✧◝ Extra 2
Extra 2: El parto.
En el momento en que Chan entró a casa, sintió un tirón en el lazo que compartía con Jeongin. Su alfa se alteró e identificó enseguida el tirón: malo. Malo, su omega sufría.
Por lo mismo, se apresuró en subir las escaleras, con su nariz percibiendo el rastro de feromonas maternas de Jeongin. Lo encontró en la habitación que compartían, sentado en el suelo y llorando sin control alguno, con un montón de ropas esparcidas a su alrededor.
―Mi Nini ―exhaló, yendo hacia él―, ¿qué ocurre, bebé?
Jeongin hipó y limpió sus ojos, como si de esa forma pudiera eliminar las lágrimas de sus ojos. Chan se arrodilló a su lado, con una mano acariciándole la mejilla y la otra yendo hacia el abultado y enorme vientre del omega.
Jeongin acababa de cumplir los ocho meses una semana atrás. Chan no podía ser más feliz, viendo a su bonito omega deslumbrante por el embarazo, pero admitía que las cosas no eran sencillas. Su pareja estaba con las hormonas revueltas, además de encontrarse muy nervioso por las complicaciones que pudieran tener: al fin y al cabo, traer trillizos al mundo no era algo fácil. Tenían fecha de parto para dos semanas más, y a veces, se sorprendía por lo ansioso que estaba.
Sorbió por su nariz.
―Es... es u-una tontería... ―barboteó Jeongin.
―No es una tontería si estás llorando ―respondió Chan, besándole la frente―. Vamos, puedes decirme cualquier cosa.
El omega emitió un sollozo bajo.
―Es que... que es... ―trató de limpiarse las nuevas lágrimas―. Mírame, llorando por esto cuando... cuando he pasado cosas peores...
―Mi amor, tienes derecho a llorar por cualquier cosa.
Sus palabras, por supuesto, lo hicieron llorar más.
―¡Es que... es que nada me queda! ―exclamó Jeongin, y Chan no se sorprendió ante dicho ataque. Al fin y al cabo, al menos cada dos semanas se ponía a llorar por eso desde que su vientre comenzó a crecer―. ¡E-estoy tan gordo, Channie!
Normalmente, Chan solía abrazarlo y comenzaba a consolarle con palabras dulce: no estaba gordo, sino preñado. Una vez tuviera a los bebés, recuperaría su talla. Podía ejercitarse para sentirse mejor.
Ahora, sin embargo, otras palabras se filtraron por su boca.
―Pues me encantas así ―le murmuró al oído y Jeongin dejó el llanto―, mi lindo omega panzón.
Jeongin chilló por sus palabras y le dio un manotazo en el brazo, sin poder creer lo que acababa de escuchar. La tristeza se convirtió en enfado.
―¡E-eres un idiota! ―exclamó.
―¡Pero si te dije que me encantas!
―¡No estoy panzón!
―Claro que sí ―Chan lo abrazó a pesar de que Jeongin volvió a golpearle, ahora en el hombro, y sus manos se posaron en ese enorme vientre―. Bien panzón por mis cachorritos.
―¡Suéltame, cretino! ―y comenzó a revolverse, queriendo que el alfa le soltara. Se encontraba muy indignado por lo que estaba escuchando, sin poder creer que Chan le dijera palabras tan crueles: ¿es que no veía que le estaba diciendo gordo? Aquel pensamiento hizo que el enojo se volviera, otra vez, tristeza―. ¡¿Tan enorme me encuentras?! ―exclamó, y comenzó a llorar.
―No enorme ―corrigió Chan, acostumbrado ya a las lágrimas de su omega―, panzón y bonito.
―¡Te odio!
―¿Eh, mamá, papá, qué pasa?
Los dos adultos se voltearon hacia la puerta, donde Yongbok se asomaba con una expresión de desconcierto. Jeongin quería correr hacia su hijo y abrazarlo, pero su enorme vientre le impedía, incluso, ponerse de pie sin ayuda de alguien. Más llanto se filtró por sus ojos.
―¡Tu padre ―comenzó a decir― está siendo cruel conmigo!
―¿Papá?
―¡No estoy siendo cruel! ―bufó Chan―. Tu madre está sensible, eso es todo.
―¡Me... me dijo gordo! ―acusó Jeongin.
―¡Le dije "lindo omega panzón"! ―se defendió el alfa.
Yongbok suspiró. A veces, creía que su padre lanzaba esos comentarios sin siquiera pensarlo. De seguro su estupidez la sacó de él.
―Por favor, no peleen ―trató de intervenir―, mamá, no te hará bien una pelea en tu estado. Necesitas estar calmado.
Jeongin respiró profundamente, tratando se seguir el consejo de su hijo. Chan volvió a abrazarlo por la espalda y le acarició la barriga.
―Qué bonita panza de mi lindo omega panzón ―dijo Chan con maldad.
Jeongin gritó con rabia otra vez.
Al final Yongbok tuvo que meterse entre ellos cuando vio que Jeongin alcanzó un zapato para lanzárselo a Chan, que corrió a esconderse en el baño entre carcajadas y risas. El omega empezó a despotricar contra él, gritando lo mucho que lo odiaba.
―¡Te reniego! ―chilló Jeongin, tan enfadado e indignado, y por fin poniéndose de pie con la ayuda de su hijo―. ¡No quiero verte por aquí nunca más, ¿me oíste, Bang Chan?!
―¡Esta casa la compré yo! ―gritó Chan desde el baño.
―¡Papá, ¿quieres detenerte?! ―gritó Yongbok.
―¡Ya vas a ver...! ―las maldiciones de Jeongin se vieron interrumpidas por un dolor en su vientre―. ¡AH!
Chan salió del baño casi de inmediato, yendo hacia el omega, que se agarró su barriga ante el repentino dolor que le invadió. Yongbok también se alarmó, sosteniendo a su mamá con clara preocupación.
―Bebé, bebé ―habló Chan de inmediato, ya sin su tono de broma y con clara seriedad―, vamos, ¿qué sentiste? ¿Necesitas que vayamos al hospital?
―Es... es tu culpa... ―jadeó Jeongin, aunque se apoyó en Chan, olisqueando su aroma―, me... me hiciste rabiar... ah...
Cuando acabó de hablar, se escuchó un ruido chapucero y los tres miraron hacia abajo, observando...
―¡Mamá! ―gritó Yongbok, espantado.
―Dios ―barboteó Chan, y ahora se inclinó para recoger a Jeongin en estilo de novios, ignorando lo mucho que pesaba ahora―, al hospital, entonces. Vamos, Yongbok.
El omega emitió un nuevo grito ante la contracción, con una mano en su vientre y la otra agarrando a Chan del cuello.
―¡Te... te odio! ―gritó Jeongin, con el rostro pálido y la entrepierna tan mojada gracias a que acababa de romper fuente―. ¡Es tu... culpa...!
―¿Mi culpa? ―Chan caminó con Jeongin en sus brazos, apresurándose en bajar las escaleras, con Yongbok apresurándose en agarrar el bolso con los útiles personales del omega que habían armado una semana atrás―. Tu te enojas solo, mi amor...
Jeongin estaba tentado de agarrar cualquier cosa que tuviera cerca para golpearlo, pero alcanzó a entender que no era una buena idea. No cuando era llevado en brazos por él.
―Me di-dijiste... go-gordo... ―lloró Jeongin, antes de chillar por la nueva contracción. Chan ya estaba saliendo por la puerta, directo al auto, y el omega empezó a sentir los nervios, ¡había entrado en trabajo de parto!
―Te dije lindo y panzón ―suspiró―. Yongbok, abre la puerta del copiloto, por favor.
Yongbok iba con clara expresión de espanto y se adelantó, aunque a mitad de camino se tropezó con sus pies. Jeongin pegó un grito y comenzó a revolverse, como queriendo ir en ayuda de su hijo, pero Chan bufó y lo agarró con más fuerza.
―¿Es qué puedes ser más idiota? ―regañó Chan―. ¡Vamos, apresúrate!
―¡Ya, papá! ―se quejó Yongbok, poniéndose de pie―. ¡Los ayudo y así me tratas!
―¡Eres muy... muy malo con Yongbok! ―exclamó Jeongin, pero volvió a gemir ante otra oleada de dolor.
Chan se apresuró en meter a Jeongin al auto, sentándolo y acomodándole el cinturón. Yongbok se subió atrás, enviándole un mensaje a su hermana menor de que irían a la clínica gracias al trabajo de parto y que se encontraran allá, pues Yongsun salió con sus amigas. Chan se apresuró en encender el auto y presionar el acelerador.
Llegaron en tiempo récord: menos de media hora, considerando que vivían en las afueras de la ciudad. Fue una gran fortuna que ninguna patrulla los hubiera pillado, porque de seguro Chan habría tenido una multa enorme.
Chan salió del auto gritando que su omega estaba en trabajo de parto y pidiendo una silla de ruedas. Yongbok abrió la puerta y trató de no salir corriendo por el desastre que era Jeongin, que tomaba bocanadas de aire para no entrar en pánico. El alfa mayor volvió cinco minutos después, y con ayuda de los dos, lograron mover a Jeongin hacia la silla de ruedas. Pronto estaban entrando por las puertas y una enfermera se apresuró en guiarlos hacia la sala de espera de trabajo de parto, donde acomodaron al omega en una camilla. Ya había otros dos omegas allí, y para fortuna de ellos, la obstetra los estaba revisando. La mujer, que también era doctora de Jeongin, se apresuró en ir a medir su dilatación.
―Son diez centímetros que necesitamos para que empieces a pujar, Jeongin ―le dijo la doctora Cho―. Como no es tu primer parto, vas a tardar menos en dilatar que si fueras primerizo. Por ahora, has dilatado cerca de dos centímetros.
―¿Dos? ―chilló, con los ojos llorosos―. ¡Ya me quiero morir!
La doctora miró a ambos padres.
―Siempre podemos hacer una cesárea de emergencia ―sugirió.
Chan se volteó hacia Jeongin, que tenía la frente ligeramente sudorosa.
―Es tú decisión, Innie ―le dijo el alfa con cariño.
―¡No! ―exclamó el omega―. Escogimos el parto natural, ¡con ese nos quedaremos!
La doctora Cho asintió.
―Diez centímetros, entonces.
Ellos habían debatido mucho sobre eso. El primer parto de Jeongin, cuando Yongbok nació, fue de cesárea ya que el omega era muy joven y lo que recomendaron los doctores para que no hubiera complicaciones. Sin embargo, ahora, Jeongin quería intentar el parto natural. Chan lo debatió mucho con él, pero a fin de cuentas, terminó cediendo porque era Jeongin quien iba a parir y quedaba en su decisión personal. Se hicieron muchos exámenes previos y, una semana atrás, fue su última ecografía donde confirmaron que los niños se encontraban bien posicionados para el parto.
Chan se encargó, duramente, a tratar de mejorar las condiciones de Jeongin. Le limpiaba el sudor de la frente cada quince minutos, le humedecía los labios con un algodón con agua al no poder beber, le hacía masajes en los hombros y, por sobre todo, se encargó de extender sus feromonas para tranquilizar a Jeongin. En un momento, el omega se puso a llorar sin control y el alfa no pudo evitar preocuparse.
―¿Amor? ¿Qué ocurre? ¿Te sientes muy mal? ―preguntó Chan, con su alfa revolviéndose en dolor por sentir así a su omega.
―Sí ―lloró Jeongin―, pero no... no por el parto, Channie. Es que... es que me cuidas tan bien, y no pude evitar pensar en Hyub...
―Oh, amor...
―Él no entró a la sala de partos cuando... cuando fue el momento ―lloró Jeongin, desconsolado―. Ni siquiera vino a quedarse los días después de que nació Yongbok, sólo vino un par de veces, cuando se acordaba de que... que yo existía... La pasé tan mal...
―Mmm ―Chan se inclinó y le dio la mano, besándole la frente―, está bien, ahora no debes preocuparte. Yo estaré contigo ahora, cuando nazcan nuestros cachorritos y después. No voy a dejarte solo ―le prometió―. Eres mi omega y la persona más importante que tengo en mi vida, Innie.
Eso, por supuesto, lo hizo llorar más, pero ahora un poco más calmado.
Fueron siete horas de espera para que Jeongin estuviera listo. Se apresuraron en moverlo hacia la sala de operaciones y Chan salió para avisarle a Yongbok, encontrándose con los novios de su hijo y sus amigos. Changbin le preguntó cómo estaba todo, y no pudo evitar sonreír, diciendo que pronto sería padre otra vez de tres nuevos cachorritos. La sonrisa no se le quitó en ningún momento, corriendo hacia la sala de partos y vistiéndose con la bata desechable, la mascarilla y una red para el cabello.
Al entrar, Jeongin ya estaba acomodado en la silla, inhalando y exhalando repetidas veces. Cuando lo vio entrar, el omega montó en cólera.
―¡¿Dónde... mierda... estabas?! ―le gritó―. ¡Me... abandonaste...!
―Ya, cariño, por favor... ―Chan se le acercó y le dio la mano―. No peleemos frente a todas estas personas.
―¡Vas a... ver...! ―barboteó Jeongin, antes de gritar por la fuerte contracción.
―Bien, Jeongin ―la obstetra apareció―. Cuando te lo pidamos, vas a tener que pujar con todas tus fuerzas, ¿está bien? Será muy agotador ya que son tres bebés, pero las cosas van a salir bien, es una promesa. Si sientes mucho dolor, avísanos, aunque no debiera ser ya que te hemos puesto la anestesia epidural. De cualquier forma, estaremos atentos a todo aquí ―señaló a Chan―. Y no temas en romperle la mano, ¿vale? Está en una clínica y le atenderemos enseguida en caso de cualquier hueso roto.
Chan quiso tomarlo para la risa, pero recibió un fuerte apretón por parte de Jeongin. De pronto, ya no le parecía tan buena idea toda la situación.
Jeongin pronto estuvo gritando a medida que pujaba. Chan sintió su cuerpo temblar, sus jadeos llorosos y el dolor que le recorría, pues el lazo que compartían era fuerte. El alfa tomó ese dolor y se lo devolvió en oleadas de cariño, calidez y amor, sin quejarse ante los fuertes apretones que recibía con cada nuevo puje. Incluso, como hizo antes, se encargó de limpiar su rostro del sudor y las lágrimas, y con la nariz, frotarle la mejilla en un gesto de ánimo.
―Veo la cabeza, Jeongin ―dijo la doctora después de media hora de duro trabajo―, vamos, necesitamos los últimos empujes para que salga. Respira profundamente ahora, descansa dos minutos y vuelve a pujar cuando te lo indiquemos.
Jeongin sollozó, con su fuerte agarre en la mano de Chan. El alfa no sentía sus dedos, pero decidió no decir nada, y sólo sonreírle al omega con mucho amor.
―Lo estás haciendo bien ―le dijo.
―Me... me qui-quiero morir... ―lloró Jeongin.
―No digas eso, amor...
―Sí quería... sí quería morirme... ―habló el omega, y Chan sabía que estaba hablando así por el dolor―, cuando llegué a China. Cuando todo pasó...
Chan le dio un beso en la mejilla. A Jeongin nunca le gustó hablar mucho de esos años, de esa época. Al mismo Chan no le gustaba escucharlo, porque se le rompía el corazón y le daban ganas de llorar.
Sí, porque él también quiso morirse esos primeros meses.
―Te... te amaba tanto... ―Jeongin sorbió por su nariz―, y no tenerte... no tener a Yongbok... Rompió a mi omega. Me rompió por dentro, Channie...
―A mi igual ―Chan le dio otro beso―, pero ahora, te tengo aquí. No te dejaré ir nunca más.
―Bien, Jeongin ―habló la doctora Cho con tono suave―, ahora, ¡vamos a pujar!
Jeongin apretó los dientes para tratar de ahogar su gemido de dolor, pero aun así, terminó soltándolo mientras obedecía a la doctora. Chan le murmuraba en voz baja, diciéndole lo mucho que lo amaba, y esa era la única ancla que necesitaba en ese momento.
―¡Eso, Jeongin, ya salió la cabeza! ¡Un último empuje!
Un nuevo grito en lo que pujaba, con todo el cuerpo temblando, y su marca latió con fuerza. Se dejó caer en la camilla, respirando aceleradamente, y de pronto...
Un llanto llenó la habitación.
Chan miró hacia la doctora, que le entregó el bebé a una enfermera. Una pequeña cosita ensangrentada lloraba en sus brazos, y el alfa la admiró de lejos.
―Es una niña ―anunció la enfermera, y Chan sonrió, mirando a Jeongin, que también sonreía temblorosamente.
―Sentirás enseguida... ―comenzó a decir la doctora, pero la sonrisa del omega se borró y soltó un jadeo-grito―... una nueva contracción. Es porque viene el segundo niño, Jeongin, pero no pujes enseguida. Nos tomaremos un breve descanso en lo que tus contracciones vuelven a intensificarse, te revisaremos en unos minutos. Mientras...
La enfermera que se llevó a la bebé apareció otra vez, cargando a la pequeña en sus brazos y acomodándosela a Jeongin en sus brazos. El omega observó a su cachorrita, sorbiendo por su nariz.
―Es muy... muy linda... ―barboteó, sonriendo y mirando a Chan.
―¿Linda? ―cuestionó el alfa―. Es hermosa, Jeongin. Mira, ¿no tiene tu nariz?
Jeongin se rió, observando los ojitos entrecerrados de la pequeña y llevó un dedo a sus pequeñas manitos. Le besó la frente para luego frotarle la nariz.
―¿Cuál será ella? ―preguntó Chan, tratando de aguantar las lágrimas de la emoción.
―Bahiyyih ―dijo Jeongin, meciéndola antes de mirar a Chan―. Bang Bahiyyih. Vamos, a tomarla, papá.
Chan se rió y se apresuró en recibirla. Era tan ligera, pensó, y tan pequeñita. Su hija. Su hija, de Jeongin y él. Una lágrima se le escapó, besándole también la frente a su bebé.
―La mayor de los trillizos ―murmuró, y esa idea le golpeó con fuerza. Iba a tener trillizos. Tres bebés. Fue como si volviera a enterarse―. Jeongin...
―¿Sí?
―Me estás haciendo el hombre más feliz de la vida.
Jeongin sonrió antes de hacer un mohín por la nueva contracción. Unos minutos después, la doctora volvió su atención y anunció que era momento de volver a pujar. Chan se apresuró en entregarle a una enfermera a Bahiyyih, que parecía haberse quedado dormida, y tomarle otra vez la mano a su omega.
El nuevo parto fue relativamente más rápido. Jeongin parecía haberse acostumbrado ligeramente al dolor, ya que no desvarió tanto, y pronto volvió a caer rendido cuando un nuevo llanto se hizo anunciar.
―Un niño ―dijo la doctora, pero el omega no tuvo tiempo para pedirlo, pues ahora la contracción que sufrió fue más fuerte―. Bien, es la última, Jeongin. Parece que la última cachorrita no quiso quedarse sola, porque ya viene.
Jeongin se veía muy agotado, pero hizo un último esfuerzo, pálido y la garganta seca debido a todos sus gritos. Chan extendió más feromonas alfas con las que hacerle saber que estaba allí, y a los llantos del niño se unieron nuevos sollozos.
―Una niña ―anunció la doctora―, muy bien hecho, Jeongin. Felicitaciones. Todo ha salido bien. Ahora...
Dos enfermeras acercaron a los dos bebés, y Jeongin los recibió con aspecto cansado, apenas consciente del todo. Chan le sonrió y besó la mejilla.
―Jungsun ―le murmuró, señalando al bebé―, y Soyeon ―agregó, ahora apuntando a la bebé―, mira lo hermosos que son, mi amor. Como tú.
Jeongin volvió a sonreírle, y otra enfermera apareció, cargando a Bahiyyih y acomodándola junto a los otros dos bebés.
―Mis tres cachorritos ―murmuró Jeongin, y se puso a llorar―. Mis tres bebitos... Tuyos y míos, Chan. De los dos.
―De los dos ―afirmó Chan, con lágrimas en los ojos―. Míralos, mi amor... son muy preciosos.
―¿Sí? ―Jeongin se rió―. Parecen papitas arrugadas, bebé...
Chan también se rió.
―Bueno, son nuestras papitas arrugadas ―afirmó el alfa―. Lo hiciste perfecto, cariño.
―¿Te hice un alfa feliz? ―Jeongin hipó, derramando un par de lágrimas―. Quería tanto darte un hijo antes, y ahora... ahora te di tres...
―Me has hecho muy, muy feliz ―Chan se inclinó darle un beso en la boca suave―. Y ahora, a mí me toca cuidar a mis cuatro lindos bebés. Te amo.
Jeongin lo miró, con tanto amor en los ojos.
―Yo también te amo, Chan ―le dijo, y podía decir, en ese momento, que era un omega muy feliz.
―Te amo más... ―Chan sonrió, travieso―, mi lindo omega panzón.
Jeongin se enfureció y poco más tuvieron que quitarle a los bebés para que no los lanzara sobre Chan. Algunas cosas, pensó Chan entre risas, nunca cambiarían.
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