capítulo VII.
Advertencias: segunda parte de Kilig, por lo tanto, para entenderla, debes haber leído previamente esa historia. Chaelisa.
―Felix, ¿Estás listo?
El chico levantó la vista de su bolso, mirando a MiYeon arrodillada frente a él, y sorbió por su nariz.
―¿A dónde iremos? ―preguntó con la voz temblando.
―A un hotel ―dijo MiYeon, limpiando sus lágrimas―. ¿Estás triste porque papá y mamá se van a divorciar?
El omega negó con la cabeza, tratando de calmarse gracias al toque dulce de MiYeon.
―No, Mimi, no soy tonto ―dijo en voz baja―, sé que papá no quiere a mamá y ellos... Uh... Ellos son un desastre juntos ―MiYeon asintió, dándole la razón en silencio―. Pero tengo miedo, ayer mamá... Él... Él estaba enojado y la abuela estaba aquí y peleaban a gritos...
MiYeon lo tomó de la mano, mirándolo con cariño porque sabía cuánto miedo le daba a Felix su abuela, el temor que sentía por equivocarse frente a ella y llevarse una reprimenda.
En el fondo, MiYeon también le tenía mucho miedo, pero no iba a demostrárselo pues sabía que eso sería alimentar su ego.
―¿Qué estaban diciendo? ―le preguntó con voz suave.
Felix sollozó.
―La abuela le decía a mamá que tenía que hacerse marcar por papá, aunque la forzara, y tener otro bebé ―lloró el niño―, y luego habló algo sobre hacerte entender a la fuerza que nosotros somos tu familia ―Felix hipó―. No lo entendí bien, MiYeonnie, ¿Qué quería decir con eso? ¿Nos vas a dejar? ¿Me vas a dejar?
MiYeon lo miró, alarmada de que hubiera escuchado esas cosas, y lo abrazó con fuerza, sintiéndolo sollozar contra su cuerpo. Su pequeño, dulce y amable Felix, que no le hizo nunca daño a nadie, ni tampoco se volvió malo o petulante cuando tenía toda la atención sobre él en los años que creían que iba a ser alfa.
Felix no era su hermano, pero, así como Rosé tampoco era su papá, a MiYeon no le importaba.
―Claro que no te dejaré ―le dijo con voz seria―, ¿Cómo puedes creer eso de mí? Eres mi guapo príncipe. Sólo voy a dejarte cuando llegue un alfa decente y quiera casarse contigo, que espero que sea nunca.
Felix soltó una risa baja, asintiendo, y MiYeon le dio un beso en la mejilla antes de ponerse de pie, tirando de él a su lado para bajar juntos la escalera. Rosé ya los esperaba abajo, llevando también un bolso mientras Ten le suplicaba que se quedara, que no se marchara, pero su papá parecía decidido a ignorarlo.
―¿Felix? ¿MiYeon? ―Ten los miró con lágrimas en los ojos―. No le hagan caso a su papá, quédense aquí, ¡Somos una familia!
―Lo mejor es esto, mamá. ―dijo MiYeon con voz vacilante.
―Y vendremos a verte. ―añadió Felix, asustado.
―¿Tú también, Felix? ―Ten dio un paso, pero MiYeon tiró de su hermano menor detrás―. ¡Soy tu madre! ¡La madre de ambos! ¡No pueden...!
Rosé se movió, separando a Felix de MiYeon, y tiró del niño contra su cuerpo, caminando hacia la salida.
―Te espero fuera, Yeonnie. ―le dijo sin voltearse, saliendo de la casa con rapidez.
Ten miró a MiYeon, secando su rostro de las lágrimas. Compuso ahora una mirada de ira, y MiYeon mordió su labio inferior.
―¿Realmente me harás esto? ―preguntó Ten en voz baja y furiosa―. ¿Luego de haberte criado como una hija mía? ¿Después de haberte criado como si fueras mi bebé?
La mandíbula de MiYeon se apretó.
―No tendrías que haberlo hecho si por tu culpa mamá no se hubiera ido ―espetó MiYeon con rabia contenida―. Si no hubiera sido por ti, papá y mamá estarían juntas y habríamos sido felices.
―No eres más que una mocosa desagradecida ―escupió Ten―, y si cruzas por esa puerta, MiYeon, te lo prometo, voy a matar a la imbécil de Lisa y lo haré frente a tus ojos para que veas que no tuviste que irte. Haré que la violen frente a ti y luego prometo matar-...
MiYeon se movió antes de que pudiera terminar de hablar, gruñendo por la furia, tomando a Ten de los hombros y empujando de él contra la pared. El choque de la cabeza de l hombre contra la pared fue seco, y Ten jadeó por el dolor, temblando al ver los ojos llenos de enojo de la menor.
―No lo harás ―le gruñó sin poder controlarse, llevando una mano al rostro de Ten y apretando sus mejillas para obligarlo a sostener su mirada―, te lo prometo, tío, si te atreves a tocarle un solo pelo, yo voy a descuartizarte y daré de comer tus restos a los perros, aunque estoy segura de que ni los pobres perros querrían comer una basura como tú.
Los ojos de Ten se llenaron de lágrimas, pero MiYeon no sintió compasión alguna, demasiado enfurecida por ver a la persona que más quería amenazada por ese hombre que la engañó.
―¿Lo entiendes? ―preguntó, sin soltarla―. ¿Lo has entendido?
―S-Sí. ―sollozó Ten espantado, soltando feromonas de miedo porque nunca antes MiYeon le habló así.
La menor lo soltó, sin dejar de gruñir en voz baja, para después voltearse y salir de esa horrorosa casa. Casi corrió hacia el auto de papá, tratando de no sentirse mal por haber actuado como un animal.
Rosé la miró, pareciendo adivinar lo que ocurrió allí dentro, pero no dijo nada, y comenzó a conducir para alejarse pronto de allí.
***
―Supongo que sabes el motivo por el que estás aquí, ¿No, Tzuyu? ―preguntó Song Qian con tono suave, aunque una mirada fría estremeció a la alfa sentada frente a ella.
Tzuyu levantó la vista, mirando de reojo a Lisa sentada al lado de Song, y sonrió con algo de ironía.
―Por haber abusado de Pranpriya. ―contestó, antes de mirar a Yangyang, sentado al otro lado de Song, pero el chico no la observó.
―Has roto la confianza con Pranpriya, Tzuyu, y no sólo con ella ―prosiguió Song en medio del silencio de la sala, donde los omegas, alfas y betas más cercanos al círculo interno de la líder del movimiento estaban allí―, sino que también has traicionado todos los valores de nuestro propio grupo al haber actuado así ―la voz de Song se tornó dura―. ¿Cuál es la primera promesa que deben jurar los alfas al ingresar aquí?
La alfa tragó saliva, abochornada.
―No imponerme. No puedo usar la voz alfa con omegas ni con betas a menos que sea un caso de extrema necedad ―respondió seriamente―. Es por ello que la usé.
Lisa se tensó, apretando su mandíbula y sin bajar los ojos ante la molesta mirada de Tzuyu.
No, ningún alfa lo iba a doblegar otra vez.
―¿Necedad? ¿Fue necesidad el imponerte porque Pranpriya iba a discutir contigo? ―preguntó Song con desprecio―. ¿O fue tu orgullo herido porque Pranpriya no iba a ceder ante ti? Pudiste hablarlo con calma antes de usar esa voz, pero decidiste usarla enseguida, pues sabías que sería más sencillo para ti.
Tzuyu la fulminó con los ojos.
―Pranpriya es terca como todos los omegas en este lugar, y poner los recuerdos de mi hija en peligro porque Pranpriya no sabe mantenerse lejos no está en mis prioridades ―replicó Tzuyu―. No permitiré que Yizhou olvidé quién es su verdadera madre, así como ustedes parecieron olvidarlo.
Murmullos se hicieron escuchar en la sala, pero el rostro de Song no se inmutó, mientras Lisa soltó un gruñido bajo.
―Acabemos con esto ―espetó Lisa―. Usó su voz alfa conmigo, tienes lo que querías, Tzuyu. No pienso acercarme a Yizhou. Listo. Vete a la mierda.
Quería salir de allí, encerrarse y romper algo por toda esa situación, pero Song no pensaba lo mismo, pues mandó a callar a todo el mundo con un chistido.
―Tzuyu merece un castigo también por su actuar ―dijo Song―, para que aprenda a nunca más usar esa voz con un omega ―ladeó la cabeza―. Arrodíllate frente a Pranpriya, Tzuyu, y pídele perdón con la vista gacha.
Lisa se volteó hacia Song, parpadeando, mientras Tzuyu soltaba un ruido de incredulidad por la orden de la mujer. Todo el mundo pareció contener el aliento ante las palabras de Song, sin atreverse a decir algo.
―Debes estar de joda ―escupió Tzuyu―. Yo no pienso...
―¿Arrodillarte ante una omega? ―completó Song con tono amable―. Porque es humillante, ¿No es así, Tzuyu? ¿Tan humillante como haberte impuesto a Pranpriya y obligarla a algo que ella claramente no quería? ―Song soltó una risa carente de diversión―. ¿Por qué es humillante que tú te arrodilles ante una omega, pero que una omega lo haga no lo es?
Tzuyu apretó su mandíbula, enfurecida, y Lisa permaneció quieta en su lugar, aturdida por lo que estaba pidiendo Song. Nunca, en sus treinta y dos años de vida, un alfa se arrodilló alguna vez frente a ella.
No. No, estaba equivocada.
Se estremeció cuando un viejo recuerdo llegó a su mente: Rosé llorando, abrazándola por las piernas, rogando por su perdón luego de que se enterara que dejó embarazado a su hermano. Rosé no dudó en arrodillarse, en llorar frente a ella, en pedirle disculpas, a pesar de ser sólo una omega.
Rosé pudo haberse impuesto ese día, obligarla a no abandonarla, pero no lo hizo. Rosé jamás se impuso a ella.
Volvió a estremecerse, su omega gimiendo por el dolor.
―¿No es contradictorio, Tzuyu? ―prosiguió Song, ignorándola―. Tú dices luchar por nosotros, dices entendernos, dices que nos respetas, pero a fin de cuentas, eres incapaz de pedirle perdón a una omega por haberte equivocado, porque en el fondo, nos sigues considerando inferiores. En el fondo, sigues siendo una alfa criada con los estándares que esta sociedad te ha impuesto. Por eso no te permito estar adelante en nuestros discursos, en nuestras marchas. Puedes unirte a nuestra lucha, pero no ser protagonista de ella, porque, a fin de cuentas, Tzuyu... A fin de cuentas, tú nunca has sido reprimida como nosotros ―Song le sonrió con pena―. La sesión ha terminado. Espero que pienses sobre estas cosas, Tzuyu.
Lisa no se movió mientras la gente se marchaba, murmurando en voz baja, y sólo cuando Yangyang se acercó con una sonrisa triste, sacudió su cabeza.
―¿Quieres que revise tu pierna, Pranpriya? ―preguntó Yangyang en voz baja.
―Lo haré yo.
Tzuyu estaba de pie frente a ella con una mirada tranquila, aunque podía notar su expresión avergonzada.
Lisa quiso odiarla.
Odiar era mucho más fácil, era mucho más sencillo, que sentir todo ese manojo de sentimientos sin explicación que la estaban sacudiendo por dentro. Una parte suya despreciaba a Tzuyu por lo que hizo, pero otra parte quería sólo abrazarla y llorar en su hombro por todo el dolor que sentía, pedirle que no la abandonara, que le quitara toda esa carga de encima.
Yangyang parecía indeciso, sin moverse, y Lisa sintió como ese instinto maternal que sentía muerto en su interior florecía otra vez al ver el joven rostro del omega. Yangyang tenía sólo veintitrés años, pero lucía de dieciocho, y ya estaba metido en toda esa lucha contra los alfas del país.
Le sonrió con dulzura.
―Luego iré a verte y podemos conversar. ―le dijo, como si no estuvieran metidas a kilómetros bajo tierra, ocultándose de los policías, y con apenas algo qué comer.
Pero Yangyang parecía feliz sólo con eso, asintiendo para marcharse.
Lisa extendió su pierna, levantando el pantalón. Mostró el vendaje sobre su piel, y espero a que Tzuyu acercara una silla para cambiar las vendas, sin embargo, para su total sorpresa...
Tzuyu se arrodilló delante de ella, apoyando su pierna sobre sus rodillas.
Lisa parpadeó.
―No me gusta tu papel ―dijo Tzuyu en medio del silencio―, te prefiero como Lalisa Manoban, no como Pranpriya Manoban.
La omega ladeó su cabeza, sin mover su cuerpo mientras las duras manos de la alfa acariciaban su desnuda piel.
―No sé de qué estás hablando. ―respondió Lisa con tono impasible.
Tzuyu observó su herida, horrible y con puntos. De seguro le quedaría una cicatriz. Una más a su colección. A Lisa no le importaba: no iba a permitir que nadie más tocara su cuerpo.
Apretó sus dientes cuando Tzuyu limpió la herida con desinfectante.
―Te prefiero como la omega antes que a la líder ―explicó Tzuyu, levantando la vista―. Como mi amiga antes que-...
―Tú y yo ya no somos más amigas, Tzuyu ―le interrumpió Lisa con voz amable―, yo no soy amiga de alfas que se imponen.
La menor tensó su mandíbula, vendando otra vez su pierna con una nueva gasa.
―Lisa...
―¿Alguna vez te impusiste ante Sana? ―le preguntó Lisa―. Pero no para salvar su vida, sino porque ella estaba haciendo algo que no te gustaba o no querías que hiciera.
Tzuyu bajó la vista, avergonzada.
―Sí. ―admitió a regañadientes.
―¿Te explicó cómo se sentía? ¿Cómo la omega parece encogerse y volverse una niña? ¿Cómo una parte racional parece ser encerrada dentro de una caja que se va haciendo más y más pequeña? ¿Cómo tu interior se niega, pero tu cuerpo actúa? ¿Cómo pierdes el control de tus acciones y ya no eres tú, sino un títere? ¿Te lo explicó?
Tzuyu no dijo cosa alguna por varios segundos.
―Lo siento. ―murmuró.
Lisa quiso romper a llorar.
―¿Sabes que es lo más terrible? ―dijo con la voz temblorosa, bajando su pantalón―. Que acepto tus disculpas, pero eso no significa que las cosas se arreglen.
Lisa lo sabía muy bien, porque Rosé le pidió perdón miles de veces y Lisa ya no la odiaba, la perdonó tiempo atrás, pero su relación entre ellas estaba rota y destrozada.
Y Lisa le pidió perdón a MiYeon en cada carta que le envió, sin embargo, nunca hubo respuesta alguna.
***
Felix estaba llorando frente a ella, hipando y frotando sus ojos con un pañuelo para alejar las lágrimas. MiYeon suspiró, bajando la vista y Rosé dejó salir el aire de sus pulmones, abrumada.
―¿No... No so-somos... Her-Hermanos...? ―balbuceó Felix, sin dejar de llorar.
MiYeon mordió su labio inferior, tomándole la mano al menor, que sorbió por la nariz.
―Sí lo somos ―insistió MiYeon, acariciando sus mejillas―, tú siempre serás mi hermanito, Felix, no importa que no compartamos sangre. Eres mi hermanito menor, nunca dejarás de serlo.
El omega asintió, sin dejar de sollozar, para luego mirar a Rosé.
―¿Y tú... Tú, papá? ―farfulló con la voz temblando.
La mayor lo miró, confundida.
―¿Yo qué? ¿Si seguiré siendo tu padre? ―Felix lloró con más fuerza―. ¿Qué estás diciendo, príncipe? ¿Acaso quieres que no sea tu papá para que así no me deshaga a tus futuros pretendientes?
Las lágrimas de Felix aumentaron y no dudó en lanzarse a los brazos de Rosé, desconsolado, buscando protección en aquellos brazos que nunca le hicieron daño alguno y siempre estuvieron para él a pesar de todo.
Rosé le acarició el cabello al niño, sintiendo sus hombros sacudiéndose por el llanto contra su cuerpo, y miró a MiYeon con una sonrisa de lado, luciendo ahora mucho más relajada. No importaba que Felix tuviera la sangre de JooHyun, él era su hijo y lo sería siempre.
Además, estaba segura de que JooHyun no estaba enterada de que tenía un hijo: Ten, a pesar de haberle confesado horas atrás que Felix era hijo de ese hombre, no dijo cosa alguna sobre si ela lo sabía. Por otro lado, Rosé averiguó que JooHyun contrajo matrimonio con una linda omega varios años atrás, una mujer llamada SooYoung, y eran felices con su reciente hijo.
Una mierda. Rosé tenía que contenerse para no increpar a esa bastarda y matarla por haber jodido su vida y la de Lisa.
―¿Te sientes mejor ahora, príncipe? ―le preguntó a Felix cuando notó que el chico se calmó.
―S-Sí ―asintió Felix―, pe-pero papá... Tengo mi-miedo de mamá...
Apretó sus labios, siendo consciente de que Ten no iba a rendirse tan fácil. Ese maldito perro astuto haría lo posible para atarla de nuevo, y sabía que era capaz de utilizar a Felix para ello. Debido a eso, MiYeon decidió contarle la verdad, pero aun así...
El móvil de MiYeon sonó.
Observó el número, arrugando el ceño, y se puso de pie caminando hacia el cuarto donde dormiría, dejando a Rosé y Felix en el comedor.
―¿ChangBin? ―contestó con tono incrédulo.
Recordó que la última vez que lo vio, semanas atrás, en esa fiesta donde su abuela la nombró heredera, intercambiaron números en caso de extrema emergencia. Ambos no querían ese tonto compromiso que sus padres insistían en firmar, primero que todo, porque MiYeon no sentía algo más que amistad por ChangBin, y segundo, pero más importante, MiYeon sabía que ChangBin estaba enamorado de uno de sus guardaespaldas, Christopher.
―Estoy preocupado ―dijo ChangBin al otro lado de la línea en voz baja―. Tu abuela vino a ver a mis padres y están conversando sobre nuestro compromiso.
Dejó salir un ruido de incredulidad, sorprendida porque su abuela fuera tan descarada para seguir atándola e impedir su huida.
―¿Los estás espiando? ―preguntó MiYeon, preocupada.
―¿Quién crees que soy? ―se burló ChangBin―. Quieren anunciarlo en unos días, ¿Puedes creerlo? Creen que voy a decirte que sí ―soltó un bufido―. No te ofendas, Park, eres linda y todo, pero demasiado dulce para mí.
Dejó salir una risa burlona.
―¿Dulce? Eso es porque no me has conocido en privado. ―le gruñó, y escuchó su jadeo.
―Oh, Dios, ¿Me estás coqueteando? ―ChangBin se rió―. Chica mala ―hizo una pausa pequeña―. No me quiero casar, MiYeon, de verdad.
MiYeon no cambió su expresión.
―No nos casaremos ―aseguró con firmeza―, prometo que no lo haremos.
Pudo oír su exhalación de alivio.
―Está bien, confío en ti ―suspiró ChangBin―. Nos vemos entonces, MiYeon.
―Cuídate, ChangBin.
Cortó la llamada, maldiciendo en su interior porque sabía que las cosas se estaban complicando con el pasar de los días, y deseó haber partido a China lo más pronto posible, pero en el fondo sabía que eso no era posible. Tenía que solucionar un montón de cosas, comenzando por Felix, antes de ir a buscar a Lisa.
La puerta del cuarto sonó y Rosé entró, arrugando el ceño ligeramente.
―Dime que esa llamada no tiene relación alguna con la que acabo de recibir. ―murmuró, fastidiada.
MiYeon miró a su papá.
―¿Mi compromiso? ―aventuró, apretando su mandíbula.
Rosé soltó un gruñido.
―La abuela acaba de llamarme y me dijo que teníamos una fiesta en cinco días, y que debíamos ir si no queríamos hacerla enojar.
La menor hizo un gesto de odio.
―Es el día antes de que viajemos ―calculó, antes de mirar a Rosé―. ¿Cómo la soportaste tanto tiempo, papá?
Rosé la miró con una mueca en su rostro.
―¿Por qué crees que me fui de casa a los dieciocho? ―bufó, rodando los ojos―. No es necesario que vayamos, adelantaré el viaje o-...
―No ―su papá parpadeó ante su interrupción―. Iremos y acabaremos con esto de una vez por todas. No voy a huir de tío Ten o de la abuela. Se acabó. No más juegos entre nosotras. Esto ha llegado a su fin.
¡Gracias por leer!
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