Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Historia VII

Sobre la Trama: Una historia sobre la inmortalidad y los amores infinitos.

Número de Palabras: 2837
Genero: General / Romance / Soulmates

[...]

"...y fue así, que los dioses decidieron su castigo. Apagaron el brillo de uno de los soles convirtiéndolo en un cuerpo inmortal mientras que al otro lo dejaron consumirse en su luz y no contentos con eso, los condenaron a perseguirse por toda la eternidad. Y ahora vagan por el cielo, destinados a compartir efímeros momentos de felicidad."

Apenas la voz del narrador se apagó una pequeña mano se alzó presurosa hacia las alturas y sin esperar permiso se levantó atrayendo la atención del resto de sus compañeros.

—¿Entonces los amantes nunca vuelven a estar juntos? —preguntó la niña abrazando su conejo de felpa.

—Claro que se encuentran —respondió otro de sus compañeros—, ahí mismo lo dice. Se encuentran.

—Pero solo por poco tiempo —añadió otro mientras la primera de todos ellos volvía a tomar su lugar en el suelo—, eso quiere decir que vuelven a separarse.

—Todas las parejas se separan —intervino alguien haciendo girar las ruedas del cochecito que tenía en las manos—, ¿no es así, sensei?

Su pregunta hizo que el resto de su grupo se girara hacia el narrador, que sujetaba el libro sobre su regazo.

—Bueno —dijo el joven—, es cierto que no todas las parejas consiguen sobrevivir al tiempo, es algo que depende enteramente de cada una; sin embargo, también es cierto que aún si se separan, el amor entre dos amantes es real mientras lo compartan. E, independientemente del tiempo que estén juntos, el recuerdo vive en ellos.

—¿Y si lo olvidan? Todos olvidamos las cosas.

—El tiempo suele hacer eso —respondió el maestro poniéndose finalmente de pie—, pero eso tampoco le resta su valor. Ahora, vamos, es la hora del almuerzo

El grupo se puso de pie y corrieron –¡despacio!– hacia la otra esquina de la pequeña librería donde tomaron sus almuerzos y se dirigieron hacia el patio lateral para correr bajo el sol del verano vigilados por una de las encargadas. Atrás se quedo el joven narrador para recoger la manta y los cojines del suelo, los cuales procedió a guardar en el armario.

—Bonito cuento.

El saludo atrajo la atención del joven que se giró buscando el origen de la voz, al desplazarse hacia la derecha descubrió que había un muchacho sentado en una de las mesitas junto a la ventana, oculto tras el mueble que contenía la sección para niños.

—Hey —respondió el joven avanzando hasta apoyarse contra el mueble—, ¿te gustan los cuentos infantiles?

—Solo los que yo escribo.

Eso consiguió arrancarle una sonrisa al narrador. Una sonrisa que hizo destellar el dorado de sus ojos.

—¿Tú lo escribiste? —preguntó, apartándose el flequillo rubio de su cara redonda.

La respuesta del extraño fue extender una tarjeta sobre la mesa provocando que el muchacho se adelantara para tomar asiento al otro lado de la mesa. La tarjeta blanca giró entre sus dedos pequeños.

—¿Hitoshi Shinsou? wow, ¿en serio eres tú?

—Lo dice la tarjeta.

—Sí, bueno, yo podría hacerme una que dijera que soy el presidente.

Eso lo hizo reír.

—Podrías —respondió—, pero sería poco creíble.

—¿Menos creíble que ser el autor de un puñado de libros que entra en una librería al azar a oír como leen el único cuento infantil que ha escrito?

—Lo cierto es que cuando entré no esperaba oírte leer mi cuento.

—¿Sí?... entonces dígame, señor Shinsou-

—Hitoshi está bien.

—De acuerdo, entonces, Hitoshi, ¿qué te trae a esta pequeña librería en este pequeño pueblo? Tengo entendido que vives en Tokyo.

—En realidad no tengo un domicilio fijo, me gusta viajar. Voy a todas partes del mundo, a donde me lleve el viento.

—¿Y el viento te trajo hasta aquí?

—¿Tan sorprendente resulta? Me gustan las librerías, y esta parecía interesante. Vi el anuncio sobre sus talleres de verano en la entrada, el dibujo de los dos soles me llamó la atención así que entré. Estaba aquí cuando tú empezaste con tu historia y aquí estamos. Como verás todo es una sucesión de coincidencias.

—Coincidencias asombrosas.

—Pero coincidencias.

—Bueno, en ese caso te dejo para que termines con tu lectura.

—Ya la he terminado —y para reafirmar sus palabras empujó el libro cerrado que estaba sobre la mesa—, solo estaba aquí esperando oírte terminar para decirte que me ha gustado mucho oírte leer mi cuento.

—Es tu cuento, claro que debe gustarte.

—Me habría gustado oírte leer cualquier cosa.

—Eso no puedes saberlo.

—Creo que sí, creo que lo sé. Como también sé que me gustaría esperar a que termine tu turno para llevarte a cenar, Denki.

—¿Cómo sabes mi nombre? —preguntó el muchacho frunciendo levemente el entrecejo. Su postura, antes abierta, se había puesto rígida.

—¿Por qué no debería? Trabajas aquí. Hay otras personas que te conocen. Tal vez hable con alguna de ellas y les pregunte por la persona que leía mi cuento.

—¿Preguntaste por mí?

—Tal vez. Tal vez no. Tal vez supe tu nombre apenas te vi. Tal vez simplemente lo adivine y todo fue una simple coincidencia.

—Tu forma de hablar resulta curiosa.

—Gracias, he pasado mucho tiempo practicándola. Entonces, ¿qué me dices de la cena?

—Que no ceno con desconocidos.

—No podemos conocernos si no permites que nos conozcamos. Te he dicho mi nombre, conozco el tuyo, ese es el primer paso. El conocimiento debe iniciar en alguna parte.

—No estoy seguro de que seas quien dices ser.

—Yo soy Hitoshi, de eso no tengas duda alguna. Y tú eres Denki. Eso es todo lo que tenemos que saber. Lo demás lo aprenderemos. En la cena. Hoy, de ser posible, o mañana si eso quieres.

—Eres una persona muy directa. Y con mucha prisa.

El comentario lo hizo sonreír.

—He aprendido que el tiempo es finito.

Denki inclinó la cabeza y lo miro con curiosidad, estudiando su cara con calma como si intentara develar un secreto.

—Me pareces familiar —le dijo y Hitoshi apoyó los codos sobre la mesa para inclinarse hacia al frente. Ya no sonreía y su expresión bordeaba la melancolía.

—Eso me basta.

Los gritos de los niños volviendo de su almuerzo acabaron con la conversación, Denki se despidió apresuradamente para organizar las manualidades mientras Hitoshi se quedaba atrás mirándolo trabajar. Sobre la mesa se había quedado el libro que Denki había leído, en cuya portada aparecía dos círculos, uno amarillo brillante y el otro violeta tenue. El título "Los Dos Soles" estaba escrito debajo en letras torcidas y llamativas.

Hitoshi apartó el libro sin mirarlo y salió a la calle para hacer una llamada. Doce horas después había encontrado un apartamento en renta justo después de enviarle un mensaje a su editor sobre un hiatus indefinido en su próxima obra.

Le tomó dos meses convencer a Denki de vivir juntos y casi un año para casarse.

—Tú siempre tienes prisa —había dicho Denki después de aceptar –finalmente– su propuesta.

—Es el tiempo quien nunca deja de avanzar.

En esa ocasión fueron felices durante doce años, el segundo encuentro más largo en su historia. Hasta el accidente. Y entonces todo volvió a empezar.

El funeral fue un jueves temprano. Llovía. Un puñado de paraguas negros se apiñaban en torno a la tumba y el sacerdote repetía la letanía de siempre con algunas adiciones que lo hacían parecer original. Casi todos lloraban, Hitoshi era el único que no llevaba paraguas y sus lágrimas se confundían con las gotas de lluvia. Hubo muchas palmadas, muchos lo siento, muchas muestras de estima y apoyo. Las ignoró todas. Se marchó ese mismo día y no miró atrás. Tampoco volvió a escribir.

Diecisiete horas más tarde su auto se despeñó de un puente y en los periódicos se contó la historia del esposo afligido que se había ahogado. Hitoshi no leyó la noticia pues al momento de su publicación él ya se había alejado del río caudaloso. No tenía zapatos, cartera ni dinero –tampoco tenía a Denki–, pero estaba acostumbrado a todo eso. No a la falta de Denki, porque esa era una pérdida que nunca conseguía olvidar.

Sin embargo, sabía que lo único que tenía que hacer era seguir. Seguir hasta encontrarlo de nuevo.




Transcurrieron veinte años y fue su risa la que lo hizo girar el rostro mientras cruzaba los pasillos con dirección al quirófano. Era imposible olvidar esa risa. Un sonido musical y enérgico que resonaba dentro de él con la misma fuerza de la primera vez. Entonces vio el pelo rubio con el mechón oscuro y supo que lo había encontrado.

La bata de hospital que llevaba puesta hacia resaltar su aspecto frágil, pese a ello, Denki reía. Al acercarse Hitoshi descubrió que lo había encontrado demasiado pronto pues apenas era un adolescente; le basto leer su archivo para comprender por qué el destino había actuado de esa forma.

Desde ese día Hitoshi empezó a visitar el Ala Este durante sus descansos, se sentaba a leer mientras los muchachos de esa planta hacían alboroto hasta que un día, Denki le hizo señas.

—¿Qué lees? —le preguntó cuando Hitoshi tomó asiento junto a su cama.

—Un libro.

—Eso puedo verlo. ¿De qué va?

—La historia de dos amantes que están condenados a compartir fugaces momentos a lo largo del tiempo.

—Ew, no me gustan las novelas románticas.

—Tampoco soy un fan.

—¿Y por qué la lees?

—Porque me ayuda a recordar que sin importar el dolor de la pérdida, vale la pena seguir.

—Suenas como una chica enamorada. Mi hermana habla así. Seguro que la autora de tu libro también es igual.

—En realidad el libro lo escribió un chico.

—¿En serio?

—Sí. Su nombre era Hitoshi Shinsou. Fue autor de un puñado de libros. Y de un cuento infantil. Esta novela se basa en ese último.

—...mmm. Su nombre me suena.

Eso lo había hecho sonreír. —Lo sé.

En esa ocasión Denki se quedó con él durante seis meses, y el día del entierro Hitoshi decidió abandonar la medicina.




Recorrió el mundo durante años y al volver, lo primero que vio fue la imagen de un hombre que se reía con la cabeza hacia atrás, exhibiendo un cuello de cisne y una clavícula tentadora mientras anunciaba unos tenis. La imagen había empezado a exhibirse en marzo de ese año en casi todos los rascacielos del centro. Entonces supo que Denki había vuelto.

No se encontró con él hasta un mes después mientras trabajaba en una tienda de conveniencia, la única en varios kilómetros a la redonda. El destino lo había llevado hasta ahí y Hitoshi esperaba.

—¡QUÉ.CA.LOR!

Fue su voz la que lo hizo abandonar su lectura. Denki vestía una camiseta blanca de lino, pantalones oscuros, y unos lentes de sol. El sudor le escurría por el cuello acumulándose en sus clavículas, las mismas que Hitoshi había visto magnificadas en los promocionales de la ciudad y que años atrás había recorrido incontables veces con sus dedos.

—¡Me has mandado al culo del mundo, Eiji! —dijo Denki sujetando el celular contra la oreja, hablando tan alto que podía oírsele desde el otro lado de la tienda—No. Aja. Estoy en el culo del mundo. No te rías. He seguido tus putas instrucciones y he terminado en una carretera sucia donde no hay aire acondicionado. ¿Qué? No. Estoy en una maldita tienda. ¿Cómo voy a saberlo? No me jodas, es tu culpa. Porque necesito gasolina. No, imposible, no llego hoy. Ya se que es tu boda, maldita sea, por qué crees que estoy haciendo este viaje de horas para llegar hasta el pueblucho de tu novia. Okay, okay, llegaré, pero que sepas que eres responsable si me detiene la policía, ¿estamos? Bien. Te enviare un mensaje en cuanto vaya llegando. Sí, bye. ¿Cuánto es?

—Nada si me dejas llevarte a cenar —dijo Hitoshi empujando la bebida energética, los cigarrillos y los pastelitos en su dirección.

La respuesta que recibe es un silencio largo hasta que Denki echa la cabeza hacia atrás y se ríe. A toda potencia y con una energía tan vibrante que Hitoshi la siente en la sangre.

—Eso ha sido ingenioso, lo admito, pero lo siento, tío, no salgo con chicos.

—Yo no soy un "chico", y no te estoy pidiendo que salgas conmigo. Estoy pidiendo que me dejes llevarte a cenar.

—¿Como en una cita?

—Como en una cena.

Denki lo había estudiado, de arriba abajo, con la misma desconfianza de cada encuentro.

—Puedo cenar por mi cuenta.

—Pero te perderías mi conversación.

—No estoy seguro de que esa conversación sea tan interesante.

—Eso no lo sabrás si no cenas conmigo, Denki.

—Oh, así que sabes mi nombre. ¿Quién eres?, ¿un fan?

—No. Mi nombre es Hitoshi.

—Una vez conocí a un Hitoshi.

—¿Sí?, ¿cuándo fue eso?

Denki abrió la boca, la cerró y pareció confundido.

—Cenemos, Denki.

Otra inspección, más larga que la anterior e igualmente desconfiada.

—Pues no pareces un asesino, pero ese siempre es el problema, ¿no? Los más inofensivos son siempre los más problemáticos.

—Cena conmigo, Denki —repitió Hitoshi.

—Lo siento, amigo, no es lo mío.

Y con eso Denki tomó sus cosas, dejo un billete en el mostrador y se marchó sin mirar atrás. Hitoshi suspiró. Entonces procedió a limpiar el mostrador, a barrer la tienda y finalmente cerro la contabilidad. Para cuando Denki volvió, él lo esperaba con su libro en la mano y su ropa de calle.

—¡Carajo! —dijo Denki irrumpiendo por la pequeña con expresión airosa— ¡carajo! —repitió al detenerse frente a Hitoshi—, voy a una boda, ¿quieres venir?

—Por supuesto.

Cinco años después el mundo se puso de luto ante la noticia del desplome del avión comercial donde un modelo famoso viajaba. Los periódicos hicieron artículos extensivos mostrando su rostro y las televisoras no dejaron de repetir su nombre. Hitoshi abandonó la casa que habían compartido llevándose únicamente una foto pues la que tenía antes se había desgastado tanto que era ilegible.




—No quiero olvidar, amor mío. No quiero olvidar.

—Yo recordaré por ambos. Eso debe de bastar.

Hitoshi abandonó su palco cuando llegó el solo del amante sobreviviente. Había visto la obra una docena de veces y nunca conseguía soportar el monologo desgarrador lleno de una devoción ciega que presentaba el actor. Era demasiado empalagoso, demasiado personal. Y el único culpable de todo era él, después de todo había sido su libro; así que salió a tomar aire a la terraza privada del teatro esperando el momento para volver a entrar.

—¿Has salido al baño? —preguntó una voz y Hitoshi se giró para encontrarse un rostro redondo de pelo rubio y ojos dorados.

—No, he salido para encontrarte.

Eso consiguió hacerlo reír.

—La sutileza no es lo tuyo, amigo, pero no, en serio, ¿sabes dónde está el baño?

—Te llevo —ofreció Hitoshi y lo acompañó por las escaleras hasta los sanitarios del primer piso.

—No tenías que esperarme —dijo Denki al salir alisando las arrugas de su traje.

—No tenía pero sí quería. ¿Quieres cenar?

—¿hum? ¿no piensas volver a la obra?

—Ya la he visto antes. Y algo me dice que tú no quieres volver a entrar.

—No realmente, quiero decir, sí pensaba volver, pero iba a esperar para hacerlo.

—¿Por qué?

—Es demasiado triste, demasiado... pero no importa, mi nombre es Denki, ¿cuál es el tuyo?

—Hitoshi. Hitoshi Shinsou.

—¡Oh!, como el autor, ¿cierto?

—Eso me han dicho. Una simple coincidencia. ¿Has leído su libro?

—Lo intenté, pero se me encogía el corazón cada vez que llegaba a la parte... era como... uf, olvídalo. Solo baste decir que en términos generales creo que el mundo se equivoca al considerarla una historia de amor. Debería estar catalogada como tragedia. El autor claramente se equivocó en eso.

—¿Lo crees?

—¿Tú no? Solo escucha la trama. Uno condenado a una vida inmortal llena de recuerdos y el otro con una vida corta sin memorias de su castigo. ¿Qué clase de amor es ese?

—Uno que existe en el presente, y sin importar cuán corto o largo es un amor que te llena y te mantiene vivo durante las largas ausencias. Es un amor imperecedero.

—Pero uno muere.

—Cada ser humano está condenado a morir. Cada amor está condenado a la muerte. No puedes pensar en el final cuando estás iniciando, no puedes saborear el presente si temes el futuro.

—¿Me estás diciendo que podrías pasar cien años buscando a una persona a sabiendas de que de todos modos la perderás?

—Por supuesto, porque cien años son nada comparados con los segundos de tenerlo conmigo. Y ahora, no perdamos más tiempo, ¿estás listo para ir a cenar?

Eso hizo que Denki se riera, lo hizo con la cabeza hacia atrás, exhibiendo su cuello de cisne.

—¿Por qué tanta prisa? —preguntó

—Es el tiempo quien nunca deja de avanzar.

—Creo que he oído eso antes.

—Lo sé –y al decirlo le ofreció el brazo, el cual Denki sujetó tras un momento de duda.

Y juntos salieron.


"El amor es el emblema de la eternidad: Confunde la noción del tiempo; borra toda la memoria de un comienzo, todo el temor de un final." Germaine De Staël


n/a

¿Muy triste? Tal vez. Si alguien se queda con la duda de si alguna vez Hitoshi le contó a Denki la verdad, la respuesta es no. Hitoshi escribió su libro precisamente para que Denki conociera la historia sin tener que oírla por su boca, pero nunca hablaría de ello porque sabe que de todos modos esos recuerdos se desvanecerían y solo le harían daño. Eso sería todo. 

EDIT:

1) Traduje está historia al ingles añadiendo una escena extra.

archiveofourown.org/works/23204887

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro