capítulo IV.
Advertencias: segunda parte de Kilig, por lo tanto, para entenderla, debes haber leído previamente esa historia. Chaelisa. Angst y drama en estos primeros caps.
―¿Es mi idea, SoYeonnie, o tía Rosé no ha envejecido nada?
―Sigue con la misma cara de amargada.
―Voy a patearles el culo, par de mocosas insolentes.
Las dos chicas frente a Rosé se miraron con sonrisas cómplices y MiYeon sintió que no fue buena idea juntarlas todavía, no cuándo su papá lucía toda mareada y nerviosa, casi ida por sus palabras dichas horas atrás.
MiYeon no recordaba haberla visto nunca antes así.
Su papá quitó la carne congelada que sostenía contra su mejilla hinchada, suspirando.
―MiYeon ―preguntó con tono cuidadoso―, ¿Estás usando protección?
Se atoró con su propia saliva ante las palabras de Rosé, mientras Yuqi rompía a reír de forma desquiciada. SoYeon parecía querer desaparecer de allí.
―¡¿De qué mierda estás hablando?! ―preguntó, incrédula.
Rosé señaló hacia SoYeon.
―Mocosa uno huele a ti. ―contestó, como si eso lo explicara todo.
―Y a Yuqi ―agregó MiYeon―. No puedo creer que estemos hablando de esto. ¿No deberías estar saltando de la emoción?
Rosé la miró de forma inexpresiva, aunque MiYeon fue capaz de leer nervios, ansiedad y terror en sus ojos, y eso, si era honesta, le asustaba un poco. Nunca antes vio esa mirada en su papá.
―No iré contigo, MiYeon. ―respondió la alfa con brusquedad.
Arrugó el ceño, pero la persona que replicó no fue ella:
―Y una mierda ―dijo Yuqi―, si nosotras vamos a ir, usted también debe acompañarnos.
La mayor miró a Yuqi con rudeza, su mandíbula apretada mientras arrugaba los labios.
―No lo entienden ―gruñó, molesto―, las cosas entre Lili y yo... No acabaron bien.
MiYeon soltó un bufido.
―Bueno, ¿Quieres contarme entonces toda la historia? ―espetó, poniéndose de pie―. Tengo un montón de vacíos en todo esto que no logro comprender, y si tú no me los explicas... Supongo que la abuela sería una pésima opción, pero sabré algo más.
Rosé la miró con derrota, suspirando, y se enderezó.
―Engañé a Lisa.
MiYeon no pudo controlarse en ese instante, y Yuqi tuvo que ponerse de pie para sostenerla por la cintura al ver que iba a lanzarse sobre la mayor, de seguro a darle un golpe en la mandíbula.
Rosé no se movió, e incluso parecía que quería recibir ese golpe.
―¡¿Tú qué?! ―escupió MiYeon, gruñendo para que Yuqi la soltara, pero la otra chica respondió también con un gruñido, imponiéndose.
―No la engañé de esa forma, MiYeon ―masculló Rosé tomando aire, y cerró sus ojos un momento―, pero ella y yo... ―hizo una mueca―. Ten y mi madre buscaron nuestros puntos débiles, ¿Entendido? Y estaba haciendo que Lisa pudiera tener confianza en sí misma, pudiera... Verse a sí misma como la omega que era... ―soltó una risa amarga―, pero ella... Ella se reencontró con una antigua compañera que la quería como su omega, yo me descontrolé y le dije cosas horribles porque estaba herida y celosa y no soy más que una alfa idiota que quería poseerla en todos los sentidos...
MiYeon dejó de batallar contra el agarre de Yuqi, pero no se alejó, sólo se quedó mirando a Rosé con sus dientes apretados, todavía conteniéndose para no lanzarse sobre la mayor. Ni siquiera las suaves feromonas que SoYeon estaba soltando la ayudaban a calmarse.
―¿Qué pasó entonces? ―preguntó, helada.
―La dejé sola ―respondió Rosé, sin sentimiento en su voz―, y fui a beber. Y Ten me estaba siguiendo, entonces se aprovechó y...
―Oh Dios, ¿Se acostó con él? ―balbuceó SoYeon, con asco en su rostro.
―Ten me hizo creer que así fue ―contestó Rosé, humedeciendo su boca seca―, pero en realidad no lo hice. Él sólo me desnudó y fingió que nos acostamos para así... Para hacerme creer que lo dejé embarazado.
MiYeon la miró, las piezas que faltaban del rompecabezas encajando.
―¿Felix...? ―preguntó con la voz ahogada.
―No es mi hijo ―concedió Rosé―, y ruego a cualquier Dios que sea hijo de la antigua compañera de Lisa, porque definitivamente no quiero que sea hijo de mi madre.
Ahora fue el turno de Yuqi de atragantarse con su saliva.
―¡Oh, mierda! ―gritó la alfa, antes de mirar a MiYeon―. Espera, ¿Si eso fuera así, no sería... Media hermano de tía Rosé? ―la mayor tenía una expresión en blanco―. ¡Y sería tu primo, MiYeon!
Bueno, MiYeon sentía que llegó su turno de querer vomitar con toda esa repentina información.
SoYeon alcanzó a moverse para sostenerla cuando la vio mareada.
―Yuqi, pendeja, ¿Puedes traer un vaso con agua? ―preguntó SoYeon con falsa dulzura en su voz.
―¿Esa es manera de tratar a tu alfa, bebé? ―regañó Yuqi, pero obedeció.
Rosé suspiró.
―Bueno, Ten le contó todo a Lisa y ella ya no quería verme nunca más, en especial porque... Ten te quería a ti ―sintió su estómago apretado―, y Ten nos amenazó que, si no te dejaba con él, iba a decirle a todo el mundo que no eras hija mía y te iban a matar, y Lisa no iba a sobrevivir a eso. Lisa no podría seguir viviendo si te perdía a ti.
Sus ganas de vomitar fueron reemplazadas por deseos de llorar al pensar en el rostro de Lisa, ese rostro tan iluminado y sonriente que vio en el vídeo, toda destrozada y derrotada al saber qué tendría que dejarla para protegerla.
―Y mamá se fue. ―terminó de decir MiYeon con la voz entrecortada.
―Cuando descubrí la verdad de que... De que Felix no era mi hijo, fui a buscarla para decirle que... Que podíamos arreglarlo, que podíamos solucionarlo, pero ella no quería oírme, se negó a... Ella sólo quería marcharse para poder sanar y te dejó conmigo y esa carta para explicarse ―Rosé parecía a punto de llorar también―. Te lo quería decir tantas veces, te quería decir la verdad sobre Lili y Ten, pero mamá me amenazó con matarte y no podía hacer nada, y tú creciste y la olvidaste y ya... Ya no sabía cómo hacerlo sin destrozarte a ti con todas esas mentiras...
SoYeon tuvo que hacer que MiYeon se sentara cuando la vio con el rostro pálido, como si fuera a desmayarse en cualquier momento. Era demasiada información en tan poco tiempo, apenas podía procesarla por completo.
Toda su vida, toda su familia, era sólo una mentira que le hicieron creer por... Por... Por un simple capricho personal.
―¿Ahora lo entiendes? ―murmuró Rosé―. Lisa me odia, ¿Cómo puedo...? Si la veo, de seguro colapsaré y ella va a odiarme más por no respetar sus deseos de estar lejos o...
―No ―espetó MiYeon con tono quebrado―, ella no te odia, ¿Acaso no lo ves? Lisa, mamá, ella... ¡Ella sigue con tu tonta marca y sigue enviándome cartas! ¿Cómo pueden esas cosas significar odio?
Rosé parpadeó, siendo consciente de que esos últimos días MiYeon le gritó más veces que nunca en esos diecisiete años. Por un instante, recordó a la pequeña bebé malcriada y sonriente que peleaba por llamar la atención de Lisa pero, por sobre todo, buscaba cuidarla a su propia forma.
Recordó también todos esos días en los que iba a despertarla para darle de comer y la forma en la que MiYeon preguntaba, con vocecita débil y ahogada, conteniendo las ganas de llorar:
―¿Dóne 'ta mamá?
Fueron meses largos, llenos de dolor, en los que MiYeon se dormía en sus brazos, llorando todas las noches, preguntando entre hipidos dónde estaba Lisa, pero sin obtener respuesta alguna.
Sólo cuando el embarazo de Ten avanzó y el omega comenzó a liberar feromonas maternas las cosas cambiaron: la actitud de Ten se suavizó hacia MiYeon, queriendo tenerla en sus brazos, y el dulce olor que soltaba el hombre, un olor tan parecido al de Lisa, fue suficiente como para que MiYeon aceptara esos toques.
Un año después de la partida de Lisa, cuando Felix estaba en los brazos de Ten con unos meses y MiYeon mirándolo con evidente admiración, fue que la niña llamó al omega como mamá por primera vez.
Ese día, ella y Ten discutieron a gritos por el tema de la verdad.
―No puedo verla. ―dijo Rosé débilmente.
Esta vez, Yuqi no alcanzó a agarrarla y SoYeon sólo reaccionó encogiéndose en su asiento cuando MiYeon se tiró contra Rosé. La agarró de la camisa y estampó su puño contra la mejilla de la alfa mayor, gruñendo por la rabia.
Rosé no reaccionó, sólo hizo una mueca de dolor, quedándose quieta cuando un nuevo golpe cayó sobre su rostro.
―¡Eres una cobarde! ―gritó MiYeon, enfurecida―. ¡No eres más que una jodida cobarde! ¡Mintiéndole a mamá, dejando que se vaya, mintiéndome a mí, hundiéndote en toda tu... Tu mierda autocompasiva!
―¡MiYeon! ―soltó Yuqi, agarrándola por la cintura para alejarla, pero MiYeon estaba enojada, iracunda, por toda la situación.
―¡¿Sabes qué más?! ¡Puedes quedarte, me importa una jodida mierda! ―le gritó―. ¡Pero cuando la vea, cuando hable con mamá, me quedaré con ella y no nos verás nunca más en tu patética vida! ¡Estoy feliz de que se haya ido, porque no eres más que una cobarde!
Yuqi logró tirar de ella, separándola de Rosé, y MiYeon contempló el rostro herido de su papá, su mejilla hinchada y colorada, su labio partido y sangrante, sintiendo una enferma satisfacción.
―Mimi...
―Tía Rosé ―habló SoYeon con tono suave―, creo que lo mejor será que se vaya.
Rosé parpadeó hacia la omega, con su estómago apretado.
―Pero...
―Venga ―la menor se puso de pie―, le daré la dirección de mamá JiSoo, ¿Está bien? ―los ojos de SoYeon lucían inquietos―. Le hará bien verla. A ella y a mamá Jennie.
Asintió, perdida, confundida, tomando el pañuelo que SoYeon le tendía para limpiar su rostro, y observó a MiYeon que la observaba con odio en su mirada.
―Te... Te voy a llamar... ―murmuró, girándose.
MiYeon sólo le gruñó.
Minutos después se quedaron sólo las tres en el departamento de Yuqi, y MiYeon se permitió derrumbarse.
Antes de darse cuenta, estaba llorando contra el pecho de Yuqi, jadeando mientras sus lágrimas caían. La alfa no tardó en acurrucarla en su cuerpo, murmurando palabras tranquilizadoras y acariciándole el cabello.
Todo estaba mal, todo era un desastre, toda su vida se arruinó en sólo unos días.
Sollozó, porque recordó todos esos años en los que Ten le abrazaba con una sonrisa, diciéndole lo orgulloso que estaba de ella, de su hija mayor, y sintió una molestia en su corazón, pues siempre algo dolía en su interior con esas palabras, pero nunca pudo entenderlo hasta ahora.
Y quería odiarlo, quería odiar a Ten por mentirle de esa forma, pero no podía hacerlo sin sentirse culpable también, ya que él la crio y cuido todo ese tiempo.
Una parte suya lo despreciaba, lo quería ver lejos, pero otra pequeña parte...
―Hey, está bien ―murmuró SoYeon, subiéndose al sofá donde estaba sentada Yuqi con ella encima, y como pudo, la omega se acurrucó contra ella―, puedes llorar todo lo que quieras, MiYeonnie.
Volvió a sollozar, asintiendo.
―Du-Duele ―tartamudeó entre lágrimas―, Ellos... Ellos me min-mintieron y ahora... Ahora qui-quiero ir a buscar a mamá, pero... ¿Pero si no quiere verme...?
―No digas eso ―regañó Yuqi―, tía Lili te ama con todo su corazón, ¿No lo dice en sus cartas?
Sacudió su cabeza, aterrada.
―Y ahora... Ahora papá ha-hace esto y... Y estoy sola y no quiero...
―MiYeonnie ―SoYeon llamó su atención, levantando su rostro―, no estás sola. Me tienes a mí y a QiQi ―la omega mordió su labio inferior―. Siempre nos has tenido, Mimi.
―Iremos contigo ―gruñó Yuqi con aprobación en su voz―, sí quieres, iremos contigo a donde lo desees. No vamos a dejarte solo nunca, bebé. Lo prometemos.
***
Su mejilla realmente dolía.
Rosé miró su reflejo en el espejo del auto sin expresión alguna, sabiendo que debía lucir patética y rota y destruida por todo lo que pasó los últimos días. Suspiró mientras apoyaba su frente en el manubrio, tratando de organizar sus pensamientos lo suficiente como para tomar una decisión que fuera sensata.
Aunque, si era honesta, desde que Lisa se marchó que su mente era un lío que apenas lograba controlar.
Su alfa estaba en su interior, callada, como si estuviera muerta, soltando sólo gimoteos de dolor por la falta que le hacía su omega a su lado, y quiso vomitar al recordar la mirada vacía de Lisa en televisión, su sonrisa carente de calidez.
El primer pensamiento que tuvo al verla fue un fugaz, Allí está, ve a buscarla, hazla tuya otra vez, que desapareció cuando Lisa habló de su relación, contando una verdad a medias porque, de seguro, le debía dar vergüenza hablar de cómo su alfa la engañó con su hermano y arruinó todas sus ilusiones.
A Rosé le daba vergüenza, sentía asco por sí misma, recordar todas esas cosas que hizo.
MiYeon tenía razón sólo que no quiso admitirlo: tenía razón sobre Lisa conservando su marca, ¿Cómo eso podía significar que la odiaba? No, Lisa siempre fue demasiado buena como para albergar tales sentimientos, incluso nunca llegó a odiar realmente a Ten a pesar de todo el daño.
Tenía razón sobre que era una cobarde, no era necesario que alguien más se lo dijera, porque sabía que estaba huyendo y ocultándose de sus verdaderos sentimientos, porque estaba actuando como una idiota y una niña pequeña aterrada del mundo, pero no podía evitarlo, ya que tenía miedo de ver a Lisa y no ver más que indiferencia en sus ojos.
No, Rosé no le temía al odio, porque el odio era un sentimiento fuerte y profundo, porque el odio significaba algo, pero la indiferencia... ¿Cómo iba a poder enfrentarse, luchar contra ella, cuando la indiferencia sólo significaba la nada misma?
Rosé no quería observarla y ver que Lisa ya no sentía nada por ella, porque eso la iba a destruir más que a nada en la vida.
Tomó aire, bajando del auto, tratando de espantar esos oscuros pensamientos, y vaciló un momento antes de avanzar hacia la pequeña casa frente a ella, tocando la puerta con suavidad.
Esperó unos segundos, abrazándose, su móvil vibrando con toda probabilidad por una nueva llamada de Ten, pero lo ignoró.
Entonces, la puerta se abrió.
Parpadeó cuando observó la naranja cabellera de Jennie, que la miró con ojos enormes y la boca entreabierta. La última vez que la vio, el cabello de su amiga era negro.
―Hola. ―saludó con tono débil.
Jennie parpadeó.
―¿Rosé? ―preguntó incrédula, pero antes de que pudiera decirle algo más, la beta volvió a hablar―: ¡Demonios, ¿Qué te pasó?! ¡Luces como la mierda!
Hizo una mueca.
―Para mí también es un placer verte, Jennie Unnie.
Jennie volvió a parpadear y se echó hacia atrás.
―¡JISOO!
Su grito casi la dejó sorda. Segundos después, JiSoo apareció con una ceja enarcada.
―¿Qué ocu-...? ¡Oh, demonios!
Rosé arrugó el ceño, fastidiada.
―Bueno, ¿Me van a dejar pasar o no? ―preguntó, exasperada.
La pareja se miró.
―Sigues tan encantadora. ―murmuró Jennie rodando los ojos, pero se hizo a un lado para permitirle entrar.
Rosé no dudó en seguirla, observando la cálida y familiar casa, una sensación nostálgica invadiéndolo porque ese lugar olía a hogar, y ella no sentía algo parecido desde hace mucho, mucho tiempo.
Jennie le dijo que tomara asiento mientras iba a buscar algo para su rostro magullado, y JiSoo no tardó en sentarse frente a ella con el ceño levemente fruncido.
―Vale, ¿Qué te pasó? ―trató de romper el hielo JiSoo.
Rosé le agradeció a Jennie cuando le tendió un producto congelado, que no tardó en poner en su mejilla hinchada y dolorida.
―¿En serio, JiSoo? ―se burló débilmente―. ¿Diecisiete años sin vernos y esa es tu primera pregunta?
Jennie dejó salir un bufido, cruzándose de brazos.
―A ver, en la última vez que nos vimos fuiste a buscar a MiYeon a nuestra casa y desapareciste sin más ―espetó Jennie, furiosa―, y ahora llegas así luego de diecisiete años, ¿Qué otra cosa quieres que hagamos? ―puso una expresión incrédula―. No me digas que te peleaste con Lisa y eso te lo hizo ella, porque...
―Lisa y yo no estamos juntas.
La pareja beta enmudeció.
Ambas se miraron con sorpresa, notando que Rosé no mentía porque su tono de voz decía toda la verdad, demostraba que no estaba ocultando nada.
―¿Qué? ―balbuceó Jennie―. Pero...
―Y esto me lo hizo MiYeon, aunque también el matón de mi madre.
Bueno, eso era demasiada información repentina.
JiSoo parpadeó, aturdida, mientras Jennie abría su boca como si quisiera decir algo, pero no se escuchó sonido alguno.
Rosé bebió agua rápidamente, sintiendo su garganta seca, porque todos los últimos hechos estaban a punto de hacerle tener un colapso nervioso.
―Rosé... ―farfulló JiSoo―. ¿Nos quieres explicar todo, por favor?
La alfa sonrió con amargura, rota, destrozada, y cuando habló, su voz sólo fue un temblor:
―Lisa me dejó hace diecisiete años con MiYeon ―dijo, parpadeando para no romper a llorar―. Luego de eso, para protegerla, me casé con Ten y todo fue un jodido infierno ―soltó una risa vacía―. Le hicimos creer a MiYeon que era hija de esa perra y mía, pero ella... ―levantó la vista, encontrándose con los pálidos rostros de sus amigas―, ella se encontró con Yuqi y SoYeon y descubrió todo y me odia. MiYeon me odia, pero no puedo culparla por sentir eso.
Jennie miró a JiSoo con una mirada de lástima y sorpresa, comprendiendo que en todo ese tiempo fuera Rosé estuvo básicamente con las manos atadas, sola y sin nadie que pudiera oírla, pues no podía decir la verdad sin dañar a alguien en el proceso.
Y Lisa, ella...
―¿Qué hará MiYeon? ―preguntó JiSoo―. Oh, mierda, ¿No me digas que odia también a Lisa?
Sacudió su cabeza.
―No, ella... MiYeon siempre...
Recordó a la chica creciendo, tan callada y triste, distraída y arisca con todo el mundo, sin ser capaz de poder relaciones amistosas con el resto de los niños de su edad, ya que había algo que le impedía ser expresiva y amigable con ellos.
MiYeon no lloraba, sólo derramaba lágrimas cuando tenía pesadillas, pero en ningún otro momento. Ni siquiera lo hizo cuando tenía cinco años y estaba aprendiendo a andar en bicicleta, cayendo al suelo y haciéndose heridas en sus manos. No, MiYeon no derramaba lágrimas en esos momentos.
Tampoco se reía: si algo le causaba gracia, lo único que hacía era sonreír con sus labios apretados, pero ya no había ninguna chica de sonrisa enorme y ojos pequeños, como cuando tenía más de un año y Lisa la hacía reír.
Menos se enojaba; si algo le disgustaba, si algo no le parecía, solía mantener la calma y solucionar todo fríamente.
Pero esas últimas horas la vio llorar y enfurecerse como antes, cuando era sólo una bebé y Lisa no estaba a su alrededor para calmarla. Ahora que sabía la verdad, ahora que sabía que faltaba alguien, una pieza encajó en su interior y desencadenó a la pequeña niña que necesitaba a su madre, niña que desapareció con la partida de Lisa.
Así que Rosé tomó aire y comenzó a contarles todo lo que ocurrió en esos diecisiete años, desde que Lisa se marchó hasta que MiYeon le dijo que iría con ella a buscar a la omega.
Cuando acabó, ya estaba anocheciendo. Jennie tenía la boca abierta mientras JiSoo parecía a punto de vomitar, y terminó de beber el agua de su vaso con la garganta seca, agotada por todo lo que estaba pasando.
Sin embargo, antes de que alguien pudiera decir algo más, se escuchó cómo alguien entraba en la casa.
―¿Mamá Jennie? ―preguntó la voz de un chico.
Un omega de la edad de MiYeon se asomó por el umbral del comedor, parpadeando hacia la visita, sosteniendo la mirada de una pequeña niña de no más de diez años.
―JooYeon ―dijo Jennie, recomponiéndose―, ¿Estas son horas de llegar, JooJoo?
El chico mordió su labio inferior, tirando de la niña que hacía un puchero indignada.
―MinJeong quiso ir a comer helado y tuve que llevarla. ―dijo el omega.
―¡Mentira! ―gritó la niña soltándose, antes de correr hacia Jennie, que no dudó en tomarla en brazos―. JooYeon se olvidó de mí por conversar con sus amigos.
―¡MinJeong!
La niña le sacó la lengua a su hermano mayor y JiSoo se puso de pie, llamando la atención de sus hijos.
―¿Por qué no van a cambiarse de ropa? ―preguntó con firmeza―. Luego vamos a cenar pizza ―les hizo un gesto a Rosé―. Es una amiga de la familia, así que le van a tener que decir tía Rosé.
―Él es JooYeon ―presentó Jennie, señalando al omega―, y ella es la menor de todos los hermanos Kim, MinJeong. ―añadió, apuntando a la niña sentada en su regazo.
Saludó a los niños, mirando de reojo al chico, y no pudo evitar ver a Felix en él, tan dulce, bonito y sonriente.
Por mucho que Felix no fuera su hijo, Rosé no pudo evitar llegar a quererlo como un hijo propio, porque el pobre niño no tenía la culpa de nada. Además, Felix era un chiquillo demasiado querible una vez que se le conocía, y tal como ocurrió con MiYeon, forjó un lazo irrompible con él porque, irónicamente, Rosé siempre estuvo más presente en sus vidas que Ten.
Ten llevaba las riendas de la empresa y cada vez que podía Rosé se quedaba en casa, evitando ir a ese lugar. Estar allí provocaba que se sintiera más muerta que nunca, rodeado de todas esas personas superficiales e hipócritas.
Una vez los chicos desaparecieron, Rosé miró otra vez a Jennie, mientras JiSoo llamaba para encargar la pizza.
―¿Cómo reaccionaste cuando Yuqi marcó a SoYeon? ―preguntó con cuidado.
Jennie apretó sus labios un momento, en una mueca de pena.
―JiSoo y yo estábamos furiosas, pero no tanto como SoYeon ―masculló Jennie―. Imagina que una mañana llegan tus dos hijas mayores discutiendo a gritos y con olor a sexo por todas partes.
―Mierda.
―Bueno, pero para qué vamos a mentir ―dijo JiSoo, volviendo―, entre ellas dos las cosas ya estaban tensas desde que SoYeon tuvo su primer celo y la pobre de Yuqi estaba sola con ella ―Jennie asintió, enfurruñada―. Probablemente a SoYeon le dolió más el hecho de ser omega, porque creía que MiYeon sería también omega.
Rosé soltó una carcajada seca, recordando a MiYeon el día que se reveló como alfa, con un celo afiebrado, ya que no tenía un omega con el que tranquilizarse, y cuán avergonzada lució los días siguientes, pues no podía controlar sus erecciones matutinas.
―Dios ―murmuró por lo bajo―, todas nuestras vidas se nos han complicado un montón.
Ni JiSoo ni Jennie respondieron, dándole la razón en un sepulcral silencio.
***
Sus últimas palabras causaron un revuelo en toda la sala, pero si era sincera, no le interesaba demasiado. Se puso de pie a pesar de las incesantes preguntas que la gente estaba haciendo, siguiendo a Song fuera del lugar y sabiendo que Tzuyu estaba detrás.
Cuando la puerta se cerró, Yizhou se soltó de los brazos de YangYang, corriendo hacia ella y sujetándose de su pierna, mirándola con clara necesidad.
Lisa sacudió su cabeza, riéndose, y sin dudar para tomarla en sus brazos.
―Bueno, eso fue divertido. ―dijo Song como si nada.
―Divertido mis polainas ―murmuró Tzuyu, desaprobadoramente―. Ahora has llamado la atención y el Gobierno no tardará en buscarte, Lisa.
Se encogió de hombros, acariciándole el cabello a Yizhou.
―El trabajo de la biblioteca ya me estaba aburriendo ―fue lo que contestó, mirando a YangYang―. ¿Cómo se portó el monstruito?
El omega sonrió.
―Muy bien, señora Manoban ―contestó―, aunque estuvo extrañándola mucho.
Yizhou la miró con inocencia mientras Lisa le sonreía, pero antes de poder decirle algo, Tzuyu se adelantó y le quitó a la niña con el ceño levemente fruncido.
Trató de disimularlo: a Lisa aquello le dolió.
―Esto no es una broma ―insistió Tzuyu cuando Lisa caminó detrás de Song y YangYang―. No sé por qué quisiste asumir esto, ¡YangYang también pudo hacerlo! ¡CaoLu también pudo hacerlo, y ella tenía más tiempo que tú!
―Cállate un momento, Tzuyu ―se quejó YangYang―, me estás dando migraña. Además, ¿Para qué otro chico omega iba a asumir? Lo hablamos con Lulu y ella está de acuerdo también.
―No me pasará nada malo ―regañó Lisa, mirándola―, además, ya estoy grande para tomar mis propias decisiones ―hizo una pausa pequeña―, y no eres mi alfa como para decirme qué hacer, Tzuyu.
La alfa se crispó, en tanto Song miró de reojo a la omega.
―Sólo quiero protegerte ―gruñó Tzuyu―, eres mi amiga.
Humedeció sus labios, sacudiendo la cabeza.
―Lo aprecio, pero no es necesario ―contestó con firmeza―, no voy a quedarme de brazos cruzados nunca más en mi vida, Tzuyu. Voy a hacer que los demás omegas tengan lo que merecen.
Tzuyu la observó sin decir cosa alguna antes de suspirar, asintiendo, aunque todavía lucía algo contrariada por toda la situación.
Salieron del edificio por la puerta trasera, donde tuvieron que abrirse paso entre más y más periodistas y un grupo de manifestantes omegas a favor de su presentación. Les sonrieron y estrecharon sus manos, prometiendo seguir adelante con la lucha, y lograron llegar sanos y a salvo al auto que les estaba esperando.
Yizhou no tardó en quedarse dormida en los brazos de Tzuyu, mientras la alfa seguía en silencio, y sólo habló cuando se detuvieron fuera de la cárcel:
―¿Le dirás que la amo? ―le preguntó con tono desgastado.
Lisa la miró.
―Por supuesto que sí.
Abrió la puerta, tomando el bolso con el que andaba.
―Pide un taxi cuando te vayas ―dijo Song con tono calmo―, y ve directo a tu departamento, Lisa. No salgas más de lo necesario.
Asintió, mirando a la feroz omega que le devolvía la mirada impasible, y salió del auto.
Llevar a cabo todos los trámites para que le dieran acceso demoró unos quince minutos, donde los guardias le revisaron por todas partes para que no metiera algo ilegal al lugar, y se sentó a esperar tras la ventanilla con una expresión casi aburrida.
Un momento después, Sana apareció, siendo llevada por dos guardias.
La omega la miró, enarcando una ceja con burla, y Lisa le sonrió, tratando de aliviar la tensión. Descolgó el teléfono, esperando que Sana le imitara, pero la chica se tomó su tiempo.
Sana estaba más delgada, pálida y ojerosa, pero no era como si Lisa le fuera a decir aquello.
―¿Cómo ha ido todo? ―preguntó con tono suave.
―No jodas, Pranpriya ―se burló Sana―, ¿A qué vienes?
Lisa abrió el pequeño cajón donde podía entregarle las cosas que le llevó a Sana, dejando el bolso, y apenas la omega lo tomó, lo revisó.
―Yizhou hizo ese dibujo en la guardería ―dijo, sin dejar de mirarla, viendo cómo sus ojos se humedecían―, así que te lo traje para ti, Sana-shine.
Sana observó el dibujo de una familia donde estaba ella con una sonrisa enorme, Yizhou en el centro y Tzuyu tomándole la mano, con un gato sonriendo en el suelo y una casita de madera atrás.
―Quiero verla ―gimoteó, mirando a Lisa―, quiero a Yizhou, Lili.
―Lo sé ―la omega suspiró, asintiendo―, pero no puedo traerla aquí, Sana. Yizhou... Ella no sabe que...
Sana borró las lágrimas de sus ojos con rapidez.
―No, lo que pasa es que quieres quedártela ―escupió con odio en su voz―, es eso, ¿No, Lili? Ahora que yo estoy aquí, estás aprovechando para quitarme a Yizhou, porque te sientes culpable por haber abandonado a MiYeon.
Lisa la observó con una expresión helada, mientras trataba de no quebrarse frente a Sana, notando que eso era lo que buscaba su antigua amiga.
―Fingiré que no dijiste eso, Sanake. ―murmuró, con la garganta apretada.
Sana la miró despectivamente.
―Sabes que es cierto ―espetó Sana―. Te estás acostando con Tzuyu y quizás estás a la espera de que deje de quererme para que te marque, ¿No es así? Y esperas que Yizhou te llame mamá, porque no puedes soportar la culpa de haber sido un fracaso con MiYeon.
―No metas a MiYeon en esto ―le gruñó Lisa―, no sabes nada de ella.
―¿Y tú sí? ―se burló―. No seas patética, Lisa. MiYeon debe odiarte y ser feliz teniendo a tu hermanito como madre.
Lisa colgó el teléfono, poniéndose de pie. Sin embargo, antes de retirarse, volvió a descolgarlo.
―Tzuyu te ama. ―dijo con voz helada.
Pudo ver el brillo de dolor en los ojos de Sana, pero no se conmovió, girándose para marcharse de allí.
Sana Minatozaki, condenada a quince años de cárcel por haber asesinado a un alfa que trató de violarla y marcarla.
El caso apareció en todos los diarios y noticieros del país, junto con el largo juicio y la déspota condena que se le dio, sin importar que Sana hubiera alegado en todo momento que lo hizo en defensa propia, que no fue algo premeditado ni a propósito.
No, a los jueces alfas no les interesó que Sana ya hubiera estado marcada, que hubiera tenido una bebé, que ya perteneciera a alguien: si Sana estaba volviendo de su trabajo tan tarde, anocheciendo, caminando en las calles, y un alfa se encaprichó con ella, la culpa era sólo suya por haber salido sin compañía alguna. Si ese alfa la agarró violentamente, tiró de ella contra la pared y trató de marcarla, Sana tuvo que haberse dejado hacer porque era una simple omega que no podía hacer nada más.
Y tampoco importaba que ese alfa ya hubiera tenido una omega, porque si ese alfa simplemente ya no quería a esa omega y quería a Sana, entonces podía tenerla porque era alfa, podía tener lo que quisiera.
Ellos le prometieron a Sana que la sacarían de allí, pero si era honesta, como estaba la situación, todavía faltaba mucho para que su amiga pudiera ver la libertad.
¡Gracias por leer!
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