─┈ꗃ ▓▒ ❪ act one ― chapter one. ❫ ▒▓

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Cinco años atrás, 1999.

AGATHA SIEMPRE HABÍA SIDO UNA niña muy risueña, muy familiar, muy sonriente. Era la alegría de la casa, el sol que iluminaba las vidas de sus más allegados. Podía llegar a ser un huracán que arrasaba con todo aquello que se cruzaba en su camino, pero siempre como algo positivo, porque se llevaba a todos ellos junto a ella. Contagiaba su felicidad, esa sonrisa tan cautivadora que hacía que tuviera a todos a sus pies.

Aunque, desde muy pequeña, tuvo algo que la hacía ser diferente a los demás. Ella no tenía un padre, nunca lo tuvo y ahora, tampoco lo quiere. No tiene intención de buscarlo. Su madre, Anastasia, siempre le dijo que estaba cerca pero que, a pesar de estar embarazada de ella, tuvo que irse.

A medida que fue creciendo, dejó de preguntar por él y se hizo a la idea que no lo necesitaba, pese haber deseado tenerle junto a ella cuando era pequeña. Tener a alguien que la protegiera en las noches de tormenta, que le leyera cuentos hasta quedarse dormida, que la abrazase cuando tuviera miedo. Ese puesto lo ocupó Joshua Uley, quien siempre había sido su figura paterna. Y para ella, eso era más que suficiente.

Gracias a eso, ya desde muy chiquita, Agatha conoció a Sam, que era hijo de Joshua. Rápidamente se hicieron amigos, muy buenos amigos. Y, junto a Paul Lahote, vecino de la Zorkin, se convirtieron en mejores amigos. Eran conocidos como el trio calavera. Nunca se veían separados, siempre iban juntos a todas partes. Eran inseparables.

Tanto los Zorkin, como los Uley y los Lahote escondían secretos. Las tres familias tenían sus propios secretos y aunque, Anastasia Zorkin quiso alejar a su hija de los problemas del mundo sobrenatural, supo que sería imposible conseguirlo, sabiendo que algún día conocerían toda la verdad.

Agatha llegó a casa tras un largo día de clase en el colegio. Se había despedido de Paul unos minutos atrás, cuando aparcaron el coche. Con tan solo doce años, sabía que al entrar en casa no podía hacer demasiado ruido, porque su mamá estaba enferma. Sabía que su madre creía que no lo sabía, que no sabía que estaba muy enferma y que quizás pronto sería una estrella velando por ella, pero no era así. Sino todo lo contrario. Una noche, cuando bajó a por un vaso de leche porque no podía dormir, escuchó a su mamá llorar desconsolada con los padres de su amigo Sam, que la estaban consolando. Escuchó como les decía que los médicos no sabían el tiempo que le quedaba y que no quería dejarla sola.

― ¡Mami, ya llegué! ―gritó, dejando la mochila en un banco del recibidor, como todas las tardes.

Pero no obtuvo respuesta. No había nadie en casa, la cual cosa era bastante extraño. Decidió ir a la cocina y coger unas galletas para merendar, otro acto de la gran madurez con la que gozaba la niña. Sin embargo, dejando atrás el recibidor para recorrer el pasillo, escuchó como llamaban al timbre.

"¡Ya podían haber llamado cuando estaba ahí!" pensó, para sus adentros, girando sobre sus talones. Redirigió el paso hacia el lugar de partida, pero sin abrir la puerta.

― ¿Quién es? ―preguntó, mientras se alzaba en un taburete, que había ahí al lado, y así poder mirar por la mirilla.

―Soy Allison, cariño ―dijo una voz femenina, desde el otro lado. Mirando, como pudo, por la mirilla, comprobó que así era. Minutos más tarde, la puerta se abrió de nuevo―. Hola, Agatha.

―Tía Allison ―saludó, con cariño, para darle un beso en la mejilla cuando ésta se agachó―. ¿Ocurrió algo?

―Tienes que acompañarme, tu madre está en el hospital.

La voz rota de la señora Uley indicaba que todo estaba mal y que, pese a no decirlo, sonaba a despedida.

― ¿Mamá? ¿Qué pasó con mi mamá? ―preguntó, en un susurro, y le dio la llave de la casa.

―Vamos, será mejor que nos demos prisa ―cambió de tema, intentando no contestar.

Y es que, cuando las dos llegaron al hospital de Forks, era demasiado tarde. Anastasia Zorkin había muerto.

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