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Capítulo 11.


─┈ꗃ ▓▒ ❪ act one ― chapter eleven. ❫ ▒▓



────── ๑ ໒৩ ๑ ──────


SEPTIEMBRE LLEGÓ Y CON ÉL, las clases. El nuevo curso empezaba y Agatha sentía los nervios florecer. Su estómago estaba cerrado, no había podido ingerir nada durante el desayuno, ni siquiera su café reglamentario para aguantar el día. Sabía que empezar de cero sería complicado, sería el centro de atención y aunque eso no le molestaba en absoluto, sí le importaba lo que pudieran decir de ella. Si bien no se dejaba llevar por los cuchicheos o las historias que podrían inventar, también era cierto que no se sentía tan segura como se hubiera sentido en otra ocasión.

Se preparó el café para llevar, sabiendo que entrando al Instituto se lo tomaría, y se subió a su coche, poniendo rumbo al pueblo. Recibió un mensaje de Charlie durante el camino, que leyó mientras estaba parada en un semáforo, diciéndole que le iría muy bien en su primer día. Ser la nueva también implicaba un coche nuevo que admirar en el parking del instituto, el cual dejó a algunos sin respiración cuando llegó la Zorkin con su Opel, prácticamente nuevo. Brillaba tanto como ella, como dirían algunos al terminar el día.

Aparcó al lado de un Audi, en el primer hueco libre que encontró, para después salir de él. Con un bolso lo suficientemente grande para poder llevar todo lo necesario y con el café en su zurda, la de ascendencia rusa empezó a caminar por el pavimento. Se encaminó hacia el interior del centro de estudios, donde la luz era más alumbradora de lo que había imaginado. Sus ojos escocieron ligeramente, pero no le dio importancia. La oficina era pequeña: una salita de espera con sillas plegables acolchadas, una vasta alfombra con motas anaranjadas, noticias y premios pegados sin orden alguno, y un gran reloj que hacía una tictac realmente horrible. También había plantas, que crecían por doquier y no parecían demasiado bien cuidadas, como pudo apreciar. El mostrador, alargado, dividía el salón en dos, con cestas metálicas llenas de papeles y anuncios pegados en el frontal. La administrativa, de cabellos pelirrojos y regordeta, era la única adulta. Alzó su mirada, arqueando una ceja.

— ¿Puedo ayudar en algo? —cuestionó.

—Mi nombre es Agatha, Agatha Zorkin —se presentó, notando una mirada de reconocimiento al instante.

—Aquí tienes el horario de tus clases y un plano de la escuela.

Sin siquiera agradecer—por lo nerviosa que estaba—, salió y se dirigió a su primera clase. Literatura. El profesor, Mason, le entregó una hoja con los autores que debía leer: Shakespeare, Brontë, Faulkner, Víctor Hugo, entre otros clásicos. Ocultó las ganas de sonreír, pero ella era una apasionada de la lectura y, por supuesto, ya había leído todos esos clásicos. Los tenía en casa, tampoco sería un drama releerlos como si fuese la primera vez.

La primera hora terminó una vez el timbre sonó, causando un horrible chirrido en sus oídos. Llevaba unos días que sus sentidos se habían desarrollado demasiado y creía que se debía a que su primera transformación, sería más pronto de lo que pensaba. Un chico flacucho, con acné y pelo grasiento que le aconsejaría lavar, se ladeó desde un pupitre al otro lado de la clase, para acercarse y hablar con ella.

—Tú debes ser Agatha, ¿verdad? —preguntó, con curiosidad.

—Zorkin para ti, chico —contestó, con cierta rudeza, pero realmente no estaba interesada en hacer amistades nuevas y menos una como ese chico. Un chico rubio, que estaba sentado dos sillas más atrás, ocultó las ganas de sonreír ante esa respuesta.

— ¿Dónde tienes la siguiente clase? —Preguntó de nuevo, sin inmutarse—. Me llamo Eric, soy los ojos y oídos del instituto.

—Historia, después Trigonometría —bufó, ligeramente molesta—. Y realmente, no me importa demasiado quien eres.


Blanqueó los ojos y salió de la clase, para dirigirse a historia. Después pasó a Trigonometría, donde el profesor Vaner la obligó a presentarse delante de toda la clase, muy a su pesar. Finalmente, su mañana terminó en español. Lo suyo no eran los idiomas; suficiente tenía con el inglés y el ruso, que su madre se encargó de enseñarle desde muy pequeña, así como había seguido estudiándolo a raíz de su partida. Compartió la última clase con Ángela, una chica de estatura baja, pero bastante agradable. Quizás, la única persona decente con la que se había cruzado. Estaba en el periódico escolar y le pidió si podía salir, pero se vio obligada a denegarlo. Al menos, por el momento.

Sin embargo, había otro chico en su clase que le resultaba familiar. Era musculoso, alto y de cabellos oscuros azabaches. Sus gestos faciales le recordaban a los monos, pero eso le hacía adorable. Recordaba haberle visto antes, pero no recordaba cuándo ni dónde. Se quedó mirándolo, frunciendo levemente el ceño, intentando recordar. No era de extrañar cuando se inmutó, notando la mirada fija de la rusa en él. Y le guiñó un ojo. Agatha sonrió con ternura.

— ¿Emmett Cullen acaba de guiñarte el ojo? —preguntó, sorprendida, Ángela.

—Sí —afirmó, como si se hubiese dado cuenta—. Espera, ¿dijiste Emmett?


La mente de la morocha iba a mil por hora. "Yo soy Rosalie, él es mi novio, Emmett." Una voz femenina no tardó en llegar a su mente... ¡Lo recordaba! Recordaba a aquel chico, pero seguía estando igual que aquella vez. Fue el chico que salía con una joven rubia sumamente hermosa, que conoció el día del funeral de su madre, mientras esperaba que sus tíos y Sam tuviesen la cena para llevársela a casa.

No dijeron nada más y ambas chicas se dirigieron hacia la cafetería, para almorzar. Aunque seguía sin tener demasiada hambre, terminó por coger un sándwich vegetal y una manzana roja, su fruta favorita. Se sentaron en una mesa circular, junto a los amigos de Ángela, de los cuales no tuvo intención de aprenderse los nombres. Eric no tardó en saludarla, parecía que no le había quedado claro que no era la persona más sociable del mundo.

Terminó su sándwich cuando los vio entrar. Parecían esculpidos por los mismos dioses, todos ellos eran verdaderas bellezas. Se sentaron en una mesa alejada de la cafetería, prácticamente al otro lado de donde estaba ella. Eran seis. No conversaban ni comían, pese a que todos tenían una bandeja delante. Cuatro chicos y dos chicas. Uno de ellos era Emmett, por lo que dedujo que eran los Cullen. La rubia recordó que era Rosalie. Rose. Y el chico rubio, era el chico cortés que se había cruzado en Literatura. Luego, había otro chico. Era menos corpulento que Emmett y su cabello era de color cobrizo, además de llevarlo despeinado. El último chico tenía el pelo castaño y le recordaba a los jugadores de tenis: corpulento, pero también muy guapo.

"Tiene pelos de escoba" se burló internamente, a pesar de que aquel chico en específico se había quedado mirándola, frunciendo el ceño. Era como si hubiese leído sus pensamientos.


— ¿Quiénes son? —preguntó, finalmente, queriendo obtener información. Obviamente sabía que eran los Cullen, pero prefería disimular.

—Son los Cullen —respondió la que era castaña. Jessica, creía recordar—. El más grandote es Emmett Cullen, que está saliendo con Rosalie Hale, la rubia —comentó, señalando con la cabeza. Agatha suspiró, eso era de mala educación—. La chica castaña que parece un duende es Alice Cullen, ella es muy rara.

— ¿Rara? Raro sería que tú no supieras algo, chica —bramó, cansada de tanto cotilleo—. Yo no creo que sea rara. Además, de serlo, eso la haría más interesante. Lo que es raro no significa que sea malo.

En la mesa de los Cullen, que habían escuchado como defendía a la duende, sonrieron. Y entonces, Rosalie se fijó en ella. Había crecido, su cabello era más largo y, por supuesto, había cambiado bastante. Pero aquellos ojos marrones, esa nariz arrugada cuando no le gustaba algo, eran inconfundible.

—El chico que parece estar malo es Jasper, mellizo de Rosalie —prosiguió, como si no hubiese escuchado nada—. Y Alain, el que está sentado junto a Alice. Él es el más misterioso, pero dicen que es sobrino del doctor Cullen.

—Son guapos, sin duda —confesó, sin tapujos.

— ¡Y tanto! —Exclamó, soltando una risita tonta—. Pero están juntos. Juntos, juntos. Rosalie y Emmett, Alice y Alain.

—Jess, no son familia de sangre —interrumpió Ángela—. El doctor Cullen y su esposa les adoptaron, pero no comparten lazos sanguíneos.

La Zorkin comprendió la situación; debería preguntar unas cuantas cosas en la próxima hoguera de la tribu, pues había algunas cosillas que no terminaban de cuadrar en su mente. Era como si ya le hubiesen contado sobre ellos en alguna ocasión, como pasó cuando Sam y Paul desataron el gen lobuno de su interior.

— ¿Quién es el chico de pelo cobrizo? —preguntó, arqueando una ceja, ya que parecía no quitarle la mirada de encima—. El que parece que tiene pelos de escoba.

—Es Edward, el menor de todos ellos —respondió, arisca—. Es guapísimo, por supuesto, pero no pierdas el tiempo con él. No sale con nadie, quizás ninguna de las chicas del instituto no le parece suficientemente guapa —añadió, con desdén, en una muestra clara de despecho.

—Dime, cariño —ironizó la loba—. ¿Cuántas veces te ha rechazado?

Soltó una sonora carcajada y, al fijarse que Rosalie Hale estaba saliendo de la cafetería, cogió la manzana que todavía no se había comido y se despidió, cortésmente, yéndose de ese lugar para buscar a la rubia.



* * 

n/a. Otro domingo más, otro capítulo más... extrañamente, sigo el horario a la perfección cuando se trata de esta historia, será porque me emociona escribir sus escenas y escribir sobre agatha <3

Tengo que agradecer la cogida que está teniendo el fic y los votos que ha recibido, no sabéis lo feliz que me hace verlo. Así que mil gracias, porque estamos cerca de las 1K lecturas. ¡Eso es fantástico!

update nota: ya pasamos de 5K leídas, me muero de emoción || update nota 2: llegamos a las 40K leídas, nunca creí que llegaría a tanto.


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