capítulo XII.
Advertencias: segunda parte de Kilig, por lo tanto, para entenderla, debes haber leído previamente esa historia. Chaelisa.
Tzuyu saboreó sangre cuando Sana la golpeó en la mejilla con una expresión de ira en su rostro, lejos de todo el mundo. Yizhuo no estaba con ellas, para fortuna de ambas, sino que estaba junto al resto de niños en el lugar siendo cuidados por dos profesores, para que así interactuaran entre ellos a pesar de todo.
Sana le escupió, asqueada.
―¿Creías que no iba a darme cuenta? ―gruñó Sana furiosa―. Soy tu maldita omega, Chou, y eso significa que estoy conectada a ti. ¿Creías que no me daría cuenta de tu corazón acelerándose cuando ves a Lisa?
La alfa bajó la vista cuando llegó la segunda bofetada en su mejilla mientras Sana comenzaba a sollozar, sus hombros sacudiéndose por el llanto.
―Te odio ―escupió Sana―, fingiendo que todavía me amabas...
―Te quiero ―dijo Tzuyu con seriedad―, te lo prometo. Esto por Lisa es una estupidez, tú eres mi omega, es a ti a quien amo.
Sana dejó salir un bufido de burla, sacudiendo su cabeza con incredulidad.
―¿Sabes qué es lo peor? ―dijo Sana―. Que Lisa no tiene la culpa de nada, sólo has sido tú la... La idiota que se ha enamorado mientras yo...
―Mi amor...
―¡Vete a la mierda!
Sana se volteó, marchándose de allí con paso enojado, limpiando su rostro furiosamente, y Tzuyu no la siguió, pues sabía que la Japonesa sería capaz de darle otro golpe.
Acarició su mejilla adolorida, siendo consciente de que se merecía todas esas bofetadas, porque lo que hizo era imperdonable. No sólo se acostó con Lisa para ayudarla con su celo, sino que también generó sentimientos que rozaban lo romántico, y eso, en definitiva, era cruel y vergonzoso. En especial, ya que fue durante la época en la que Sana no estuvo por cumplir con esa horrorosa condena que le impusieron.
Sana se dio cuenta antes que nadie, por supuesto: Tzuyu dejó de visitarla todos los sábados, hablando poco sobre lo que ocurría y evitando mirarla a los ojos. Y cuando llegó con el olor a celo de Lisa encima...
Antes de ese encuentro, por su buen comportamiento, dejaban que las visitas fueran en el comedor, sin una ventana de por medio, pero Sana enloqueció y se lanzó a golpearla, dejando su mejilla rasguñada y sangrante por la herida que alcanzó a hacerle. Desde ese día le prohibieron a Sana aquellas visitas, teniendo que ver a la gente que la visitaba sólo por medio de un ventanal y un teléfono.
Tzuyu sabía que Sana estaba alejando a Lisa a propósito y algo dolía en su interior, porque antes de eso, ellas dos fueron buenas amigas. Lisa fue a cenar muchas veces a su casa cuando la invitaban en las fiestas como Navidad o Año Nuevo (sobre todo cuando Tzuyu se dio cuenta de que Lisa pasaba aquellas festividades sin compañía alguna, ya que no tenía a nadie allí), fue una de las primeras personas en enterarse del embarazo de Sana, estuvo a su lado cuando fue el día del parto y conoció a Yizhuo desde el día que nació, cuidándola con dedicación cuando ellas salían a cenar o querían pasar un tiempo juntas.
Ella sabía lo mucho que les dolía, tanto a Sana como a Lisa, toda esa situación, pero no sabía cómo arreglarlo.
Ni siquiera sabía cómo ahogar esos tontos sentimientos que tenía también, que no correspondían, que no tenían motivo de ser.
Pero Lisa estuvo cuando más la necesitaba, cuando Sana no se encontraba con ella y Yizhuo era imposible de controlar, y cuando todo parecía ser un maldito desastre que no podía solucionar. Lisa-...
Se enderezó al sentir la presencia repentina de alguien.
―Te estaba buscando ―dijo Song a modo de saludo―, ¿Por qué soy la última en enterarme de todo el desastre que está pasando aquí? ―parpadeó, desconcertada, y la mayor suspiró―. La hija y la alfa de Pranpriya, su celo...
Tzuyu soltó una risa cansada.
―Muchas cosas en pocas horas. ―señaló, mirándola.
Song la agarró de la barbilla, obligándola a sostenerle los ojos.
―No te sientas culpable por cometer errores y querer llorar, Tzuyu ―dijo Song con dulzura―, antes que una alfa, eres un humano, ¿Está bien?
Su garganta se apretó, pero se limitó a asentir antes de empezar a contarle a Song todo lo ocurrido en las últimas horas.
***
Lisa despertó, sofocada.
Pensó por un breve instante que se debía a que su cuerpo estaba otra vez en celo, sin embargo, terminó por descartarlo cuando notó el brazo de Rosé sobre su cuerpo. La envolvía en un abrazo protector, roncando profundamente.
Se revolvió, rodando sobre la cama y sintiéndose confundida un instante. De pronto, su estómago se contrajera por la dura realidad.
MiYeon. Rosé. Celo. Omega. Alfa.
Rosé.
Rosé.
Observó otra vez el rostro de Rosé, tranquila, calmada a su lado, y su primer instinto fue acurrucarse contra ella una vez más, frotar su nariz contra su cabello, dejando que el olor de la alfa la envolviera, pero terminó por descartarlo cuando pensó en lo ocurrido.
Rosé. Ten. La mentira más grande del mundo inventada por el loco de su hermano. La mentira que la arruinó por completo.
Quiso romper a llorar por todo lo que significaba.
Sin embargo, se controló lo suficiente como para enderezarse. Se sentó en la cama, agarrando una de las batas que dejaban allí torpemente, y se envolvió en la tela para luego caminar a paso titubeante hacia la puerta.
Su omega se revolvió, queriendo volver a la cama, a los brazos de Rosé, y se sintió confundida y perdida pues todavía estaba en celo, eso lo tenía claro, pero necesitaba salir, necesitaba un poco de aire, y luego quizás podría volver, permitir que Rosé le hiciera el amor una vez más o-...
Abrió la puerta, gruñendo por el hambre, pero antes de poder dar dos pasos unos brazos se envolvieron a su alrededor y tenía a una enojada MiYeon contra su pecho. Sus piernas la rodearon, colgándose como un mono y frotando su cabello contra su cuello.
―Hueles mal ―gimió MiYeon, molesta―, no hueles a mamá. Lo odio.
Calor la recorrió cuando su hija –su bebé, su princesa, su todo– la estaba abrazando como si nada, posesiva, malcriada, justo como la recordaba.
―Mimi, estoy sucia. ―le recordó con cariño.
MiYeon gruñó.
―No importa ―dijo―, el olor de papá es malo. Apesta y te deja a ti oliendo mal ―la menor la miró con falsa inocencia―. No me molestaría que huyéramos de ella.
Comenzó a reírse sin poder controlarlo, recordándose diecisiete años atrás, cuando tuvo su celo con Rosé, y MiYeon se volvió toda gruñona y celosa al sostenerla en brazos, alegando que ahora olía distinto.
Cerró la puerta detrás de ella.
―¿Dónde están Yuqi y SoYeon? ―preguntó, mientras MiYeon se enderezaba.
―Se fueron a dormir ―dijo MiYeon―, pero yo no pude hacerlo. Quería... Debía asegurarme que... Bueno, que papá no iba...
―Rosé jamás me levantó la mano ni me obligó a nada, MiYeonnie ―le dijo Lisa cariñosamente―, no tienes que enloquecer por eso.
MiYeon abultó sus labios en un mohín enfurruñado, hablando con sus mejillas infladas en actitud avergonzada:
―Lo sé ―dijo, compungida―, pero es que no quiero que te alejes demasiado. Siento que... Que podrías desaparecer en cualquier momento...
Lisa parpadeó, agarrando las mejillas de MiYeon y dándole un apretón cariñoso antes de besarle la frente. Permitió que la menor volviera a acariciar su cuello con su mejilla, para así impregnarla en olor familiar.
―No me iré ―le dijo con firmeza―. No dejaré que te alejen de mí ahora que estás conmigo, Mimi ―le revolvió el cabello―. Ahora ve a dormir algo, yo necesito una ducha y regresaré con tu padre.
MiYeon vaciló un instante.
―¿La perdonaste? ―preguntó recelosamente.
Lisa desvió los ojos.
―Mañana hablaremos. ―fue todo lo que dijo Lisa, y por su tono de voz, MiYeon supo que su mamá no iba a dar el brazo a torcer.
Volvió a hacer una mueca, marchándose de allí con pasos enfurruñados, y sólo cuando no había nadie mirándola, Lisa se permitió apoyarse en la pared, jadeando por el celo que parecía dispuesto a atacarla otra vez.
Se tambaleó con lentitud hacia el baño del lugar, su omega revolviéndose por querer volver a la cama, acostarse junto a Rosé y permitirse ser mimada. Sin embargo, Lisa necesitaba algo de soledad para poder ordenar sus pensamientos. Para poder mantener a raya a la omega en su interior que se estaba saliendo de control otra vez.
Llevaba tanto tiempo sin sentirla que le era, por muchos momentos, una completa desconocida.
Entró a la ducha, echando la bata para después abrir la llave, con su piel erizándose cuando agua fría golpeó su piel. Quizás eso era lo que necesitaba. Jadeó, aturdida, y se sobresaltó cuando sintió una presencia detrás de ella.
Se volteó de golpe, encontrándose con el tenso rostro de Tzuyu.
Parpadeó, aturdida.
―¿Chewy? ―preguntó un poco desorientada.
―Hueles a celo ―murmuró Tzuyu, sacudiendo su cabeza como para despejarse― y a alfa. ¿No deberías...?
―Quería bañarme. ―se defendió Lisa, importándole poco si estaba desnuda, ya que no era la primera vez que Tzuyu la veía así.
Antes se habría avergonzada. La omega de antes se habría puesto colorada, para después tratar de cubrirse con la bata, pero aprendió –y entendió– que su cuerpo no era algo de lo que debería sentirse avergonzada. Que, muchas veces, su cuerpo podía ser un arma que todos ignoraban.
―No te ves bien ―dijo Tzuyu―, ¿Necesitas ayuda?
Algo en sus palabras hizo que su mente se activara.
―No ―dijo cuidadosamente―, es mejor si vas a dormir. Sana y Yizhuo deben estar esperándote, Tzuyu. Yo terminaré y volveré con...
―Con tu alfa ―terminó de decir Tzuyu con algo de amargura en su voz―. ¿No que habías acabado con ellos, Lili?
Humedeció sus labios, con su cabello pegándose a su frente, y el agua fría manteniéndola despierta para tratar de pensar con claridad.
―Rosé es mi alfa. ―contestó con calma.
―¿Alguna vez me notaste a mí? ―preguntó Tzuyu bruscamente.
Antes de poder contestar, otra persona habló:
―¿Lo hiciste, Lili?
Hubo un breve momento de pánico en el que Lisa se sintió como esa torpe, asustada y aterrada joven de diecinueve años. Podía ver el momento en el que Rosé aparecía de pronto, enfurecida, agarrando a JooHyun y golpeándola debido a los celos, pensando que la escena iba a repetirse, que Rosé agarraría a Tzuyu producto del lado posesivo que tenía su alfa, pero...
Pero Rosé sólo se quedó bajo el marco de la puerta abierta, vestida con los pantalones y un top, medio dormida todavía, calmada pero alerta.
No había ira en sus ojos, no había celos irracionales, sólo tranquilidad.
Tzuyu apretó su mandíbula.
―No ―dijo Lisa, sintiéndose como una extraña―, no Tzuyu. Eres mi amiga. Nada más.
Tzuyu sacudió su cabeza, sin decir cosa alguna y girándose en su lugar. Rosé se hizo a un lado cuando la alfa salió del cuarto con rapidez, antes de observar a Lisa, todavía bajo el agua, entumida.
―Te vas a resfriar. ―señaló Rosé preocupada, entrando y cerrando la llave.
Lisa quiso decir algo, ser capaz de ordenar sus pensamientos en ese momento, pero su mente se volvió como gelatina cuando los dedos de Rosé acariciaron su helada y desnuda piel, envolviéndola en la bata para que dejara de tener frío.
Su omega interior ronroneó por el gusto de ser tocada por su alfa, de ser su centro de atención.
―No... No estás enojada. ―afirmó Lisa con torpeza.
Rosé detuvo sus movimientos, levantando la vista, y ambas se miraron.
Lisa sintió que se ahogaba al observar los ojos oscuros de la alfa sobre ella, como si quisiera devorarla, y le asustó que una parte suya no se negaba a eso.
―Estoy furiosa ―admitió Rosé con tono calmo―, me llena de rabia pensar en esa alfa tocándote o que tengas sentimientos por ella ―la más alta apretó su mandíbula un segundo―. Pero tú eres libre, Lisa. Y aunque tengas mi marca, tú renegaste de mí y puedes hacer lo que quieras.
Su aliento quedó atrapado en su garganta.
No sabía cómo reaccionar ante las sinceras palabras de Rosé: una parte suya se alegraba de eso, de que la alfa frente a ella ya no le mirara como un objeto, como una pertenencia, que no hubiera reaccionado como antes ni se impusiera a la fuerza como muchos alfas harían en esa situación. Que Rosé pareciera entender que una relación no se trataba de ‹‹tú eres mía y debes hacer lo que yo te ordeno››.
Pero había otra parte suya, ese lado omega con el que seguía luchando en ese instante, que pareció quebrarse ante lo dicho por la alfa, porque su omega quería pertenecer a ella, pero no en el sentido enfermizo y celoso que tanto asustaba a Lisa, sino en otro sentido. En el sentido de sentimientos, de cariño, de querer, de amor. Una parte de Lisa quería amar a Rosé, ser capaz de entregarle todo y dejar que la alfa le diera el mundo entero, que sus sentimientos pertenecieran a Rosé, y los de Rosé fueran de ella, de nadie más.
Así como antes, como cuando todo parecía ir bien y se sentía amada.
No dijo cosa alguna mientras la alfa continuaba cerrando la bata sobre su cuerpo, tomándole la mano y llevándola de vuelta al cuarto. Una vez en el, Lisa se recostó sobre la cama, en tanto Rosé ordenaba las prendas de ropa.
―¿Por qué no... No marcaste a Ten? ―preguntó de forma repentina con voz temblorosa, viendo como Rosé se detenía―. Eres una... Una alfa. Tienes ne... Cesidades...
La alfa se volteó con una expresión confundida.
―Porque te amo.
Tan honesta, tan certera, tan segura, como si no hubiera duda alguna en sus palabras.
Humedeció sus labios.
―O a otra omega. Pudiste hacerlo ―su propia voz salió estrangulada, ahogada por el dolor―. Pudiste olvidarme. Pudiste... Amar a cualquier otra persona.
Rosé arrugó el ceño.
―¿Por qué debería hacerlo? ―preguntó Rosé, suspirando.
Lisa se sentía débil, febril, luchando por mantenerse concentrada y no dejar que su omega la domine por completo. Su desesperada, asustada, casi muerta omega.
―Porque te abandoné ―sus ojos se llenaron de lágrimas―. Porque renegué de ti. Porque te dejé de lado con mi bebé a cargo. Porque... ―su garganta se apretó―. Porque te odié, Rosé, te odié cuando tú no... Tú no hiciste nada malo. Y a pesar de eso yo...
Lisa no sabía cómo demostrárselo, cómo decirle con palabras todo lo que estaba sintiendo, ya que temía volverse blanda y débil y sumisa como antes. Temía que Rosé la mirara otra vez como esa tonta, estúpida omega que estaba desesperada por afecto, tan desesperada que era capaz de entregar todo por nada a cambio.
Lisa no quería ser otra vez una omega que proteger y cuidar. Lisa quería que Rosé la mirara como una igual, como alguien a quien tener a su lado y no de rodillas.
―Ni siquiera te escuché ―Lisa quería alcanzarla, rodearla con sus brazos, pero era una cobarde, una maldita cobarde―. La última vez que... Que estuvimos juntas, ¿Ya lo sabías?
Rosé ladeó la cabeza, reflexivo y suavizando la mirada en sus ojos.
―Eso no es importante ―contestó impasible, pero suspiró cuando Lisa la observó con insistencia―. Si lo sabía, Lisa. Fui a verte para contarte, pero las cosas no se dieron y luego...
Recordó esa tarde, a Rosé haciéndole el amor, tocándolz como si fuera un objeto precioso, con la esperanza brillando en sus ojos, y cómo ella trató de desviar la atención a otro lado para que la alfa no pudiera convencerla de perdonarla, de seguir juntas cuando todo estaba mal y arruinado.
Lisa pensó durante diecisiete años que Rosé la engañó. Creyó durante todo ese tiempo que la alfa se acostó y folló con su hermano, que ese hijo que él esperaba era de ella; y no sólo eso, alimentó su odio, su desprecio, su ira, en base a ese hecho, en base a esa horrible mentira.
Y ahora que sabía la verdad, ¿Qué le quedaba?
Con el odio ahora extinto sólo quedaba el dolor, la pena, la tristeza y desesperación de haber sabido que pasó diecisiete años lejos por... Por...
―¿Por qué no...? ―su voz se quebró y antes de poder detenerlo, lágrimas escaparon de sus ojos―. ¿Por qué no me... Me buscaste, Rosé? ¿Para... Para de-decirme la verdad?
Rosé la vio rota, llorando entre jadeos y gemidos bajos, con lágrimas derramándose por sus mejillas, y quiso moverse para abrazarla, para sostenerla, para llenarle el rostro de besos.
Pero permaneció en su lugar porque sabía que ese dolor pertenecía sólo a Lisa, que Lisa necesitaba llorar para sacar todos esos sentimientos de su interior y que, durante tanto tiempo, la carcomieron.
―Porque tenías razón ―dijo, llamando su atención―, en tu carta. Y TaeHyung, tu amigo, también tenía razón cuando me dijo si realmente creía que el amor sería suficiente para esto ―Rosé se sentó a su lado, pero no hizo amago de acariciarla―. Me dijiste que entendías a Ten, que podías comprender su desesperación por actuar para tener todo lo que deseó, y que sabías que él no se detendría. Él no se habría detenido por nada del mundo. Si te lo hubiera contado, ¿Qué habría cambiado, Lisa?
―Yo no... Podría haber...
―MiYeon, legalmente, ya no te pertenecía, ahora era mía ―le interrumpió con amabilidad Rosé―, y si decidías llevártela, Ten no habría dudado en contarle a todo el mundo que MiYeon no era hija mía para que así la mataran. Y si no lo hacías, pero te quedabas, él no habría estado satisfecho sabiendo que ambas estábamos tan cerca todavía, así que habría buscado a algún alfa de mala muerte para que te forzara y así marcara, rompiendo nuestro enlace. No, Lisa, tenías que irte, era la única forma de que tú estuvieras a salvo y MiYeon también lo estuviera. Tú supiste primero que todos que él no iba a detenerse.
Lisa sollozó, asintiendo, pero eso no aminoraba el dolor. Eso no lo hacía más soportable. Tal vez, más adelante, podría comprenderlo mejor y asumir que no se equivocó, sin embargo, en ese instante sólo dolía.
―Te odié ―admitió Lisa―, durante... Tanto tiempo, yo... Yo te odié, y tú no... No lo merecías... Yo lo... Lo arruiné todo, ¿No es así? Tú no... No hiciste nada malo y yo me fui y... Y las dejé, ni siquiera fui... Fui capaz de...
―No digas esas cosas ―Rosé la agarró de las mejillas, obligándole a sostenerle la llorosa mirada―. Te decepcioné. Te agredí. Te dije cosas horribles y humillé porque me sentía con el derecho de hacerlo ―tomó aire―. Te dejé sola. Te mentí. Te oculté lo ocurrido con Ten. No te protegí ―Rosé le dio un beso pequeño―. Las dos fuimos culpables de esto, Lisa. Puede que yo tenga más culpa que tú o viceversa, pero somos culpables, al fin y al cabo.
Lisa sollozó, asintiendo, con su frente apoyándose en la de Rosé, y permitió que los labios de la alfa le acariciaran el rostro por todas partes, le besaran de mil formas que no creía posibles.
―Te quiero, te amo ―murmuraba Rosé con cada nuevo toque―, y sé que duele todavía, Lisa. Sé que todavía duele.
La omega no podía ponérselo en palabras. No podía hablarle sobre lo mucho que sentía lastimada a su omega, lo herida que parecía, cuánto sufrimiento parecía tener en su interior, pues parecía que nunca sería suficiente. Sólo sabía que todo eso hacía que doliera algo en su interior.
―Si tú... Si me dieras la oportunidad de sanarte... ―continuó Rosé, acariciándole el rostro.
―¿Después de todo, lo harías? ―preguntó con voz triste.
Rosé la miró.
―¿No hacen eso las personas que se aman, Lisa-ah? ―preguntó con pena.
Lisa se arrumó a su lado, dejando que la alfa la abrazara por la cintura, apoyando su cabeza contra su pecho.
―¿Cómo puedes amarme luego de todo? ―dijo, con su voz ahogada―. Yo me odio.
Rosé le sonrió, revolviéndole el cabello, y le dio un beso en la frente.
―No digas esas cosas ―regañó suavemente―, no puedes odiarte, Lili ―le dio otro beso―. Jen dice que no puedes odiar ni a Hitler, ¿Por qué te odiarías a ti?
Lisa se atragantó con su saliva, incrédula, y comenzó a reclamar. Rosé sólo se rió, aliviada de ver esa sombra de dolor fuera, esa mirada triste lejos, y se prometió que haría lo posible para no volver a verla así otra vez, porque Lisa no debía estar nunca triste.
Lisa nació para ser feliz, no para estar llena de dolor.
¡Gracias por leer!
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