Capítulo 42. Especial cumpleaños.
Maratón 1/2.
─┈ꗃ ▓▒ ❪ act two ― chapter twenty. ❫ ▒▓
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El baile de primavera iba a ser próximamente, en los próximos días, para ser más exactos. Pero, para eso, primero tiene que llegar su cumpleaños. Agatha lo tenía todo muy bien planeado. A pesar que ya lo tenía todo listo para el baile, puesto que el vestido ya había sido recogido en la tienda y sus tacones habían llegado un par de días antes, primero debía celebrar su cumpleaños. Tras muchos años, la loba estaba realmente emocionada por celebrar su día. Eso no sucedía desde que murió su progenitora, simplemente hasta entonces soplaba las velas en compañía de sus tíos y de Sam, como mucho se les unía Paul. Pero, en esta ocasión, la manada decidió preparar una pequeña fiesta.
Faltaban diez minutos para las cuatro de la tarde. Emily le había mandado un mensaje diciendo que a las cuatro tenía que estar en la casa donde vivía con Sam. Porque sí, la impronta y el lobo se habían visto obligados a irse a vivir juntos, ya que Sam era el alfa de la manada y una de las leyes de la tribu decía que el alfa debía vivir con su impronta. Era un paso que habían realizado recientemente.
La morocha, ya vestida, había optado por un vestido negro de manga larga y espalda descubierta, que le llegaba a la mitad de los muslos. Unas medias negras y sus inseparables tacones. Al terminar de la celebración en la Push, Jasper la había invitado a cenar para celebrar su cumpleaños, en una cita. Si era verdad que los Cullen se estaban esmerando en pedirle perdón por no haber hecho caso a sus advertencias, mas, Agatha era bastante rencorosa y no les estaba perdonando con facilidad. Mejor dicho, no olvidaba cómo habían ignorado sus palabras. Podría decirse que, en otras palabras, estaba dolida.
Dejó atrás esos pensamientos cuando llegó al nuevo hogar de Sam. Su hermano le había dicho que era bienvenida siempre que quisiera, así como le habían preparado una invitación de invitados por si quería quedarse a dormir en alguna ocasión. Y es que, desde que la pareja se mudó, la manada pasaba mucho tiempo ahí. Emily Young era como una madre: los alimentaba, los cuidaba y los regañaba también, cuando se pasaban. Siempre era Paul el que recibía los castigos de Emily, a lo que Agatha siempre se burlaba. Ella era, sin lugar a dudas, la mimada de la pareja, lo que causaba muchas peleas y risas entre su mejor amigo y la misma loba.
— ¡Feliz cumpleaños, enana! —gritaron los tres lobos a la vez, cuando entró por la puerta.
Agatha se llevó una mano a la boca, notando como sus ojos se cristalizaban. Una lágrima recorrió su mejilla, seguida de otra, y otra, y otra. Oficialmente, estaba llorando de la emoción. Los globos rojos, dorados y plateados decoraban el salón, estando por todas partes. El número 18, en dorado y de tamaño grande, estaba atado al trono, que solo usaban en ocasiones especiales. Se trataba de una silla de mayor tamaño, cuyo respaldo era más grande que las sillas normales que compraron junto a la mesa.
Emily apareció, dejando atrás la cocina, con un precioso y delicioso pastel de chocolate, con las velas encendidas.
—Os quiero tanto... —susurró, sin poder evitar soltar un sollozo—. Lo siento, estoy emocionada.
Esbozó una sonrisa de oreja a oreja, quitando cualquier rastro que las lágrimas pudieran haber dejado en su rostro, acercándose a la mesa. Abrazó a Paul. Después a Jared. Y, finalmente, a su hermano. No pudo evitar derramar alguna lágrima más, escondiéndose en el cuello de éste. Sam besó su frente y después se fue a abrazar a Emily. Los chicos querían pastel, mas, lo que nunca imaginó que ocurriría, entonces pasó.
Por la puerta, justo antes de que soplase las velas, entraron cuatro dichos más: Embry Call, Quil Ateara, Jacob Black y Seth Clearwater. Si bien Agatha sabía que los tres primeros no aguantaban a Sam, estaban haciendo el esfuerzo de dejar esas diferencias —sin sentido, porque en algún momento sabía perfectamente que entrarían en fase— por ella. Y el alfa, sabiendo el aprecio y cariño que les tenía su hermana¸ no podía negarse a su presencia.
—Pide un deseo, Atha, y sopla las velas —habló Emily, cortando la tensión que se había formado en un momento.
La morocha alzó la mirada, posándola en cada uno de los presentes, y levemente sonrió, de nuevo.
"Quiero seguir celebrando cumpleaños todos juntos, como la familia que somos, y que, en algún momento, el tratado desaparezca y puedan estar los Cullen también aquí conmigo. Que mis dos familias se lleven bien" deseó, desde lo más profundo de su corazón, para después soplar las velas. Estas se apagaron, todos aplaudieron y, antes de cortar la tarta para que todos pudieran merendar, era la hora de los regalos.
El primero fue Paul, que le regaló una pulsera con un lobo tallado a mano. La había hecho especialmente para ella.
Después siguió Jared, que le regaló unos vinilos de Queen. Chilló emocionada, prometiendo que los pondría a todo volumen mientras ambos gritaban y bailaban las canciones de su grupo favorito.
Jacob, Embry y Quil le regalaron un par de libros, que agradeció de todo corazón el detalle. El hecho que los tres recordasen lo mucho que le gustaba leer, ya tenía más que suficiente.
Seth le regaló un kit de pintura, a pesar que la joven llevaba mucho tiempo sin pintar. Con el pasar de las semanas y todo lo ocurrido recientemente, su inspiración se había desvanecido y no le salía nada. Aun así, esperaba que aquello le ayudase a reconectar con su hobby.
Y, finalmente, la pareja. Emily le regaló esa pulsera que tanto amaba y que, ahora, tenían igual. Era como una pulsera de amistad, algo que se aseguraría de llevar siempre con ella. Sam, por su parte, recordó que una de las cosas que más disfrutaba Agatha haciendo era nadar en el mar y surfear, por lo que le consiguió un neopreno nuevo.
Pero, sin embargo, Agatha no necesitaba regalos. Ella no hacía mucho caso a las cosas materiales, sino que, en aquella ocasión, se quedaba con la hermosa tarde de cumpleaños que estaba pasando con las personas que quería. Ese era, de entre todos, el mejor regalo de todos.
( . . . )
Cuando el sol se escondió, ya que Forks había amanecido soleado ese día, la joven Zorkin se acercó al hogar de los Cullen. Su tío, que tenía que ir al pueblo para hablar con su padre, quien había vuelto recientemente al pueblo de nuevo, la acercó a regañadientes. Todavía no aceptaba del todo que su pequeña tuviese pareja y, mucho menos, que fuese una sanguijuela. Pero, en contra de su voluntad, no le quedaba otra que aceptarlo y admitir que Aggie se veía muy feliz desde que estaba con ese vampiro.
—No sé si vendré a dormir, tío —le avisó, todavía con la puerta del coche abierta—. Avísale a tía Allison por si acaso, no quiero que se preocupe —añadió—. ¡Te amo!
Cerró la puerta del automóvil con cuidado, pues la última vez se le fue la fuerza y casi se queda sin, consiguiéndose una regañina por no tener más cuidado. Era habitual en la fémina olvidarse de la fuerza que la licantropía le había otorgado.
Emprendió el paso por el camino entre piedras que llevaba al porche de los Cullen, encontrándose con una nota en la puerta. Le habían dado una llave unas semanas atrás, que le permitía entrar a la casa siempre que quisiera. La nota, brevemente escrita, decía que estaban cazando y en nada llegarían.
Tarareando una canción de The Beatles y extrañándose porque todo estaba a oscuras, lo cual era realmente extraño porque la luz era algo que caracterizaba aquella enorme casa, la joven de ascendencia rusa caminó por el pasillo hasta llegar al salón. Justamente, cuando fue a abrir la puerta, se encontró con la sorpresa.
— ¡Sorpresa, Aggie! —Exclamó Alice, sonriente como siempre, acercándose a ella dando saltitos, que la hacían ver adorable—. Yo vi que esto pasaría y que lo pasarías muy bien.
—Eres todo un caso, duendecillo —musitó la morocha, ladeando una sonrisa.
Abrazó a todos, sin perder esa sonrisa, hasta llegar a Jasper, que era el último de la fila. Negó con la cabeza, sin poder evitar soltar una risita, y se lanzó a sus brazos. No tendrían una cita romántica como había pensado pero, aquello, superaba con expectativas el plan principal que suponía que tendrían. Se sentía querida, aunque todavía estaba dolida por sus actos, y eso era suficiente por el momento.
—Y tú eres un mentiroso, vaquero —se burló la loba, todavía entre sus brazos.
—Lo lamento, querida —se burló también, acariciando la mejilla impropia.
Aquel momento hubiese acabado en un beso si el carraspeo de un Emmett bastante celoso no les hubiera interrumpido. Rosalie le pegó en el brazo, regañándole por haber arruinado el momento.
—Preparé una tarta para ti, cariño —habló Esme, abrazándola por los hombros.
—La verdad es que ya comí una pero, no puedo rechazar el detalle —se encogió de hombros la muchacha—. Muchas gracias a todos, de verdad.
Su suegra nunca fallaba con los detalles y es que el pequeño pastel, prácticamente de ración individual, se veía delicioso. Con un 18 de chocolate blanco, le fue inevitable no morder un trozo del 8, que ahora se veía como un O extraña.
—También tenemos regalos —chilló, emocionada, Alice, con todos a su alrededor—. ¡Y este vestido es divino! Lo apruebo cien por cien —añadió, pegando otro chillido.
—Lo sentimos, enana¸ no pudimos controlar al monstruito —se rio Alain, abrazando a su esposa para calmarla—. Este es de nuestra parte —le entregó el primer regalo, refiriéndose a él y a Alice.
Lo abrió con delicadeza, sin intención de cortarse en ningún momento con el papel, desenvolviéndolo. De su interior, sacó un colgante con un rubí precioso, que tenía un escudo dibujado en él. Era el emblema del Clan Olímpico. ¿Significaba eso que formaba parte, ahora de verdad, de la familia? Una lágrima traicionera recorrió su mejilla, mirando a la pareja. Murmuró unas muchas gracias, para después dirigir su mirada hacia el doctor Cullen y su esposa. Estos le dieron otro regalo, que resultó ser unas llaves.
— ¿Unas llaves? —Inquirió, frunciendo levemente el ceño—. Ya me dieron la llave para entrar.
—No son las llaves de casa, hija —contestó Carlisle, haciendo que una sonrisa y la sorpresa apareciera en el rostro de la menor, pues era la primera vez que la llamaba como tal—. Rosalie nos dijo que te gustaban mucho los coches, por lo que... afuera está el regalo.
— ¡Un coche! ¿Me regalaron un jodido automóvil? —Exclamó, claramente sorprendida, sin poder caber tanta felicidad en su flacucho cuerpo—. ¡Eso es demasiado! Ni siquiera necesito regalos, pasar momentos como este es suficiente para mí. Os habéis pasado, papis.
—Es tu decimoctavo cumpleaños, mereces un regalo a la altura —insistió, ahora, la matriarca.
Agatha les sonrió con dulzura y no tardó en abrazarlos, agradeciéndoles una y otra vez por el fantástico regalo que le habían otorgado, insistiendo también que no debían haberse gastado una fortuna en ella, cuando lo material era secundario en su vida.
—Creo que es mi turno —dijo Jasper, acercándose a su pareja de nuevo—. Sé que no quieres nada pero sé que esto te va a hacer ilusión. Abre el sobre, mon amour.
Asintió, no muy convencida. Del interior del sobre sacó dos billetes de avión, con destino a Isla Esme.
— ¿Jazz? —preguntó, sin saber muy bien qué decir.
—Hablé con tus tíos hace unas semanas, ellos accedieron a que vinieras conmigo este verano —murmuró en su oído, haciéndola sonreír.
— ¿Mis tíos? ¿De verdad? ¿No te hizo sentir mal tío Joshua? Él es muy protector conmigo, me sorprende que no te dijera nada.
—Algo sí dijo... cómo que sabía matar a un vampiro si le hacía daño a su pequeña hija.
Agatha soltó una carcajada.
—Ya ves, es mi tito. Y soy su pequeña. Como comprenderás, le cuesta aceptar que he crecido y ya no soy una niña —rodeó el cuello de su novio con sus brazos, poniéndose de puntillas, puesto que era un poquito más bajita que él—. Tendré que hablar con Sam y la manada, no puedo dejar mis patrullas de lado, pero me encantará ir contigo este verano. Eso sí, sin sexo. Yo soy pura —bromeó, escandalizando a Esme y a Carlisle.
Emmett se rio a carcajadas, sabiendo que habían roto cuatro camas ya. A él se le sumaron las risas poco disimuladas del resto de hermanos. Y Jasper Hale, si pudiera, se hubiese sonrojada avergonzado por las palabras tan poco disimuladas y tan directas de su alma gemela.
No obstante, aquel momento tan idílico y familiar se vio interrumpido por la llegada de Edward. Los hermanos maldijeron mentalmente la llegada de éste, puesto que la tensión había vuelto a notarse en el ambiente. Aun así, Agatha no quería discutir en su día especial, por lo que al ver la mirada de su impronta, accedió a quedarse a solas con él.
—Feliz cumpleaños, Aggie —susurró el vampiro, una vez se quedaron a solas—. Tenemos que hablar, ¿no crees?
— ¿Hablar? —Ironizó la loba, cruzando los brazos sobre su pecho—. Tú eres un idiota, Eddie, pero lo he asumido. También he de imaginar que te duele todo, porque necesitas a mi loba. ¡De eso trata la imprimación, idiota! No tiene por qué ser precisamente una relación amorosa. Es una relación que evoluciona y avanza sin prisa, siendo el lobo y la impronta quiénes deciden el rumbo que sigue. Muchas veces se queda en un lazo de hermandad o de mejores amigos pero no, el vampirucho idiota tuvo que irse antes de dejarme explicar cómo funciona el lazo. Tú me gustas, ¿sabes? Es algo que ya he aclarado entre mis sentimientos y emociones. Pero amo a Jasper con toda mi alma, mi corazón le pertenece. Y te pertenecería a ti también, pero lo hiciste añicos al escoger a una humana insufrible que lo único que busca es la inmortalidad.
—Basta... por favor.
Notó como la debilidad se hacía presente en Edward y, por primera vez, dejó que fuese su loba interior quién actuase. Por mucho que ella lo negase, también necesitaba a su impronta. Se hacía la fuerte, no dejaba que la debilidad reinase entre sus emociones, mas, en lo más profundo de su ser, Agatha necesitaba a Edward para sentirse completa.
Se acercó al vampiro de cabellos castaños, rodeando la cintura de éste con sus brazos. Sintió la presión de los brazos del contrario sobre su cuerpo, suspiró pesadamente. Dejó que el aroma que el varón desprendía inundase sus fosas nasales y, de un momento a otro, las manos de Edward se posaron sobre sus mejillas y sus labios se fundieron en un largo beso.
—Ni creas que soy el segundo plato de nadie, Edward Masen Cullen —le apuntó con el dedo, separándose—. No seré como Isabella, que se metió de por medio. Cuando cortes con ella, hablaremos. Nadie más sabrá del beso, guarda ese secreto, por favor.
—Aggie... lamento haberte dañado tanto, nunca fue mi intención.
La loba asintió, sabiendo que, en el fondo, así era.
—Y es por esto que quiero entregarte esto... —Edward sacó una cajita del bolsillo de sus pantalones, dejándolo sobre las manos de la Zorkin—. Este anillo es el único recuerdo que tengo de mi madre biológica. Ella me lo dio antes de verme morir, y quiero que lo tengas. Es símbolo de una promesa, una promesa que me llevará a ti de nuevo. Lo prometo, pequeña.
Y con ese gesto, Edward desapareció a velocidad vampírica, dejando a una Agatha muy confundida.
* *
n/a. no os podéis quejar, hay mucho contenido en este capítulo. +2000 palabras y 6 páginas de word, el más largo hasta el momento.
¡volvió edward y hubo momento con aggie! no sabéis las ganas que tenía de escribir su momento, espero que os guste tanto como a mí.
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