Historia VI B
Sobre la Trama: En Julio le pedí a los lectores que escogieran una historia de este libro para recibir una continuación y me ha tomado demasiado completarla pero aquí esta. La historia ganadora fue la de Eri adoptando un gato, entonces tenemos Shinkami con las travesuras del pequeño Diablo. Lamento la tardanza pero aquí esta. Gracias por particiar, comentar y opinar.
Número de Palabras: 3092
Genero: General / Romance / Slice of Life
Sinopsis: En ocasiones necesitamos empujones constantes para avanzar y besar.
[...]
A Hitoshi le gustan toda clase de gatos. Grandes y pequeños, esponjosos o de pelo corto. No importa la raza o el color, todos y cada uno de ellos son adorables. En el orfanato donde creció solía verlos caminar por el muro exterior con una indolencia satisfecha, algunas veces se sentaban a mirar el patio y a los niños jugar mientras agitaban sus colas en un movimiento rítmico y desinteresado. No parecían necesitar a nadie, tampoco parecían buscar atención; sobrevivían a su modo, yendo libremente de un extremo a otro sin paredes capaces de contenerlos.
Hitoshi los envidiaba. A esa edad lo único que quería era saltar los muros y perderse en las calles hasta encontrar un lugar donde nadie pudiera ponerle las manos encima. Quería la independencia de los gatos, su agilidad, su desapego. Quería su libertad.
Conforme creció –y con la ayuda de su padre adoptivo– dejo de sentir esa ansiedad por apartarse de todos y cerrar sus murallas. Dejo de sentir la necesidad de huir y esconderse. Pero su recién encontrada familia no disminuyó su amor por los gatos. Le gustaban. Eran sus animales favoritos, por su indolencia y su elegancia. Por su aparente autosuficiencia.
El hecho de que Eri, su hermana, y la miembro más reciente de su pequeña familia, quisiera adoptar un gato había provocado que Hitoshi experimentara un súbito ramalazo de afecto y apoyo. Él también quería una mascota si bien nunca había sido capaz de expresarle su deseo a su padre; tenía problemas expresando sus deseos pues durante muchos años había crecido con la firme creencia de que estos no importaban. Eri no era así, le tenía miedo a los extraños y a los sonidos fuertes, pero no había dudado al plantarse frente a Shota Aizawa –el padre adoptivo de ambos– para pedirle un gato.
—Será nuestro —había dicho Eri con los ojos brillantes y una emoción verdadera. Al verla Hitoshi supo de inmediato que su familia adoptaría a un gato por lo que no pudo evitar emocionarse.
Por desgracia, la mascota que Eri eligió resultó no ser un gato, sino un monstruo siseante y bastardo que le encantaba saltar en su cara, hacer pipi en su ropa y, en general, enterrarle los dientes cada vez que lo veía.
—¡Bájate de ahí! —gritó Hitoshi al ver al animal encaramado en el estante superior de su librero.
La respuesta del gato fue azotar la cola con un énfasis mudo. Pese a su edad, Diablo –nombre que Hitoshi seguía utilizando pese a que Eri, en su magnificencia, lo había cambiado por Mister Bigotes– sentía debilidad por los pájaros y por ende le gustaba subirse a su librero, el cual se encontraba junto a la ventana y le proporcionaba el espacio perfecto para espiar a las pequeñas criaturas que revoloteaban en los cables de teléfono que componían el paisaje del exterior.
Hitoshi no habría tenido problema en dejarlo ahí sino hubiera descubierto que al bastardo le gustaba saltarle a la cabeza cuando se acercaba al mueble para guardar o sacar sus libros. La primera vez había terminado con una cicatriz que le cruzaba la cara y la segunda había destrozado su bote de basura al caer sobre él. Desde entonces lo primero que hacía al entrar a su cuarto era mirar hacia arriba.
—¡Eri! —gritó Hitoshi desde la puerta de su habitación. Había aprendido a las malas que intentar bajar al gato por su cuenta terminaba con el susodicho saltándole a la cara.
—Mister Bigotes —dijo la niña con reprobación maternal cuando se apareció por la puerta. Llevaba puesto uno de sus vestidos de una sola pieza estampado con decenas de gatos sonrientes y en la mano una espátula llena de lo que parecía una mezcla de pastel—. Acordamos no entrar al cuarto de Hitoshi.
Se lo decía con seriedad, como si hablara con un pequeño travieso que ha ignorado el letrero de la puerta y que entiende las consecuencias de sus acciones, la respuesta del gato fue un maullido largo que –Hitoshi juraba– se asemejaba demasiado a una protesta malcriada que sonaba a 'maaaa'.
—Vamos —le respondió Eri pasándole la espátula a Hitoshi mientras entraba para subirse a la silla y después al escritorio frente a la ventana desde donde extendió las manos hacia arriba en un gesto inofensivo—. Te pondré a los pájaros en la tele de la sala.
El gato no se movió, pero Eri permaneció ahí mirándolo fijamente a la cara. La niña había pasado meses sentándose junto a la caja transportadora haciendo tarea, leyendo, viendo videos en el celular de Hitoshi o jugando con sus muñecos mientras le contaba cosas al monstruo que se escondía en la caja. Con el tiempo el gato había dejado que ella lo acariciaba y el día que fue a sentarse a su regazo a ronronear Eri permaneció inmóvil hasta que se le durmió el trasero demasiado temerosa de moverlo. Había sido la perseverancia de la pequeña la que finalmente había conseguido que Diablo terminara por confiar.
Esa confianza volvió a ser evidente cuando tras un momento de silencio, mientras agitaba la cola en compases rítmicos, el gato se levantó para maullar de nuevo. El sonido fue la señal que Eri necesitaba para extender las manos hacia él para alzarlo, apoyarlo contra su hombro antes de bajar de vuelta a la silla y después al suelo. Niña y gato salieron por la puerta, ella murmurando los regaños de siempre mientras el bastardo ronroneaba. Aún con la espátula en la mano, Hitoshi los vio irse.
Habría jurado que la expresión del gato era satisfacción pura.
La animosidad que Hitoshi sentía hacia Diablo había iniciado el día que abrió su armario y notó un intenso aroma que no supo identificar en ese momento. Le costó trabajo entender que en algún momento había dejado una sudadera en el suelo sobre la que el gato había orinado y cuando él la había devuelto al armario en un momento de repentino urgencia porque su padre le había prohibido salir de la casa hasta no limpiar su habitación el aroma había terminado por impregnar el pequeño espacio. No lo había entendido la primera vez ni la segunda. Había sido una cosa recurrente hasta que finalmente el culpable había sido capturado en el acto.
Eri se había disculpado incansablemente con él alegando que no era la primera vez que lo hacía y que tenían cita con el veterinario para investigar si se trataba de un síntoma de algo más grave. Por amor a su hermana Hitoshi se había negado a hacer una escena –además la cara de Aizawa le decía que dejara el tema en paz– pero desde ese día Diablo se había convertido en su enemigo personal.
Hitoshi entró en su habitación para recoger su celular y después volvió a la cocina con la espátula en lo alto, ahí encontró a su padre cortando verduras mientras Eri estaba en la pequeña sala frente a la tele poniendo un video de aves en el parque.
—Eri mima demasiado a esa pequeña bestia —masculló Hitoshi acercando el bowl de plástico que contenía la mezcla de harina, huevo y azúcar que Eri había estado preparando.
—Si quieres tu propio gato solo tienes que pedirlo —respondió su padre sin dejar de cortar verduras.
Hitoshi no le hizo caso, en cambio se apartó cuando Eri volvió para subirse a su cajonera a lavarse las manos antes de retomar su trabajo con la mezcla de cupcakes que estaba preparando con ayuda de Hitoshi. Añadieron las frambuesas a la mezcla y después repartieron la mezcla en los capacillos de papel que iban a meter al horno. En eso estaban cuando el teléfono de Hitoshi vibró en el bolsillo de su pantalón casi al mismo tiempo que sonó el timbre de la puerta.
—¡Yo voy! —gritó Eri mientras Aizawa metía las bandejas de hornear y Hitoshi se lavaba las manos para desbloquear su celular en cuya pantalla se leía una notificación incompleta: 'Denki: Hey, me abres...—. ¡Hitoshi es para ti!
Cinco meses atrás se habría avergonzado de la rapidez con la que se movió, pero tras muchas repeticiones de la misma escena –de ver a su padre sonreír en secreto al verlo perder los papeles siempre que Denki se aparecía por su casa– Hitoshi había desarrollado una habilidad única para ignorar la vergüenza en pro de correr hacia la puerta, detenerse antes de llegar a ella y acercarse con lo que esperaba fuera un aire calmado mientras oía a Eri y Denki intercambiar saludos.
—Hey. Llegas temprano.
—Puedo dar una vuelta y volver —respondió Denki la alegría de siempre antes de girar en su lugar y sonreírle con picardía—. ¿Es mejor?
—No, da otra.
—Agh —los interrumpió Eri que seguía en la entrada—. Dejen el coqueteo para después.
Hitoshi fue el único que se puso rojo pues había descubierto que Denki era inmune a las humillaciones públicas.
—¿Coquetear? —respondió el rubio quitándose los zapatos en la entrada antes de acompañar a Eri de vuelta a la cocina con Hitoshi detrás—. ¿Qué te hace pensar que tu hermano y yo coqueteamos?
—¿No es así? Habría creído que Hitoshi te había pedido-
—¡Eri! —gritó Hitoshi adelantándose hasta colocar la mano en el cuello de Eri— ¿No huele a frambuesa quemada?
—¡Los cupcakes! —respondió la niña y echó a correr para espiar por la ventana del horno.
—Hola, Denki —saludó su padre con un asentimiento al verlos salir del pasillo que separa la puerta de la sala.
—Buenas tardes, señor Aizawa. Gracias por invitarme a comer.
—Se ha vuelto una costumbre. Comeremos en media hora —añadió mirando a Hitoshi para después centrar toda su atención en la niña que tiraba de la manga de su camisa con expresión frenética.
—Vamos —le dijo Hitoshi a Denki señalando el otro pasillo que conducía a las tres recamaras y al baño compartido.
Su habitación era la única en toda la casa que tenía una ventana que no mostraba una pared de ladrillos, cuando Eri se había mudado con ellos Hitoshi había pensado en dejarle ese cuarto, pero era el único que tenía un armario de pared así que las habitaciones se habían quedado como al principio.
—¿Qué ibas a pedirme? —preguntó Denki sentándose en su cama con las manos apoyadas en el colchón y la sudadera a un lado. Era verlo ahí y sentir algo curioso y cálido extenderse de su estómago hacia su garganta, no era la primera vez que veía a Denki ponerse cómodo en su cama pero en cada ocasión Hitoshi experimentaba la misma sensación desconcertante e incomprensible que se extendía por todo su sistema nervioso. Expectación y ansiedad en tonos cada vez más altos, y eso le hacía agradecer su ventana porque al menos las corrientes de aire mantenían el bochorno a raya.
—Uno de tus libros —respondió por reflejo, haciendo que Denki se distrajera.
Charlaron sobre libros y videojuegos –Denki en su cama y él en la silla de su escritorio–, intercambiando risas inofensivas y anécdotas personales hasta la hora de comer. Era la rutina que habían repetido cada sábado durante los últimos dos meses. Denki se aparecía por su casa para comer al salir de su trabajo en el refugio de animales, tras la comida ayudaban a limpiar para después jugar charadas o monopolio o cualquier juego de mesa que Eri quisiera. Después de eso volvían al cuarto de Hitoshi hasta la hora en que Denki volvía a casa.
Ese día Eri propuso que en lugar de jugar adornaran cupcakes, las cuales se habían enfriado mientras ellos comían.
—Suena divertido —dijo Denki.
Así que mientras Aizawa se marchaba de compras como solía hacer cada sábado ellos se apiñaron alrededor de la pequeña isla de la cocina para preparar la crema pastelera que iban a colocar sobre las cupcakes. Pusieron el video de explicación en la tele y fueron siguiendo las instrucciones paso a paso, Denki y Eri intercambiaban consejos y risas mientras competían con sus diseños extravagantes.
A Hitoshi le resultó imposible no distraerse.
Desde que conociera a Denki le había resultado difícil apartar los ojos de él, como si el muchacho fuera un imán al cual su atención se ve irresistiblemente atraída. Aun con su horroroso uniforme de trabajo Denki había destacado como una moneda brillante, con sus ojos coquetos y su sonrisa esplendorosa; vestido en jeans y camiseta, el muchacho resultaba aún más irresistible.
Y verlo reírse con su hermana era una imagen paralizante.
Decir que Hitoshi estaba ligeramente infatuado con el muchacho era la infravaloración del siglo. Muchas veces había practicado en privado pedirle una cita, pero las palabras siempre se atoraban en su garganta cuando se presentaba una oportunidad porque no se atrevía a imaginar lo que haría si llegaban a decirle que no.
—¿Vas a decir algo o seguirás babeando en silencio? —preguntó Eri con seriedad cuando Denki se disculpó para ir al baño tras acabar de adornar los pastelitos. Había sido ella quien invitara a Denki meses atrás cuando se toparon con él en el veterinario durante una de las revisiones de Diablo.
Pese a su actitud de niña tímida frente a los extraños, cuando Eri quería podía llegar a ser un adulto pequeñito que decía las cosas de frente sin importar las consecuencias. Como hacía en ese momento.
—No sé de qué estás hablando —respondió Hitoshi.
—¿Para qué practicas frente al espejo si al final no dirás nada?
—¡Shhh!
Cuando Denki volvió Eri le ofreció un pastelito.
—Te invitaría a ver una película —le dijo—, pero a mi hermano no le gusta cuando acaparo sus cosas.
Denki parpadeó mientras Hitoshi se interponía entre ellos a toda velocidad.
—Ve a jugar a tu cuarto, Eri.
Ella alzó la cara para mirarlo, le dio una mordida a su cupcake manchándose la cara con la crema pastelera antes de inclinarse de lado para sonreírle a Denki.
—Te lo encargo.
Se dio la vuelta con su pastelillo en la mano mientras Hitoshi intentaba ahogar el bochorno que sentía en la cara; detrás suyo oía a Denki reír.
—¿Te quedas otro rato? —pregunto finalmente cuando estuvo seguro de que su cara había perdido el rubor de la vergüenza.
—Lo siento, pero debo volver a casa antes de que anochezca.
Hitoshi asintió pese a que notaba el retortijón de la ansiedad y la indecisión en la base del estómago, acompañó a Denki al cuarto para recoger su sudadera incapaz de ofrecer un tema de conversación.
—¿Qué ibas a decirme? —preguntó Denki una vez más de pie junto a su cama con la sudadera en una mano y el pastelillo en la otra.
Se veía adorable y brillante y esplendoroso y...
Tener a Denki mirándolo con una atención fija y absoluta hizo que Hitoshi experimentara la vívida sensación de quedarse sin aire y de tener un hueco en el estómago. Podía sentir el calor ascendiendo en oleadas continuas desde la base de su cuello hasta sus orejas, y a fin de no enrojecer como una adolescente cualquiera se obligó a tomar aire, entró a su cuarto y en dos zancadas se paró frente a él.
—Denki —dijo y fue todo. El resto de su muy cuidadosamente construido discurso se atoró en su garganta.
—¿Sí? —fue la pregunta que recibió tras una larga pausa. Los ojos dorados parpadearon ante él batiendo unas pestañas delicadamente rubias.
Hitoshi tragó saliva, dio un paso atrás a fin de conseguir aire para sus pulmones y cuando Denki dio un paso en su dirección, él volvió a retroceder. Su espalda chocó con el librero de su cuarto y de pronto fue plenamente consciente de sus manos grandes, lo alto que era, el sudor que le escurría por el cuello y el curioso aroma a dulce que provenía de Denki.
—¿Qué ibas a decirme? —repitió Denki plantándose frente a él, tan cerca que podía tocarlo –podía sentirlo–. A esa distancia resultaba imposible ignorar la mancha de crema que tenía en la barbilla y que parecía gritar que alguien la limpiara—. ¿Y bien?
—Se me olvido —respondió Hitoshi con toda sinceridad con los ojos fijos en la boca que se curvó en una sonrisa encantadora. Una sonrisa que sacudió su interior como un cucharón que revuelve el caramelo, podía sentirlo extenderse por sus piernas y manos.
Denki era un imán, una fuerza desconocida e invisible que tiraba de él en impulsos continuos. Antes siquiera de entender lo que sucedía Hitoshi se encontró inclinándose e inclinándose como un girasol que busca el sol, dos latidos después se detuvo a medio impulso mientras el pánico iba apoderándose lentamente de él.
—Denki —repitió en un susurro bajísimo. Un nombre que representaba un secreto y una maravilla, una pregunta y un ofrecimiento. Era un nombre que resbalaba en su lengua con una facilidad que abrumaba y deleitaba.
—¿Hmmm?
Un tarareo simple que reverbero dentro de él.
Lo que sucedió a continuación fue inesperado.
Los ojos de Denki se desviaron de su cara un segundo y en sus pupilas destelló una sombra..., una sombra que Hitoshi sintió caer sobre su cabeza como un tabique afilado. Su reacción instintiva fue dar un paso al frente para apartarse chocando inevitablemente con Denki. Ambos tropezaron y cayeron al suelo.
Hitoshi alzó la cara a tiempo de ver la cola de Diablo desaparecer sin dejar rastro.
—¿Qué fue eso?
—Diablo —respondió Hitoshi de forma automática y cuando miró hacia abajo vio a Denki a tan solo centímetros de él con expresión adolorida y confusa, pero su mirada se transformó apenas enfocó los ojos en él.
Había algo ahí que lanzó una descarga eléctrica a lo largo de toda su espina dorsal y fue esa la razón de que Hitoshi cubriera la distancia que los separaba para besarlo. Dos segundos después el pánico volvió obligándolo a apartarse sin dejar de repetir: '¡Lo siento!'
—¿Acaso beso tan mal?
—No, pero... —y dejo el resto de su frase incompleta mientras reunía el valor para mirar a Denki. Lo hizo a tiempo de verlo inclinarse para ser él quien lo besara.
—¿Ha estado mejor?
Hitoshi le sonrió antes de armarse de valor para besarlo una vez más alzando las manos para sujetar la cara de Denki a fin de acariciarle las mejillas. Fue extremadamente satisfactorio cuando Denki se derritió en ese beso, fue tan satisfactorio que no le importó estar en el suelo, el tener una cupcake embarrada en su playera, el ardor de un rasguño en el cuello, o el hecho de que su hermana había sido su casamentera.
Estaba tan feliz que pensaba comprarle a Mister Bigotes un suéter para navidad.
[...]
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