capítulo VIII.
Advertencias: segunda parte de Kilig, por lo tanto, para entenderla, debes haber leído previamente esa historia. Chaelisa.
SoYeon soltó un gemido.
Apretó su mano contra su boca, avergonzada por completo mientras Yuqi, sobre ella, sonreía perversamente, como si disfrutara el verla así, toda sudada, desnuda y colorada.
―Bastardo. ―murmuró en voz baja.
Yuqi se rió, frotando su nariz contra su cuello, y ambas miraron hacia la puerta cuando fue abierta.
MiYeon se quedó quieta, observando a las dos mayores en la cama, obscenamente desnudas y sin lucir asustadas por haber sido descubiertas en pleno acto. Las feromonas que SoYeon soltaba no tardaron en llegar a su nariz, sintiendo de pronto calor en su cuerpo.
―¿Necesitan... Privacidad...? ―preguntó, tratando de lucir impasible, aunque fallando miserablemente.
Yuqi soltó una risa ronca, volviendo a agarrar la cintura estrecha de SoYeon y tirando de ella, penetrándola un poco más profundo. SoYeon dejó salir otro gemido.
―¿No quieres unirte? ―preguntó Yuqi con tranquilidad―. La boca de SoYeon está desocupada y SoYeonnie ha estado maldiciendo toda la mañana porque se acabó su leche de fresa.
―¡Sa-Sabes que yo... Me pon-pongo de mal humor si no... No te-tengo mi le-leche...! ―chilló SoYeon, antes de jadear por la nueva embestida.
MiYeon mordió su labio inferior, viendo el lío que eran las dos chicas frente a ella, y tragó saliva mientras sentía su propio miembro duro en sus pantalones, sin saber qué hacer. Por sobre todo, porque si se acercaba, significaba tener su primer contacto sexual.
Sí, MiYeon era una chica virgen, pero no tonta: cuando se sentía caliente, por supuesto, se masturbaba en la oscuridad de su habitación, y nunca antes tuvo contacto de ese tipo con otra persona pues le avergonzaba un poco. Sin embargo, ahora con SoYeon y Yuqi follando delante de ella, sentía la necesidad de desnudarse y permitir que hicieran lo que quisieran con ella.
―MiYeon te dará tu lechita, ¿No es así, Mimi? ―gruñó Yuqi, sonriéndole.
MiYeon fue para conversar con ellas sobre el viaje, pero bueno, siempre podía hacerlo después.
Caminó, observando a la omega lloriqueando, y abrió la bragueta de sus pantalones. Las manos de SoYeon la agarraron de la playera, atrayéndola, antes de atrapar su ropa interior y bajarla lo suficiente como para sacar su polla ya erecta.
Soltó un jadeo bajo cuando la mano de SoYeon envolvió su miembro, húmedo por el líquido preseminal, y la omega la miró con ojos grandes y expresivos. Parecía fingir una inocencia dulce, que contrarrestaba enormemente con el hecho de que estuviera siendo follada por dos alfas.
―¿Eres... Virgen, MiYeonnie...? ―balbuceó SoYeon, mientras movía su mano de arriba hacia abajo.
Desvió la vista, avergonzada.
―Sí. ―murmuró, mordiendo su labio inferior.
―Eso es adorable ―gruñó Yuqi, levantando los ojos―. Con SoYeonnie nos aseguraremos de que lo disfrutes mucho.
Antes de poder decir algo, SoYeon comenzó a chupar el glande, llenándolo con saliva, mamando de forma superficial, y jadeó por la corriente de placer que recorrió su espina dorsal. Sus manos se deslizaron por el cabello oscuro de SoYeon, oyendo su ronroneo mientras Yuqi separaba más sus piernas, viendo el momento exacto en el que la alfa se hundía más duro en su interior, gruñendo con excitación.
La omega jadeó contra su miembro, sus ojos llorosos por el placer, para después abrir más su boca. Metió ahora todo el miembro entre sus labios, mientras con su mano lo agarraba de la base para sostenerlo. Yuqi comenzó a embestirla de forma seguida, el sucio sonido resonando en el cuarto con cada nueva penetrada, seguido del ruido que provocaban los labios de SoYeon a medida que chupaba más y más.
MiYeon escuchó varias veces a sus compañeros hablar sobre lo genial que era eso, que un omega te chupara el pene, pues se veían sucios y calientes, llenos de lujuria y perversa inocencia que podía hacerlos correr sólo con una probada. Sin embargo, nunca les dio demasiado crédito a aquellas historias hasta ese momento. Aunque, por otro lado, MiYeon estaba segura de que era la boca de SoYeon la que lo estaba provocando de esa forma, porque si hubiera sido cualquier otro omega, habría salido corriendo por el miedo.
Pero si eran Yuqi o SoYeon quienes la tocaban de esa forma, entonces estaba bien.
Mordió su labio inferior con la cabeza de SoYeon subiendo y bajando por el largo de su miembro, al ritmo de las embestidas que recibía su coño, viendo cómo se auto-lubricaba sin problema alguno. Al levantar la vista, Yuqi la agarró del cuello de la camisa, tirando de ella, y de pronto los labios de la alfa mayor estaban sobre los suyos en un beso sucio, caliente, dominante, y le siguió el ritmo torpemente, sintiendo como metía la lengua en su boca sin encontrarse resistencia alguna.
Al separarse, un hilo de saliva conectaba sus labios con los de Yuqi, que sonreía salvajemente mientras follaba a SoYeon. La chica no dejaba de jadear y gemir con la polla metida en su garganta, y al oír el gemido de la omega cuando se corrió, terminó eyaculando en su boca también, respirando aceleradamente antes de recibir otro sucio beso de Yuqi.
Se alejó, tratando de recuperarse, viendo a Yuqi corriéndose sobre el estómago de SoYeon, y la omega gimoteó con su rostro manchado de blanco, obscenamente sucio y contento.
Antes de poder decir algo, Yuqi la agarró del brazo y tiró de ella, sentándola en la cama.
―No... No tuvimos que hacerlo... ―murmuró MiYeon, aturdida.
Yuqi gruñó en señal de desaprobación, sorprendiéndose cuando MiYeon contestó también con un gruñido: a veces olvidaba que MiYeon era alfa.
SoYeon jadeó.
―Hagan eso otra vez ―soltó la omega―, es caliente.
La mayor rodó los ojos, sacudiendo su cabeza.
―Ve a limpiar tu rostro, bebé ―le dijo y SoYeon le sacó la lengua, obedeciendo―. No sé por qué dices eso, Mimi. SoYeon y yo estuvimos de acuerdo.
MiYeon la miró, temblando.
―Pero es tu omega ―dijo con voz débil―. SoYeon es tu omega, no la mía, tiene tu marca, no la mía, ¿No ves que...?
―¿La puedes marcar por accidente? ―terminó de decir Yuqi, con una expresión impasible.
La menor asintió, pero antes de darse cuenta, la alfa estaba sobre ella, sobre su cuerpo, entre sus piernas, volviendo a sonreír de forma astuta. MiYeon parpadeó, tragando saliva, para después humedecer sus labios, y Yuqi agarró su labio inferior, con sus ojos oscurecidos.
―SoYeon es nuestra, así como tú eres de nosotras y yo soy de ustedes. ―dijo con voz ronca.
MiYeon jadeó, sintiendo los labios de Yuqi contra su boca, sin poder dejar de mirarla.
―He estado haciendo algunas averiguaciones ―prosiguió Yuqi―, y en algunos países existen alfas que comparten omega, marcándolo los dos al mismo tiempo. Podríamos intentarlo ―los ojos de Yuqi brillaron―. Podríamos estar las tres juntas si sale bien.
MiYeon sintió su garganta seca por las palabras de Yuqi, su alfa interior quejándose por lo que planteaba la mayor. MiYeon no era tonta: sabía que sentía una inusual atracción por Yuqi, por querer ser tocada, y su corazón latía como desbocado al tenerla tan cerca. Pero sabía también que esa otra parte, su lado alfa, no estaba totalmente de acuerdo por lo que significaba: los alfas eran dominantes por naturalezas, salvajes y posesivos, y ser dominado por otro, ser el sumiso, significaba total y absoluto rechazo.
―¿Se van a besar otra vez? ―preguntó SoYeon, entrando al cuarto con su rostro ya limpio―. ¿Por qué están coqueteando cuando yo no estoy aquí? Son horribles.
Yuqi se quitó de encima, echándose a su lado mientras SoYeon se acercaba, colgándose del cuerpo de la alfa más grande. MiYeon pensó, por un momento que, si quizás no tuvieran esas naturalezas, todo sería más fácil.
Jodidamente más fácil.
***
Lisa a veces se recordaba a sí misma cuando acababa de llegar a China, desorientada, perdida, sin saber qué hacer con su vida de ahora en adelante.
Se recordó bajando del avión, viendo los rostros desconocidos de todo el mundo, como su omega gritaba en señal de auxilio, pero sólo respondía el silencio. Esa noche durmió en el aeropuerto, siendo consciente del dinero que tenía, y a pesar de que en el bolsillo estuviera la llave del viejo departamento que JiWon compró tiempo atrás, no sentía la fuerza necesaria para ir hacia allá.
Además, ni siquiera sabía en qué zona de Pekín quedaba, y mucho menos sabía cómo hablar Chino.
Era una inútil, una bastarda inútil, una maldita omega de sólo diecinueve años que lo perdió todo y no sabía qué más hacer.
Al día siguiente, gracias a las vagas indicaciones que logró conseguir, llegó a la embajada Coreana de la ciudad -no podía ir a la Tailandesa ya que no nació allí-, inventando una débil historia sobre su alfa muerta y el comienzo de una nueva vida lejos de su lugar de origen. Logró que la aceptaran en un curso gratuito para aprender Chino, con la promesa de conseguirle un empleo lo más pronto posible, y luego partió a buscar el departamento, agradeciendo, cuando llegó, al controlador de JiWon por haberlo amoblado.
Pero, por supuesto, se derrumbó por completo cuando se dio cuenta de que incluso la habitación que iba a ser de MiYeon estaba amoblada, con una cuna, ropa y juguetes.
Los días siguientes fueron un remolino de oscuridad, lágrimas y dolor, sin salir del departamento ni de la cama, levantándose sólo para beber agua e ir al baño. Era incapaz de hacer otra cosa excepto llorar y dormir, rogando para que todo eso acabara, para que esa pesadilla desapareciera.
También escribió muchas cartas, llenas de pensamientos y divagues sin sentido que ni ella misma podía comprender en su totalidad. Pedía perdón a MiYeon por haberla dejado, tratando de explicarle que la amaba, que siempre la amaría, que era su pequeña bebé preciosa que amaba más que a nada en el mundo. No las envió enseguida, por supuesto, porque estaba tan sumida en su mierda que no hacía nada, absolutamente nada, sólo permanecer acostada.
Sólo cuando se dio cuenta de que no había más comida, tomó la fuerza suficiente para bañarse: fue dos semanas después de haber llegado. Olía asquerosa, lo sabía, pero no le interesaba, y cuando terminó de ducharse salió a la calle, buscando algún supermercado cercano en el que comprar cosas para la alacena.
Fue allí cuando se encontró por primera vez con Liu Yifei, cuando estaba siendo agredida por su alfa en mitad de la calle y nadie la estaba ayudando. Ese bastardo la estaba abofeteando, sosteniéndola del cabello, ignorando su llanto y sus súplicas, y Lisa se quedó quieta mientras el resto de las personas caminaban. Fingían no ver a la pareja, a pesar de los gritos de la pobre omega, y algo hirvió en su interior.
Algo hirvió porque se vio a sí misma en Yifei.
Sí, quizás JiWon nunca fue tan agresivo como ese alfa, quizás JiWon nunca la golpeó de tan brutal manera frente a otras personas (aunque a veces la golpeaba, como cuando salían a comer y Lisa tropezaba, o se reía, o se comportaba como una niña malcriada según JiWon), pero reconoció el miedo que exhalaba YiFei, porque ella también sintió tanto miedo que, a veces, era como ser consumida por completo.
Así que, antes de darse cuenta, estaba agarrando una roca, gruñendo por el odio, y golpeó a ese alfa en el rostro. Lo aturdió el tiempo necesario como para agarrar la mano de Yifei, corriendo lejos de allí entre todas las personas atónitas, hasta su departamento donde estarían a salvo.
―Deberías dejarlo. ―le había dicho Lisa a Yifei, pero la omega sólo la contempló, atónita, diciéndole con esa mirada que no la entendía.
Lisa se limitó a servirle un té, sin decir otra cosa, y Yifei tampoco se molestó en mantener una conversación.
La chica se marchó horas más tarde y Lisa no la vio de nuevo hasta diez años después, cuando estaba trabajando en la biblioteca y la mujer entró con una expresión decidida.
―¿Pranpriya Manoban? ―le preguntó Yifei.
Lisa la miró, parpadeando: cinco años atrás decidió usar el nombre que deseaba ponerle su madre antes de morir, sólo para adaptar su nombre a la fonética China, porque eso simplificaba un montón los trámites, pero, por sobre todo, le ayudaba a fingir ser otra persona que no fue pisoteada miles de veces.
―¿Sí? ―preguntó, parpadeando.
Yifei le sonrió ampliamente, antes de comenzar a recordarle quién era ella, y si quería formar parte un movimiento social que luchara por los derechos omegas.
Yifei siempre le sonreía, aunque todo estuviera mal. Incluso antes de morir, Yifei le sonrió y dicho que estaba orgullosa de ella.
Lisa frotó sus ojos llenos de lágrimas cuando recordó a Yifei, su pecho ensangrentado, la vida escapándose de sus ojos, pero con la sonrisa en su rostro, y se maldijo por seguir siendo tan débil. Por seguir llorando cuando ya no podía hacer nada, por seguir siendo, en el fondo, esa tonta omega sensible y asustadiza del que todo el mundo se aprovechaba.
―¿Dóne etá mamá? ―escuchó decir a Yizhou en mitad de la noche.
Sus ojos revolotearon por el vagón que usaban como dormitorio, siendo consciente que casi todas las personas estaban durmiendo. En medio de la oscuridad vio la figura de Tzuyu sosteniendo a Yizhou, mientras entraban para acomodarse entre Yangyang y Caolu. Fingió dormir para así no ser descubierta, sus dedos picando por el deseo de sostener a la pequeña niña en sus brazos.
Se estaba haciendo difícil. Sin Yizhou a su lado, su omega lucía más perdida y muerta que nunca: la pequeña servía como una especie de ancla para mantener a raya a esos sentimientos confusos y deprimentes que la invadían de vez en cuando, pero ahora, al tenerla lejos...
Bueno, se sentía más débil y desorientada que nunca.
―Mamá está fuera, Yizhou, ya va a volver. ―le susurró Tzuyu en voz baja, recostándose y dejando a la niña sobre su pecho.
―No ―sollozó Yizhou―, mamá etá aquí. ¿Po qué no me... No me deyas con ella?
Lisa quería romper a llorar también.
―Lisa no es tu mamá, mi vida ―murmuró Tzuyu con cariño―, no lo ha sido, no lo es y no lo será, ¿Está bien? Lisa es sólo tu tía.
―Pelo...
―Vamos, a dormir, Ningning.
Luego de eso, sólo hubo silencio.
¿Por qué Lisa sentía que las cosas sólo estaban empeorando?
***
―¡Están locas!
SoYeon y Yuqi se sobresaltaron cuando Jennie gritó, enojada, mientras JiSoo se encogía en su asiento tratando de hacerse pequeñita y desaparecer. MiYeon, por otro lado, miró a Rosé cuando ésta se lanzó al suelo, como si quisiera ocultarse de la ira de la beta de pie frente a ellas.
―Mamá... ―balbuceó Yuqi.
―¡¿Creen que iba a dejarlas ir así como así?! ―le interrumpió Jennie, colorada por la rabia―. ¡Se los prohíbo, no van a acompañar a MiYeon a China!
―Pero tía Rosé ya compró los pasajes... ―dijo débilmente SoYeon.
―¡Me importa una mierda! ―escupió Jennie―. ¡No tienen nada qué hacer allí! ¡Y menos...! ―Jennie tomó aire, tratando de calmarse―. ¿Saben lo que ocurrió la última vez que nos metimos en medio de todo este embrollo?
Hubo un silencio tenso en el comedor.
―Mamá Jennie tiene razón ―apoyó JiSoo con cuidado―. Si la madre de Rosé o Ten se entera de que están involucradas, no van a tardar en meterse en nuestra familia otra vez.
―¡No pueden hacer eso! ―gritó SoYeon―. ¡No vamos a dejar a MiYeon sola!
―Sus madres están en lo cierto ―secundó Rosé, poniéndose de pie―. Voy a devolver los pasajes, así que-...
―¡No! ¡Iremos con MiYeon! ―estalló Yuqi, enojada.
―¡No nos grites, Kim Yuqi! ―gruñó Jennie.
―¡No es justo! ―gritó SoYeon.
―¡A callar! ―levantó la voz JiSoo.
―¡MiYeon es también mi alfa! ―soltó SoYeon.
Jennie palideció y JiSoo se atoró con su saliva. Rosé parpadeó por el aturdimiento. Avergonzada, MiYeon bajó la vista.
―¿Qué? ―balbuceó Jennie―. Oh, Dios, ¿Estás bromeando, SoYeonnie? ―la beta dio un paso, tomando por el hombro a SoYeon, pero la omega se echó hacia atrás con una expresión enojada. Jennie, al ver que no iba a conseguir nada con su hija, se giró hacia Yuqi―. ¿De qué está hablando? ¡¿Vas a dejar que MiYeon la marqué?! ¡Saben lo peligroso que es eso!
―¡Puedo tomar mis propias decisiones, mamá! ―gritó SoYeon, enfurecida―. ¡Yuqi puede ser mi alfa, pero si quieres saber sobre mí, sólo debes preguntármelo!
―¿Por qué mejor no nos calmamos? ―balbuceó MiYeon en voz baja.
―Mamá, lo estás malinterpretando, es que... ―Yuqi habló con tono nervioso―, es que las dos queremos a SoYeonnie, y SoYeonnie nos quiere a las dos, y yo también quiero a MiYeon y SoYeon, y MiYeon nos quiere también, ¿Bueno?
La beta parecía a punto de desmayarse por las palabras que le estaba diciendo Yuqi, y JiSoo estimó conveniente ponerse de pie para sostenerla.
―Oh mierda... ―murmuró Jennie―. Y yo creía que la relación de Rosé y Lisa era complicada...
―¿Disculpa? ―farfulló Rosé.
Jennie se sentó en el sofá mientras JiSoo la imitaba, sosteniendo su mano para tratar de calmarla un poco. Se notaba que estaba realmente afectada por la situación, y nadie dijo nada por varios minutos, esperando a que el matrimonio se calmara lo suficiente.
―¿Lo han hablado? ―preguntó repentinamente Jennie en tono duro―. ¿Han hablado sobre cómo lo harán? ―una pequeña pausa―. ¿Son conscientes de que, si SoYeon quedara embarazada, sus instintos alfas se alteraran si no saben quién es el padre?
SoYeon parpadeó, abrazándose, mientras Yuqi bajaba la vista y MiYeon mordía su labio inferior, afectadas por las palabras que estaba diciendo la beta.
Jennie levantó la vista.
―Ya son grandes ―declaró, mirando a sus dos hijas―, así que supongo que ambas sabrán lo que están haciendo ―se giró hacia Rosé―. Si no las cuidas, ChaeYoung, prometo cortarte las bolas y obligarte a comerlas, ¿Está bien?
Rosé se atragantó con su saliva, pero asintió lo más rápido que pudo.
Jennie apretó su mandíbula.
―Espero que cenen con nosotras esta noche ―dijo JiSoo con tono firme hacia sus hijas―, ¿A qué hora partirán mañana?
―A las diez de la mañana. ―contestó MiYeon.
―Bien ―JiSoo suspiró, poniéndose de pie y dirigiéndolas hacia la puerta de salida―. Espero que seas consciente de tu decisión, MiYeon.
MiYeon no sabía cómo decirle que no estaba segura ni siquiera de ese viaje.
Asintió, fingiendo una confianza que no sentía, y arregló la corbata de su traje mientras salía detrás de su papá hacia el auto, subiéndose al asiento del copiloto.
Jugueteó con sus manos, en tanto su papá se ponía a conducir camino a la casa de sus abuelos. Iban directo a esa jodida última fiesta, donde de seguro se aprovecharían para comprometerla con ChangBin, y miró de reojo a Rosé, que lucía tranquila a pesar de todo.
No lo soportó por mucho tiempo.
―¿No dirás nada? ―preguntó, y no pudo evitar el tono acusador―. ¿Sobre mi relación con Yuqi y SoYeon?
Su papá la observó por el rabillo del ojo, sin cambiar su expresión, a pesar de que MiYeon luciera algo alterada.
―¿Quieres que te dé un consejo acaso? ―dijo Rosé―. Creo que ya estás bastante consciente de tus decisiones, MiYeon y, sobre todo, de lo que quieres para ti ―hizo una pequeña pausa, pero MiYeon no dijo nada porque sabía que su papá no acabó de hablar―. ¿Deseas realmente estar en una relación con otras dos personas?
MiYeon humedeció sus labios, insegura, pensando en el rostro sonrojado de SoYeon, en su toque descarado y juguetón, en sus labios envueltos en su miembro, mientras la miraba inocentemente. Pensó en la boca de Yuqi sobre la suya en ese beso tan demandante, tan duro, tan exigente, y cómo su interior se removió ante el pensamiento de que la alfa la dominara: una parte suya se negaba a aquello, pero tenía que admitir que también lo deseaba.
Pero...
Pero ¿Era suficiente como para una relación?
―No lo sé. ―admitió.
Rosé asintió, comprensiva.
―No soy nadie para juzgarte, Mimi ―prosiguió su papá, estacionándose fuera de la casa―, así que sea la decisión que tomes, voy a apoyarte ―miró la fachada del hogar para luego hacer una mueca―. Ahora, acabemos con toda esta mierda.
MiYeon asintió, saliendo del auto, y le envío un breve mensaje a Felix deseándole las buenas noches. Rosé y ella acordaron no llevarla a esa fiesta de mierda, sabiendo que era lo mejor para que Ten o su abuela no lo usaran y la pasara mal. Ambas lo iban a proteger, así que lo dejaron en el hotel con la promesa de volver temprano, y al día siguiente, si todo salía como lo planearon, se quedaría con JiSoo y Jennie hasta que volvieran.
Volvió a arreglar su corbata, siguiendo a su padre hasta la puerta, y un mayordomo abrió. Caminaron en silencio hacia el salón donde ya estaba lleno de gente, contemplando como la expresión de Ten cambiaba de los nervios al alivio al verlas allí.
Sandara apareció con una mirada de piedra.
―Espero que hayan recapacitado en sus decisiones ―dijo con tono duro―. Ahora, Rosé, ve con tu esposo. MiYeon, acompáñame.
MiYeon miró a Rosé, viendo como apretaba su mandíbula por la rabia. Pero sin decir nada, su papá caminó hacia Ten que fingió una sonrisa de cariño, saludando a las personas con las que hablaba.
Un escalofrío recorrió su espina dorsal cuando una mano se apoyó en su hombro.
―¿Has decidido hacer lo correcto? ―le preguntó su abuela.
MiYeon la observó.
―Sí. ―dijo con seriedad.
Su abuela sonrió.
―Vamos.
La siguió por entremedio de la multitud en silencio, deteniéndose frente a ChangBin, que estaba entre sus padres. Saludó a los mayores educadamente, con su garganta apretada, y besó la mejilla de ChangBin, notando sus ojos asustados. Detrás de él, por supuesto, estaba Chris, serio y alerta.
Humedeció sus labios.
―MiYeon le propondrá matrimonio esta noche. ―dijo Sandara.
MiYeon soltó un gruñido, llamando la atención de su abuela.
―No me casaré con ChangBin ―le dijo con dureza―. Lo siento, abuela, pero no lo haré.
Los padres de ChangBin la miraron con incredulidad, mientras su abuela entrecerraba sus ojos, furiosa. Pudo notar a su amigo un poco más asustado, pero cuando lo miró, pudo ver en su rostro que le iba a apoyar de ser necesario.
―MiYeon tiene razón ―dijo ChangBin―, yo tampoco quiero casarme con ella. La quiero como una hermana, pero no más que eso.
El padre de ChangBin, una alfa hermosa, lo miró despectivamente.
―¿Tú crees, ChangBin, que todo esto se trata de amor? ―dijo en voz baja y enojada―. ¿Tú crees que yo me casé con tu padre porque lo amo? Todo esto son negocios.
―Sora tiene razón ―apoyó Sandara con tono duro―. ¿Realmente creen que nos interesa si se llegan a amar? Tus padres también se casaron por negocios, MiYeon.
MiYeon sonrió con los labios apretados, sin mostrar sus dientes.
―¿Mis padres, abuelita? ―preguntó dulcemente.
Pudo notar que ella interpretó el mensaje que le quiso dar con sus palabras.
La mujer mayor soltó un bufido despectivo.
―Vamos a conversar de esto a otro lado, para que ustedes hablan y así recapaciten. ―espetó ella, tratando de ocultar la rabia en su voz. Se giró y fue seguida por los padres de ChangBin.
Una vez quedaron solos, MiYeon se volteó hacia ChangBin.
―Pensé que tus padres serían más comprensivos. ―comentó con pesadez.
ChangBin suspiró, tomando una copa de champagne que un camarero le ofreció.
―Tal vez mi madre sí, pero papá insiste en esto ―contestó ChangBin, derrotada―. He tratado de decirles de miles de formas que no la quiero...
MiYeon asintió, agarrando también una copa, y tomó un sorbo. Lo alejó con una mueca de asco, recordando porque el alcohol no le gustaba tanto, pero necesitaba despejarse con algo para no estallar.
―No nos casaremos ―insistió MiYeon―, no pueden obligarnos a decir el sí en el altar ―MiYeon miró hacia atrás, donde Christopher la observaba―. Bueno, y siempre Chris puede raptarte y huir contigo.
El alfa sonrió, divertido, mientras ChangBin se reía por sus palabras.
Al otro lado del salón, Rosé iba a golpear a alguien definitivamente. Tal vez Ten, que sonreía complacido al tenerla allí, fingiendo que seguían casados cuando los papeles de divorcio ya estaban en trámite. Frente a ellos, un alfa les hablaba sobre negocios y un montón de mierda que no le interesaba.
Observó por el rabillo del ojo a MiYeon, que estaba conversando con ChangBin en una esquina del salón, sólo los dos, y pensó que debían estar poniéndose de acuerdo para cortar con todo ese lío que su madre creó.
No pudo evitar pensarlo, pero se dijo que MiYeon maduró demasiado en esas últimas semanas luego de enterarse de la verdad. Antes, obedecía en todo a Ten y a su abuela, queriendo complacerlos para ganarse su aprobación y sin discutir en nada. La personalidad completa de una omega en una alfa, siendo callada, silenciosa y manteniendo a raya sus emociones. Y, a pesar de ser su hija, no podía ver nada de Lisa en MiYeon hasta entonces, porque esa niñita malcriada, exigente y salvaje desapareció cuando Lisa se marchó.
Pero ahora, al verla por primera vez haciendo algo que deseaba y luchando por ello, pudo notar que MiYeon era la viva imagen de Lisa, a pesar de que la omega hubiera sido durante tanto tiempo tímida y complaciente. Sin embargo, entendía que Lisa lo hizo para sobrevivir. E irse, a pesar de haberle causado un gran dolor, a pesar de que significó abandonar a MiYeon, era lo que Lisa necesitaba hacer para poder resurgir.
―Rosé, ¿En qué piensas?
Se volteó, mirando el fingido dulce rostro de Ten, e hizo una mueca notando que se quedaron a solas.
―¿Realmente te interesa? ―preguntó tranquilamente. Ten asintió, sonriendo―. Pensaba en la expresión de Lili cuando le hacía el amor en la cama.
Ten estuvo a punto de dejar caer su copa con alcohol.
Observó cómo trataba de controlar la expresión llena de ira en su rostro. Sonrió con diversión, complacida de verlo rabiar.
―Eres una imbécil ―espetó él―. ¿Diecisiete años y sigues pensando en eso? Eres patética, Roseanne Park.
No se inmutó ante sus palabras, indiferente.
―Me parece más patético que sigas insistiendo en toda esta mentira ―le dijo con calma, girándose hacia la mesa para agarrar su copa de champagne―. ¿No lo crees, Ten? Diecisiete años insistiendo en un matrimonio que es más falso que tu inocencia ―lo miró con burla―. Más de diecisiete años queriendo que te marque, pero ni siquiera obteniendo un beso mío, ¿No es eso lo patético? Un omega de treinta y nueve años, casado, con hijos, pero sin una marca. Qué patético.
El hombre parecía estar conteniéndose para no tirarle el líquido de su copa.
―Si sólo te dieras cuenta de que yo-...
―No, Ten ―le interrumpió, ahora duramente―. Nunca te voy a amar. Nunca te voy a siquiera querer. Para mí, tú no eres más que una mosca molesta que no puedo aplastar, nada más, ¿Entendido? Y si no hubiera sido por MiYeon, por Felix, te habría matado hace años, aunque eso vaya contra mis principios.
Ten no dijo nada, apretando sus labios, y Rosé soltó un bufido, volteándose para buscar a MiYeon. Sus ojos escanearon el cuarto, lleno de gente, pero ya no estaba en la misma esquina de antes. ChangBin tampoco estaba.
Arrugó el ceño, pensativo. Pasados unos segundos, llevó la copa a sus labios, y volvió su vista a Ten. El hombre la observaba en silencio.
Un rápido pensamiento cruzó su mente.
Sonrió una vez más, bajando la copa con burbujeante alcohol, notando los nerviosos ojos de Ten en ella.
―¿Realmente, Ten? ―preguntó en voz baja―. ¿Realmente pusiste algo en mi copa?
El rostro de Ten palideció. Rosé dejó la copa sobre la mesa.
―No sé de qué estás hablando. ―balbuceó el omega.
Ladeó la cabeza, tranquila.
―¿Qué es? ¿Algo para dejarme aturdido? No, espera, ya sé ―soltó una risa seca―. Algo para ponerme caliente, para que mi alfa se active, ¿No es así? Y tú vas a estar allí, perfecto para que te folle, para que te marque y me quede contigo, ¿Eh?
―Dios, Rosé, eso es...
―¿Enfermo? ―se acercó, intimidándolo―. Algo típico de ti, ¿No lo crees? ―su expresión se oscureció―. Eres un bastardo y, aun así, esa palabra queda corta para ti, pero no quiero ofender a las putas y a las perras diciendo que te pareces a ellas, porque eres peor que eso ―vio como él temblaba―. ¿Dónde está MiYeon, Ten?
Él retrocedió, asustado.
―Rosé...
Sin importarle si estaban en medio de esa estúpida reunión, que hubiera más personas allí, Rosé dio dos pasos y lo tomó de la muñeca, haciendo que soltara la copa que cayó al suelo y se rompió en cientos de pedazos. Ten chilló, espantado, antes de jadear cuando la mano de Rosé se cerró alrededor de su cuello, tirando su rostro contra la mesa. Un espantoso ruido seco resonó en el cuarto, todo repentinamente en silencio, pero a Rosé le interesaba una mierda.
―MiYeon, Ten. ¿Dónde está mi hija? ―preguntó con tono suave.
Ten sollozó, un hilo de sangre escapando de su nariz.
―No... No lo sé... ―lloró, espantado.
Rosé soltó hormonas alfas, diciéndole a todo el mundo que no se acercaran o iban a recibir un golpe. Pudo escuchar como los omegas salían del cuarto, asustados, seguidos de sus alfas.
―Es la última vez que te lo preguntaré, Ten ―insistió, sin perder aquel tono―. Dónde. Está. MiYeon.
―¡No lo sé! ¡No lo sé! ―balbuceó.
Rosé hizo una mueca, agarrando su copa de champagne, y la rompió contra la mesa, sosteniendo el fuste del objeto. Acercó el vidrio roto a Ten. Pudo notar su pánico, el miedo, el terror en sus ojos, en su aroma, pero Rosé no sintió compasión alguna.
―Te di la oportunidad, Ten. ―dijo tranquilamente.
Lo agarró del cabello, tirando de su cabeza para atrás, exponiendo su cuello, y presionó el vidrio contra su garganta.
―¡El cuarto de tu madre! ¡El cuarto de tu madre! ―chilló, espantado.
Rosé sonrió, soltó los restos de la copa y lo empujó contra el suelo, hecho un desastre.
―Gracias, Ten ―dijo, calmada―, espero la firma en los papeles de divorcio mañana.
Ten sollozó.
Salió del salón, furiosa, adentrándose en esa horrible casa que fue su hogar durante su infancia, y yendo directamente hacia el pasillo donde su madre dormía. Por supuesto, se la encontró junto a los padres de ChangBin, el cuarto cerrado, y los mayores la miraron con sorpresa.
―¿Rosé? ―dijo Sandara, sorprendida―. ¿Qué demonios haces aquí?
No se detuvo: la alcanzó, importándole poco que fuera su madre, que también fuera alfa, y la agarró del cuello, tirando de ella contra la pared.
―Se acabó. Todo esto se acabó ―le gruñó con un tono alfa fuerte―. Si te sigues metiendo en nuestras vidas, te mataré con mis propias manos, así como acabo de matar a Ten.
Los ojos de Sandara se abrieron por el espanto.
―¿Tú... Qué?
La hizo a un lado, gruñéndoles a los padres de ChangBin, y abrió el cuarto.
Por supuesto, ya se esperaba la escena.
MiYeon jadeaba, semidesnuda, con el rostro colorado mientras ChangBin gemía sobre la cama, inducido en su celo, sólo con la ropa interior puesta. Ignoró al pobre muchacho, tomando a MiYeon del brazo que soltó un gruñido, pero Rosé sólo rodó los ojos, devolviéndole la amenaza.
MiYeon pareció aplacarse con la imposición de Rosé, bajando la vista, y lo aprovechó para sacarla del cuarto, sin importarle si estaba en brasier y sin los zapatos.
―Nos vamos. ―dijo, tirando de MiYeon.
―Yo... Ch-ChangBin...
No le hizo caso.
Al bajar al primer piso, vio a su madre sosteniendo a un destrozado Ten, con sangre en su rostro.
―¡¿Estás loca?! ―gritó Sandara, enloquecida―. ¡¿Cómo se te ocurre hacer esto frente a todo el mundo?!
―Tienes razón ―concedió Rosé―, tuve que haberlo matado.
Ten soltó un gemido de espanto.
―¡Roseanne Park!
Ignoró el grito de su madre, saliendo de la casa mientras MiYeon la seguía a tropezones, con el frío aire de la noche despejando un poco su drogada mente.
―ChangBin, él... Él se sentía repentinamente mal y lo llevé al baño porque Christopher no estaba, sus papás lo llamaron y de pronto...
―Calma ―le dijo, sin enfado en su voz―. No es tu culpa, MiYeonnie.
―Pero... Pero él necesita... ChangBin quería...
La subió al auto, cerrando la puerta mientras MiYeon seguía balbuceando cosas sin sentido, y segundos después se sentó a su lado, pero sin encender el auto.
Suspiró, mirando a MiYeon, que apretaba sus manos en su regazo.
―¿Crees que SoYeon quiera venir a ayudarte con tu problema? ―preguntó, apuntando a su obvia erección.
MiYeon enrojeció, avergonzada y cubriendo el bulto en sus pantalones.
―No ―dijo colorada―, podría... Podría marcarla...
Rosé asintió, suspirando, y encendió el auto saliendo de ese horrible lugar, sintiéndose aliviada de que todo eso hubiera terminado. Sabía que su madre y Ten quizás seguirían insistiendo, pero ahora que atacó al hombre abiertamente, que hubieran querido drogarla, que le hubieran hecho eso a MiYeon, las cosas estaban ya acabadas para ella.
―Vas a llegar a tomar agua y a dormir ―le dijo a MiYeon mientras conducía―, recuerda que mañana tenemos nuestro viaje.
MiYeon asintió, todavía con las mejillas rojas y permaneció un momento en silencio.
―La odio.
Rosé no se volteó a mirarla.
―Lo sé. ―dijo Rosé.
―No creí que... Que ella fuera realmente capaz de hacer algo así ―dijo MiYeon―. De hacerle eso a ChangBin o a mí. ChangBin ni siquiera me quiere como alfa, pero estaba en celo y Chris no estaba y... ―MiYeon soltó un quejido―. Y tío y la abuela querían que lo marcara, ¿No es así? ―Rosé asintió―. Que lo marcara y lo dejara embarazado, como contigo, para... Para que no me fuera, para que no buscara a mamá...
―Ellos juegan así ―dijo Rosé, haciendo una mueca―. Juegan sucio para conseguir lo que quieren. Al menos, me di cuenta a tiempo ahora, porque antes tampoco los creía capaz y eso ayudó a que mi relación con Lisa se acabara.
MiYeon asintió, apagada, los efectos de la droga todavía presentes, pero ya no tan insistentes, y miró a Rosé.
―Haremos que vuelva con nosotras ―dijo, ganándose la atención de Rosé―. Ella volverá con nosotras y le dará su merecido a tío Ten.
Rosé sonrió, imaginándose esa perspectiva, y asintió con diversión.
¡Gracias por leer!
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