tipo que olía a demasiado alcohol y a alguna otra susutancia llegué a la acera. Observé el edificio, cincuenta pisos de un brillante acero relucian hacia el cielo. Antes de llegar a la puerta del ascensor de pie justo en frente me quedé inmóvil allí mismo observando atentamente. Me recordé que podía dominar aquello, pero sentí una opresión en el pecho, no me permití mirar por encima de mi hombro para asegurarme que no fuera a aparecer nadie para atacarme. No me ocurriría nada, no tendría una crisis nerviosa, me recordé reiteradas veces. Me sentía un poco mareada pero ya era normal en mí ante aquellas situaciones similares. Solo usaba escaleras, simplemente no podía usar un ascensor, de hecho, mi apartamento estaba en el primer piso, lo había elegido por ese mismo motivo.
Había buscado libertad a través de mi profesión siendo una forma de liberarme de algún modo y dos años de terapia me habían dado la capacidad para aprender a convivir con ello, pero no para olvidarlo, mi pasado, mi presente y hasta enfrentarme conmigo misma era algo con lo que debía enfrentarme todos los días.
En mi adolescencia había creído morir una y mil veces y luego tras el ataque en el ascensor me recordaba sin cesar que había tenido una segunda oportunidad en mi vida. El sentir dolor era inevitable, el sufrimiento igual, pero había aprendido a vivir con ello, al menos eso creía.
El cosquilleo en el pecho mi hizo desear los ansiolíticos los cuales llevaba en mi bolso, pero me recordé que eran nada más que una forma de hacerme sentir más tranquila. Busqué mi iPhone solo para escuchar la voz de mi terapeuta, la Dra. Reichel, solo para sentirme un poco más segura. Esperaba algún día tambien dejar de necesitarla.
- Hola Yulia. Dime ¿Cómo te encuentras? - Respondió inmediatamente con su habitual tono de tranquilidad.
- Hola Doctora. Bien...- Hice una pausa intentado asimiliar la situacion.- Es solo que estoy parada frente a un ascensor, pero completamente inmóvil, no creo que sea capaz. - Comenté y mis manos comenzaron a temblar lentamente.
- ¿Haz hechos los ejercicios de respiración Yulia? - Consultó.
- Lo he estado intentando. - Me límite a decir.
- Eso ya es importante. Yulia, escucha. - Se tomó unos segundos interminables para mi. - A veces lo mejor que nos puede pasar es tocar esos puntos que nos duelen demasiado para que sanen de una vez ¿Se entiende? - Continuó. - Porque tu llegando a ese punto, más de eso no va a doler, entonces a partir de allí lo que empieza es la sanación, la aceptación y es lo que te va a dar a ti la posibilidad de desenvolverte y poder subirte a un ascensor nuevamente y que no siempre estés en esa actitud de defensa. Hoy en el presente no está, y ya no es parte de tu vida, hoy lo puedes controlar. Eso fue un hecho puntual, uno terrible, pero eso no te marcara de por vida si tú lo determinas. Los hechos no son etiquetas que vamos a llevar el resto de nuestras vidas, son aprendizajes que nos hacen crecer y cuanto más duros son, más aprendemos y cuando entendemos que están allí para darnos el poder que tanto necesitamos, para ayudarnos a superar este tipo de episodios, allí nos hacemos más fuertes. Ahora dime ¿has tomado la medicación hoy? - Concluyó.
- Si. Si... Solo que no me siento segura.- Añadí en voz baja.
- De acuerdo. Ahora quiero que intentes subir a ese ascensor ¿sí? Nos veremos esta semana a la misma hora de siempre. - Me informó.
- Gracias Doctora.
- Confió en ti Yulia, tú también deberías de hacerlo. Trabaja en eso. - Sostuvo firmemente.
Y de pronto volví hacer lo que no había hecho durante casi dos largos años, intentar subirme a un ascensor. Pulsé el botón y esperé. Al dar el primer paso no podía dejar atrás esa sensación que iba más allá del miedo, un terror casi inexplicable, sofocante, haciendo que mis manos no dejaran de temblar ante ese simple hecho. Mis oídos comenzaron a zumbarme en mi cabeza y los nervios atormentaron mi estómago. El pánico se iba apoderando de mi cuerpo dejándolo inmóvil por completo, no podía pensar más en ello. Debía arrinconarlo, cerrarlo bajo llave, hasta que estuviera más fuerte. No podía volver a desmoronarme o terminaría de nuevo internada con médicos analizándome. Debía dominarlo. Mantuve la respiración a medida que se cerraron las puertas y comenzó a subir piso por piso, haciendo esfuerzos por no dejarme arrastrar por aquella horrible sensación, un tramo más y se abrirían las puertas.
Me sentí aliviada cuando por fin las puertas se abrieron y fui capaz de salir al pasillo. Por fin logré volver a recibir el aire como una bendición dentro de mí llenando mis pulmones. Respiré profundo, hondo, hasta que no tuve que esforzarme para respirar y me recordé que seguía viva, que no había muerto aquella noche en aquel ascensor y como para tenerlo bien presente llevé mi mano al centro de mi pecho para tocarme en donde una bala me había atravesado desgarrándome y donde tenía la cicatriz que llevaba conmigo desde aquel día.
Recordé que inicialmente solo había sentido un zumbido muy fuerte, casi una especie de sonido como un "timbre" que apenas sucedió, pero sorprendentemente muy ruidoso, como dos abejas dentro de mis oídos. El "ping" inicial lo había escuchado antes de que comience esa especie de timbre, como si alguien golpeara metal contra metal, pero muy agudo. Después de eso comenzó a sonar muy fuerte y aterrador, pero no registre dolor en ese instante. Luego sentí una presión muy aguda en el lugar donde me habían disparado y pude sentir que comenzaba a salir sangre corriendo por mi pecho, tibiamente. La visión se me había vuelto borrosa al instante, tan pronto como recibí el disparo, como un interruptor de luz, pasando de perfectamente normal a opaca. Vi esas "líneas" que se encuentran en el globo ocular muy oscuras de color negro o rojo oscuro, como los vasos sanguíneos que están en la pupila. Pasé mis manos por mi pecho y estas se cubrieron de sangre y fue en ese mismo instante en el cual caí al piso.
Luego había despertado en un hospital junto a Yigit. Los enfermeros, los médicos, urgencias, había habido mucho movimiento, mucho dolor, me dolía el pecho con un dolor sordo que sabía que me martirizaría durante toda mi vida y el dolor comenzaba cada vez que despertaba cuando la adrenalina disminuía. Era insoportable, como si alguien me estuviera haciendo un agujero en la piel, perforando el pecho y quemando el tórax. No podría describirlo, así de horrible había sido. Era tan insoportablemente doloroso que pensaba en cada segundo que pasaba, donde los segundos los sentía como días enteros. Entraban y salían médicos, enfermeras y policías haciendo preguntas, deseaba que se marcharan. Hasta que con el paso de los días el dolor había ido disminuyendo muy poco a poco casi diría por completo. Había resultado muy traumático pero afortunadamente la bala no había golpeado ningún órgano interno.
La rehabilitación me había llevado más de dos meses, pero las secuelas habían quedado por dentro. La paranoia se había vuelto parte de mi vida cotidiana, una aguda neurosis me provocaba diariamente trastornos y alteraciones emocionales mezclada con una psicosis sufriendo cambios en mi personalidad y hasta había perdido el sentido de la realidad en algunas ocasiones y tuve que aprender a convivir con ello, superándolo día tras día.
Alguien había tratado de matarme una vez, y me había pasado los dos últimos años temiendo que volvieran a intentarlo.
✨ADVERTENCIA ✨
Esta historia contiene contenido adulto, escenas explícitas tanto de sexo como de cualquier otro tema por lo que no recomiendo leerla si te vas a sentir incómodo.
✨NOTA ✨
Esta historia aun se encuentra sin editar, por lo que puedes encontrarte con errores ortográficos, de redacción y gramaticales.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro