4. Los Igirune
Littia Igirune era una niña con un futuro prometedor.
Cuando tenía 9 años venció a su padre en el duelo que le permitiría salir a la aventura.
Luego de varios años, tras haber ganado mucha experiencia como Buscadora, se unió a los Cazadores y creció en ella la ambición de encontrar los tres libros del Testamento de La Muerte, el libro más influyente de las Fuerzas de Orden de Epistrán.
No obstante, el amor pudo más que su ambición, y abandonó su sueño para casarse con Anselme Galfridd, teniente de la policía, con quien tuvo dos hijos: Yozo y Erin Igirune.
A pesar del esfuerzo que supuso criar a sus hijos, siempre sostuvo que había valido la pena tenerlos. Para Littia sus hijos eran su mundo.
Eso se repetía todas las mañanas.
—¡Yozo! ¡Niño ingrato, ¿dónde estás?! —gritó Littia al ver solo a Erin en la mesa y el plato de su hijo mayor intacto.
Yozo había cumplido hacía unos días los 9 años, pero todavía pensaba que tenía los beneficios de un cumpleañero, es decir, que su madre no sea tan estricta en todo. Así que, a pesar de ser las una de la tarde, aún no se había levantado de la cama.
—Ya intenté avisarle, pero no quiso hacerme caso —mintió Erin, de 5 años.
—Está bien, angelito, hiciste lo que pudiste —replicó su madre con melosidad.
Littia se dirigió al cuarto del muchacho con un vaso de agua en la mano. Descubrió al niño y vertió el vaso en su cara, despertándolo en el acto. Yozo estiró sus extremidades de golpe, haciendo que Littia tuviera que contener un manotazo directo.
—¿Qué piensas hacer? ¿Dormir todo el día?
—¿Podría...?
—Ni de chiste, añoro con que pasen cada segundo en la escuela y que el hogar rebose de orden y armonía. No abuses de que estás de vacaciones.
Yozo se incorporó y comenzó a estirarse.
—No tenías que ser tan mala —dijo el pequeño.
—Si no vas a comer tu comida... —De pronto, la cara de Yozo se tornó más roja de lo usual— ¿Te sientes bien?
—Cansado, pero como siempre —dijo tranquilamente.
Littia se acercó a su hijo y sintió su frente, estaba solo un poco caliente, pero al presionarla la tinción rojiza no desaparecía.
—Otra vez la fiebre. Iremos con tu tatarabuelo.
—Ya hemos ido como tres veces este mes, no creo que sea nada.
Littia los llevó a la escuela y después pasó al cementerio general.
—Qué irónico que aquí sea donde terminaras, abuelito. Después de todo lo que le diste a este país. —Littia cambió las flores de la tumba de su bisabuelo, Tassei Igirune—. Sé que he venido aquí seguido, pero te necesito. Necesito tu poder ahora más que nunca. Se trata de Yozo, mi hijo. No está mejorando a pesar de tu Euster post-mortem. ¿Será que esta lápida ya llegó a su límite? —Littia comenzó a llorar—. En todos estos años no ha nacido alguien como tú, ¿cómo es posible? —la mujer se llevó las manos al pecho e inspiró hondo—. Quizás sea el momento de dejarte ir. Como a todos a mi alrededor, ¿no? Es triste, pero desde ahora solo vendré a ver una tumba vacía... Bueno, de todas formas no es justo que cargues con esto también. Si estuvieras con vida... no tengo dudas de que habrías ayudado a Yozo.
Mientras Yozo jugaba en el piso de la sala de consultas, Littia y Anselme, los padres del pequeño, escuchaban atentos al médico.
—Señora Igirune, señor Igirune, con una alta probabilidad, podemos decir que su hijo padece de Febris Cavum, por lo que les dejaré echa la derivación a Wriland para que le hagan estudios genéticos y puedan tratarlo.
—¿Febris Cavum? —dijo Littia.
—Tiene cura, ¿verdad? —preguntó Anselme.
—Es una enfermedad rara, es tan poco frecuente que se desconoce si es del todo congénita. Lo que sí sabemos es que a su hijo le falta una enzima, una proteína, que actúa principalmente a nivel hipotalámico, en el cerebro, y que sin ella tendrá fiebre constante. Y bueno, la fiebre prolongada puede tener secuelas graves que no le permitirán hacer muchas cosas, como ir al colegio, salir a jugar, etc.
Littia se sentía desorientada, ¿de un día para el otro la vida de su hijo cambiaría así sin más? Eso no era justo.
—Pero es curable —repitió Anselme.
—No. La verdad es que el tratamiento es crónico. Se lo digo porque ya hicimos todos los estudios habidos y por haber. Esta es una patología de descarte.
—¿Y qué harán en Wriland? —preguntó Littia.
—Estudiar sus genes. Ver cuál es el problema, al fin y al cabo. Con ello podemos dirigir mejor el tratamiento, sino sería "a ciegas", ¿me entiende?
—¿Y cuánto nos va a costar? —preguntó Anselme.
—Bueno, eso habrá que determinarlo allá, pero el tratamiento no es barato. Y este estudio... mucho menos.
Anselme tomó a su esposa por el hombro.
—No importa, haremos lo que sea por nuestro hijo, ¿verdad, Littia?
Littia lo miró a los ojos. Se preguntó cómo podía estar tan convencido, pero pronto entendió que ella se sentía igual.
—Sí —dijo volviendo la mirada al doctor—, confiamos en ustedes.
Una muestra del ADN de Yozo viajó a Wriland, cuna de los mayores genios del país, y, tras un mes de espera, el resultado llegó.
—Bien, señora Igirune, resulta que el subtipo de Febris Cavum que padece Yozo es el que tiene peor pronóstico y para el que no hay un tratamiento específico, pero debemos iniciarlo cuanto antes de todas formas para ganar tiempo.
—¿Ganar tiempo?
—Sí, en general un paciente con este subtipo vive cinco meses desde el diagnóstico.
—Cinco... meses.
—Lamento decírselo así, pero esa es la realidad. No hay nada más que nosotros podamos ofrecerle.
—¿Y un médico-brujo?
—¿Disculpe?
—Uds no pueden derivarlo a un médico-brujo, ¿o sí?
—No, todas las prácticas eustéricas son poco recomendables, porque ud. más que yo sabrá que hay muchas variables que hacen que el Euster médico sea "impredecible".
—¿Y qué recomienda? No voy a dejar morir a mi hijo.
El médico suspiró.
—Mire, si fuera mi hijo, primero intentaría con el tratamiento médico. Démosle un mes y si no responde...
—¿Un collar milagroso?
—No habla en serio, ¿o sí?
—Por mi hijo soy capaz de conseguir uno.
—Como sea, un millón de toggies se requieren para comenzar el tratamiento. Por supuesto que podemos esperarla, y pueden pagar en cuotas, pero son varias sesiones. Puede pensarlo, pero le recomiendo tomar la decisión lo antes posible.
—Tendré el dinero.
—Perfecto. Llamaré para que trasladen los medicamentos. Empezamos este viernes, en tres días.
Littia dio media vuelta con la mano en la frente. "Tengo que conseguir un médico-brujo cuanto antes", pensó.
Pero Yozo respondió bien al tratamiento médico.
Con el pasar del tiempo, la familia Igirune se había habituado al estilo de vida que Yozo requería, esto es, cubrir bien las ventanas con las cortinas, promover que saliera bien cubierto y asistir a los controles con el genetista en Wriland. Aunque también hubo muchos sacrificios: ambos hermanos fueron cambiados de escuela (de hecho, Yozo terminó siendo educado en casa), Anselme tuvo que hacer horas extras, Littia volvió a ser luchadora clandestina y, junto a otros familiares y amigos, hicieron rifas e iniciaron un proyecto de caridad para poder costear el tratamiento de su hijo.
Yozo había cumplido seis meses con Febris Cavum subtipo A cuando tuvo la peor crisis de hiperpirexia. Quedó hospitalizado por tres semanas.
Littia y Anselme peleaban mucho. Se echaban en cara culpas que habrían maldecido a su hijo; discutían porque no buscaron a un médico-brujo a tiempo; se enojaban, se maltrataban y se odiaban en frente de Erin y Yozo por ver quién tenía la razón. Entonces, en un arrebato, Anselme encontró lo que podría ser la solución.
Un día, tras ser echado de casa. Vio en el periódico que el tratamiento del "Elixir" había dado buenos resultados en los heridos de guerra.
—Voy a hacerle una visita a la reina, no es seguro que nos escuche, pero debo intentarlo —dijo Anselme desde el celular—. Despídete por mí de los niños, por favor.
—Hazlo tú mismo.
Anselme fue a casa.
Yozo y Erin estaban parados detrás de la puerta, esperándolo.
—¡Papá! —dijeron al unísono.
A Anselme se le aguaron los ojos. Los abrazó una última vez y partió a Vurthen, la capital de Epristán, conocida como la ciudad de los reyes. Anselme logró persuadir a la reina Nerissa, quien a su vez convenció al rey Maksimal de que, a pesar de tener solo 9 años y medio, Yozo pudiera entrar en la lista para administrarse el Elixir.
La noche antes de partir a Wriland para recibir el Elixir, Yozo llegó llorando a la cama de sus padres.
—Mamá, papá, les juro que todo el esfuerzo que han puesto en mí no será en vano.
—Hijo, tú... no nos debes nada —replicó Littia.
—Sí, regresa a la cama, Yozo. Mañana tu vida cambiará para siempre —dijo Anselme, dormitando.
—¡Solo quería decirles que estoy muy agradecido de ser su hjio! —dijo Yozo tratando de evitar el nudo en la garganta.
—Yozo... —Littia comenzó a llorar también.
—¡Y quería contarles que desde mañana voy a vivir mi vida como nunca lo había hecho! ¡Porque quiero ser como tú, mamá! —dijo mientras los mocos se le caían.
De pronto, como si de un conjuro se tratara, Anselme se sentó en la cama y dijo:
—Tú no vas a salir a aventurar como tu madre, no tienes la edad. Además, eres feo y enano. Ve a dormir o yo mismo te mato.
—Déjalo, pesado. —Volvió su mirada a Yozo—. Ven, mi lloroncito —dijo recibiéndolo entre sus brazos—. No le hagas caso a papi, tiene sueño, por eso dice estupideces.
Anselme volvió a recostarse.
—Sigues sin tener mi permiso, enano.
Littia afirmó con la cabeza, aun entre lágrimas.
—Eso sí, tendrás mi permiso cuando encuentres un verdadero motivo, Yozo. Querer ser como yo es dulce, pero debes hallar tu propia razón, algo que de verdad te mueva, para salir a encontrar el lugar por el que no quieras regresar... Lo entenderás cuando seas mayor.
Ese día, el 14 de marzo, sería recordado por Yozo como el día en que logró curarse del Febris Cavum y, con ello, de su sentencia de muerte.
Pero no todo fue color de rosa.
Erin, a los 8 años, comenzó a tener más cansancio de lo normal. Esta vez Littia no visitó a Tassei, ni esperó a que brotaran más síntomas, ni lo habló con nadie. No, esta vez, subió a Erin al automóvil y fue a urgencias. "Es solo fiebre baja, lo más frecuente es que sea un virus", y luego de una semana "buscaremos la causa, pero es probable que sea solo un virus", y al mes, esta vez con la piel completamente rojiza, "lamento informarle señora, que debemos descartar una Febris Cavum". Esa oración la sumió en la oscuridad.
—¿Irás con la reina de nuevo, Anselme?
Anselme, que estaba concentrado en ordenar su uniforme en el armario, respondió a la ligera:
—No... el rey volvió de la guerra.
—¿Y eso qué tiene que ver?
Esta vez espabiló.
—El rey ordenó aumentar el presupuesto para el desarrollo tecnológico y armamentista en desmedro de la salud. Ya no se produce el Elixir porque es muy caro.
Littia, en medio de su desesperación, logró reponerse por un segundo para preguntar:
—¿Cómo puedes estar tan tranquilo?
Anselme suspiró.
—Porque este dejavú puede tener un final feliz.
Littia sonrió y se abalanzó hacia su esposo, besándolo.
Al otro lado de la pared, en el pasillo de la casa, Yozo escuchaba todo. Se detuvo a meditar hasta que llegó a la conclusión definitiva: "voy a salvar a mi hermanita".
Yozo había encontrado su motivo real, así que no lo habló con nadie y dejó su hogar en medio de la noche. A sabiendas de que Littia lo encontraría.
Y así fue.
—¿Ese es tu motivo? —preguntó su madre mientras lloraba.
El chico había dejado la casa atrás y estaba dispuesto a dejar Floyles. Y toda su vida.
—Sí. Lo decidí.
—¿Te he dicho cuánto extraño a mi pequeño lloroncito?
—Sí.
Littia rió entre lágrimas. Se acercó a Yozo, que simplemente estaba parado cerca del parque del vecindario, sin decir nada. Sin sentir nada.
—¿Por qué te vas sin despedirte? ¿Acaso no te queda ningún sentimiento por tu familia?
—No es eso. Solo no quería hacer tanto escándalo.
Littia sacó el monedero con forma de perrito de su bolsillo y se lo entregó a su hijo. Yozo estaba confundido
—Entonces tengo tu permiso.
Littia rio.
—Eres igualito a mí. Y no hablo solo por nuestro cabello —rió—. Sino por lo que llevamos aquí. —Littia tocó el centro del pecho de su hijo—. Tu abuelo me lo regaló después de que lo vencí en un duelo. En ese momento comenzó mi aventura.
—Mami... —Yozo intentó llorar, pero no pudo.
—Y en este momento comienza la tuya. Vive tu vida, mi lloroncito.
Yozo abrazó a su madre una última vez y se marchó.
El rey fue el único en todo el estadio que no se asombró al ver que Yozo terminaba la tercera carrera en el primer lugar, superando a Shamark.
—Nerissa, ¿no te parece fabuloso? Es el hijo de Anselme Galfridd.
La reina no respondió. Sus ojos estaban clavados en las pistas de carrera, aunque no les estuviera prestando verdadera atención.
Vargullón rio para sí y tomó a su esposa por la barbilla, haciendo que lo mirara a los ojos.
—El hijo... pagará los pecados... del padre.
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