Historia VI
Sobre la Trama: Eri decide adoptar un gato y Hitoshi la acompaña.
[...]
Por su cumpleaños, Eri pidió un gato.
No un gatito como cabría esperar de alguien de su edad, sino un gato. Un gato que estuviera necesitado de un hogar.
—Quiero adoptar un gato —le dijo a Aizawa una semana antes de su cumpleaños cuando él le pregunto por su regalo—. Quiero darle un hogar como tú me lo diste a mí.
De haber oído semejante declaración en boca de alguien más, Hitoshi habría sospechado coerción o chantaje, pero Eri era demasiado joven y noble para intentar semejante camino. Sin embargo, aun sin quererlo, ella había pronunciado las palabras necesarias para garantizar que Aizawa le dijera que sí.
Y fue así, que Hitoshi se encontró acompañando a la pequeña Eri un sábado temprano al refugio local. El edificio era pequeño, pintado en un terrible color ocre con un sinfín de anuncios y calcomanías en la puerta de entrada. De reojo Hitoshi vio un calendario de vacunación, un poster titulado 'Esteriliza a tu mascota, es por su bien', varios carteles de se busca y algunos anuncios de venta.
Eri se cohibió apenas cruzaron la puerta, se quedó quieta con los ojos bajos mirando los alrededores. Hitoshi esperó a su lado pacientemente a que ella se sintiera lo suficientemente cómoda para acercarse al mostrador, pero no hubo necesidad porque una amable y energética voz vino a saludarlos.
—¡Hey!
Su voz alta sobresaltó a Eri y su reacción natural fue extender la mano para aferrar la chaqueta de Hitoshi mientras el joven rubio se plantaba frente a ellos. Vestía con un horrible overol azul que incluía el nombre del refugio en la pechera y botas de goma a juego –sin duda su uniforme–, pero tenía un rostro expresivo con una sonrisa inmensa y dos ojos brillantes de color dorado.
—¿Puedo ayudarlos en algo? —preguntó el muchacho que exhibía una plaquita con el nombre 'Denki' en el uniforme.
—Solo estamos viendo —respondió Hitoshi sin moverse.
—Oh —la sonrisa del muchacho titubeó y sus ojos fueron de Hitoshi a Eri y de vuelta—. ¿Todo bien?
—Sí —respondió él con calma—. Es solo que los lugares nuevos nos causan ansiedad.
Denki parpadeó ante su respuesta y Hitoshi se alistó para rebatir cualquier comentario estúpido que fuera a salir de su boca, pero el muchacho lo sorprendió una vez más. En lugar de preguntar a qué se refería, inclinó la cabeza, miró a Eri un momento y cuando regresó sus ojos hacia Hitoshi, volvió a sonreír.
—Lo creeré de ti, que tienes cara de 'ser-no-sociable' —dijo con voz moderada para después girarse hacia Eri—, pero esta princesa es una princesa guerrera, y apuesto que ella ha venido aquí para ver a los perritos.
—A los gatos —respondió ella de forma automática y eso hizo que la sonrisa de Denki creciera.
—Lo siento, debí sospecharlo —dijo señalando los gatitos que componía el estampado de su vestido—. Bonito.
Eri sonrió y aunque su timidez la hizo retorcerse junto a Hitoshi hasta esconder la cara contra su chaqueta, sus ojos habían perdido la expresión de miedo que la había paralizado al entrar.
—Bueno, pues cuando tu hermano se sienta lo suficientemente cómodo para ver a los gatos, acércate al mostrador, ¿de acuerdo?
Eri asintió en silencio. Denki les sonrió una vez más y después se marchó al mostrador, ahí conversó brevemente con la muchacha que atendía el teléfono y tras agitar la mano hacia ellos desapareció por la puerta que conducía a la parte trasera del refugio.
Se quedaron cerca de la entrada curioseando en los carteles pegados en el tablón de anuncios mientras las personas entraban y salían sin mirarlos. Eri los veía pasar con sus ojos curiosos y cuando se sintió lo suficientemente cómoda miró a Hitoshi y éste entendió la silenciosa petición, así que se acercaron al mostrador donde la muchacha les ofreció una sonrisa benevolente.
—Hola, nena, ¿en qué te puedo ayudar?
Ella miró a Hitoshi por ayuda.
—Queremos adoptar un gato.
—¿Un gatito?
—No —dijo Eri—. Un gato que necesite un hogar.
La muchacha pareció confundida, aunque asintió como si lo entendiera.
—Tenemos muchos de esos, así que pasa y escoge uno.
Ella abrió la puerta del mostrador y después los despidió en el pasillo que conducía al cuarto trasero que olía a cloro, pero ni eso podía ocultar el intenso olor a animal que inundaba el lugar. También se oían ladridos, altos y bajos, continuos y pausados.
Eri se echó a temblar y Hitoshi le palmeó el hombro con afecto.
—Podemos volver otro día.
Pero ella sacudió la cabeza y se quedo inmóvil. Hitoshi esperó a su lado.
—¡Hey! —dijo la misma voz de la primera vez y vieron a Denki acercarse hacia ellos por el pasillo lateral. Su uniforme antes pulcro ahora estaba empapado en las piernas y las mangas con varios trozos de pelo blanco adheridos a él; en general tenía el aspecto cansado de haber lidiado con algo demasiado grande—. Ruidoso, lo sé, pero no dejes que te intimiden.
Se lo decía a Hitoshi que parpadeó ante el intercambio, pero no hubo tiempo de ofrecerle una respuesta porque Denki extendió una mano en su dirección.
—Si tienes miedo puedes tomarme de la mano.
Hitoshi frunció el entrecejo y estaba listo para responderle de mala manera cuando Denki se giró hacia Eri.
—Creo que tu hermano es tímido.
Hitoshi se sintió traicionado cuando Eri se rio. No fue una risa estruendosa o llamativa, un simple hipido de felicidad que hizo que Denki apoyara las manos en las rodillas para mirarla de frente.
—¿Lista para ver a los gatos?
—Sí, pero... —y miro a su alrededor.
—Cuando crucemos esa puerta —y señalo la puerta al final del pasillo lateral—, no se oirá nada.
Eri asintió y lo siguió cuando Denki se alejó. Hitoshi fue tras ellos y se sorprendió al descubrir que, efectivamente, al cruzar la puerta el sonido de los perros ladrando desapareció por completo.
—Hay muchos gatos para escoger —dijo Denki avanzando por el silencioso pasillo. Era una zona mucho más pequeña que la anterior con jaulas medianas apiladas en filas altas —. Te daré un momento para que decidas, ¿está bien?
Al final del cuarto había un espacio abierto donde un grupo de gatos se tendían en los rayos de sol reflejados en el suelo; al verlos los ojos de Eri se iluminaron y su miedo pareció desvanecerse. Se arrodilló en el suelo y se quedó mirándolos con ojos de adoración, pero no dio señales de querer tocar a ninguno.
Denki se quedó un momento con ellos y después volvió a su trabajo limpiando las jaulas vacías, vaciando el bote de desperdicios y preparando una sustancia de cloro y aromatizante para fregar los suelos.
Hitoshi se distrajo viéndolo trabajar, no parecía tener problemas con ensuciarse las manos o con el pelo que iba pegándose a su uniforme. Era bonito y brillante, como una moneda nueva.
De pronto Denki se detuvo, se limpió la frente con la muñeca desnuda y se giro para mirarlo. Veloces, los ojos de Hitoshi se desviaron hacia donde estaba Eri; notaba el desenfrenado latido de su corazón en los oídos.
—¿Has escogido alguno? —pregunto Denki cuando volvió con ellos.
Eri lo miró y agitó la cabeza. Se levantó y volvió junto a Hitoshi, se inclinó hacia él y le susurró:
—Hay muchos.
—Sí, escoge uno —le dijo Hitoshi
—Pero... pero cómo sé cuál.
—Escoge el que te guste.
Eri se balanceó sobre sus pies y lució mortificada.
—Pero cómo lo escojo —dijo y tras un momento de indecisión volvió a inclinarse—, ¿cómo fue que papá nos escogió a nosotros?
Hitoshi experimentó un arrebato de afecto, se agachó a su altura y le dijo lo mismo que Shouta Aizawa le había dicho a él cuando le hizo la misma pregunta.
—No somos objetos que alguien compró, Eri, necesitábamos un hogar y él tenía uno para compartir. Eso es todo.
Pero era obvio que esa respuesta no la ayudaba en nada, Eri miró a los gatos con expresión tormentosa y después se giró hacia Denki que los observaba con curiosidad. Él pareció entender la pregunta que no le hacían y se rascó la cabeza como si estuviera meditando la respuesta.
—Ven —le dijo tras una pausa extendiendo su mano hacia ella.
Sorprendentemente Eri la tomó y se dejó guiar.
—Este es Toby —dijo Denki señalando a un gato pardo enroscado en uno de los tapetes bajo la mesa—, tiene seis años y lo encontramos vagando en una carretera. Lleva aquí unos dos meses. Ese que esta junto a él es Sasha, eso decía su collar, ella lleva aquí apenas un par de semanas así que es probable que haya alguien allá fuera buscándola.
Uno a uno, Denki fue presentando a los gatos. Su nombre, su edad aproximada, un poco de su historia y cualquier curiosidad que resultara llamativa. Eri absorbió cada detalle con una seriedad impropia para alguien de su edad, asentía ante cada afirmación y los miraba como si intentara ver algo más allá de ellos.
Cuando terminó de presentar a todos los gatos tendidos al sol, Denki empezó con aquellos que se habían quedado en sus jaulas. Algunos eran muy viejos, otros muy pequeños, pero todos reaccionaron a la voz de su cuidador y se acercaron a los barrotes para ser acariciados. Eri se negó a tocarlos y siguió mirándolos con expresión curiosa.
El último gato del grupo estaba en la esquina más alejada encerrado en una jaula que olía a orines, sus ojos dispares los miraron con abierta hostilidad.
—Ese es Diablo —dijo Denki y no hizo ademán alguno por acercarse.
—¿Qué le pasó? —preguntó Eri al ver que le faltaba una oreja.
—No estamos seguros, lo encontraron medio muerto en un callejón sin una de sus orejas y con una de sus patas rotas. La pata se le curo aunque cojea un poco, pero no le gusta la gente y se pone arisco cuando intentan tocarlo.
—Es lógico —dijo Eri como si fuera lo más normal del mundo—, a nadie le gusta que lo toquen sin su permiso.
Su declaración tomó a Denki desprevenido, pero aun así asintió. Cuando Eri se soltó y dio un paso para mirar al gato que se agazapaba en la esquina de su jaula, Denki se acercó a Hitoshi y murmuró:
—Dudo que ese sea el mejor gato para llevar a casa.
Hitoshi se giró para mirarlo y el movimiento hizo que Denki se apartara sobresaltado.
—¿Es peligroso?
—Solo para aquellos que deben limpiar su jaula —dijo Denki.
—¡Mira, Hitoshi! —dijo Eri con una voz rebosante de encanto mientras señalaba al gato—. Tiene una bufanda.
El gato era completamente negro, de las patas a la cabeza con excepción de la zona alrededor del cuello que era blanca como si tuviera una bufanda encima.
—Eri —dijo Hitoshi con su discurso cuidadosamente preparado. Discurso que se fue al carajo cuando Eri se giró hacia Denki.
—¿Puedo adoptarlo?
—Eh...
—Eri, tal vez quieras volver a ver a los gatos que están junto a la ventana.
—Pero quiero adoptar a Diablo.
—¿Por qué?
—Porque nos necesita.
—¿No te parece que su nombre es un poco ominoso?
—No importa, tiene la cara de alguien que necesita un hogar.
—¿Hace cuanto que está aquí? —pregunto Hitoshi y Denki se rascó la mejilla.
—Va y viene. Han tratado adoptarlo, ha ido a hogares temporales, pero al final termina volviendo. No parece querer un hogar.
—Nosotros le daremos uno, ¿verdad que sí, Hitoshi?
Parecía decidida, más decidida de lo que Hitoshi había visto nunca.
—Tal vez debamos hablarlo con Aizawa.
—Papá dijo que podía escoger el gato que yo quisiera.
—¿Tal vez uno más amigable?
—No tienes que ser amigable para que te adopten. Papá dijo que tú no lo eras.
Hitoshi contuvo las ganas de retorcerse, fue aún peor cuando escuchó a Denki reírse –un sonido burbujeante que pareció resonar dentro de él–, al final el muchacho se puso de cuclillas frente a Eri y la miro con seriedad.
—Diablo es un gato difícil —le dijo—, no le gusta que lo toquen, no le gustan los ruidos fuertes y no va a querer jugar contigo. Es un gato que ha sufrido mucho y que ha decidido no confiar en nadie. Si lo que buscas es un gato que se siente en tu regazo o que se deje acariciar, tal vez prefieras escoger a otro.
—Le daré un hogar a Diablo —dijo Eri con una firmeza absoluta
—¿Por qué a él? —pregunto Hitoshi
—Porque nadie más lo hará.
Y ante eso Hitoshi no tuvo corazón para decirle que no.
Cuando la muchacha en el mostrador se enteró de que querían adoptar a Diablo también intento hacerla desistir, Hitoshi casi esperaba que Eri se cohibiera ante tanta atención, pero su resolución era inamovible porque no desistió.
Al final la muchacha cedió y les dio las formas a rellenar. Mientras Hitoshi escribía Denki se apareció llevando una caja transportadora, tenía un feo rasguño en la barbilla y un montón de pelo negro en las mangas de su uniforme.
Diablo se había hecho un ovillo en la esquina de la caja transportadora y gruñó cuando Eri se inclinó para mirar, pero ella se limitó a sonreírle.
—No te haremos daño y vendrás a casa con nosotros —le dijo
—Entiendes la responsabilidad que involucra un gato, ¿verdad? —preguntó la muchacha mirando a Eri con firmeza.
La pregunta la tomo desprevenida y no supo contestar, entonces Denki coloco la caja en el piso y volvió a ponerse de cuclillas frente a Eri.
—¿Vas a cuidarlo? —le preguntó.
—Sí
—¿Vas a quererlo?
—Sí
—¿Vas a estar al pendiente de sus comidas, y de limpiar su caja y llevarlo al médico para sus consultas regulares?
—Sí
—Entonces todo está bien.
Denki se enderezó y le ofreció una sonrisa a Hitoshi. Un gesto desbordante y brillante cargado con una sencillez a la que no estaba acostumbrado.
Se despidieron de ellos y Hitoshi cargó con la caja hasta el coche; ignoró los siseos y maullidos furiosos mientras viajaban de vuelta a casa, y finalmente colocaron la caja en una esquina, en una habitación que utilizaban como almacén, lejos del ruido de la calle principal. Pusieron periódico junto a la pared y le colocaron un platito con agua.
Con mucho cuidado Hitoshi abrió la puerta de la jaula y después retrocedió lentamente hasta la entrada del cuarto, la cerró y se fue con Eri de compras. Ella escogió una bonita cama esponjosa, dos platitos de acero inoxidable para el agua y el alimento, y varios juguetes rellenos de espuma. Compraron un bulto de alimento, otra caja transportadora, y volvieron solo para descubrir que el gato seguía metido en su caja.
—Está bien —dijo Eri—, es un lugar nuevo y necesita tiempo.
Y Eri tenía tiempo.
Cada mañana, antes de irse a la escuela, entraba en el cuarto a cambiar el platito de agua y se sentaba cerca de la puerta a desayunar su tazón de cereal. Cuando volvía por las tardes se acomodaba cerca de la puerta a hacer sus deberes. No parecía importarle que el gato no tuviera interés en acercarse.
Una semana después de la adopción, Hitoshi volvió al refugio para devolver la caja transportadora. Se negó a sentirse decepcionado cuando la muchacha que atendía la recepción lo recibió de inmediato sin darle una excusa para esperar.
—Espero que este vacía.
—Lo está —y aunque su intención era simplemente entregarla y marcharse, al final no lo hizo—: tuvimos que esperar a que saliera para poder moverla.
—Bueno, pues si el gato te da problemas siempre puedes traerlo de vuelta. No sería la primera vez.
—Estamos bien —dijo Hitoshi cuyos ojos se desviaron hacia la puerta trasera.
Ella no dijo nada.
—Uhm, estamos buscando un veterinario para el gato.
La muchacha tomó una tarjeta del gabinete inferior y se la tendió.
—Es una de las veterinarias que hace turno aquí y conoce a Diablo, tiene una clínica privada en el centro por si quieres llevarlo allá.
Hitoshi asintió y tras un momento de vacilación salió. Se quedo afuera, dando vueltas, intentando recordar si había alguna otra cosa que necesitara preguntar, pero no se le ocurría nada.
—¡Hey! —saludó una voz con ese timbre enérgico y vibrante que resultaba una delicia para sus oídos. Casi de inmediato se giró para ver a Denki salir por la puerta lateral sin su uniforme de trabajo. Un visión fresca de pelo corto y sonrisa encantadora—. ¿Todo bien?
—Sí —respondió Hitoshi con la cabeza repentinamente vacía, de pronto se acordó de la tarjeta así que la levantó en el aire mientras decía—: Vine a devolver la transportadora y a buscar un veterinario.
—Oh, y yo que pensaba que venías a saludarme o incluso a presentarte. Porque tuve que leerme el registro de adopción para saber que te llamabas Hitoshi.
—Y tú eres Denki.
—Excelente observación, ¿algo más que sepas de mí?
—La cicatriz ya se desvaneció.
—¿Ah?... ¡Oh! Sí, vuelvo a ser guapo.
Hitoshi tosió, apartó los ojos y se frotó la nuca, todo mientras sentía el rubor extenderse por su cuello.
—He terminado mi turno —dijo Denki balanceándose sobre sus pies sus pies. Sonreía, el mismo gesto brillante que Hitoshi no había conseguido sacarse de la cabeza desde la primera vez que lo viera—, ¿te apetece un café?
—Sí —dijo Hitoshi y añadió sin pensar—. Un café y lo que quieras.
Denki se rio al oírlo, entonces se colgó de su brazo y lo arrastró calle abajo.
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