El poder que nos une
Keoy estaba de pie.
El calor de Obroga abrasaba a ambas figuras en medio del bosque: padre e hijo estaban cara a cara sin decirse nada. El joven Shamark no entendía por qué su padre lo había llevado a un lugar tan remoto sin motivo aparente. Supuso que hablarían sobre la conversación que tuvo con su madre tiempo atrás, pero no fue así. Cuando quiso preguntar, finalmente su padre rompió el silencio:
—El Euster es un poder que todos tenemos. Un poder divino dado a los hombres para traer paz y justicia a este mundo.
—¿Por qué... me dices esto?
—Porque hasta gente como yo puede desarrollarlo, Shammy.
—¿Gente como tú?
Keoy apretó los dientes antes de responder:
—Me refiero a los pobres, Shammy. Hasta la alma más abandonada por Dios puede, en teoría, aspirar a tenerlo todo en este mundo. Todo a través de este poder.
—¿Por qué no me han hablado de eso en la escuela todavía? Parece importante.
—Porque nunca nos enseñarían a ser más de lo que quieren que seamos —dijo Keoy mientras se llevaba la mano al collar y comenzaba a sostenerlo.
—Ya entiendo, papá. Todo este tiempo he pensado lo mismo: "tengo que sacar a mi familia de la miseria", y me molestaba que eso fuera en todo lo que pensaran tú y mamá, sin importarles si yo realmente quería correr... Pero ahora entiendo.
—¿Qué entiendes, Shammy?
—Correré por ustedes, pero también lo haré por los míos, por los débiles.
Brotaron lágrimas por los ojos de Keoy: no podía creer que su hijo de tan solo 16 años había entendido a la perfección la importancia de la lucha contra ellos, contra los de arriba.
—Eso es lo que quieres, ¿verdad, papá?
Keoy se secó las lágrimas.
—Sí. Por eso te enseñaré lo poco que sé del Euster. No es un juguete, el Euster es, dependiendo de cómo se use, una bendición —dijo al tiempo en que soltaba su collar— o...
—Una maldición —dijo Morn a Yozo, de camino a la estación de tren de Blurora.
—Suena aterrador —respondió el joven.
—Es aterrador, por eso pocos lo usan, aunque puedan desarrollarlo. Una vez que haces florecer tu Euster te ganas una cantidad considerable de enemigos.
—Entiendo.
—Y es precisamente por eso que debes aprender a dominarlo.
—¿Eh? ¿Cómo dice?
—Bueno, ya estás unido a un demonio. —Morn rió—. Claramente ya tienes un montón de gente detrás de tu cabeza.
—Ah...
—Y por eso debes saber defenderte. Además, saber usar Euster es básico para todo médico brujo.
—Sí, me lo imaginé.
—Habiendo dicho eso, ¿qué es lo primero que deberías saber?
—Bueno, ya sé algo. Mamá me enseñó que es energía vital y que su origen es desconocido... aunque en el colegio me enseñaron que es el poder de Dios que se nos otorgó para...
—Bla bla bla. Nadie sabe.
—Lo siento.
—Tranquilo, eso no es lo importante del Euster. A ver... Primero lo primero, lo que todo médico brujo debe saber: las bases. Hasta el momento solo se han documentado cuatro tipos de Euster.
Yozo levantó la mano de inmediato.
—Sr. Morn, me gustaría una demostración.
Morn bostezó y estiró los brazos.
—Bien, lleguemos a la estación y te mostraré qué es lo que aprenderás en Wriland.
Yozo le sonrió. Desde el momento en que el Sr. Morn le plantó cara al mismísimo rey, supo que su maestro no era un cualquiera.
En la comisaría de Blurora, el oficial Ramoji recibió una llamada.
—¿Habla en serio, capitán? —dijo lleno de asombro.
—Sí, la puerta está abierta, pero todo dependerá de tu desempeño.
—Daré lo mejor, usted me conoce.
—Sí, y esta vez juro por Dios que ni el rey ni Morn van a detenerte. Tenemos el respaldo del Comandante en Jefe.
Cuando Ramoji colgó, no pudo evitar alzar ambos brazos a modo de celebración. "No puedo creer que solo debo atrapar al mocoso de pelo verde y al fin seré subteniente". Pero pronto recordó, como si de un trueno se tratase, que debía formar equipo con otros cuatro compañeros que no conocía, y a quienes nunca había visto.
—Este tal "equipo" de búsqueda... Dudo que a todos nos asciendan. —Ramoji comenzó a rascarse la barbilla—. Tendré que ser aún más proactivo que de costumbre y... conocer a mis rivales.
Ramoji agarró nuevamente el teléfono de su escritorio.
—¿Podrás?
—No es complicado.
—Depende de los tipos que el rey haya seleccionado para atrapar a Yozo.
—Podré.
—¿Cuánto te debo?
—Nada. Con esta ya estamos a mano.
Ramoji dejó el teléfono y miró el cenicero sin usar hace mucho tiempo. Quizás la última vez que tuvo uso fue en la visita del coronel Maxwell. "Ese viejo tiene que dejar de fumar o no alcanzará a verme convertido en Führer" pensó. Y tiró el cenicero a la basura antes de partir a su nueva misión.
Cuando Yozo y el sr. Morn llegaron a la estación de tren, el viejo entró en ella haciéndole una señal al joven para que lo siguiera. En medio de la gente, frente a los rieles del tren, Morn finalmente giró su cuerpo en dirección a Yozo y dijo:
—Los cuatro tipos de aura son...
—¡¿Aquí?! ¿En medio de la gente?
—La mayoría ni siquiera puede ver las auras, tranquilo—dijo con una sonrisa cómplice, mientras juntaba las manos al tiempo en que un halo amarillento aparecía alrededor de su silueta—. Euster de aura amarilla o, también llamado, de creación.
—Wow.
—Este es el que se me da mejor, mira —dijo mientras acumulaba el aura en su mano y formaba un conejo que de pronto obtuvo pelaje y movimientos propios del animal hasta que era eso: Morn había creado un conejo. Uno de verdad.
El conejo saltó de la mano de Morn y se dirigió a Yozo.
—¿Usted lo controla?
—Sí, soy un invencionista biólogo, aunque aún te falta estudiar para saber de lo que hablo —rió.
Yozo enarcó una ceja.
—Domina las otras auras, ¿verdad, doctor?
—Es señor, no doctor. Y sí, de hecho, me ofende la pregunta.
—Lo siento.
—Euster de aura invisible o de destrucción —dijo tornando el aura amarilla e irregular a una especie de campo de fuerza que rodeaba la silueta de Morn, apenas distinguible por la distorsión que provocaba en el entorno: era como mirar a través de una lente.
—Pero sí puedo verla.
—Entonces sólo llámala de destrucción y ya está, no seas pesado, cabrón.
—Uhm.
—Esta no la tengo tan desarrollada. Para nosotros no es tan útil, ya que... —Hizo una pausa para acercarse a la oreja de Yozo—. Nuestros demonios nos ayudan en tres cosas: regeneración, resistencia y cantidad de aura; con esas habilidades básicamente tienes toda la defensa que quieras.
—Entiendo.
Morn se recompuso y volvió a juntar las manos para hacer aparecer su aura roja.
—Euster de aura roja o de transmutación. Yo soy considerado un Avogadrista, lo que significa que puedo cambiar la materia a nivel molecular.
—Impresionante.
—Lo sé —rió—, pero aún no es el nivel más alto del aura.
—¿Nivel?
—Las tres primeras auras tienen 5 niveles cada una. La última, de la que aún no te he hablado, no ha sido clasificada como tal. Es más impredecible.
—¿Y cuál es la cuarta aura?
—Bien, están las tres auras clásicas y el Euster naranja, que es la combinación entre "creación" y "transmutación".
De pronto el sonido del tren se hizo más fuerte. Morn desvió la mirada hacia él y suspiró.
—¿Qué sucede, sr. Morn?
—Hace tiempo que no veo a una de mis creaciones.
Yozo se quedó mirando a su maestro. Aunque no habían pasado nada juntos, pudo sentir una profunda nostalgia en sus palabras, en su mirada. Y a pesar de que el tren había llegado, Yozo no dejaba de mirar al hombre que, por unos pequeños momentos, pudo llamar maestro. Genuinamente creía que Morn se preocupaba por él: en un día había logrado que una de sus creaciones viajara para escoltarlo a Wriland. Yozo estaba agradecido.
—Sr. Morn...
De uno de los vagones salió un jovencito rubio, bien peinado y vestido con una camiseta blanca holgada. Justo detrás de él salió un viejo de cabello largo, canoso, y su cara, extrañamente familiar, se desdibujaba por los lentes de sol que llevaba puestos. Cuando ambos bajaron del tren y se acercaron a Yozo y Morn, el viejo de cabello largo se quitó los lentes: tenía la misma cara del sr. Morn.
—Buenos días, Morn —dijo llevándose los lentes de sol a la guayabera.
—Buenos días, dr. Morn —dijo el sr. Morn.
—Cabello verde, largo, ojos verdes. Me imagino que ese detrás tuyo es Yozo Igirune.
Yozo se adelantó y le extendió la mano.
—¡Mucho gusto!
"Ya ha pasado una semana desde que gané en Le Saffire" pensó Shamark. "¿Por qué no contestas aún?".
—¿Aún nada?
—No, mamá —dijo medio enojado, medio triste—. Solo queda esperar que lo encuentren.
—¿Y si está muerto? —preguntó preocupada.
—Ni Dios quiera, mujer —respondió en el sofá del otro lado de la sala, el abuelo de Shamark, padre de su madre.
—Ese estúpido... siempre estaba metiéndose en problemas. Solo espero que esté bien —agregó el hermano de Keoy, tío de Shamark.
—Keoy siempre fue de buen andar, no sé por qué piensas lo contrario, Kallman —dijo enfurecida la madre de Shamark.
—El tío Keoy siempre veló por su familia... —dijo el hijo de Kallman, pero al ver el rostro de Shamark, rectificó—: No quiero decir que esté muerto, solo intento decir que él siempre pondría a su familia primero. Si alguien estuviera contra ti o tu madre, tu padre los defendería.
—Mi padre no está muerto.
De pronto, el celular de Shamark sonó. Era el capitán de policía: el cuerpo de Keoy fue identificado gracias al análisis dental.
—De todas formas queremos que dos familiares vengan a confirmar que se trata de su cuerpo.
Shamark y su madre se dirigieron a la dirección proporcionada por el policía y, junto al forense a cargo, pudieron ver el cuerpo de su padre.
—Dios mío —dijo su madre con la voz entrecortada—. Es él, es él, Dios mío.
Shamark no podía creer lo que veía. Con la mirada perdida confirmó el deceso de su padre.
Keoy yacía muerto frente a su hijo.
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