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La importancia de un padre

Anselme Galfridd y Maylo Fox estaban en una misión encubierta. Sin embargo, como Maylo era un novato, Anselme se aprovechó y le jugó una broma, haciendo que se vistiera de mujer, argumentando que "era completamente necesario". Para llegar al lugar de la misión, o sea, en la ciudad de Marleme, debían tomar un tren y bajarse en la siguiente estación. Es por eso, por la corta duración del viaje y por la necesidad de la misión, que Maylo accedió a ser "May" por ese día.

Todo fue bien hasta que se subieron al tren. Un joven que estaba parado frente a la puerta del tren se acercó rápidamente y besó la mano de Maylo, y luego se le quedó mirando. Fue entonces que Anselme, entre risas y desconcierto, se fijó en la cara del joven peliverde: Yozo Igirune, su hijo.

—¿Dónde estás sentado? Vamos a sentarnos con ellos, May.

Maylo intentó falsear su voz, haciéndola más aguda.

—No creo que sea buena idea, yo estaré en el siguiente vagón. Nos vemos después.

—Tú te lo pierdes —dijo mientras Maylo se alejaba.

Yozo seguía de pie, sin poder creer que tenía a su padre enfrente.

—Papá...

—¿Cómo has estado, enano?




"¡A entrenar!" resonaba en la cabeza de Shamark. Ya habían pasado 14 noches sin dormir, así que el atleta decidió tomar cartas en el asunto. Se levantó de una vez de la cama y tomó su celular.

—¿Cómo va la investigación, sr. Locke?

—Le he dicho que no me llame a estas horas, caballero Smut.

—No he podido dormir.

—Entiendo su pesar, pero ese problema no me concierne.

—Solo... necesito saber quién lo mató. Un nombre.

—Y lo tendrá. Ahora vuelva a dormir.

—No cuelgues —dijo con la voz entrecortada, en el comienzo de un nudo en la garganta—. Por favor, tengo que darle justicia a mi padre.

—¿Quiere usted un consejo? —Ante la falta de respuesta, Max Locke, el detective contratado por Shamark, prosiguió—. La venganza es algo adictivo, trate de no obsesionarse con ella. —No hubo respuesta—. Buenas noches.

Una vez colgó el teléfono, Shamark musitó un "buenas noches" y desapareció en la oscuridad de su enorme casa, para perderse un rato. Y volver a entrenar al día siguiente.




Anselme se sentó junto a Yozo, frente a Weston y Morn, que seguía durmiendo. Como Yozo le comentó, antes de sentarse, lo que había sucedido, Weston se partió de la risa.

—Nunca habría imaginado que besarías a un hombre —dijo con una pausa para respirar—... vestido de mujer.

—Eso solo te podía pasar a ti, enano —añadió Anselme.

Yozo seguía mirando a su padre, sin quitarle los ojos ni por un segundo, como si fuese a desaparecer si lo hacía.

—Papá...

—Oye, deja de hacer eso, ya van tres veces seguidas que dices lo mismo.

—¿Por qué te fuiste? —dijo Yozo con una voz infantilizada.

—Yo y tu madre... ya no nos amábamos.

Yozo no sentía tristeza en lo absoluto. Lo que más sintió en aquel momento fue una especie de esperanza, de que quizás podría aprovechar a su padre como antes, cuando salían a jugar al parque.

—Mamá y Erin te extrañaban todos los días.

—¿Y tú, enano? Creí que te incluirías, aunque fuera un poquito.

—Yo...

—Ah, es cierto. Lo había olvidado.

Weston estaba confundido.

—¿A qué se refieren?

Pero ambos lo ignoraron. Padre e hijo estaban muy concentrados en su charla que el resto del tren fue irrelevante.

—Yozo, supongo que le pediste permiso a tu madre para salir a la aventura.

—Sí, mamá me dio su bendición —Yozo le mostró su monedero de perrito a Anselme, quien lo tomó para observarlo con cariño.

—Esta cosa...

—¿No puedes volver?

Anselme volvió en sí. Miró a su hijo y le devolvió su monedero.

—No, Yozo, mi vida dio un giro de 180 grados. Me volví a enamorar, enano. Pero aún eres pequeño para entenderlo.

—Lo entiendo. No voy a guardarte rencor por eso.

—Lo dices como si pudieras.

Yozo se calló. Fue entonces que Weston aprovechó para preguntar en un instante:

—¿A qué te refieres con que no puede?

Anselme lo miró. E inmediatamente reparó en Morn, que estaba durmiendo con la baba en su mejilla y había empezado a roncar, por lo que soltó una risita y contestó.

—Yozo sobrevivió al Elixir. No puede sentir ninguna emoción.

Weston tragó saliva.

—¡¿El Elixir?!

Morn roncó tan fuerte que se despertó.

—Así es. Mi hijo es así de duro —dijo mientras picaba a Yozo con su codo—, ¿no es así, enano?

Yozo no se inmutó. Solo se limitó a mirar a su padre de reojo.

—Con que el Elixir —dijo Morn, secándose la mejilla—. Impresionante.

—La tasa de supervivencia inmediata era del 25% para los adultos y del 5% para los niños. No obstante, un estudio arrojó que la sobrevida caía al 10% en adultos y al 1% a los cinco años desde la cirugía —dijo Weston.

—Era nuestro último recurso. Pero ahí lo ven, vivito y coleando. Eso es porque es un Igirune.

—Ud. es Anselme Galfridd, ¿no es así? —preguntó Weston.

—Sí, así me llamo.

—¿Por qué Yozo no es un Galfridd? El trámite para ponerle el apellido materno es engorroso y muchos lo estiman innecesario.

—Pues... digamos que al nacer supe que él sería un Igirune. No quería reducirlo a algo tan bajo como un Galfridd.

"Podría respetar un poco más su apellido" pensó Weston.

—¿Por qué preguntas cosas tan raras? —dijo Morn.

—Es mi naturaleza, supongo.

En ese instante, los tres brujos se percataron de que algo andaba mal: todos sintieron la presencia de varios brujos, aunque estos intentaban ocultar su aura.

—Tenemos compañía —dijo Morn.

—Son 7.

—Y no son muy experimentados en pelea, al parecer.

Pero Yozo estaba sumido en sus pensamientos. "Papá se enamoró de otra mujer", "no volverá", "nunca seremos la misma familia de nuevo". "Da igual que salve a Erin".

—Oye, Yozo. Antes no me tenías a mí, amigo. Lo queramos o no, ahora tú eres mi familia. ¿Lo ves? —dijo Angroth.

—Angroth...

—Arriba de nosotros —dijo Morn.

—¿Piedra, papel o tijeras para ver quién se enfrenta a los 7? —preguntó Anselme a los cuatro de la mesa.

—Yo no soy especialista en peleas —se excusó Weston.

—Usted es policía, ¿no? —dijo Morn, posando su cabeza sobre su brazo como para volver a dormir.

—Qué holgazanes —dijo Anselme mientras se ponía de pie—. Vamos, Yozo. Voy a enseñarte una cosa o dos sobre defensa personal.

—Pero, no sé usar Euster.

—Mejor aún —dijo avanzando hacia el otro vagón—. Deprisa.

Yozo corrió y se quedaron junto a la puerta del vagón.

Siete personas con trajes militare de blanco bajaron por una escotilla en el techo del tren. El primero y que estaba enfrente de su equipo se enderezó, dejando ver la insignia de la policía. "Un equipo especial. Qué ropa tan ridícula", pensó Anselme.

Yozo observó sus caras, pero no eran identificables por una mascarilla negra que se unía, probablemente, a un uniforme dentro del traje blanco.

—No se preocupen —dijo el primero, con pupilas rojas, a los civiles del tren—. Estamos aquí para buscar a Yozo Igirune, es un niño pequeño, de 12 años, con cabello verde.

Uno de sus compañeros sacó un dibujo de Yozo y lo mostraba mientras su líder, asumió Yozo, seguía hablando:

—Somos la policía, si Yozo Igirune no se entrega, tendremos que usar la fuerza.

Entonces Anselme le susurró a Yozo que se quedara en aquel vagón, y procedió a pasar al anterior, donde habían descendido los 7 de blanco.

—Yo sé dónde está el joven que buscan.

Ramoji lo observó detenidamente, le pareció conocida la voz de aquel policía.

—¡Hey, número 1! Encontré a Morn, está dormido en su asiento —gritó Rustem.

—¿Qué? No, él es mi tío. No conocemos a ese tal Morn —mintió Weston.

El líder, Torben, no volteó la mirada.

—Pero primero, quiero ver de qué está hecha esta generación de policías —dijo Anselme ansioso por enfrentarlos.

Torben apuntó a Anselme con el índice.

—No tenemos tiempo. Son órdenes del rey —dijo al momento en que disparaba una bala de Euster hacia Anselme, que neutralizó al instante con aura invisible.

En sus cabezas resonó de inmediato, típico de los brujos analizando a su oponente. "Aura de orden III", pensó Torben. "Aura-moldeador tipo 4, entendido", se dijo Anselme.

—Pues qué lastima —dijo mientras elongaba—. Yo tampoco —rió.

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