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46: Promesas

Mirando por la ventana con los rastrojos del sueño tratando de arrastrarlo y la respiración profunda, se pregunta taciturno: ¿dónde está ahora?

La respuesta no llegó inmediatamente y JiMin suspiró, consciente de que había terminado con Lisa en la medida más definitiva que podía permitirse hace pocos días; consciente de que estaba en la casa de su infancia junto con las personas que amaba, celebrando un fin de año que sentía que significaba realmente más que cualquier otro porque, absurdamente, fue el precursor de una saga de desastres en su reprimida vida que cambiaron su percepción de todo.

Un todo aterradoramente absoluto...

Ese año -o por lo menos una parte de él. -, iba más allá de lo que era capaz de explicar. Los últimos meses eran un remolino de emociones que enrollaban su cabeza de ideas dispersas y alocadas, corriendo de un lado a otro antes de que sus ilusorias manos fueran lo suficientemente rápidas como para atraparlas.

Entonces, se encontró pensando en cada pequeño suceso. Desde las betas desgraciadas cuyo recuerdo ahora le causaba risa, pues huyeron asustadas a la primera oportunidad, el señor Han y su característico pañuelo, HyungSik y su temperamento explosivo. Hasta HyunA que no sabía lo acertada de sus sospechas, la pequeña tienda de zapatos en la que todo había comenzado de un momento a otro inesperadamente y la forma en la que cayó tantas veces: al suelo, frente a un espejo que mostraba su reflejo destruido, tras comentarios hirientes de un viejo amor.

Ante un jodido alfa engreído que tenía la fama de un demonio egoísta y cruel.

Sí, había caído ante él... Perdidamente enamorado.

Así que se preguntó tras observar las luces de colores desperdigadas en chispas de falsa electricidad en cada uno de los fuegos artificiales antes de las campanadas que anunciaban el nuevo año, dónde se supone que lo dejaba todo ello. ¿Había cambiado algo? Porque se sentía tan solo como al principio, estaba tan cansado como siempre y su cabeza seguía siendo un...-

«¿Y el lío?» tontamente pensó, anonadado con el hecho de que su cabeza estaba enredada, pero no encontraba el dolor o un mínimo resquicio de su locura habitual. Trató y trató, más no fue capaz de encontrar ese lugar tenebroso que lograba que la nada se alejara para dejarlo hundirse en su miseria, y concluyó que quizás el cansancio tenía que ver.

Que tal vez el cansancio lo era todo.

Porque estaba malditamente cansado de esperar a que el mundo lo guiara, cansado y frustrado de tener que resignarse a la basura de los demás sólo para que ellos lo aceptarán, sólo para obtener nada a cambio porque sus intentos, cada uno de sus esfuerzos, eran desechados sin compasión. Sin una pequeña muestra de cariño, ni siquiera cuando el resto por el que tanto se sacrificó lo dejaba de lado.

Estaba cansado, demasiado cansado.

Harto.

Apretó las manos en puños, clavándose las uñas en las palmas de su sudada mano mientras se prometió nunca hacer cosas por los demás. Jamás repetir ese oscuro episodio de su vida que lo perseguía en el que luchaba por las personas a su alrededor como si ellas se lo hubiesen pedido.

Park JiMin se prometió dejar ese deseo de complacer, así como muchos lo hicieron con él, de lado. No volver a ceder a él.

No convertirse en lo que el mundo desea.

Jodidamente no.

Era una promesa.

—¿Bebito? —El Omega pegó un respingo, girándose al sonido de la persona tras la puerta cerrada de su habitación. —En diez minutos son las doce.

Tragó. —Bajaré en un momento.

—Te esperamos. —Dijo, felicidad en la voz.

Los pasos sonaron amortiguados por el pasillo hasta morir en alguna parte y JiMin sencillamente se dejó caer contra el colchón abrazando difícilmente una almohada que alcanzó con un brazo sobre su cabeza. Por una razón ridícula, recordó que cuando niño odiaba la ventana justo atrás de su cama, quejándose de la luz del sol que lo despertaba muy temprano.

Al crecer, pareció que empezó a amarla. Apreciando no tener que levantarse de su cama para mirar el amanecer o disfrutar de las estrellas en el cielo oscuro de una noche prematura en otoño.

Divagaba, de nuevo... Sólo para no pensar en eso. Eso, que incluía a la única persona que faltaba; la persona que deseó con todas sus fuerzas que estuviera ahí, esperándolo.

Sin embargo, JiMin supo, las personas no pueden esperarnos para siempre.

Kim SeokJin había hecho todo por él. Había iniciado su bizarra relación, lo había buscado cuando desapareció sin razones, había logrado que le dijera que estaba enamorado.

Él siempre había dado un paso antes de que arruinara todo de una manera devastadora incluso sin ser consciente.

Y la vida no podía ser así.

Una relación era de dos, ambos debían dar lo mismo. Pero JiMin juzgó sin saber, tomo decisiones por su cuenta e hizo todo lo posible para alejarse.

Sólo... Por miedo.

¿Dónde lo había dejado ese miedo, al final?

Suspiró profundamente y se levantó, andando los pocos pasos hasta la puerta de su habitación para abrirla y recorrer el pasillo que se sabía de memoria, con las fotos de sus padres, de su familia unida y feliz, siguiéndolo a cada uno y pensó nuevamente, que era horrible la forma en la que todos parecían felices en su manada y confiaban tanto entre ellos, pero JiMin no lo hacía.

JiMin no había tenido ni la confianza de decirle algo como esto que lo afligió durante años, a su tío. Al Omega que lo ayudó cuando le gustó su primer chico, cuando tuvo su primer celo.

Se detuvo.

Una foto de sus padres y su reflejo de cachorro, le devolvió una mirada. Una mirada que fue más que nada, la nada que lo tomaba entre sus brazos y lo impulsaba hacia adelante.

Sí, era así de importante.

JiMin tenía siete años recién cumplidos, al lado de su papá que acababa de pintarse el cabello de castaño porque lo dejo jugar con los tintes en él una mañana y había terminado por ser un arcoiris. Además, su madre compró ese nuevo vestido rojo borgoña en el que estaba embutida -aunque nunca le gustó el rojo. - solo porque él había dicho en sus delirios de niñez que ella se vería preciosa con él, a pesar de que el vestido era realmente feo.

Unos padres así no podrían haberlo abandonado.

—¿Cachorro? —Llamó. JiMin miró a su abuela. —¿Qué haces allí? Ya casi es hora.

—Abuela. —Tartamudeó. —¿Por qué... —Respiró hondo en una cosa temblorosa y soportó las lágrimas. —me dijiste aquello en el funeral de mis padres?

La anciana Park frunció el ceño genuinamente confundida, cruzando los brazos sobre el pecho. —¿Qué cosa, bebé?

—Usted... Me dijo que la voz alfa era mala.

Ella parpadeó apacible, ladeando la cabeza suavemente antes de sonreírle pequeñito. —Wendy-ah se hubiera molestado de escucharme, lo sé. Ella no quería que te influyera miedo a nada.

—¿Uh?

Suspiró. —Estaba asustada, mi Omega también.

—¿De qué?

—En el funeral de tus padres, hubo una discusión entre YoonGi y JungKook. Inevitablemente, ellos usaron su voz alfa. —Dijo distraídamente, rascándose la barbilla. —Los omegas somos sensibles y ellos eran dos alfas en plena adultez que la usaban al mismo tiempo frente a mí que ya era una vieja. No había manera en que pudiera defenderme, en que pudiera hacer algo si todo se salía de control y tú eras un cachorro.

—Naturalmente, tu instinto era protegerme. —JiMin caviló, sorprendido.

—Por supuesto. Ellos estaban demasiado enojados y era normal que yo sintiera que estabas en peligro. —Sacudió la cabeza en una feroz negativa. —Mis hijos se calmaron, pero yo no. Me senté a tu lado durante mucho rato viéndote jugar con los bloques y cuando lo dije, lo único en lo que pensaba mi Omega era en alertarte de los alfas, del peligro. Necesitaba que supieras que la voz te podía hacer daño desde pequeño para que te refugiaras de ella.

—Mis tíos se acercaron luego, cuando estaba en tu regazo.

Park ShinHye chasqueó la lengua con una nota melancólica. —No sé los detalles, pero ellos hicieron las paces. JungKook me dijo que sólo estaba triste y YoonGi también, que lo expresaron en gritos y después se abrazaron llorando. Incluso, restringieron a sus alfas para poder acercarse a nosotros, por lo afectada que estaba. No lo notaste porque eras muy pequeño, tu Omega era un bebé. —Exhaló. —Perder a tu padre, a tu madre... Fue duro para todos.

JiMin no quiso, de verdad, pero terminó diciéndolo de cualquier manera:

—Lo siento. —Hipó.

La anciana lo miró, la sonrisa en su boca volviéndose una línea temblorosa hasta que desapareció tras un estremecimiento persistente y estiró los brazos hacia él, ofreciéndole cobijo.

Corrió a ella, aferrándose a su ropa.

—No sé porque estás disculpándote, amor.

—Yo... —Sorbió la nariz, intentando aspirar su olor a madera con más ahínco. Inundarse en él. —He cometido muchos errores y no sé si ellos estarían orgullosos de mí, no sé si ustedes podrían estarlo. Pero prometo hacerlo bien, abuela. Lo haré bien ahora.

—Oh, bebé. —Ronroneó suavemente, meciéndose y llevándolo con ella a su baile imaginario. —Estamos orgullosos de ti, siempre y ellos también lo están, estoy segura. Sobre hacerlo bien... Eso es algo que solo tú puedes determinar.

Sonrió pequeñito, apenas alzando las comisuras de su boca. —Lo sé. Es hora de que deje de llevarme por los demás y comience a hacerlo bien, para mí.

—Ese es mi niño.

Un barullo se escuchó a lo lejos y al segundo siguiente, sus tíos aparecieron con miradas desorbitadas en falsa indignación.

—Sabía que tardaban mucho. —YoonGi acusó.

Kim TaeHyung chilló. —¡Traidores! Dándose abrazos a nuestras espaldas.

—Yo también quiero uno, mami. —JungKook quejumbró.

La abuela se rió y JiMin la secundó, ambos separándose levemente para darle espacio a sus tíos. Pronto, fue un abrazo de toda la familia con el calor que únicamente su manada era capaz de proveer; en una habitación con baja iluminación, copas de champagne en una mesa olvidada y fuegos artificiales partiendo el cielo oscuro cuando se anunció la última campanada.

El año nuevo había llegado y JiMin se prometió, como le había dicho a su abuela, hacerlo bien. Pero no solo eso, también se prometió ser él mismo a partir de ahora, correr contra la corriente si era necesario, alejarse de las personas que no lo valían y quedarse con las que si lo hacían.

Eran muchas promesas, más se esforzaría en cumplir cada una de ellas. Sobre todo, la que rondó su cabeza aún cuando el abrazo terminó y las sonrisas inundaron sus rostros. Incluso cuando gritaron como locos y disfrutaron de un brindis tardío.

Se prometió, recuperar al amor de su vida.

Dar ese primer paso necesario él, esta vez y todas la que hicieran falta.

JiMin parpadeó perplejo, observando disimuladamente a su alrededor mientras anduvo la larga distancia hasta la reluciente tienda en la que trabajó durante algunos meses hace no mucho tiempo.

Sentía los ojos curiosos seguirlo con cada paso; el aguijón escalofriante en la nuca... Atacándolo. Siguiéndolo como un rastro de fuego incómodo.

Suspiró.

Podía ser peor, ¿Cierto?

Esto solo era la cosa número uno en la lista de cosas jodidas que podían pasarle cuando finalmente tomo el valor suficiente para ir allí. Sólo era el insignificante momento en el que pensó una y otra vez por el temor a que sucediera: en el que pensó rodando en su cama, hablando con TaeMin. ¡Incluso de camino a la universidad para las clases de su recién iniciado semestre antes de graduarse de una vez por todas!

Sí, no podía ser tan malo...

Por todos los cielos.

Miró su reloj de muñeca, notando los números altivos que le sonreían marcando las nueve de la noche y dios, se supone que había ido a esa hora para evitar todo eso. Las miradas desagradables, los murmullos bajos y especulativos.

Oh, lo odiaba y era maravillosa la sensación de poder decirlo, aceptarlo sin nada que lo evitara; sin los prejuicios propios que le dijeran que se lo merecía al mismo tiempo que no era por su relación con SeokJin, sino porque todos sabían su sucio secreto. Pero lo de sucio se iba al infierno porque sinceramente no importaba, solo disfrutó de la vergüenza por recorrer de nuevo los suelos color crema del centro comercial después de semejante escándalo que provocó.

Las sesiones regulares con TaeMin durante esas dos semanas de haber comenzado enero, al parecer, estaban funcionando finalmente y a pesar de saber que podría ser una alegría efímera, JiMin se perdió entre las brumas de felicidad.

Realmente -aunque extraño. - contento con el motivo de su vergüenza.

Empujó la puerta de la tienda, escabulléndose dentro con una sonrisa irrealmente grande en la boca que logró que le dolieran las mejillas.

HyungSik abrió la boca con los ojos cerrados, diciendo: —Lo lamento, estamos por cerrar.

—¿Y ahora qué hago? Yo quería revivir viejas memorias con un amigo.

—¡Hyung! —Gritó abriendo los ojos de par en par. JiMin rió. —Oh, maldición. ¡Que bien que estés aquí!

—Vocabulario, HyungSik.

El beta soltó una corta carcajada, saliendo de detrás del mostrador para pasar un confianzudo brazo sobre sus hombros, jugando con el cabello en la nuca.

—Pequeño señor Han, espero pueda disculpar mi soez manera de hablar. —Burló.

JiMin bufó. —Por supuesto que no.

HyungSik boqueó falsamente molesto y se alejó, cruzando los brazos sobre el pecho un momento antes de sacudir una mano en el aire con altanería y girarse para mirarlo sobre su hombro. Se rió, frunciendo las cejas divertidamente porque había extrañado al adolescente, el ambiente acogedor, pero moderno, de la remodelada tienda de zapatos y todo ese cóctel de emociones que era su vida cuando comenzó a trabajar como dependiente.

Cielos, no mucho después había tenido una relación con el CEO y había terminado con él, volviendo tras una secuencia de juegos inesperados del destino que no se molestó en evitar, demasiado agobiado con sus problemas, con los sentimientos que pensaba que jamás serían correspondidos.

Lamentablemente, ahora, tenía que arreglar lo que había destruido una vez más.

Jodidamente estaba prometiéndose hacerlo.

—Hey, hyung. —HyungSik llamó. —¿Qué haces aquí?

—Tengo algunas cosas que resolver.

JiMin observó al otro dudar y agradeció su timidez incluso cuando habló.

—¿Es... Por el CEO?

—Ajám. —Respondió. El beta se rascó tras la oreja nerviosamente. —¿Pasa algo?

—No, yo sólo... —Suspiró. —HyunA dijo que los últimos cotilleos hablaban seriamente sobre el estado del CEO Kim hoy.

—¿Cuál estado?

—Está en celo. —Dijo. JiMin abrió los ojos de par en par. —Controlado por supresores.

Oh, oh.

El aire se escapó de sus pulmones.

Lo olvidó.

JiMin lo olvidó.

—Hyung, ¿estás bien?

El Omega asintió distraídamente, sacudiendo una mano en despedida de repente y andando a pasos presurosos y agigantados fuera de la tienda, tomando el ascensor para subir los cuatro pisos hasta la oficina principal del centro comercial. No importó nada, ni los retenidos gritos de HyungSik, ni los vistazos indiscretos que siguieron el camino que recorrió hasta perderse en lo alto, cuando las figuras se volvían difusas y pequeñitas.

No, nada de eso importó más que el hecho de que le había dicho a SeokJin que estaría ahí para él.

Nada.

Se pasó una mano inestable por el pelo, mirando a la secretaria alzar los ojos a los suyos con cansancio y se acercó a ella, dejando escapar un suspiro que la mujer correspondió abandonando el papeleo en su mano sobre el escritorio.

—Está insoportable. —Habló con la voz avinagrada que JiMin recordaba. —Así que le permitiré pasar, hagamos como si fui por un café y no lo vi.

—¿A cambio?

—Por favor, llévatelo o cálmalo. —Resopló. —Incluso si quieres, mátalo. Lo que sea, solo aléjalo de mí o las autoridades deberán venir por su cuerpo y en el periódico saldrá el enunciado: "secretaria asesina a su jefe con una taza de café, porque el hombre se quejaba de todo".

—Oh... —Se atragantó, asintiendo. —Claro.

La alfa no dijo nada más y JiMin sencillamente corrió nuevamente hasta hallarse frente a la puerta, tomando el pomo en su mano y girándolo para entrar, cerrándola tras su espalda después; observando al alfa que esperó tanto tiempo para ver sentado frente a su escritorio, una laptop y pilas de papeles sobre él mientras sostenía un bolígrafo flojamente entre los largos dedos.

SeokJin frunció la nariz, entonces, preparándose para hablar. Afortunadamente quizás, alzó la cabeza y lo miró, cerrando la boca y tragándose lo que sea que fuera a decir.

Dios, JiMin amó su boca cuando le echó un vistazo. Recordando la cantidad de veces que lo había besado, lo había acariciado o hecho cualquier cosa sobre él. Amó, sus ojos zafiros tan oscuros como un mar y realmente amó su pecho hinchado bajo una camisa rosa pálido que se extendía por sus fuertes hombros hasta sus antebrazos, donde se encontraba arremangada.

Amó a SeokJin.

Cada parte de él.

—Hola. —Dijo. Torpe.

SeokJin parpadeó apacible, pero JiMin gimió mudamente sintiendo a su alfa llamarlo con las feromonas sexuales por todas partes; sintiendo a su Omega reaccionar al estímulo, rogando por lanzarse a su regazo y pedirle que lo follara así como lo pensó la primera vez. Desperdigado entre sus informes, babeando por su polla.

Se obligó a concentrarse.

SeokJin carraspeó, acomodándose la camisa con fuerza. —Creo haberlo dicho.

Supo a lo que se refería, el incipiente recuerdo de sus palabras la última vez que se vieron inundándolo junto con la manera en que había golpeado el manubrio del auto tras un arranque de furia. Diciéndole; dejando claro en su cabeza, que se arrepentiría después...

Tomó una respiración profunda y pensó tontamente que había llegado el momento. Ahí. De la peor manera (alejado por completo de lo que había planeado), en la peor situación amorosa en la que podían encontrarse (separados a pesar de estar extrañándose), rodeados por las peores circunstancias (cuando el instinto pedía, gemía, rogaba).

Sin embargo, había llegado y JiMin iba a aprovecharlo.

Era una promesa.

▪▫❤▫▪
Capítulos finales.

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